CAPÍTULO TRES

CAPÍTULO TRES
PENSAMIENTOS CALLEJEROS


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Taki's Diner era un pequeño edificio de Manhattan que para los mundanos estaba abandonado, con un cartel colgando de un lado y luces parpadeantes, pintura desprendiéndose de las paredes y dos ventanas estaban rotas. Bajo el glamour, era una pequeña y bonita cafetería de subterráneos llena de clientes, la pintura había adquirido un bonito color amarillo pastel, y flores y enredaderas decoraban el exterior, haciéndolo lucir como un lugar faerie. Mientras los dos cazadores de sombras y el humano se acercaban, Adrian vio a un grupo de vampiros escabullirse y apresurarse por la acera, esperando llegar a casa antes de que el sol estuviera por completo en el cielo.

—Uhm, ¿por qué caminamos hacia un edificio abandonado con un tipo tenebroso en la entrada? —preguntó Simon con nerviosismo, alentando el paso. Adrian envolvió un brazo alrededor de su hombro para que no se detuviera en medio de la acera.

—Buen día, Clancy —saludó Adrian con alegría, deteniéndose frente al brujo. La expresión de Clancy no cambió mientras observaba al humano Simon. El brazo de Adrian se apretó alrededor de él—. El mundano está con nosotros. Aún no aprende a mirar a través del glamour. Venimos con Jace, así que no tenemos que esperar a que haya mesas libres —Isabelle permaneció en silencio, dejando que el encanto de Adrian los dejara entrar. Conseguir que un humano confuso y asustado entrara en Taki's Diner solía llevar tiempo, y aunque Isabelle solía ser buena persuadiendo, Adrian era más amistoso.

—Están en una mesa el fondo —suspiró al final Clancy, haciéndose a un lado para dejarlos pasar. Hizo un gesto con la mano a Simon y chispas flotaron frente a los ojos del chico por un momento, antes de parpadear, observando Taki's Diner sin el glamour con asombro apenas disimulado.

—Gracias —habló Adrian por encima de su hombro, sonriendo cuando Clancy se limitó a agitar la mano en el aire como respuesta, y dejó caer el brazo que estaba alrededor de Simon—. No te preocupes, Clancy sólo te facilitó la visión a través del glamour, es como darte la Vista. 

—Es temporal. No durará para siempre —explicó Isabelle mientras recorría con la mirada la concurrida cafetería—, así que será mejor que practiques —mientras buscaba a Jace, Clary y Alec, Adrian dejó que sus ojos vagaran por la gente que frecuentaba el establecimiento favorito de Jace. Sus ojos se fijaron en un camarero, que había desviado rápidamente la mirada cuando pensó que Adrian estaba a punto de atraparlo mirándolo. Adrian esperó hasta que sus ojos completamente azules, sin blanco ni pupilas, volvieran a clavarse en él, y entonces levantó la mano y movió los dedos con coquetería. Isabelle bufó a su lado. Adrian dejó caer la mano y la miró—. ¿De verdad? Aún no son las seis de la mañana.

—¿Y Qué? Es lindo.

—Y es un hada.

—Lo dices como si quitara el hecho de que es lindo.

—No, sus juegos mentales provocan que sea lindo.

—Hipócrita —dijo Adrian sin rodeos, disfrutando cuando la sangre subió a las mejillas de la chica y levantó las cejas, expectante—. ¿Volviste a pelear con Meliorn? Si es así, no me metas.

Isabelle chasqueó la lengua y cambió de tema.

—Ahí están. Guárdalo en tus pantalones y vamos —Isabelle puso la mano en el brazo de Adrian para asegurarse de que no fuera a coquetear con el camarero, cosa que no pensaba hacer. Sabía que era inteligente, pero no creía que lo suficiente como para seguirle el ritmo a alguien de la Corte Seelie o Unseelie. Con un suspiro, dejó que lo arrastrara hacia una mesa del fondo. Clary estaba sentada sola en un lado y el otro lo ocupaban Jace y Alec. Adrian lanzó una mirada juguetona a la pelirroja en cuanto ésta levantó la vista hacia ellos.

—No pude ir a correr gracias a ti, rojita —le informó, lanzándole su celular en el asiento. Ella parpadeó y utilizó el popote de su bebida para señalar a Jace desde el otro lado del asiento, mientras recogía el teléfono del cojín y lo metía en su bolsillo.

—Fue por él, no por mí —dijo ella, y Adrian sonrió, girando su mirada hacia Jace, quien no se molestó en levantar la mirada de su menú, aunque Adrian notó que sus mejillas luchaban por no sonreír.

—Obviamente fue él —como Isabelle y Simon ya estaban sentándose en el sillón junto a Clary, Adrian extendió su mano derecha, tocando ligeramente la mejilla de Alec—. Muévete, niño bonito —golpeó la mejilla con el dedo, mordiéndose el interior de la suya al notar lo suave que se sentía la piel de Alec. Tal vez tocarlo no había sido una buena idea, pero no importaba. Alec ya estaba apartando a Jace para hacerle sitio. Sin embargo, eso no le impidió apartar la mano demasiado rápido y se limitó a mirar a Clary con aburrimiento cuando notó que ella lo miraba con el ceño fruncido. La pequeña cazadora de sombras pareció darse cuenta más de lo que aparentaba, pero, agradecida, se limitó a ofrecerle una pequeña sonrisa antes de volver la vista hacia el menú que tenía en las manos.

—Los hotcakes de plátano son lo mejor —dijo Adrian a Clary y Simon, ya que ellos nunca habían estado aquí antes. Intentó no apoyarse en el costado de Alec, pero teniendo en cuenta lo estrecha que estaba la mesa con seis adolescentes, era difícil no hacerlo. Adrian sólo esperaba que Jace estuviera siendo aplastado por eso. Se lo merecía después de que gracias a él no pudo ir a correr esta mañana como solía hacer—. Si tienen hambre, claro, sino, el batido del que acaba de hablar Izzy está muy bueno —Isabelle le hizo una mueca, que él devolvió. Después de que pidieron, Simon y Clary habían aceptado su sugerencia, así que Adrian, complacido, apoyó los codos en la mesa y miró a Clary—. Así que, ¿Magnus Bane? —incitó.

Clary jugueteó con la servilleta en la mesa, sus hombros un poco tensos debido a que los cinco la observaban.

—Eh, sí. Los Hermanos Silenciosos dijeron que había algo parecido a un muro alrededor de mis recuerdos. Lo único que logré recodar fue ese nombre. Jace dijo que es el Gran Brujo de Brooklyn, ¿qué significa eso?

—Que es el brujo más poderoso en el distrito y con quien la Clave siempre acude cuando hay problemas de brujos.

Jace se limpió la boca con la servilleta antes de empujar a Alec, casi logrando que Adrian cayera. Alec le frunció el ceño a Jace mientras Adrian tomaba con desespero el brazo del chico a su lado para estabilizarse. Jace les sonrió con burla.

—Déjenme salir, necesito hablar con alguien.

Con el ceño fruncido, Adrian y Alec salieron de la mesa y dejaron al rubio salir. Se volvieron a sentar y todos observaban mientras Jace cruzaba el Diner para hablar con una camarera, logrando que el ceño de Adrian se frunciera aún más.

—Ojalá no jugara con sus sentimientos así —dijo Adrian en el silencio que los siguió. De repente se le quitó el apetito y se quedó mirando la pila de hot cakes de plátano que tenía en su plato, consciente del repentino silencio de Alec y de cómo jugueteaba con su comida con el tenedor. En serio deseaba que Alec estuviera enamorado de alguien que no fuera Jace. No necesariamente de Adrian mismo, sino de alguien que fuera consciente de la gente que los rodeaba y no solo de sí mismo, como Jace. 

—Los subterráneos ya nos odian bastante —Isabelle tarareó, con la mirada oscura fija en su rostro—. Además, mira quién habla —sorbió inocentemente su licuado después de pronunciar esas palabras.

Adrian la miró y sus mejillas se tornaron rojas con lentitud. Él no había estado jugando con Oliver y ella lo sabía. La culpa llegó cuando recordó que Oliver comenzaba a sentir cosas por él y Adrian aún no había terminado lo que tenían.

Alec, sintiendo la tensión entre su hermana y su mejor amigo, preguntó con tranquilidad:

—¿No creen que vaya en serio, verdad? 

Adrian e Isabelle lo miraron y el corazón de él dio un vuelco, deseó que Alec no fuera tan ingenuo como era respecto a las relaciones, no quería ser quien le dijera que el chico del que estaba enamorado era tan romántico como un pez.

—Ella es una subterránea —dijo Isabelle, arrebatando la oportunidad de Adrian de explicar la situación, que intentó decirle que Jace era un idiota desconsiderado la mayor parte del tiempo. Adrian la fulminó con la mirada. La forma en que había dicho subterránea era la misma en que antes había dicho hada, con desagrado, aunque sabía a ciencia cierta que también se relacionaba con subterráneos. Lo que sea que había hecho Meliorn debió haber dejado huella.

Clary era suficientemente lista como para captar el desagradable tono de Isabelle y notar la dura mirada de Adrian, así que decidió cambiar de tema.

—No entiendo nada sobre los subterráneos —confesó—. No los cazan pero son malos, ¿no? Es decir, los vampiros matan, beben sangre —afortunadamente, no había vampiros dentro del Diner como para escucharla, ya que el sol estaba a punto de salir. Adrian no estaba dispuesto a un debate sobre los subterráneos, usualmente esperaba participar en esos cuando el sol estaba fuera.

—No es tan blanco y negro —explicó Adrian, consciente de que Isabelle y Alec no podrían explicarlo sin ser imparciales. Robert y Maryse no eran los más tolerantes y sus palabras quedaron marcadas en la mente de sus hijos desde tan temprana edad que era complicado olvidarlas—. Son como todos los demás, no todos los subterráneos son malos. Mientras sigan los Acuerdos, no los molestamos si no nos molestan.

—¿Los Acuerdos?

—Nuestras leyes —dijo Alec con voz cortada, alejando su mirada de donde Jace coqueteaba con la mesera hada. Adrian apretó la mandíbula.

—Lo que estoy entendiendo —habló Clary, con voz acalorada, incluso temblorosa—, ¿es que los subterráneos son lo suficiente como para seguir sus leyes, cocinar para ustedes, coquetear con ustedes pero en realidad no son suficiente? —su voz se suavizó—. No tan buenos como personas, al menos —Adrian hizo una mueca. Isabelle y Alec no estaban muy afectados por sus palabras y Simon estaba incómodo, concentrado en comer sus hot cakes.

—Son diferentes que nosotros —fue todo lo que dijo Alec, y Adrian contempló apuñalarlo en el muslo con un tenedor. Una runa curativa lo arreglaría en segundos.

—¿Son mejor que los mundanos? —preguntó Simon, luciendo raramente herido.

—Los mundanos pueden convertirse en cazadores de sombras —habló Isabelle—, al menos tienen esa ventaja.

Adrian les dirigió una mirada molesta a ambos Lightwood, apretando los dientes.

—Si dejaran de ser tan prejuiciosos como sus padres sería un milagro —ellos lo ignoraron, no era como si tuvieran tiempo para responder su queja porque Jace había regresado, pidiendo a Adrian y Alec que le dieran espacio.

—Deja de actuar como si fuera un prejuicio solo por nuestra parte —decía Jace, tomando en silencio la servilleta que le ofrecía Adrian para limpiar la mancha de lápiz labial en su mejilla—. Los subterráneos nos odian también —excepto que la razón por la que nos odian es por el tratamiento injusto que han tenido de parte de los cazadores de sombras, pensó Adrian, aunque lo guardó para sí mismo. Era hijo del Cónsul, él tenía información que ellos no tenían, aunque esa información la aprendía esculcando en los archivos a espaldas de su padre durante sus visitas anuales.

—Espera un segundo, ¿Magnus Bane? —dijo de repente Isabelle, enderezándose. Todos le dieron una mirada extraña.

—Uhm, sí, Izzy, hace diez minutos estábamos hablando de Magnus Bane. ¿Estás bien? ¿necesitas algo de aire? —preguntó Adrian.

Isabelle, buscando en su bolso, le sacó el dedo del medio sin levantar la mirada.

Acabo de recordar —explicó mientras sacaba un papel amarillo neón doblado—. Un brujo estaba entregándolos en Pandemónium. Tomé uno porque, bueno, las fiestas subterráneas son bastante buenas, y pensé que les gustaría ir conmigo —deslizó el papel en la mesa; era un folleto diciéndole a la gente que habría una fiesta realizada por nada más ni nada menos que Magnus Bane.

Adrian personalmente no conocía a Magnus Bane. Aunque ellos asistieran seguido a las mismas fiestas, Adrian elegía estar junto a Catarina Loss, quien era amiga de Magnus Bane, y eso era lo más cerca que había estado al Gran Brujo de Brooklyn. Parecían nunca estar en el mismo lugar al mismo tiempo, y cada vez que Catarina intentaba presentarlos, uno de ellos terminaba desapareciendo.

—Bueno —dijo Jace, dejando el folleto en el medio de la mesa—, creo que esta noche iremos a una fiesta.


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A Adrian le habían dado la tarea de vestir a Simon para la fiesta. Isabelle vestiría a Clary, a Jace no le importaba vestirse a sí mismo y Alec tenía el sentido de la moda de un hombre mayor, así que era el mejor candidato para hacerlo.

Simon estaba sentado incómodamente a los pies de su cama, tamborileando sus dedos y balanceando sus piernas mientras Adrian buscaba ropa en su clóset. Ya había calificado los jeans de Simon como aceptables, y sus zapatos eran algo que los demás no notarían. El problema era la camiseta de Simon con la imagen de un superhéroe.

—¿Por qué tengo que cambiarme? —dijo Simon, sonando aún más nervioso de lo que lucía. Adrian, tomando una camiseta que no le importaría mucho que se arruinara, salió del clóset y se la lanzó a Simon.

—Es mejor si no llamas la atención, y si eres un mundano en una fiesta subterránea vistiéndote como si deberías estar en la fiesta, todo saldrá bien. Ahora ponte la camisa —Adrian apartó la mirada con amabilidad cuando notó que Simon se removía, dudando incómodo.

—Pero tú eres un cazador de sombras —alegó Simon una vez que se había puesto la camiseta. Adrian se permitió ver, ajustando la camiseta antes de trabajar en el cabello de Simon, removiéndolo tratando de que se viera despeinado—. ¿Por qué eres bienvenido y yo no?

—¿Quién dijo que los cazadores de sombras son bienvenidos? —murmuró Adrian, intentando tomar las gafas de Simon, antes de detenerse y cambiar de idea—. Las gafas te quedan bien, hazme un favor y no uses lentes de contacto —ignoró que Simon se sonrojó. Adrian tenía el presentimiento de que Simon no recibía muchos cumplidos, así que se recordó mentalmente para arreglar eso—. En fin, sí, no apreciarán que estemos allí, pero gracias a los Acuerdos estamos a salvo. Aunque tú estás siendo arrastrado hacia la guarida de un león, y en serio quiero que cambies de idea sobre ir...

—Voy a ir.

Adrian se encogió de hombros, dando un paso hacia atrás y levantando las manos en el aire para demostrar que dejaría el tema.

—Está bien —miró a Simon de abajo hacia arriba—. Eso debería ser suficiente. Deja me visto y nos vamos.

—Seguro —se sentó de vuelta a los pies de la cama mientras Adrian desaparecía dentro de su clóset de nuevo. Hubo un silencio, antes de que Simon hablara—. Oye, ¿puedo preguntarte algo... un poco personal? 

Adrian tomó una camiseta manga larga blanca de un gancho y se la puso con rapidez, dejando caer su sudadera y camiseta sin mangas al suelo. Se puso un par de skinny jeans negros y sus botas. Se dijo a sí mismo que lo recogería cuando llegara a casa, pero lo más probable es que se quedaría todo ahí mismo hasta que Maryse volviera y limpiara su cuarto.

—Claro, pero no te aseguro que responda —advirtió Adrian, agachándose para recoger su chaqueta de cuero del suelo.

—¿Tú y Alec están saliendo? —la mano de Adrian se sacudió y la chaqueta se deslizó de sus dedos. Se agachó para recogerla y cuando se incorporó, su cara estaba tan roja que podía sentir el calor en sus mejillas. Simon, malinterpretando su reacción, lo tranquilizó con rapidez—. ¡No es que tenga un problema con eso! Es solo que, tienes una mirada muy específica cuando lo ves. Clary lo mencionó y tenía curiosidad. Lo siento, me callaré —Adrian pasó una mano por su rostro, intentando con desespero deshacerse del sonrojo.

—No —murmuró él, dejando caer su mano—. No, Simon, Alec y yo no estamos saliendo, solo somos cercanos —Simon lucía confundido.

—¿En serio? Porque lo miras como si... —con lentitud, Simon pareció conectar las piezas y se notó en su expresión, porque esta vez, fue su turno para sonrojarse y mirar hacia otro lado—. Oh —hubo otra pausa mientras Simon pensaba en qué decir, pero se conformó con algo simple—. Perdón por mencionarlo —era claro por lo que dijo que lo había descubierto. Era extraño que todo el mundo pudiera ver lo que Adrian sentía, excepto la persona por la que sentía algo en primer lugar.

—Está bien —su voz fue tranquila cuando respondió, tragando el nudo en su garganta—. Creo que ya es hora de irnos. Me vendría bien una bebida.

—Dímelo a mí —murmuró Simon


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