CAPÍTULO VEINTIDOS
CAPÍTULO VEINTIDOS
LA LEY ES LA LEY
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Terminaron pidiendo dos taxis, uno para la Inquisidora, Maryse y Robert, y el otro para Isabelle y Adrian. Adrian esperaba que Maryse le dijera al conductor la dirección de Magnus, pero se sorprendió cuando escuchó decirle una dirección en el norte del país. Confundido, Adrian miró interrogante a Isabelle, quien solo se encogió de hombros, sin saber a dónde iban tampoco. Eso explicaba por qué iban por Jace. Si dejó el apartamento de Magnus, entonces Magnus lo llevó a algún lado o se fue sin permiso. La cabeza de Adrian dolía de solo pensarlo. Jace seguía siendo prisionero, sin importar cuánto desearan lo contrario. Era fácil olvidar, después de todo, que Jace podía caminar libremente por el apartamento, sin esposas en las muñecas ni en los tobillos.
Durante el trayecto, Isabelle decidió poner a Adrian al corriente de las cosas que habían sucedido en los pocos días que había decidido aislarse del mundo. Resultó que podía pasar mucho en poco tiempo.
Adrian no supo cuánto tiempo pasó hasta que el taxi se detuvo frente a una larga hilera de árboles. Adrian siguió a Isabelle a la salida, buscando en los lindes del bosque hasta que encontró un camino de tierra. Allí había un cartel que decía Granja de las Tres Flechas, con flores descoloridas pintadas debajo de las palabras. El letrero tenía forma de flecha y apuntaba hacia la carretera. Miró hacia abajo y se alegró de ver una casa al final, rodeada de montañas y más árboles.
Maryse indicó a los dos taxis que esperaran antes de que ella, Robert e Imogen se pusieran en marcha por el camino de tierra. Adrian e Isabelle los siguieron y Adrian contempló la granja, sonriendo ante el porche delantero con dos mecedoras blancas. Casi cada centímetro del porche estaba cubierto de macetas, aunque las flores parecían necesitar un poco de agua. El terreno era mucho más grande de lo que Adrian había pensado en un principio; vio que había hectáreas y hectáreas de tierra que se extendían detrás de la granja. Estaba seguro de que había un granero en alguna parte.
Se preguntó por qué no había animales, pero entonces notó la camioneta de Luke. Era el lugar perfecto para convertirse en hombre lobo. Estaba aislado, el terreno era espacioso y había un granero en el que podía encerrarse si había humanos alrededor.
Adrian dejó escapar un suave suspiro.
—Algún día quiero vivir en un lugar así —le dijo a Isabelle mientras caminaban por el sendero. Imogen, Robert y Maryse parecían aún más tensos que antes, pero Adrian estaba relajado. Isabelle observaba el entorno asombrada. A ambos les recordaba a Idris. Aunque a Adrian no le importaba la gente que poblaba Idris, podía admitir que su ciudad natal era hermosa.
—¿No vivirás en el Instituto? —preguntó Isabelle mientras recorría con la mirada la camioneta de Luke. La reconoció después de un momento, y luego se permitió sonreír. Los dos habían visto a Luke pocas veces, pero les había caído bien, era tan diferente de los adultos que los habían criado. Ambos envidiaban a Clary por él, aunque no lo admitirían a nadie más que al otro.
—El Instituto no es un hogar —dijo Adrian, pasándole un brazo por los hombros y atrayéndola hacia él. Ella sonrió y le rodeó la cintura con los brazos, dándole un pequeño apretón—. Es un lugar de trabajo. ¿Pero esto? Esto es un hogar —Isabelle miró el lugar una vez más antes de asentir lentamente.
—Tienes razón —reconoció con voz tranquila. Su mirada estaba fija en las mecedoras en el porche—. Sería lindo sentarse y solo leer, rodeada de pura tranquilidad.
—¿Leer qué? ¿Uno de tus libros de ciencia? —sonrió Adrian. Isabelle resopló y dejó ir a Adrian para cruzar los brazos sobre su pecho.
—Tal vez.
—Nerd —Isabelle trató de parecer enojada, pero no pudo evitar la sonrisa que crecía. Eventualmente, dejó salir una suave risa y entrelazó sus brazos.
—¿Qué harías tú? —preguntó ella. Adrian lo pensó un momento y se encogió de hombros.
—No lo sé —admitió, regresando la mirada a las plantas—. Plantaría un jardín —no hablaba demasiado de lo mucho que le gustaban las plantas, sobre todo porque cada vez que lo hacía, su padre se enteraba y entonces tenía que soportar sermones y largas cartas a las que se veía obligado a responder. Todos ellos insistiendo una y otra vez en la formación y fracasando a la hora de encubrir el hedor de lo que creían que era la masculinidad. Adrian no podía imaginarse tener una masculinidad tan frágil que no pudiera soportar que un guerrero plantara flores en su tiempo libre.
—Tenemos un invernadero —señaló Isabelle y Adrian frunció el ceño.
—El invernadero me recuerda a Hodge —admitió él. La ausencia de Hodge era algo que intentaba olvidar, pero era difícil no darse cuenta cuando estaba tan acostumbrado a ver a Hodge preparándose una taza de café por la mañana, o a ver a Hugo, el cuervo mascota de Hodge, escondido en las vigas. Aunque los traicionó, Adrian seguía extrañándolo—. Además, ni siquiera se me permite usarlo, tus padres me prohibieron pasar tiempo allí, ¿recuerdas? Decían que desperdiciaba mi potencial cuidando plantas y plantando flores —sonriendo, alzó un poco la voz cuando añadió—. Sinceramente, creo que la masculinidad tóxica de Robert no pudo soportarlo —en realidad, probablemente sólo lo prohibieron por órdenes del padre de Adrian, pero era divertido irritar a Robert.
—Estoy segura de que pueden oírnos —señaló Isabelle, tratando de ocultar su sonrisa cuando Maryse les lanzó una mirada fría por encima del hombro. Robert no había mordido el anzuelo. Hacía tiempo que había aprendido que discutir con Adrian era inútil. Le gustara o no, Adrian seguía siendo el hijo del Cónsul, y aunque probablemente todos en aquella familia sabían que no había amor entre padre e hijo, Robert y Maryse seguían sin querer arriesgarse a que Adrian se pusiera en contacto con Malachi si decían algo equivocado.
Eso demostraba lo poco que sabían de Adrian, porque no se habría acercado a su padre ni en las circunstancias más terribles. Él ciertamente no le hablaría sólo para ser mezquino. La única vez que lo consideraría sería si uno de sus seres queridos estuviera en peligro y no tuviera otra opción. Tal vez Maryse estaría incluida en eso, porque a pesar de los sentimientos conflictivos de Adrian hacia ella, ella había estado allí para él mientras crecía. Robert era otra historia.
—Bien —dijo Adrian. Al ver que los hombros de Maryse y Robert se tensaban, aceleró el paso para alcanzarlos. Las palabras brotaron antes de que pudiera detenerlas—. Saben, son bastante críticos para ser gente que se unió a una secta racista —Robert y Maryse se detuvieron bruscamente. Adrian podría haber jurado que oyó sus respiraciones salir de sus pulmones. Incluso Imogen se detuvo y giró hacia Adrian con una ceja levantada. No hizo nada para detenerlo—. ¿O su tiempo cazando subterráneos y masacrándolos en docenas es una de las muchas cosas que ignoran con la esperanza de que desaparezca? —el silencio siguió sus palabras. La ira crecía rápidamente en su pecho. Seguía recordando a Oliver, seguía recordando las palabras que le había dicho a Adrian cuando este le había confirmado que Valentine había vuelto.—. Tengo un amigo que tuvo que crecer sin sus padres. ¿Quieren saber por qué? El Círculo los mató. Tenían un hijo de tres años en casa y sus amigos los mataron. O tal vez ustedes dos los mataron. ¿Estaban allí? Fue en Boston, el 3 de marzo de 1991. Sé que ambos aún eran parte del Círculo en 1991. ¿Recuerdan sus nombres? ¿O siquiera se molestaron en aprenderlos? —cuando volvió a recibir silencio, su voz se alzó un poco al escupir—. Lorenzo y Mariana López.
—Suficiente, Adrian —gruñó Robert, dando la vuelta. Más palabras murieron dentro de la garganta de Adrian al ver su expresión. Aunque le encantaba molestar a Robert, nunca lo había hecho enojar de verdad, sólo lo molestaba. Robert era un hombre corpulento y Adrian no pudo evitar apartarse de él, acercándose a Isabelle, que tenía la mandíbula apretada. Estaba mirando a sus padres, en especial a Robert. También había empezado a entablar amistad con Oliver, ya que todos parecían pasar mucho tiempo en casa de Magnus. Sabía de qué amigo hablaba Adrian.
—No, déjenlo hablar —dijo Imogen, haciendo que los cuatro la miraran sorprendidos. Adrian soltó un suspiro de alivio al recordar cuánto despreciaba Imogen Herondale a Valentine y al Círculo. No estaba seguro de por qué, ya que parecía tan prejuiciosa como cualquier otro cazador de sombras, así que supuso que ella también había perdido a alguien por su culpa. No sólo habían muerto subterráneos gracias al culto de Valentine—. Su desprecio y odio hacia el Círculo y sus miembros es lo único en lo que podemos estar de acuerdo.
—Antiguos miembros —dijo Maryse, con voz fría como el hielo. Imogen la miró sin impresionarse.
—No renunciaste a ese Círculo hasta que supiste que Valentine no se preocupaba en realidad por ti —dijo Imogen, sonando casi aburrida, aunque la frialdad seguía ahí—. No porque pensaras que tus acciones estaban mal. El tiempo no me ha hecho olvidar tus pruebas bajo la Espada del Alma, Maryse Lightwood. Harás bien en recordarlo —con eso, Imogen se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la granja de nuevo, poniendo fin a la conversación.
Compartiendo una mirada con Isabelle, la tomó de la mano y se apresuró a pasar junto a los aún congelados Maryse y Robert, llegando a la puerta justo a tiempo para que Imogen echara la mosquitera hacia atrás y llamara a la puerta. Unos instantes después, Luke respondió, con vendas blancas colocadas en varias partes del cuerpo. Una de ellas sangraba y su piel morena parecía cenicienta, como si estuviera enfermo. Parecía apoyar su peso en el marco de la puerta. Los ojos de Adrian se abrieron de par en par ante aquella visión, antes de apartar educadamente la mirada y sonreírle.
—Hola, Luke —saludó con la mano. Luke había palidecido al ver a Imogen, pero se relajó al ver a Adrian e Isabelle. La tensión voló de sus hombros cuando les sonrió—. ¿Cómo has estado? —miró con recelo los vendajes. Por lo general, los hombres lobo se curaban con rapidez, a menos, claro, que fueran demonios quienes los hubieran herido. Teniendo en cuenta que el Instituto no había recibido ningún informe, Adrian intentó no expresar sus preocupaciones con la Inquisidora a su lado. Se preguntó si alguno de los adultos que estaban detrás de él se había dado cuenta de que Luke estaba herido.
Luke volvió a sonreír.
—Hola, Adrian. No te he visto por aquí últimamente —Adrian tomó eso como una señal de que Luke estaba bien, curándose, aunque un poco débil, así que se permitió calmarse.
—Lo siento, he estado... ocupado —Alec apareció en su cabeza, pero rápidamente lo hizo a un lado—. Pero me pasaré pronto por tu tienda. Por cierto, terminé de leer los libros que me diste —estirándose sobre las puntas de los pies, miró por encima del hombro de Luke cuando oyó voces en voz baja—. ¿Puedo pasar? —Luke se hizo a un lado y le hizo señas para que pasara. Adrian sonrió y se deslizó dentro, riendo cuando Luke bloqueó la entrada antes de que nadie más pudiera entrar. Isabelle frunció el ceño y le sacó la lengua por encima del brazo de Luke, luego se encogió de hombros y simplemente se agachó bajo él. Luke la dejó, con los ojos fijos únicamente en Imogen, Robert y Maryse.
Entraron al salón. Clary, Jace, Magnus y Alec estaban allí, todos de pie. Probablemente se habían puesto de pie en cuanto oyeron que alguien llamaba a la puerta. Adrian se detuvo y cruzó los brazos sobre el pecho. Sus ojos se posaron en Alec, que apartó la mirada. Adrian ya se arrepentía de las palabras que le había dicho a Alec aquella mañana. No habían sido justas, ahora lo sabía, pero como tenían público, decidió disculparse más tarde, cuando no hubiera miradas indiscretas. Y cuando Maryse y Robert no estaban lo suficientemente cerca como para escuchar.
—¿Cuándo planeaban decirme que Simon se convirtió en vampiro? —decidió decir Adrian, rompiendo el corto y tenso silencio. Sentía que todos estaban tensos, no solo él y Alec. Se preguntaba en qué se habían mentido—. Me enteré porque Izzy me lo contó en el camino —Isabelle asintió a su lado—. Tengo que admitir que me siento excluido.
—Bueno, estaba ocupado siendo prisionero —dijo de inmediato Jace, ganando miradas descontentas de parte de Clary y Alec, mientras Magnus lo miraba con diversión.
—Una pésima excusa —dijo Magnus. Su mirada se dirigió a Adrian—. Estaba ocupado curando a Luke y a Maia. Te lo habría dicho esta mañana, pero parecías bastante alterado. Y antes de que preguntes, Oliver sintió que no le correspondía decirlo, ya que no conoce bien a Simon —Adrian frunció el ceño.
—Lo encontré muerto —dijo Clary, lo cual, era justo.
—Y no me hablabas —señaló Alec. También era algo justo, pero no significaba que doliera menos.
Adrian abrió la boca para disculparse, decidiendo que tener público no era lo peor, cuando Maryse irrumpió en la habitación. Adrian apretó los labios y rodó los ojos hacia el techo. Se quedó helado cuando vio a Alec, que se había quedado quieto en cuanto Robert e Imogen entraron detrás de ella. Se sentó en el sofá. Extrañamente, no parecía asustado al verlos. En realidad parecía... decidido a algo. Adrian lo miró con el ceño fruncido.
—¿Alec? —preguntó Maryse, sorprendida de verlo en la sala de estar de un hombre lobo. Adrian apretó los dientes—, ¿Qué demonios haces aquí? —al levantar la vista, Alec sorprendió a todos cuando se levantó del sofá con la misma rapidez con la que se había sentado. Adrian, con los ojos desorbitados, fue inmediatamente al lado de Clary, notando cuando ella se puso rígida.
—Tengo algo que decirles —dijo Alec y Clary soltó un quejido.
—Oh no —susurró Jace, igual de cauteloso que Clary. Incluso Magnus parecía preocupado, frunciendo el ceño. Adrian miró entre los tres, ansioso.
—Estoy interesado en alguien —anunció Alec, logrando que Adrian lo mirara fijamente—. Y no es cualquier persona, es...
Magnus chasqueó los dedos y Alec colapsó en el suelo, inconsciente. Jace tenía una mano presionada contra sus labios y Clary se veía culpable.
—¿Qué... acaba de pasar? —Adrian le susurró a ella mientras Maryse, Isabelle y Robert se apresuraban a arrodillarse junto a un inconsciente Alec. Clary hizo una mueca.
—Dibujé la runa Intrépida en él y no desapareció antes de que llegaran —susurró. Las cejas de Adrian se levantaron.
—¿La runa Intrépida? —balbuceó, manteniendo la voz baja—. Clary, no tenemos una runa para ser intrépidos.
—Ahora sí —murmuró Jace. Adrian se confundió aún más y Clary palmeó su brazo levemente.
—Lo explicaré luego —prometió ella. Adrian solo dejó el tema cuando escucho a Alec quejarse. Dio la vuelta justo a tiempo para verlo incorporarse hasta sentarse. Adrian quería acercarse, pero su familia estaba con él, no podría haberlo hecho aunque quisiera.
—¿Qué fue eso? —preguntó Isabelle una vez que Alec estuvo de pie. Alec parpadeó lentamente y la miró confundido.
—¿Qué fue qué? —preguntó. Cuando nadie respondió, sus ojos se abrieron mucho—. Espera, ¿dije algo? —sonó ansioso de nuevo. Al parecer, la runa Intrépida había desaparecido.
—¿Recuerdas que te preguntabas si eso que Clary hizo funcionaba? —intervino Jace—. Pues sí funciona —los ojos de Alec se abrieron aún más, luciendo horrorizado.
—¿Qué dije? —preguntó él.
—Dijiste que estabas interesado en alguien —le recordó Robert.
—Por qué parece que... —Maryse agitó una mano en el aire. Magnus aclaró su garganta y le sonrió de manera amable.
—Toxinas demoníacas —mintió con facilidad, restándole importancia—, estará bien —Adrian entrecerró los ojos, comenzando a sentirse mucho más excluido. Si tan solo se hubiera quedado con Alec en la mañana, entendería todo a lo que se referían antes de que la Inquisidora llamara. Frunció el ceño y cruzó los brazos cuando los ojos de Maryse se abrieron mucho, alarmada.
—¿Toxinas demoníacas? —la voz de Maryse se elevó—. Nadie informó de un ataque demoníaco al Instituto. ¿Qué está pasando aquí, Lucien? —se dirigió entonces a Luke, que estaba de pie cerca de la entrada de la sala de estar, intentando mantenerse lo más alejado posible del drama de los cazadores de sombras. Adrian no lo culpaba—. Sabes perfectamente que si hubo un ataque demoníaco, se supone que tienes que informar...
—Luke también fue atacado —interrumpió Clary, con voz fría—. Ha estado inconsciente —Imogen emitió un sonido grave, atrayendo la atención de todos hacia ella, que no parecía muy contenta con la situación.
—Qué conveniente —se burló—. Todos están inconscientes o aparentemente delirando —le dirigió a Alec una mirada que lo hizo retroceder y volver a sentarse en el sofá. Adrian no lo culpó por querer desaparecer. Imogen dirigió su mirada ardiente e implacable a Magnus, quien no pareció ni siquiera un poco intimidado. En todo caso, estaba aburrido. Después de un momento, giró para mirar a Luke—. Subterráneo, sabes perfectamente que Jonathan Morgenstern no debería estar en tu casa. Debería estar al cuidado del brujo —Luke abrió la boca para responder, pero Magnus ya estaba interviniendo, con una voz aún más fría que la de Clary, o incluso que la de Adrian cuando arremetió contra Robert y Maryse antes.
—Tenemos nombres —dijo, con voz peligrosamente tranquila. Intentaba mantener el rostro impasible, aburrido, pero Adrian notó que le costaba—. Son Luke y Magnus, no 'subterráneo' y 'brujo'. Y no había nada en mi contrato que dijera que no podía llevarlo conmigo si iba a alguna parte.
—No fue en eso en lo que fallaste —dijo Imogen con frialdad, volviendo a mirar a Magnus, que levantó la barbilla y recibió la mirada sin inmutarse. Adrian lo admiraba por eso. Le habría encantado ver a Magnus poner a Malachi Dieudonne en su lugar. Adrian tenía la sensación de que su padre era mucho más débil que Imogen Herondale—. Tu fallo fue dejarlo ver a su padre anoche —un silencio absoluto siguió sus palabras. Incluso Magnus pareció sorprendido, aunque trató de ocultarlo. Imogen giró rápidamente hacia Jace, que miraba al suelo con expresión indescifrable—. Di la verdad, muchacho, y todo esto será mucho más fácil —Jace apretó la mandíbula antes de levantar la cabeza y encontrarse con la mirada de ella.
—No tengo nada que decirle —habló. La mandíbula de Imogen se apretó y dio un paso al frente.
—Cuéntanos dónde estuviste anoche —ordenó—. Cuéntanos sobre el preciado bote de Valentine —Jace no respondió, solo la miró. Imogen hizo un sonido de disgusto y habló por él—. Valentine está en un bote en medio de East River.
—Por eso no pude encontrarlo —dijo Magnus, su rostro reflejando realización y frustración al no haberse dado cuenta por sí mismo—. El agua intervino en mi hechizo de rastreo.
—¿Qué está haciendo él ahí? —preguntó Robert.
—Pregúntale a Jonathan —dijo Imogen, aún mirando con enojo a Jace—, él fue allí anoche —de nuevo, hubo un silencio. Todos miraban a Jace ahora.
Adrian recordó el compromiso de la Reina Seelie. Si Jace le hacía una simple pregunta a Valentine, entonces podían contar con el apoyo de la Corte Seelie cuando eventualmente encararan a Valentine en una guerra. Adrian no creyó que Jace buscaría a Valentine intencionalmente, pensó que Jace esperaría a que Valentine lo encuentre. La pregunta de cómo lo encontró los invadió. Imogen pareció saber la respuesta que todos esperaban, así que suspiró y habló:
—Vacía los bolsillos de tu chaqueta —la mandíbula de Jace se apretó, ya que no podía desobedecer una orden directa de la Inquisidora, y sacó un pequeño trozo de lo que parecía ser un espejo. Adrian vio un destello de cielo azul del espejo desde donde estaba en las manos de Jace.
—Dámelo —Imogen no lo esperó, solo lo arrebató de sus manos, dejando un largo corte en ellas. Jace apretó la mano en un puño, sin decir nada ante el corte—. Sabía que volverías al Instituto por esto —sonaba complacida ahora.
—¿Qué es? —exigió Robert.
—Un pedazo de un Portal en forma de espejo —explicó Imogen, girando el espejo en sus manos—. Cuando el Portal fue destruido, la imagen de su último destinatario permaneció. En este caso, era la casa de campo de los Wayland —la mirada de Adrian volvió a Jace, así que se sobresaltó cuando Imogen rompió el espejo al dejarlo caer al suelo, sin esperar el repentino sonido. Clary se sobresaltó también, estremeciéndose junto a Jace. Imogen se arrodilló y sacó un pequeño trozo de papel de entre las piezas. Se puso de pie y lo levantó para que todos lo miraran—. Dibujé una runa de rastreo en un papel y lo deslicé entre el espejo y su soporte —notando la postura rígida de Jace, ella sonrió—. No te sientas mal por no notarlo, mentes más sabias y mayores que tú han sido engañadas por la Clave.
—Me estuvo espiando —Jace dijo a través de sus dientes apretados—. Es lo que hace la Clave, invadir la privacidad de sus cazadores de sombras para...
—Ten cuidado, Jonathan —dijo fríamente Imogen, soltando el papel, que cayó al suelo—. No eres el único que ha roto la Ley. Al salvarte de la Ciudad Silenciosa y del control del brujo tus amigos lo han hecho también —Adrian, Clary, Alec y Jace se congelaron. Luke y Magnus se miraron en silencio sin decir ninguna palabra. Incluso Maryse y Robert estaban sorprendidos. Para su mayor sorpresa, Robert rompió el silencio.
—Por Dios, Imogen —susurró, horrorizado. Todos sabían el castigo que tenían esos tipos de crímenes, y no era algo que los tranquilizaba. La piel de Adrian se erizó con solo pensarlo—. Solo son niños...
—¿Niños? —lo calló Imogen, girando hacia él con nuevo enojo—. ¿Al igual que ustedes eran niños cuando el Círculo planeó destruir a la Clave? ¿Como mi hijo era un niño cuando...? —repentinamente, guardó silencio, pero era muy tarde, había hablado de más. Todos ahora sabían que su desprecio hacia Jace era personal, pero que lo confirmara era algo diferente—. Jace regresará a Idris conmigo mañana. Perdieron el derecho de saber más que eso.
Adrian no pudo permanecer en silencio más.
—Somos su familia —se quejó él—, merecemos saber cuándo volverá —distintas voces estuvieron de acuerdo con él, que se detuvieron solo cuando Jace interrumpió.
—No lo intenten —les dijo, luciendo como si estuviera muy lejos de este lugar.
—Si el muchacho fue con su padre, sabiendo qué tipo de padre es, no fue porque nos falló —dijo Luke calmadamente, aunque su voz era fuerte y clara en el silencio de la habitación—, fue porque nosotros le fallamos.
—Te has vuelto tan sensible como un mundano, Lucien —espetó Imogen.
—Ella tiene razón —la cabeza de Adrian giró al escuchar a Alec hablar. Él miraba al suelo, negándose a mirarlos—. Jace nos mintió, nada puede excusarlo —Adrian entrecerró los ojos con sospecha. Conocía a Alec más que nadie, así que sabía que estaba mintiendo. Solo que no sabía por qué mentiría sobre esto.
—Alec, ¿cómo puedes decir eso? —exigió Isabelle. Alec se encogió de hombros.
—La Ley es la Ley —dijo Alec. Las palabras fueron integradas tanto dentro de sus mentes, hasta el punto en que las creyeron, aunque sea un poco—. No hay forma de evitarlo.
Isabelle soltó un pequeño y furioso grito antes de dar la vuelta y correr fuera de la casa. Adrian, sin querer que se adentrara y perdiera en el bosque, la siguió.
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