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Oscuridad, gritos, llanto, susurros. A meliodas le hacía creer que estaba escuchando a su amada siendo asesinada, sin embargo, recordando lo que le dijeron de que no sintió dolor eso lo calmaba un poco. Entonces, ese grito y ese llanto era su demonio sufriendo eternamente. Abrió sus ojos finalmente cuando ya no pudo soportarlo más, lo que miró lo dejó con la boca abierta. Estaba recostado en una cama, rodeado de un brilloso cielo estrellado sintiendo una presión, rápidamente se sentó en la cama mirando a su alrededor asustado pero lo que miro solo hizo que su corazón se estrujara
—Elizabeth —
Ahí estaba ella, con lágrimas en sus hermosos ojos y una sonrisa sincera que aceleró su corazón. Lo observaba desde el otro extremo de la cama con un hermoso vientre de embarazo que la hacía resaltar. Meliodas rápidamente se levantó como un niño pequeño y se lanzó a abrazarla con cuidado, la estrujó entre sus brazos comenzando a llorar como nunca antes había llorado y se deleitó con sentir sus delgados brazos a su alrededor. La albina acarició sus cabellos, besó su frente con cariño y luego llevó su mano hasta su vientre haciendo que su vista se nublara por la enorme cantidad de lágrimas, pudo sentir que algo se movía
—Ellie...mi Ellie, te extraño tanto. No puedo estar sin ti, ¡ya no puedo!— se aferró más fuerte a ella, sin embargo en esta ocasión el cuerpo de la albina no reaccionó, solo acarició sus cabellos y se agachó para quedar a la altura de su oreja
—Debes despertar — la escucho susurrarle en el oído —Debes despertar —
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