CAPÍTULO VEINTINUEVE
CAPÍTULO VEINTINUEVE
LUZ DE LUNA
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—Hay tres personas y solo dos camas —dijo Jace—, asombroso.
—Adrian levantó la vista de una de las cómodas, donde estaba deshaciendo las maletas, y sonrió al ver a Jace de pie a los pies de una de las camas, con las manos en las caderas. Oyó que Alec se movía en el baño. Dobló uno de sus suéteres dentro de la cómoda y giró hacia Jace, apoyando las manos en la parte superior de la cómoda, detrás de él.
—No suenas asombrado —señaló Adrian, frotando una mano contra su nuca.
Estaba oscuro afuera, era noche en Alacante y eso le hacía sentirse cansado, aunque sabía que aún era de tarde en Nueva York. La repentina descarga de adrenalina de ese mismo día y el salto a través de un portal no habían ayudado. Inclinó la cabeza para estirar el cuello mientras esperaba la respuesta de Jace.
—Porque no lo estoy —la puerta del baño se abrió y Alec salió de ella, pasando una mano por su rostro. Se detuvo al ver el dramático ceño fruncido de Jace—. No quiero despertarme una noche sólo para escucharlos haciéndolo como... —Alec balbuceó, mientras Adrian apenas lograba contener la risa.
—¡Jace! —regañó Alec, con las mejillas enrojecidas. Adrian escondió la sonrisa con la mano, agachando la cabeza para ocultarla más cuando Alec le dio un golpe en el estómago con el dorso de la mano. Adrian atrapó su mano antes de que pudiera retirarla y entrelazó sus dedos. Jace frunció el ceño al ver sus manos unidas y las señaló.
—¿Ven? — se quejó—. No paran de tocarse. No se toquen.
—Okay, primero —dijo Adrian—, sólo hemos salido dos semanas. Ninguno de los dos piensa en sexo todavía —Alec emitió un sonido de vergüenza y soltó la mano de Adrian. Cuando Adrian lo miró, vio que Alec se había dado la vuelta y hundía la cara entre sus manos—. Segundo, tenemos autocontrol. ¿Verdad, Alec? —su sonrisa se convirtió en una mueca cuando Alec emitió otro sonido de vergüenza, este más fuerte que el primero. Rió y volvió a mirar a Jace—. A menos que tú quieras compartir la cama para evitar...
—No —se apresuró a decir Jace, haciendo reír de nuevo a Adrian—. Quiero mi propia cama, gracias.
Jace se tumbó en la cama, estirando bien las extremidades para ocupar todo el espacio y Adrian negó con la cabeza. Sus ojos se dirigieron a la otra cama. Sabía que debía acostarse y tratar de dormir, pero no estaba precisamente cansado, no de la manera que requería el sueño. Dejó escapar un pequeño suspiro.
—Ojalá Clary estuviera aquí —dijo, lanzando una rápida mirada a Jace. Tenía la mirada fija en el techo y el pelo rubio le caía sobre los ojos. Su expresión abierta se había cerrado ante la mención de Clary—, podría hacer que creara una runa para dormir —aún no estaba muy seguro de cómo funcionaba su don. Ella no podía crear runas exactamente, sólo dibujaba las que aparecían dentro de su cabeza. Siempre decía que creía que las runas siempre habían existido, sólo que no estaban en el Códice del Cazador de Sombras.
Adrian le preguntó una vez bromeando si se las enviaban los ángeles y luego ambos se callaron cuando recordaron que Valentine había experimentado con ella y con Jace con sangre de ángel.
—Ella estaría aquí si Jace no hubiera mentido —dijo Alec con suavidad mientras empezaba a guardar sus cosas. Jace parpadeó lentamente y giró la cabeza para mirar a Alec, quien ni siquiera le regresó la mirada. Jace entrecerró los ojos ante eso, se incorporó con un movimiento suave y frunció el ceño.
—Es más seguro que no esté aquí —argumentó. Adrian rodó los ojos ante la excusa y se dejó caer en la cama al lado de su amigo.
—Mientras más usas esa excusa menos me la creo —dijo de vuelta Alec. Jace se sentó, abriendo la boca para continuar hablando. Adrian sacudió la cabeza y aguantó un suspiro.
—No es momento de pelear —dijo, haciendo que ambos se detuvieran y lo miraran. Jace frunció el ceño y se tumbó en la cama. Alec se limitó a meter el resto de su ropa en la cómoda. Miró a los dos, ligeramente divertido. Jace y Alec tenían la costumbre de enfadarse por cosas sin sentido, lo que a veces le divertía y otras veces molestaba—. Ha sido un día largo. Jace, ¿por qué no vas a ver a Simon?
—Izzy está con él —dijo Jace, apoyando un brazo sobre sus ojos.
—Bueno, al menos compruébalo —Jace apartó el brazo de los ojos y miró con el ceño fruncido a Adrian, que a esas alturas ya estaba inclinado sobre él.
—Sólo quieres estar a solas con Alec —acusó. Adrian enarcó una ceja.
—¿Soy tan obvio? —preguntó, ofreciéndole a Jace una pequeña sonrisa. Jace se burló y Adrian le dio un golpecito en la frente. Gritó dramáticamente y rodó lejos de él—. En serio, vete. Ya sabes cómo es Izzy cuando está preocupada, revisa que esté bien —Jace rodó los ojos, pero se levantó y salió de la habitación. Una vez que se fue, Adrian se puso de pie y se acercó a Alec—. En cuanto a ti... —Adrian tomó su mano y tiró de él hacia la puerta—. Ven a caminar conmigo.
—¿Caminar? —preguntó Alec, dubitativo. Lanzó una mirada a la oscura ventana y a la luna que brillaba en el cielo, pero no se resistió mientras Adrian lo arrastraba fuera de la habitación y por el pasillo.
—Nuestros horarios de sueño están jodidos —explicó Adrian mientras descendían por las escaleras—. Es mediodía en Nueva York, lo que significa que ninguno de nosotros va a dormir pronto. Obviamente lo único lógico es pasear por la finca.
—Obviamente —Alec estuvo de acuerdo sarcásticamente, aunque cuando Adrian lo miró, sonreía—. ¿Seguro que no tienes un motivo oculto?
—¿Te importaría si lo hiciera? —preguntó Adrian. Alec no respondió y Adrian no tuvo que mirarlo para saber que se sonrojó. Su sonrisa se ensanchó, pero no insistió más. La verdad era que no pensaba llevar a Alec a un lugar privado sólo para tocarlo, quería pasear con él, aunque no se habría quejado si Alec quería hacer otra cosa. Sacudió la cabeza para despejar el pensamiento de su mente y lo encaró con una sonrisa—. ¿Quieres pasear por la ciudad o volver al jardín?
—Al jardín —decidió Alec con rapidez, deslizando sus dedos entre los de Adrian mientras tomaba la delantera. Aunque la puerta principal estaba más cerca, giró y se dirigió a la puerta trasera. Tuvieron que atravesar la cocina para llegar a ella—. Ahí podemos tener algo de privacidad —Adrian resopló.
—¿Ahora quién tiene un motivo oculto? —se burló, sonriendo cuando Alec hizo el mismo sonido avergonzado de antes. Llegaría un momento en que dejaría de hacer ese sonido. Adrian esperaba que no fuera pronto. Recorrieron el resto del camino hasta la puerta trasera en silencio. Alec se detuvo cuando salieron y contempló sorprendido el jardín.
—No creí que los Penhallow fueran jardineros —dijo como explicación.
Adrian arqueó una ceja y miró el jardín lleno de flores, que sospechaba que pronto empezarían a morir. Era septiembre, pero el otoño se acercaba. Las calles de Nueva York ya estaban cubiertas de hojas marrones y naranjas. Pero Adrian dudaba que se quedaran en Idris el tiempo suficiente para ver el cambio de estación. Más allá de las flores había altos setos que formaban un pequeño laberinto. Aline le contó una vez que sus padres le ponían una venda en los ojos y la obligaban a encontrar la salida utilizando sus otros sentidos, es decir, todos los sentidos excepto el tacto. Ahora era capaz de acercarse sigilosamente a cualquiera, excepto quizás Jace, porque era hiper consciente del ruido que hacía al moverse.
—Es más que nada para que las vean —dijo Adrian—. Bueno, las flores sí. El laberinto se utiliza como ejercicio de entrenamiento. Aparte de eso, a los Penhallow les gusta dar fiestas, y queda mal que su jardín esté muerto. A Aline le gusta. Su amiga Helen la ayuda siempre que puede venir a Idris —Adrian bajó del porche y caminó por los peldaños del jardín, con el brazo estirado hacia atrás. Su mano seguía entrelazada con la de Alec.
—¿Helen?
—Helen Blackthorn —aclaró Adrian, apartando de un puntapié un arbusto muerto. Lo miró con el ceño fruncido. Parecía seco, completamente muerto, aunque el arbusto de al lado parecía normal. Quizá Max lo había arrancado del suelo. Si Maryse o Robert no podían vigilarlo, solía acabar en la mansión Penhallow—. Su familia dirige el Instituto de Los Ángeles.
—Bueno, eso lo sé —dijo Alec, sonando desanimado. Le resultó tan familiar que Adrian volvió a sonreír—. No creía que vinieran aquí tan seguido. ¿La Clave no odia a los Blackthorn?
—Bueno, su lema familiar es una ley mala no es una ley, así que qué crees —Adrian volvió a sonreír, pero esta vez por cariño a la familia. Los conoció a todos el año anterior, incluidos los niños. Recordaba especialmente al bebé, Tavvy, a quien cuidó por Helen cuando ella salió con Aline. También se acordaba de Julian y Emma Carstairs, que acababan cubiertos de barro de pies a cabeza. La sonrisa de Adrian se ensanchó—. Helen no tendría mucho tiempo para venir aquí aunque los Blackthorn fueran bienvenidos. Ayuda a cuidar de sus hermanos, y son seis. Siete, si incluyes a Emma Carstairs. Ven —Adrian vio que los ojos de Alec se abrían de par en par ante la información y enseguida lo arrastró hacia el laberinto. A Alec le fascinaban las otras familias de cazadores de sombras, sobre todo si había tantas, y si estaban tan cerca, lo que no ocurría muy a menudo en su trabajo.
—¿Sabes cómo salir de aquí? —preguntó Alec, mientras daban la vuelta.
—Lo averiguaremos.
Era un laberinto sencillo, pequeño, y en caso de emergencia podían trepar por los setos hasta salir. Por fin llegaron a un callejón sin salida y Adrian giró hacia Alec con una sonrisa de satisfacción. Alec enarcó las cejas.
—Dijiste que no tenías otras intenciones —dijo Alec. Intentó mantener la voz firme, pero Adrian oyó el nerviosismo en su voz. Su compostura cedió un poco cuando Adrian se balanceó una vez sobre los talones y se acercó con las manos entrelazadas detrás de su espalda.
—No —dijo Adrian inocentemente—. No dije eso, tú lo supusiste.
Antes de que Alec pudiera responder, Adrian le puso una mano en la nuca y acortó la distancia entre sus labios. Alec se quedó sin aliento. Dudó un segundo y luego sus manos se posaron en las caderas de Adrian y retrocedió hasta que su espalda chocó contra un seto. Adrian nunca había pensado que tendría a Alec contra algo, sólo había imaginado que simplemente lo correspondería, así que algo en él cambió cuando se dio cuenta de la posición en la que se encontraban. Hundió los dedos en el pelo de Alec y lo besó con más fuerza, tirándole del pelo de la nuca. Adrian tragó el sonido que hizo Alec con otro beso.
No habían hecho más que besarse. De hecho, apretar a Alec contra el seto en mitad de la noche, con sus cuerpos cerca pero no lo suficientemente cerca, era lo más lejos que habían llegado. Sólo llevaban saliendo un par de semanas, aunque los sentimientos existían desde hace mucho, mucho tiempo, así que eso era nuevo. De hecho, todo era nuevo, incluso para Adrian. Nunca había estado enamorado de la persona con la que hacía esto. Oliver había sido lo más cerca que había estado, y tocar a Oliver fue intenso, pero esto era diferente. Más, de alguna manera. Quería perderse en él, en el cuerpo de Alec, en su tacto y en sus besos.
Alec debió de sentir lo mismo, porque ninguno de los dos notó que los miraban hasta que la persona habló.
—Oh —la voz era vacía, incluso teñida de sorpresa.
Adrian se apartó de Alec con tanta violencia que casi tropieza con sus propios pies, pero por suerte consiguió mantener el equilibrio. Una vez que lo hizo, sus ojos se dirigieron a la boca del callejón sin salida en el que se encontraban. Sebastian estaba allí, con las manos en los bolsillos, mirándolos a ambos con una expresión de calma que hizo que Adrian se sintiera cansado. Se quedó mirando a Sebastian durante un buen momento antes de que una repentina oleada de enojo lo invadiera.
—¿Qué demonios haces aquí? —preguntó. No tenía fuerzas para mirar a Alec, probablemente estaba mortificado, y Adrian no quería llamar la atención de Sebastian.
—Podría hacerte la misma pregunta —señaló Sebastian—, pero puedo averiguarlo yo mismo —Adrian lo miró con el ceño fruncido. Sebastian parecía diferente de cuando se habían conocido antes. Fue suave, abierto, educado, pero ahora era cerrado, sin emociones. Tal vez era homofóbico, pero no parecía disgustado. Parecía calculador, como si se hubiera topado con algo interesante, pero no tanto. Sebastian ladeó la cabeza, curioso—. ¿Quién más lo sabe?
—Amigos y familia — dijo Adrian, con voz fría mientras cruzaba los brazos sobre el pecho. Era la verdad, pero en cierta parte. No todos sus amigos lo sabían, como Aline y Helen, y sus padres, desde luego, tampoco. Adrian se dio cuenta horrorizado, de que si su padre se enteraba, Malachi probablemente lo sacaría del Instituto de Nueva York y lo obligaría a vivir en Idris, donde podrían vigilarlo. Tal vez lo enviaría a otro lugar, como al Instituto de Dubai, con la excusa de su año de viaje. Iba a cumplir dieciocho años en enero, no sería exagerado—. ¿Por qué quieres saber?
Algo apareció en el rostro de Sebastian.
—Sólo me lo preguntaba.
—No se lo digas a nadie —dijo Adrian apretando los dientes—. Métete en tus asuntos y no se lo digas a nadie —su voz sonó más aguda de lo que pretendía. Algo más apareció en su rostro, algo más oscuro, pero desapareció tan pronto como apareció. Sebastian se encogió de hombros.
—Bien. Igual no iba a hacerlo —Adrian tuvo la sensación de que Sebastian iba a guardar su secreto no por amabilidad, sino porque lo consideraba información inútil. Adrian aceptó sus palabras con un movimiento de cabeza y un segundo después, Sebastian se fue. Adrian soltó un suspiro tembloroso en cuanto se fue.
—Por el Ángel —jadeó, agachándose a la altura de los desechos y tomándose un momento para recomponerse.
Nunca había salido del clóset en Idris. Había permanecido dentro firmemente, y siempre que alguien le preguntaba si tenía novia, solo reía y decía algo para cambiar de tema. No vivía allí y era más seguro llamar la atención lo menos posible.
Pero llevaba tanto tiempo fuera de casa que había olvidado el miedo repentino y sofocante que le producía la amenaza de ser descubierto.
Cuando Adrian se enderezó, vio que Alec lo miraba fijamente, preocupado.
De repente, Adrian se dio cuenta de que Alec no tenía mucho que temer de Idris. Claro que podía ser descubierto, pero también podría volver a casa en unas semanas. No tenía la amenaza de ser echado. No tenía a Malachi Dieudonne como padre. Robert era horrible la mayor parte del tiempo, pero Adrian dudaba que dejara que alguien le pusiera un dedo encima a Alec. A pesar de sus defectos, el hombre amaba a sus hijos, a diferencia de Malachi.
—¿Estás bien? —susurró Alec. Adrian asintió y Alec cambió rápidamente de tema—. ¿Qué diablos hacía él aquí?
—¿Importa? —Alec se encogió de hombros.
—Tal vez nos siguió.
—Tal vez...
—No sé, algo en él es... raro —Alec lo miró con el ceño fruncido. Adrian sacudió la cabeza y esbozó una sonrisa—. Supongo que estoy nervioso. No esperaba que nadie... —Volvió a sacudir la cabeza, esta vez con más fuerza—. Está oscuro y le grité, probablemente sólo fue eso —se refería a la mirada oscura que apareció brevemente en el rostro de Sebastian, pero por supuesto Alec no lo sabía, tal vez ni siquiera se dio cuenta. Había aparecido y desaparecido en un abrir y cerrar de ojos. Adrian ni siquiera estaba seguro de haberla visto.
—No estoy acostumbrado a verte antipático —dijo Alec después de un momento, aligerando el tema y haciendo reír a Adrian más por alivio que por humor. Cuando empezaron a salir del laberinto, Alec añadió—. Es raro.
—Idris puede sacar lo peor de cualquiera.
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Adrian entró arrastrando los pies en la cocina a las diez de la mañana siguiente, con bolsas oscuras bajo los ojos y el cansancio pesándole sobre los hombros. Ninguno de los dos pudo conciliar el sueño hasta que el sol apareció en el cielo. Adrian no durmió más de cuatro horas antes de que Alec se levantara y los sacara a él y a Jace de la cama. Incluso había recurrido a la ayuda de Isabelle, que se las arreglaba para lucir impecable a pesar de haber dormido tan poco.
En realidad, Adrian pensaba secretamente que tener buen aspecto a pesar de la situación era un rasgo Lightwood, porque Alec se veía perfecto. Apenas se le notaban las ojeras y no arrastraba los pies como Jace y Adrian. Adrian apoyó los brazos en la isla de la cocina y miró con dureza a Alec, que no reaccionó a la mirada. Se limitó a deslizar una taza de café sobre el mármol.
—Te odio —dijo Adrian, con voz ronca.
Alec se detuvo, con la taza a medio camino de sus labios y miró incrédulo a Adrian.
—¿Qué?
—¿Cómo...? —Adrian comenzó, pero terminó tartamudeando—. ¿Cómo puedes verte tan...? Te odio —agitó una mano en el aire, indicando el aspecto de Alec y la forma en que se comportaba. Los labios de Alec se movieron, divertidos, pero logró contener la risa.
—Cállate y toma tu café —se burló Alec—. Te sentirás mejor con cafeína.
—Soy tu novio —refunfuñó Adrian mientras se llevaba la taza a los labios—, ya no puedes callarme —Alec volvió a burlarse, esta vez haciendo ademán de rodar los ojos. Adrian sonrió.
—Iré a Angel Square —dijo Alec, cambiando de tema. Adrian enarcó una ceja y dejó su café a medio terminar—. ¿Quieres venir?
—¿Por qué vas?
—Necesito una chaqueta nueva. Y quería comer algo, ver las otras tiendas de la plaza... —estaba a punto de divagar. En cuanto Adrian se dio cuenta, lo interrumpió.
—Alexander Lightwood —dijo Adrian—, ¿me estás invitando a una cita? —Alec se mordió el labio y ladeó la cabeza.
—¿Ir de compras puede considerarse una cita?
—Yo lo considero una cita.
—Entonces supongo que es una cita.
Adrian sonrió.
—Eres lindo —murmuró, viendo cómo Alec lanzaba una mirada exasperada al techo. Había dejado de sonrojarse con sus cumplidos, Adrian se preguntó desde cuándo.
—Somos cazadores de sombras —refunfuñó—. No somos lindos.
—Acabas de decirle a tu novio en la cara que no es lindo, espero estés orgulloso —Alec rió. Adrian sacudió la cabeza y tomó la otra taza que había sobre la encimera y sabía para quién era—. Le llevaré a Izzy su café y luego podemos irnos. Nos vemos afuera.
Alec asintió, dio un beso rápido en la mejilla de Adrian y salió de la cocina. Adrian lo siguió y se separaron en las escaleras. Isabelle seguía en la habitación de Simon, se había quedado dormida en la silla que había colocado junto a su cama. Estaba sentada en ella con los pies metidos debajo cuando Adrian entró.
—¿Cómo está? —preguntó Adrian mientras le entregaba el café. Isabelle suspiró aliviada cuando lo tomó.
—Bien —dijo después de dar un gran trago—, debería despertar pronto —Adrian asintió.
—¿Estarás bien aquí sola? —Isabelle asintió, luego frunció el ceño e inclinó la cabeza para mirarlo.
—¿A dónde vas?
—A la plaza con Alec —dijo. Ella esbozó una sonrisa.
—¿Como una cita? —preguntó, sonando tan emocionada que Adrian tuvo que reprimir una carcajada. Se acomodó en la silla con una sonrisa de satisfacción—. Me alegro por ti. Me alegro por los dos. Antes se hacían felices el uno al otro, pero ahora... —sacudió la cabeza con leve incredulidad—. Te amo, Dri.
—Yo también te amo, Izzy —dijo él, inclinándose para plantarle un beso en la cabeza. Ella tarareó mientras él se enderezaba, aún sonriente—. ¿Quieres que te traiga algo?
—Uno de esos increíbles pasteles de la panadería Rosewell sería increíble —suspiró—. Sabes lo mucho que me gustan. Puede que comparta contigo cuando vuelvas —Adrian rió.
—Enseguida. Volveremos en unas horas —se dio la vuelta para marcharse, pero se detuvo cuando Isabelle dijo su nombre. Se había removido en la silla y lo miraba con los ojos muy abiertos, con los dedos tamborileando nerviosamente junto a la taza. Él la miró con el ceño fruncido—. ¿Izzy?
—¿Recuerdas la batalla en el barco? —empezó ella. Adrian enarcó una ceja.
—Difícil de olvidar —dijo—, casi muero en la cama de un camión flotante.
—Me refiero a durante la batalla real, antes de que nos separaran —Isabelle ladeó la cabeza y se quedó pensativa—. Somos un buen equipo, ¿verdad? —Adrian parpadeó y también inclinó la cabeza.
—Siempre lo hemos sido —murmuró—. ¿A qué quieres ir con esto?
—Bueno, Alec nos preguntó por qué no éramos parabatai y... —Isabelle se encogió de hombros. Estaba tensa, sus dedos seguían tamborileando nerviosamente. Adrian abrió la boca, la cerró y frunció el ceño.
—Creía que no querías uno —dijo, aunque sonó como una pregunta.
—No es que no quisiera uno —corrigió Isabelle, frunciendo el ceño. Parecía que ya lo había pensado antes y que acababa de armarse de valor para sacar el tema—, sólo que mi madre me crió para ser independente y rechazar ayuda aunque la necesite, pero ahora me doy cuenta de que no es una buena mentalidad. Y cuando casi moriste, debí haber estado allí para matar a ese demonio antes de que te tocara. Debí haber estado allí para curarte y debí haber estado en la parte trasera de la camioneta ayudando a Magnus, a Alec y a Ollie en lugar de ser una inútil —se le quebró la voz con la última palabra y se dio la vuelta rápidamente, tragando saliva. Adrian sabía que no debía acercarse, a veces Isabelle necesitaba a alguien que la consolara, y a veces no quería que la gente la viera débil. Cuando se dio la vuelta, era lo segundo. Cuando finalmente recuperó la compostura, todo lo que dijo fue—. Mi orgullo no vale tu vida.
—Izzy —susurró Adrian, acercándose—. Isabelle, no eres responsable de mi vida.
—Pero no me importaría serlo —dijo ella, y sus palabras dejaron a Adrian sin habla. Ella se giró cuando él no respondió y lo miró con ojos brillantes—. ¿No harías tú lo mismo? —Adrian negó con la cabeza.
—Moriría por ti, Izzy —dijo de inmediato—, y lo sabes.
—Exacto —exclamó ella, poniéndose de pie, la taza de café olvidada a los pies de su silla. Ni siquiera había notado que se inclinó para dejarla en el suelo—. Ya somos prácticamente parabatai, así que ¿por qué no hacerlo oficial? Ya estamos en Alacante, podemos hacerlo mientras estamos aquí y hacer una gran fiesta. A los dos nos encantan las fiestas. Podríamos planear hasta el último detalle —Adrian se quedó sin habla.
—¿No hay un montón de pruebas y procedimientos que tenemos que hacer? —tartamudeó.
—No necesariamente, aún somos menores. La Clave tendría que aprobarnos, hacernos unas preguntas y luego ya podríamos irnos —Adrián guardó silencio un momento.
—¿Segura que no es una decisión impulsiva? —preguntó al fin, enarcando una ceja—. Casi muero, y con Simon... —lanzó una mirada preocupada por encima del hombro de Isabelle. Simon seguía inconsciente, pero respiraba, y el poco color que aún tenía en las mejillas desde que se convirtió en vampiro estaba volviendo.
—¿No quieres ser mi parabatai? —preguntó Isabelle, su expresión cayendo. Adrian negó inmediatamente con la cabeza.
—No es eso —se apresuró a tranquilizar—, solo no quiero que hagas algo de lo que te arrepientas sólo porque tengas miedo de no poder protegerme. Ser parabatai es permanente, Isabelle —ella frunció el ceño y retrocedió.
—Tal vez... tengas razón —susurró, empujando un mechón de cabello detrás de su oreja. Parecía avergonzada y Adrian la abrazó de inmediato. Ella le devolvió el abrazo con un suspiro y él apoyó la barbilla en su cabeza.
—Escucha —murmuró—, cuando todos estemos a salvo y estos sentimientos y miedos intensos se hayan calmado y estemos de vuelta en casa, podrás tomar una decisión. Si todavía quieres, puedes exigirme que haga la ceremonia contigo cuando quieras y lo haré, te lo aseguro al cien por ciento. ¿Te parece bien? —Isabelle asintió. Adrian volvió a besarle la cabeza—. Te amo, Izzy.
Ella suspiró y se separó. Volvió a sonreír, por suerte.
—Yo también te amo, Dri. Ahora ve a tu cita. Y no olvides mi comida.
Alec enarcó una ceja cuando Adrian se acercó a él unos minutos después.
—¿Todo bien? —preguntó.
—Sí, te lo contaré en el camino —dijo Adrian con una sonrisa, inclinando la cabeza en dirección a la plaza—. Vamos.
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