CAPÍTULO VEINTIOCHO
CAPÍTULO VEINTIOCHO
MANSIÓN PENHALLOW
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Jace dejó con delicadeza a un Simon sangrante en el suelo y Adrian se arrodilló inmediatamente a su lado.
Había una cantidad alarmante de sangre, y a Adrian no le gustaba lo pálido que estaba Simon. Puede que fuera un vampiro, pero eso no significaba que no pudiera morir. Si no conseguía sangre pronto, moriría, pero no era como si hubiera un banco de sangre en Idris. Adrian lanzó a Jace una mirada de pánico, sólo para ver que Jace lo miraba con la misma expresión. Ninguno de los dos sabía qué hacer.
—¿Todos están bien? —preguntó Maryse. Miraba a Simon con los labios fruncidos y las manos en las caderas. Adrian no sabía si estaba enfadada con Jace por haberlo traído a través del Portal o si se estaba preparando para la inevitable reacción que provocaría su presencia en la ciudad. Jace no había tenido elección, estaba claro por el profundo corte en el abdomen de Simon, pero la Clave no lo vería así—. ¿Adrian?
—¿Qué? —parpadeando, Adrian se separó de Simon y recordó la sangre que cubría su brazo derecho. Hizo un gesto despectivo con la mano—. Sí, sí, estoy bien, pero Simon no lo está. Se está desangrando.
Jace, arrodillado al otro lado de Simon, se acercó y presionó con los dedos la nariz de Simon, esperando a que respirara. Al cabo de un momento, soltó un suspiro de alivio y retiró la mano.
—Puedo darle mi sangre —susurró Jace tras un momento de tenso silencio. Todos lo miraron. La última vez que Jace había alimentado a Simon con su sangre, él adquirió la capacidad de caminar a la luz del sol. Ninguno de ellos sabía qué pasaría si volvía a tomar de su sangre—. Ya lo he hecho antes.
—No es una opción, Jace —interrumpió Maryse cuando lo vio buscar una daga en su cinturón. Jace se detuvo, lanzando una mirada fulminante a Maryse. Adrian seguía mirando a Simon. Se sentía completamente inútil. Ni siquiera sabía que Simon estaba allí. Torció la boca y apretó la palma contra ella antes de apoyarse en Isabelle, que también se había arrodillado. Alec estaba detrás de él, todavía de pie. De vez en cuando, Adrian sentía el roce de las yemas de los dedos contra los hombros, la parte superior de la espalda, la nuca. Era lo máximo que Alec podía hacer con Maryse allí, pero una parte de él deseaba que hiciera más—. No mientras estemos aquí.
—No podemos dejar que se desangre —espetó Isabelle con voz era áspera. Cuando Adrian la miró, vio que sus ojos estaban enrojecidos, como si estuviera conteniendo las lágrimas—, o morirá —su voz se quebró. Alec se alejó de detrás de Adrian. Un momento después, estaba arrodillado junto a su hermana, rodeándole los hombros con un brazo.
—¿Qué hay de sangre animal? —preguntó Alec. Adrian nunca había pensado que Alec se hubiera preocupado mucho por Simon, pero ahora estaba pálido y con la mandíbula apretada. En cambio, mantuvo la mirada fija en su madre—. Hay un restaurante a unas calles de aquí —Isabelle aspiró profundamente antes de apartar a Alec y frotarse los ojos con las palmas de las manos. Se puso en pie rápidamente, recogiendo el látigo del suelo y enrollándoselo en la muñeca.
—Yo iré —decidió, y nadie discutió con ella. Por su tono de voz, estaba claro que no serviría de nada. Tiró de su chaqueta, se alisó el pelo y miró a su madre. Enarcó una ceja y, de repente, ya no se sintió vulnerable. Adrian negó con la cabeza. Jace e Isabelle tenían talento para ocultar sus emociones. Adrian siempre se había preguntado cómo lo hacían—. ¿Todavía nos quedaremos en la mansión Penhallow?
—Sí —Maryse asintió, luego frunció el ceño—. Deprisa.
Isabelle giró sobre sus talones. No se molestó en caminar, sino que echó a correr a pesar de sus tacones. Podía ponerse una máscara todo lo que quisiera, pero eso no significaba que de repente no pudiera sentir nada. Adrian la vio irse.
Cuando volvió a mirar a Maryse, la vio mirando a Simon, todavía con el ceño fruncido.
—No deberías haberlo traído contigo, Jace.
Jace la miró con asco y Adrian torció la boca, pero se mantuvo en silencio. Lo último que tenía que hacer era irritar a Maryse. Simon era la prioridad ahora.
—No iba a dejarlo ahí —argumentó Jace. Alec se deslizó más cerca de Adrian mientras hablaba, sorprendiéndolo cuando entrelazó sus dedos. Adrian dejó escapar un suave suspiro y se apoyó en él.
—Va a causar problemas —señaló Maryse, y Adrian odiaba admitir que tenía razón. Simon no debía ni se le permitía estar en Idris. Traer a un subterráneo a la ciudad sin permiso de la Clave era ilegal y Adrian no sabía si la Clave iba a castigar a Jace o a Simon, sólo sabía que iban a castigar a alguien—. No estoy segura de poder protegerlo —añadió Maryse en voz baja. Adrian se sorprendió por eso, de que ella se preocupara lo suficiente como para siquiera pensar en intentarlo.
—Bueno, no entró por su cuenta, estaba inconsciente —señaló Alec con voz tensa. Adrian le apretó la mano—. ¿Eso no ayuda? —Maryse hizo una mueca y Adrian sintió que se le hundía aún más el estómago.
—No creo que importe —admitió Maryse, su voz no más alta que un susurro. Jace maldijo, mientras Adrian se limitaba a soltar un suspiro cansado.
—Claro que no importa —murmuró, inclinándose hacia delante para apartarle el pelo de la cara a Simon. Aún respiraba, y el flujo sanguíneo había disminuido, pero seguía mortalmente pálido, más pálido que antes.
Adrian tragó grueso y se echó hacia atrás, subiendo la mano para taparse la boca. Hubo un momento de silencio donde nadie sabía qué hacer. Maryse parecía conmocionada. Nunca había sufrido un ataque en el Instituto de Nueva York y ninguno de ellos se había enfrentado jamás a una horda de Repudiados. Adrian se estremeció sólo de recordarlos. Eran como zombis, sólo que con toda la fuerza y velocidad de un cazador de sombras.
Alec rompió el silencio en cuanto empezaba a hacerse insoportable.
—¿Por qué creen que nos atacaron? —susurró. Jace levantó la vista, mientras Adrian y Maryse fruncían el ceño.
—Madeleine murió —dijo Jace. Adrian hizo una mueca—. Quizá ella era su objetivo.
—Eso no tiene sentido —dijo, levantando ahora la vista—. Clary dijo que Valentine quería que Jocelyn estuviera despierta. Es como si la viera como una especie de premio de consolación —sólo decir las palabras le dejaron un sabor amargo en la boca. Jace frunció el ceño.
—¿Cuándo has visto que Valentine sea razonable? —preguntó. Adrian abrió la boca y luego la cerró, consciente de que Jace tenía razón. Maryse negó con la cabeza.
—No importa —decidió, poniendo fin a su breve conversación—. Ahora tenemos que explicar por qué trajimos a un vampiro a Idris sin el permiso de la Clave —enarcó las cejas, como si pudieran inventar una mentira lo bastante convincente como para sacar a todos de apuros. Adrian miró a Alec, que luego miró a Jace, que se limitó a mirar a Maryse con los ojos entrecerrados.
—De hecho —dijo una voz detrás de Adrian—, me gustaría una explicación ahora —al reconocer la voz, Adrian soltó la mano de Alec como si le hubiera quemado, poniéndose en pie y girando sobre sí mismo.
El cónsul no parecía contento. Llevaba el pelo canoso corto, los ojos oscuros entrecerrados y las manos apretadas detrás de la espalda. Miraba a Adrian como si fuera el único que estaba allí, el único culpable, y el chico abrió la boca para explicarse, pero no salió nada. Lo intentó de nuevo, pero se detuvo cuando Maryse le puso una mano en el hombro. No la retiró ni siquiera cuando los ojos de Malachi Dieudonne se entrecerraron aún más ante el gesto.
—Nos atacaron los Repudiados —explicó ella, su voz adquiriendo una profesionalidad que no había tenido antes—. Simon, el vampiro, nos ayudaba a combatirlos y fue herido.
—No tuve elección —interrumpió Jace, dando un paso al frente para asumir la responsabilidad—. El Instituto estaba invadido, no podía...
—Los subterráneos no pueden entrar en Idris sin permiso de la Clave —dijo Malachi, como si estuviera leyendo un folleto. Adrian se mordió el labio inferior y agachó la cabeza, guardando silencio. De todos modos, no tenía nada que decir.
—Lo sé, pero... —no era frecuente que Jace se quedara mudo, pero Adrian sabía por experiencia propia lo intimidante que podía llegar a ser su padre. Era sólo un hombre, pero parecía imponerse a todos. Adrian no quería nada más que salir de ahí, llevar a Simon a la mansión Penhallow y olvidar que esto había pasado— está muriendo. Y la única razón por la que fue herido es porque nos estaba ayudando —la cara de Malachi no cambió aparte de un pequeño giro de sus labios cuando miró a Simon. Los labios de Adrian se separaron antes de que pudiera detenerlos.
—Lo vigilaremos —soltó, ignorando la mirada de Alec sobre él—. Lo mantendremos dentro, fuera de vista, sólo... por favor. Es mi amigo —odiaba lo pequeña que sonaba su voz. No era tan ingenuo como para pensar que a su padre le importaba si Simon era su amigo o no, si apenas le importaba Adrian como para verlo más de una vez al año. Un amigo suyo no significaba nada para Malachi, y éste lo miró por un momento después de decir las palabras. Un segundo después, su boca volvía a hacer ese gesto de desaprobación.
—¿Por qué no me sorprende que seas amigo de un chupasangre?
Adrian hizo una mueca de dolor y volvió a agachar la cabeza, juntando las manos y reprimiendo las palabras que le subían por la garganta. Al cabo de un momento, Malachi soltó un suspiro.
—Muy bien. Mantenlo fuera de la vista. En cuanto se cure, se irá, y si hace algo, será culpa tuya —Adrian no tuvo que levantar la vista para saber que Malachi seguía mirándolo. Empezó a asentir, pero se detuvo cuando Jace habló.
—No es justo —argumentó, enfadado. Adrian cerró los ojos y dejó escapar un suspiro—. Yo fui quien lo trajo... —la mano de Maryse apretó el hombro de Adrian.
—Lo vigilaremos, Cónsul —dijo Maryse, cortando a Jace.
Adrian se dio la vuelta y fulminó a Jace con la mirada. Él le devolvió la mirada y cruzó los brazos obstinadamente sobre el pecho. Adrian por fin pudo relajarse cuando oyó los pasos de su padre marchándose y sus hombros se hundieron. Maryse le apretó el hombro una vez más antes de decir algo sobre reunirse con la Clave y explicarles la situación. Unos instantes después, ella también se fue, dejando a los chicos a solas con Simon.
Alec se acercó a él y puso una mano en su brazo.
—¿Estás bien? —fue todo lo que dijo. Adrian parpadeó y lo miró, ligeramente sorprendido.
—Sí —dijo, porque era la verdad. La manera en que Malachi lo trató no era nuevo ni nada sorprendente. Era como un pellizco. El dolor era intenso al principio, pero desaparecía, como si nunca hubiera estado ahí. A veces uno era peor que otros, pero en lo que respecta a Malachi y Adrian, este enfrentamiento no era nada de lo que tuviera que preocuparse. Alec parecía no estar de acuerdo, todavía con una expresión de preocupación. Adrian le dirigió una sonrisa—. Te ves lindo cuando te preocupas.
Alec se sonrojó, pero aun así rodó los ojos. Eso fue todo lo que Adrian necesitó hacer para convencerlo de que estaba bien.
—Debemos llevar a Simon a la mansión Penhallow rápido —dijo Alec, dando un último apretón al brazo de Adrian antes de pasar rozándolo para llegar a Simon— antes de que empiecen a llegar más cazadores de sombras. Este es el único lugar al que se puede entrar por el Portal, ¿recuerdas? —Jace gruñó mientras se agachaba junto a la cabeza de Simón.
—Bien —Jace se acercó y levantó los hombros de Simon. Ahora que la adrenalina de la pelea estaba desapareciendo, los tres estaban agotados. No sólo por la pelea, sino también por el portal. Viajar a través de uno agotaba a mucha gente que no estaba acostumbrada—. Agarren una pierna.
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—Mierda, mierda... Jace, ve a la derecha... ¡no tu derecha, mi derecha!
El pobre Simon no podía tomar un respiro. La confusión hizo que Jace golpeara la cabeza de Simon contra el marco de la puerta. Adrian soltó un grito de preocupación, aunque también de enojo. Jace no había dejado de soltar maldiciones desde que habían empezado a cargar con Simon, y Alec murmuraba en voz baja. Adrian no quería saber de qué refunfuñaba. En lugar de eso, fulminó a Jace con la mirada.
—¿Cómo demonios iba a saber a qué derecha te referías? —gruñó Jace al ver su mirada. Adrian estuvo a punto de levantar las manos, exasperado, pero recordó que estaba agarrado una de las piernas de Simon.
—¡Es sentido común! —espetó.
Mientras tanto, Alec se las había arreglado para meter a Simon en el vestíbulo de la Mansión Penhallow, usando su pie para patear la puerta y cerrarla detrás de ellos. Había aprovechado su pequeña discusión para escupir instrucciones que Jace y Adrian siguieron a ciegas, demasiado ocupados gritándose el uno al otro como para darse cuenta de que ninguno de los dos estaba al mando.
—No tienen remedio, ambos —dijo Alec cuando estuvieron dentro.
Jace y Adrian giraron para lanzarle miradas idénticas, aunque la de Adrian se suavizó mucho más rápido que la de Jace. Adrian se salvó de otra ronda de quejas de Jace cuando oyeron pasos en el vestíbulo.
—¿Qué está pasando...? Dios mío
Una chica estaba de pie en una puerta que parecía dar a un gran pasillo, con el pelo negro y la piel pálida. Adrian se iluminó al verla, mientras ella miraba a Simon con ojos muy abiertos y sorprendidos.
—Hola, Aline —dijo alegremente, como si no estuviera sujetando la pierna de un vampiro inconsciente. Aline parpadeó y alzó la mirada para encontrarse con la suya, parpadeando al verlo. Él le dedicó una sonrisa brillante—. No te preocupes, mi padre lo sabe. ¿Tienes una habitación libre donde podamos dejar a nuestro amigo?
Aline abrió la boca, la cerró, sacudió la cabeza y soltó una carcajada incrédula.
—Sí, sí, por aquí —les indicó que la siguieran a través de la puerta que daba a un pasillo, aunque la mitad estaba ocupada por unas enormes escaleras que conducían al gigantesco segundo piso. A mitad de camino, se detuvo y giró cuando Alec soltó una fuerte maldición. Jace iba demasiado deprisa y Alec se tropezó con uno de los escalones al intentar seguirle el ritmo. Aline arrugó la frente—. ¿Necesitan ayuda?
—No, podemos con él... —comenzó Jace.
—Algo de ayuda vendría bien... —comenzó Adrian.
—Por el Ángel, por favor... —comenzó Alec.
Todos se detuvieron al mismo tiempo, mirándose. Aline elevó una ceja.
—Así que claramente tienen esto bajo control.
Adrian esbozó otra sonrisa. Ella rodó los ojos y continuó subiendo las escaleras. Al llegar arriba, giró bruscamente a la izquierda y los condujo a una puerta que estaba entreabierta. Cuando la empujó, crujió. Para lo que eran las casas solariegas, la habitación era pequeña, lo que probablemente explicaba por qué parecía no haber estado habitada en años. Aline se apresuró a quitar la sábana de la cama, y Jace, Adrian y Alec suspiraron aliviados cuando lo tumbaron en ella.
—Perdón el desorden —dijo Aline, doblando la sábana sobre los brazos—, sólo los esperábamos a ustedes, Isabelle y a mi primo... Oh, será mejor que cierre las cortinas. Es un vampiro, ¿verdad? —antes de que ellos pudieran hablar, Aline ya había cruzado la habitación y cerró las cortinas a pesar de que era de noche en Idris.
—No tienes que hacerlo —dijo Jace, sonando divertido—, puede caminar bajo el sol.
—Lo creeré cuando lo vea —se burló Aline, sin tomárselo en serio. Adrian no la culpaba.
—¿Tienes sangre? —preguntó Jace, cambiando de tema. Cuando Aline lo miró sin comprender, Jace suspiró—. Como carne cruda que podríamos... —apretó algo entre las manos. Adrian arrugó la nariz y Aline palideció. Hizo una mueca y se frotó la nuca.
—Revisa en la cocina —Jace asintió y desapareció. Una vez que se fue, Aline miró a Adrian y Alec, ofreciéndoles una cálida sonrisa—. Su equipaje llegó antes, está en sus habitaciones. Sebastian apareció de imprevisto, así que ustedes dos y Jace van a tener que compartir habitación. Espero que no les importe —Adrian asintió, mientras Alec fruncía el ceño y ladeaba la cabeza.
—¿Quién es Sebastian? —preguntó.
—Oh, Sebastian Verlac —al ver sus expresiones, sonrió—. Mi primo de parte de mi papá. Está por aquí en alguna parte. Como sea, su habitación es la penúltima puerta a la derecha.
—Gracias —dijo Adrian, poniéndose de pie, sólo para detenerse y mirar a Simon—. ¿Estará bien solo aquí arriba?
—Me quedaré con él hasta que llegue Izzy —dijo Alec, encogiéndose de hombros antes de acercar una silla a la cama y sentarse.
Adrian tocó brevemente su hombro antes de seguir a Aline por el pasillo. Si ella había visto el roce, no dijo nada. Adrian era amigo suyo desde hacía años, uno de los pocos niños de su edad que vivían en Idris, pero aún no había salido del clóset con ella. De hecho, no se lo había contado a nadie en Idris. No quería saber lo que haría su padre si se enteraba, y Maryse y Robert no iban a decírselo. Tampoco sabía cómo reaccionaría Aline. Tenía la costumbre de decir cosas ignorantes sin darse cuenta de lo ofensivas que sonaban, lo cual no era sorprendente teniendo en cuenta que se había criado en Idris.
—Me encanta que vengas de visita —decía Aline mientras abría la puerta del dormitorio y le hacía señas para que entrara. La habitación era grande, con dos camas matrimoniales. Se detuvo al ver que sólo había dos camas y sacudió la cabeza, enterrando los nervios que de repente estallaron en su estómago. Su equipaje estaba amontonado en medio de la habitación—. Siempre pasa algo emocionante.
—Bueno, tengo que traerlo conmigo —dijo Adrian, riendo mientras tomaba su mochila y la lanzaba sobre la cama más cercana a las ventanas—, si no me aburriría —Aline se burló.
—Nunca podrías aburrirte conmigo —señaló. Adrian se detuvo, la miró y sonrió. Ella se animó y saltó hacia delante, rodeándolo con los brazos en un abrazo. Él se lo devolvió encantado—. ¿Cómo has estado? —le preguntó cuando él se separó—. Creía que no te vería este año, con todo lo que está pasando.
—Yo tampoco sabía si te vería —admitió—. ¿Sabes de qué será la reunión? —Aline frunció el ceño.
—No lo sé —admitió con el ceño fruncido—, mis padres no me dijeron en sí. Oí que es sobre Valentine, luego que estamos aquí para discutir un nuevo tratado con los subterráneos, discutir una guerra, y luego firmar el décimo Acuerdo —se encogió de hombros—. Ya nos enteraremos.
—Probablemente sea el décimo acuerdo —dijo Adrian, enderezándose un poco—, pasaron como quince años desde que se firmó el último, ¿verdad? —Aline asintió.
—Irónico, teniendo en cuenta que Valentine ha vuelto —ambos guardaron silencio.
La firma de los Nueve Acuerdos fue cuando Valentine atacó por última vez. Si no hubiera sido por Luke y Jocelyn, mucha más gente habría muerto ese día y los Nueve Acuerdos nunca se habrían firmado, al Valentine querer romper la tregua entre los cazadores de sombras y los subterráneos. A Adrian se le revolvía el estómago al pensar que quería volver a hacerlo.
—¿Crees que va a tratar de detenerlo de nuevo? —susurró Aline, siguiendo el hilo de los pensamientos de Adrian.
—No me sorprendería —se encogió de hombros—. Con suerte, volverá a perder —se quedó en silencio cuando oyó pasos en el pasillo. Un momento después, un chico que Adrian nunca había visto antes apareció en la puerta. Se detuvo cuando vio a Adrian.
—Oh —dijo el chico. Adrian lo miró fijamente, con el ceño fruncido. El chico tenía el pelo negro y los ojos del mismo color. Había algo familiar en su rostro, pero Adrian no podía identificarlo. Ladeó la cabeza mientras el chico lo observaba.
—Adrian, este es Sebastian, mi primo —Aline señaló entre ellos—. Sebastian, éste es Adrian Dieudonne —Sebastian enarcó las cejas.
—Eres el hijo del Cónsul.
—Bueno, biológicamente —dijo Adrian antes de poder contenerse. Se aclaró la garganta y luego le ofreció una sonrisa a Sebastian—. Encantado de conocerte —Sebastian le ofreció su propia sonrisa.
—Lo mismo digo —sus ojos se desviaron hacia el brazo derecho de Adrian—. ¿Qué pasó ahí?
—Oh, acabamos de ser atacados por Repudiados en el Instituto de Nueva York —Adrian hizo un gesto con la mano—. No es para tanto.
—¿No es para tanto? —Aline repitió—. ¿Hubo algún herido? —al parecer, ni siquiera se había dado cuenta de su manga rasgada. Probablemente había asumido que toda la sangre era de Simon.
—No mucho —aseguró Adrian—. Bueno, además de Simon y otra mujer que no conoces. Maryse está con la Clave ahora.
Jace apareció detrás de Sebastian, pero él no saltó, a pesar de lo abrupta que fue la aparición de Jace, cuyos brazos estaban llenos de paquetes de carne. La nariz de Adrian volvió a arrugarse.
—¿Algo de ayuda? —pidió Jace, mirando a Adrian.
—Parece que puedes solo —dijo débilmente Adrian. Jace soltó un sonido de impaciencia.
—Creí que Simon era tu amigo...
—También es tu amigo.
—Bueno, entonces —dijo Jace, exasperado, girando sobre sus talones—, vamos a salvar a nuestro amigo.
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