CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
CAPÍTULO TREINTA Y SEIS
CONOCE AL ENEMIGO
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La espera parecía durar horas.
Cuando Adrian vio por primera vez el cuerpo inconsciente de Max en brazos de Isabelle y la mirada en su rostro, lo primero que pensó fue que Max estaba muerto.
Casi colapsó cuando el pensamiento pasó por su mente. Habría colapsado de no ser porque Maia y Oliver estuvieron ahí para atraparlo cuando tropezó.
Cuando llegó al lado de Isabelle, Maryse gritaba y Robert estaba inmóvil, mirando fijamente el rostro de su hijo menor. Jace y Alec llegaron más o menos al mismo tiempo y ambos se paralizaron igual que Robert cuando vieron a Max.
Isabelle se disculpaba una y otra vez, repitiendo perdón, y Adrian habría empezado a lamentarse como ella. Max no respiraba, su pecho no se movía y sus labios estaban azules. Adrian habría colapsado si Maia y Oliver no hubieran dicho que su corazón latía, lento y débilmente, pero podían escucharlo.
Entonces todos salieron del shock y empezaron a moverse. Los gritos de Maryse se dirigieron a los Hermanos Silenciosos. El llanto de Isabelle se convirtió en sollozos desesperados. Robert parpadeó y se apresuró a tomar a Max de sus brazos. Era un hombre grande, así que no tuvo problema en moverse entre la multitud que se formó a su alrededor.
Después de eso, todo estaba borroso, entre la confusión e histeria, de alivio y miedo. Cuando Adrian volvió a sus cinco sentidos, los Hermanos Silenciosos se habían llevado a Max a un cuarto diferente, y ahora su familia entera esperaba noticias mientras los Hermanos Silenciosos trataban de estabilizar a Max.
El pasillo fuera del cuarto donde llevaron a Max estaba libre, Nadie más que los Lightwoods podía entrar, lo que afortunadamente incluía a Jace y Adrian. Lógicamente, Adrian sabía que solo pasaron veinte minutos, pero se sentían como horas.
Todos los miembros de la familia estaban separados en el pasillo. Maryse y Robert eran los más cercanos a la puerta, esperando ansiosamente. Jace estaba solo al final del pasillo, jugando con la daga entre sus dedos y con la mirada perdida. Isabelle, Adrian y Alec estaban juntos. Adrian sentado en el suelo abrazando sus rodillas contra su pecho, con Alec a su lado en el suelo, con su chaqueta doblada debajo de su cabeza como almohada. Él había luchado con Sebastian, al igual que todo su grupo, por eso estaban agotados, así que Adrian agradecía que estuviera descansando. Mientras tanto, Isabelle caminaba de un lado a otro, sus mejillas rojas.
—Izzy —dijo Adrian suavemente al verla tropezarse. No se había quitado las botas ni se dibujó un iratze en la herida que tenía en el rostro. Sebastian la golpeó a ella y a Max con un martillo—. Izzy, siéntate. Dibújate un iratze, al menos. Por favor, por mí.
Isabelle volteó a verlo y parpadeó, casi como si acababa de salir de su propia burbuja. Sus labios temblaron y Adrian extendió un brazo hacia ella, sin decir nada. Ella se sentó a su lado y se recostó. Con un brazo a su alrededor, y el otro sobre Alec protectoramente, Adrian se sintió abrumado por un momento.
Extrañaba a Oliver y a Maia. Ambos lo habían reconfortado hasta que tuvo que ir al pasillo en donde estaba hora.
No le molestaba estar ahí para Isabelle o Alec mientras descansaban, pero hubiera sido lindo si alguien lo reconfortara a él.
Apenas escuchó el sonido proveniente de la sala principal. Probablemente una reunión comenzó, pero a Adrian no le importó.
—No respiraba —dijo Isabelle, con voz gruesa gracias a las lágrimas que trataba de contener desesperadamente. Adrian sabía que a ella no le gustaba llorar, pensaba que la hacía ver débil, así que apretó su brazo alrededor de ella—, pensé...
—Todos lo pensamos —susurró Adrian. Ninguno podía decir muerto sin sentir que iban a vomitar—. Los Hermanos Silenciosos están con él, está en buenas manos, Izzy. Estará bien —no sabía si en realidad creía esas palabras, pero lo aliviaba decirlas. Descansó su mejilla en la cabeza de Isabelle y añadió—. Max es un Lightwood. Es fuerte y sobrevivirá.
Isabelle no respondió. Y en ese momento, la puerta finalmente se abrió. Isabelle se puso de pie en segundos, mientras Adrian despertaba gentilmente a Alec.
—Bebé, despierta —murmuró, sacudiéndolo.
No procesó el hecho de que le había dicho un apodo a Alec hasta que Jace lo miró mientras pasaba, sonriendo a pesar de la atmósfera. Adrian parpadeó y se sonrojó.
Afortunadamente, Alec seguía medio dormido así que no lo notó. Adrian se puso de pie y ayudó a Alec a hacer lo mismo. Se acercaron al grupo alrededor de la puerta. Maryse y Robert hablaban con el Hermano Silencioso, pero Adrian no escuchaba lo que decían, así que esperó.
Maryse y Robert compartieron una mirada antes de que asintieran y el Hermano Silencioso desapareciera dentro de la habitación de nuevo. Ambos miraron a sus niños con expresiones duras.
Adrian no vio rastro de duelo, así que tomó eso como una buena señal. Max seguía vivo, lo que significaba que lograron estabilizarlo. Aún así, había algo más.
—El Hermano Zachariah dice que el cerebro de Max está inflamado —comenzó Maryse, tragando con dificultad—. Lograron estabilizarlo y está respirando por sí solo de nuevo, pero lo hinchado no baja. No se ha levantado. Los Hermanos Silenciosos nos pidieron permiso para ponerle runas curativas. Dijimos que sí.
Nadie dijo nada, atónitos. Max solo tenía diez. Los cazadores de sombras no tenían sus primeras runas hasta los doce. Ponerle runas antes a un niño podía ocasionarle problemas. La mayoría no podía con la fuerza de las runas antes de esa edad, e incluso a esa edad había probabilidad de que algo saliera mal.
—Pero... —empezó Isabelle, amontonándose con las palabras que quería decir— aún no tiene resistencia para las runas. Puede... podemos perderlo —su voz se rompió. Alec la abrazó de lado.
—Si no lo intentan, ya lo perdimos —dijo Maryse. No pareció notar lo directas que fueron sus palabras hasta que Isabelle, Alec, Adrian y Jace se estremecieron. Su rostro se suavizó y los miró a todos suspirando—. Solo podemos esperar.
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Esperaron tres días, y en esos tres días, Max despertó una que otra vez. Por el lado bueno, sobrevivió a las runas, lo cual era una buena señal, pero no podía permanecer despierto por mucho tiempo, así que se quedó en la enfermería de la Sala de los Acuerdos mientras la vida seguía.
Desde la noche en que Max casi murió, no hubo más ataques. Hasta que en el segundo día asistieron a otro funeral se dieron cuenta por qué.
Mientras todos esperaban noticias sobre Max, Valentine visitó la Sala de los Acuerdos a través de una proyección astral y ofreció una solución. Adrian todavía no sabía qué implicaba pero sabía que no sería algo bueno.
Los Lightwoods se fueron de la casa Penhallow y nadie los culpó. Ahora estaban quedándose en una mansión abandonada, porque la familia que la habitaba dejó Idris en cuanto los demonios desaparecieron y se hizo de día.
Ahora mismo estaban entrando a la mansión, quitándose las botas y las chaquetas de color blanco. Enormes piras funerarias habían sido quemadas sin parar desde el ataque, y Adrian comenzaba a sentirse exhausto de ir a ellas, aunque fuera por respeto.
Habían vestido el color blanco tres días seguidos y eso empeoraba su humor. Se quedaron en el salón y Maryse y Robert subieron a su dormitorio. Adrian recargó su cabeza en el hombro de Alec, escuchando los pasos de las botas de Isabelle contra las escaleras para subir a su cuarto.
Jace murmuraba bajo su aliento, algo sobre querer quemar todas las prendas blancas que tenía, cuando alguien tocó la puerta.
Adrian no abrió los ojos ni se movió, se quedó descansando sobre Alec, disfrutando la sensación de los dedos de su novio jugar con su cabello. Solo abrió los ojos cuando reconoció las voces de Simon y Clary. Parpadeó con la visión borrosa, mientras ellos entraban a la sala. Tenían vasos de café y bolsas de la Panadería Rosewell.
—Buen día —saludó Clary, intentando sonreír y dejando el cartón con los vasos de café en la mesa—. Trajimos desayuno y café, si tienen hambre —Simon dejó la bolsa de pasteles en el regazo de Adrian, quien soltó un sonido que ni él mismo sabía qué quería decir, y tomó el vaso de café de la mano de Alec.
Alec se quejó y tomó otro vaso. Cuando todos tenían al menos un pastel en sus manos, Clary se sentó en el piso y frunció el ceño a la nada.
—¿Qué quieren primero? ¿las malas o horribles noticias? —dijo Simon, dejándose caer a su lado.
—Las malas —dijo Adrian, hundiéndose en el sillón. Alec dejó salir un sonido de diversión cuando Adrian se recostó en su regazo, hundiendo sus dedos en su cabello rubio. Adrian cerró los ojos.
—Sé quién es Sebastian —dijo Clary, respirando pesadamente—. Es mi hermano perdido que mi mamá creía muerto —pausó, antes de añadir—. Mi verdadero hermano.
Adrian se sentó nada más para mirarla fijamente y elevando las cejas. Ella bajó la mirada.
—Entonces ustedes dos no son familia —dijo en voz alta, aunque no necesitaba decirlo. Todos en la habitación ya lo sabían, lo que lo hizo preguntarse si se habían reunido sin él y lo habían discutido. El pensamiento lo hizo fruncir el ceño—. Gracias a Dios. Era un poco incómodo fingir que no sabíamos lo que estaba...
—Las horribles noticias —se apresuró a decir Clary, aplaudiendo. Adrian se calló y la miró con falso dolor. Ella respondió entregándole su café como oferta de paz. Él la tomó—. Valentine quiere que la Clave firme para entregarle todo su poder a él. Quiere que cada cazador de sombras diga un juramento donde acepten obedecerlo y que tengan una runa permanente que los ate a él. Si no aceptamos a medianoche, va a entrar a Alacante y nos matará a todos.
—Y el Inquisidor está muerto, pero eso son buenas noticias —dijo casualmente Simon, encogiéndose de hombros cuando todos lo voltearon a ver—. ¿Qué? Me encerró en prisión. Lo que no entiendo es como Valentino pudo matarlo. Pensé que las proyecciones no afectan a personas.
Adrian frunció el ceño y se volvió a recostar en Alec, inclinando la cabeza. Se había perdido de mucho mientras se preocupaba por Max, al parecer.
—No debería de poder, son ilusiones —señaló Alec.
—Muchas cosas imposibles han pasado últimamente —argumentó Adrian—, no hay que cuestionarlo.
—Buena idea —dijo Simon, antes de enderezarse y mirar la habitación con confusión—. ¿E Isabelle?
—Arriba —dijo Adrian, terminando de beber el café que Clary le dio—. Piensa que lo que le pasó a Max fue su culpa. Intentamos decirle que no es cierto, pero no nos escucha. Se encierra en su cuarto cada vez que puede.
—Le diré que Sebastian no es... bueno, Sebastian —decidió Jace, apartándose de donde estaba al lado de la ventana—. Tal vez la hará sentir mejor saber que fue un espía. Nadie lo notó, ni siquiera los Penhallows.
—Yo sí —susurró Adrian. Se arrepintió de hablar cuando no recibió nada más que silencio. No levantó la mirada de su regazo, jugueteando con la orilla de su camiseta—. Nos encontró a Alec y a mi besándonos. Sabía que había algo raro en él, pero al día siguiente estaba normal —levantó la mirada pero evitó otras miradas, solo miró a Alec—, pensé que me lo imaginé.
—Él sabía lo que hacía —dijo Alec de inmediato, tomando la mano de Adrian y entrelazando sus dedos. Adrian miró sus manos unidas y trató de hacer que la culpa desapareciera—. Literalmente se convirtió en Sebastian Verlac. No sabíamos que no estaba de nuestro lado hasta que nos lo dijo, Dri. No es tu culpa.
Jace asintió, de acuerdo.
—Cuando dijo que se convirtió en Sebastian Verlac no exageraba —añadió—. Magnus intentó rastrearlo usando sus cosas, pero no obtuvo señal. Todo lo que tenía era del verdadero Sebastian. Nada de eso era suyo. Ya que no había señal, significa que el verdadero Sebastian Verlac debe estar muerto.
—Es una pena que nada de sus cosas está ahí —comentó Simon—. Podría habernos llevado directo a Valentine. Estoy seguro que él corriendo con su jefe con un reporte completo —rió sin gracia y compartió una mirada con Clary—. Probablemente le dijo todo sobre la teoría de Hodge.
Adrian casi olvidó que Valentine buscaba el tercer y final Instrumento Mortal. Primero robó la Copa, luego la Espada. Adrian se preguntó qué podía hacer el Espejo, pero en realidad no quería saberlo.
—Pusieron guardas por todos los caminos que te llevan al Lago —señaló Jace— y alarmas que les avisarán si alguien utiliza un Portal. En caso de que Hodge tenía razón.
A pesar de saber que la Clave estaba intentando protegerlos, Adrian no estaba tranquilo. Era como si una nube negra estuviera sobre Idris y en cualquier momento empezara a llover sin parar. Ninguno podía hacer nada más que esperar que el cielo se despejara antes de que la tormenta empiece.
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La mañana siguiente, Adrian se encontraba caminando hacia la casa de Amatis Graymark, donde Clary estaba quedándose. Él no sabía por qué exactamente quería estar con Clary, en especial si Max despertó por fin hace dos horas, pero aún así quería verla.
Tal vez quería asegurarse de que estaba bien, después de todo. O necesitaba estar con alguien más que las personas que ya conocía desde hace mucho. No lo sabía, y no le importó. Solo tocó la puerta de la pequeña casa, esperando que alguien le abra.
—¡Entre! —escuchó a una mujer gritar, así que entró, entrando al pequeño pasillo, dudando y mirando alrededor. No había mucho espacio y solamente había tres direcciones en las que ir. Arriba, la puerta a la izquierda que te llevaba a la sala de estar, y una puerta a la derecha a una cocina pequeña.
En la cocina encontró a una mujer de mediana edad vistiendo unos jeans lavados y una blusa oversized llena de pintura. Su cabello era de un rojo brillante, aún más que el de Clary, levantado por un clip. Ella cocinaba algo y hacía té, con múltiples cajas viejas esperándola en la pequeña mesa.
Adrian se detuvo en la puerta de la cocina y la miró. Ella pareció sentir su presencia sin voltearlo a ver.
—Lo siento, Amatis no está, así que...
Finalmente ella lo volteó a ver, y lo que sea que quiso decir se perdió cuando jadeó, sorprendida. Por un momento, lo miró con los ojos verdes muy abiertos y pálida.
Frunciendo el ceño, Adrian miró detrás de él para si había visto un fantasma, pero no había nada. Él volvió a mirarla, con las cejas fruncidas en confusión. La mujer ahora se veía más calmada, pero agitada, estudiando el rostro del chico.
Adrian se removió, un poco incómodo, pretendiendo que lo que pasó no pasó, mientras ella seguía estudiándolo.
—¿Clary está aquí? —preguntó, guardando sus manos en los bolsillos de su abrigo. Sabía que tenía que decir algo más educado, pero en serio se empezó a incomodar bajo su mirada.
Él sabía quién estaba frente suyo, la había visitado en el hospital con Clary. Se veía diferente de pie y ocupada, pero Jocelyn Fairchild no era difícil de ignorar.
—No —dijo Jocelyn, aclarando su garganta y parpadeando—. Salió —aclaró su garganta de nuevo—. Perdón por eso. Por tu cabello, yo... Pensé... —frunció el ceño. A Adrian le tomó un momento entender. Su cabello siempre había sido rubio claro. Nunca se le había ocurrido que Sebastian, el hijo de Jocelyn, tenía el mismo tono. Probablemente seguía abrumada y viéndolo en todas partes. No supo como responder, así que esperó que ella dijera algo más—. ¿Cómo te llamas?
—Oh —sus mejillas se calentaron y se removió en su lugar—. Adrian.
Jocelyn inclinó la cabeza a un lado, alzando las cejas.
—Jocelyn Fairchild —dijo cortamente—. ¿Adrian? ¿Adrian Rosewell?
Ahora fue Adrian quien inclinó la cabeza a un lado.
—Adrian Dieudonne —corrigió—, pero mi madre era Alice Rosewell. Así que creo que estás pensando en la persona correcta.
Él no podía recordar la última vez que se sintió tan incómodo. Vino para ver a Clary, no a su madre, quien estuvo en un coma mágico desde antes de que él y Clary se conocieran.
Era raro hablar con alguien que conocía pero se sentía como una completa extraña. Deseó que Clary estuviera ahí. Pero, considerando lo mucho que Jocelyn le ocultó, tal vez era mejor así. Adrian no quería estar ahí cuando hablaran sobre eso.
—¿Dieudonne? —preguntó Jocelyn. Sonó tan sorprendida que la incomodidad de Adrian se convirtió en curiosidad. Abrió la boca para preguntar, pero la tetera sonó, haciéndolos brincar en su lugar. Jocelyn continuó hablando mientras agarraba la tetera para servirse una taza de té—. Conocí a tu madre. Alice. Crecimos juntas. Ella te llevaba a jugar con Alexander Lightwood y... bueno. ¿Quieres algo de beber?
Adrian ya se estaba sentando y su incomodidad desapareció. Todo lo que sabía es que siempre quiso respuestas a sus preguntas sobre su madre, y aquí estaba Jocelyn Fairchild, dándole algo sin tener que pedírselo. Considerando que Valentine los mataría o haría que trabajaran para él esa misma noche, no dejaría ir la oportunidad.
—¿Sabe qué pasó con ella? —preguntó Adrian cuando Jocelyn le dio una taza de té y se sentó junto a él. Acunó la taza, ignorando el calor contra sus palmas—. A mi mamá.
Jocelyn pareció desinflarse ante la pregunta, como si le hubiera dolido. Pero aun así, asintió y pausó para tomar un trago de té.
—Le quitaron sus marcas —dijo Jocelyn, y esta vez fue Adrian quien se desinfló. Siempre sospechó que Malachi le mentía sobre su madre, pero no esperaba eso. El pensamiento de que tal vez, solo tal vez estaba viva nunca se le ocurrió—. No sé que fue lo que hizo, o lo que la Clave dijo que hizo, pero no he sabido nada de ella desde que la exiliaron. Lo siento, ojalá supiera más. —Adrian podía ver que lo decía en verdad y lo agradecía. Se preguntó si era porque lo conoció de bebé y era amiga de ella, o porque era le hijo de su amiga.
—¿Le quitaron sus marcas? —repitió él en un susurro. No planeaba que su voz sonara tan pequeña, pero así fue. La expresión de Jocelyn se suavizó e intentó poner una mano sobre la de él, y Adrian la dejó. Había algo en ella que le recordó a Maryse, aunque fueran completamente diferentes. Tal vez por la forma de mostrar preocupación—. Me dijeron que murió cazando. Cuando le pregunté a Mary Rosewell, dijo que era algo familiar y privado —Jocelyn asintió y quitó su mano para poner un mechón de su cabello rojo detrás de su oreja. Se veía demasiado como Clary que Adrian tenía que recordarse que no estaba hablando con Clary.
Él sabía que él mismo se miraba como su madre, todos lo decían, e incluso él podía notarlo, ahora que sabía quién es. Se preguntó si también tenían los mismos gestos, como Clary y Jocelyn. Esperó que sí.
—La mayoría de familias prefieren guardarlo en secreto —admitió Jocelyn—. Avergüenza su apellido. Tiene sentido que prefieran que crean que murió en batalla.
Adrian entendía, al menos. Su cultura era dura y tenía problemas, pero era suya. Fue criado pensando que morir en batalla era un honor y traía gloria a su apellido, y aún lo creía, incluso con su miedo de morir joven. Estaba tan sumido en sus pensamientos que no notó que Jocelyn lo miraba hasta que ella suspiró con tristeza. Levantó la mirada.
—¿Tengo algo en la cara? —preguntó, consciente de sí misma y levantando su mano para tocarse el rostro. Se detuvo justo a tiempo y disimuló acomodándose el cabello.
—Te pareces mucho a ella —dijo suavemente Jocelyn. La mano de Adrian volvió a caer y sus mejillas se sonrojaron. Se removió en su lugar y apartó la mirada, tomando su taza de té. No estaba acostumbrado a que los adultos sean amables con él. Maryse y Robert siempre fueron estrictos, Jocelyn era lo contrario—. Es reconfortante. No te pareces nada a tu papá. Siempre me burlaba de Alice diciéndole que te verías igual a él. Yo decía que iba a descubrir quién era tu padre de una forma u otra, y usaría tus genes para eso. Ella siempre reía.
La voz de Jocelyn era tan suave, tan cálida cuando hablaba de él y de su madre, que por un momento las palabras que realmente estaba diciendo no fueron procesadas por Adrian. Pero cuando las procesó, arrugó la frente, confundido. Dejó el té y se quedó mirándola.
—Mi padre es Malachi —dijo Adrian, confuso. Su apellido era Dieudonne. Tal vez Jocelyn no sabía quién era su padre hace tantos años, pero él se había presentado como Adrian Dieudonne—. Me llamo Adrian Dieudonne —el recordatorio le pareció un poco grosero, lo sabía, pero la perplejidad que de pronto se reflejó en el rostro de Jocelyn le aceleró el corazón, aunque no sabía por qué. Jocelyn no parecía tan confundida. Seguía despreocupada, absorta en sus recuerdos.
—Tu madre te nombró Adrian Michael Rosewell —dijo Jocelyn—, que recuerde. Era mejor amiga de Michael Wayland, y no la dejaba en paz hasta que te nombró como él. Era tu padrino, así que tenía sentido. ¿Por qué elegiste ponerte Dieudonne? —Adrian la miró, atónito—. Sé que él te adoptó, pero...
—¿Adoptó? —preguntó Adrian en un susurro, callando a Jocelyn, que estaba muy, muy pálida, incluso más pálida que cuando lo miró después de tantos años hace rato. Lo miró sorprendida con los labios apretados.
—Por el Ángel —jadeó—, nadie te dijo. Oh Dios —puso la cara en sus manos. Antes de poder pensarlo, Adrian la tomó de las manos, forzándola a que lo mirara. Ella le dijo. Ella volteó su mundo con decirle. Ella le diría la verdad ahora.
—¿Malachi no es mi papá? —susurró Adrian. Jocelyn tragó saliva.
—No —susurró también—, biológico no, al menos. Eso sí sé por hecho. Tu madre nunca nos dijo quién era tu papá. Después de ser exiliada, ibas a vivir con Mary, tu abuela, pero Malachi te adoptó. Él siempre... amó a Alice. Supongo que ella lo hizo prometer que te cuidaría. Espero lo haya hecho.
Adrian no tuvo el corazón para decirle que Malachi rompió su promesa hace mucho tiempo.
—Lo siento —susurró Jocelyn cuando Adrian se dejó caer en la silla con los ojos llorosos.
No sabía qué sentía, shock, alivio o traición. Traicionado porque le mintieron toda su vida, alivio porque no compartía nada con el hombre abusivo que pensó que era su padre. No estaban relacionados por sangre, algo considerado casi religioso en este mundo.
—¿Por qué ella...? —Adrian disoció por un momento antes de sacudir la cabeza—. Dime todo lo que sepas —su voz se rompió—. Por favor.
Jocelyn le dijo.
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SAM'S NOTE:
como dijo la autora original, en serio sería un fic de shadowhunters si alguien no tiene una crisis de identidad cuando se entera que su papa no es su papa?
fun fact: el padre real de adrian iba a ser michael wayland pero estaba casado y literalmente murió en brazos de su hijo, así q terminó siendo padrino de adrian. la autora no quiso que michael fuera infiel porque no quería dar una representación estereotípica bisexual:)
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