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Caminaba un poco torpe sosteniéndose de la boca vegetación en el lugar, seguía a la familia de su albina sin poder renunciar a el nudo que crecía en su garganta. Presión, dolores, lágrimas. Muchas gente hipócrita, quería matarlos a todos y salir corriendo, veía a Liz llorando, ellas ni siquiera llegaron a ser amigas, siempre eran amables pero sabía que se detestaban. Todos ahí tenían lágrimas de cocodrilo, cada uno de ellos tenía más de una razón para querer matar a su albina. Incluso él...
Sin embargo no lo hizo, su familia tampoco ni mucho menos la suya. Suspiro en vez de solo osar cuando la tierra empezó a cubrirla, estaba desesperado, no podía verla desaparecer, se negaba a verla desaparecer ante sus ojos. No pudo evitarlo cuando finalmente le colocaron la lápida y todos empezaron a retirarse, menos él
—Hermano ¿vienes? — el blondo negó —Ven conmigo, puedes quedarte en mi casa si no te sientes listo para ir a la de ella— sin embargo eso era justo lo que quería
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