CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO
CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO
LAS TORRES DE LOS DEMONIOS
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Era tarde cuando regresaron a la casa, tan tarde que Max debería estar durmiendo. Todo estaba extrañamente en silencio, interrumpido segundos después por el sonido de tacones contra el suelo.
Mirándose, ambos dejaron sus abrigos en el mueble de la entrada antes de seguir el sonido hasta la sala de estar. Aline y Sebastian estaban recostados en el sillón. La chica tenía un grueso libro en sus manos y Sebastian hojeaba uno de los cómics de Max.
Adrian elevó una ceja cuando lo notó. Sabía que a Max no le gustaba que tocaran sus cosas sin permiso, pero no quiso empezar una discusión después del lindo y pacífico día que tuvieron.
Isabelle caminaba de un lado a otro junto a la ventana, asomándose entre las cortinas cada pocos segundos con una expresión preocupada. Su látigo estaba en la mesa de café, al igual que unas espadas y dagas, lo que significaba que había estado limpiando armas, por aburrimiento o ansiedad. Adrian opinaba que era la segunda.
Alec se dejó caer en una silla desocupada y Adrian se sentó en el suelo a sus pies, recargándose contra las piernas de Alec. Recostó su cabeza entre sus rodillas hacia atrás, sin importarle lo íntima que se veía la posición.
Todos en la habitación, excepto por Aline, sabían acerca de ellos, y no estaba preocupado por lo que pensaría su amiga, quien ya le había hablado millones de veces sobre Helen Blackthorn. Adrian sospechaba a dónde iba eso antes que la misma Aline. Y el hecho de que la chica le haya dicho que no disfrutaba besar a chicos apoyaba su teoría.
Isabelle continuó caminando ansiosamente, antes de que abriera las cortinas de repente y mirara fijo lo que estaba afuera. Todos la miraron.
—Izzy —la llamó Adrian, después de que la mencionada se haya quejado en voz alta antes de empezar a caminar nuevamente— ¿qué estás...?
Isabelle volvió a quejarse en voz alta, lo que hizo que Adrian se arrepintiera de hablar. Deseó que Alec y él simplemente hubieran subido a acostarse cuando llegaron. Con tan solo mirar a Isabelle caminar de un lado a otro lo estresaba, y eso era lo último que quería.
—Estoy buscando a Jace —dijo Isabelle, después de un silencio tenso. Adrian agradeció que hablara. Alec había comenzado a jugar con mechones de su cabello, probablemente sin notar que lo estaba haciendo, y Adrian no podía concentrarse—. Dijo que iba a caminar hace horas y ya es medianoche.
Adrian frunció el ceño, pero su preocupación desapareció tan rápido como llegó. No era la primera vez que Jace lo hacía, o que él mismo lo hacía, así que estaría bien. Donde sea que esté.
—Va a regresar, Izzy. No es como si desapareció sin avisar —intervino Alec. Adrian asintió. Isabelle los miró, tan preocupada que ni siquiera sonrió al ver a Alec jugar con el cabello de Adrian como lo hubiera hecho.
—Pero conoce Nueva York —señaló Isabelle, jugueteando con su largo cabello entre sus manos, comenzando a trenzarlo sobre su hombro—, no conoce Alacante...
—Probablemente lo conoce mejor que tú —habló Aline, soltando un suspiro cansado y cerrando su libro. Cuando levantó la mirada, estaba molesta. Le gustaba mucho la lectura, así que no poder concentrarse la irritaba. Adrian se disculpó encogiéndose de hombros y ella arrugó la nariz—. Vivió aquí hasta que tenía diez, ustedes solo han venido pocas veces.
—Y no es fácil perderse —añadió Adrian—, cada calle tiene nombre y Jace es bueno para recordar direcciones. Estará bien.
Isabelle no estaba convencida.
—No creo que esté solamente caminando —admitió. Adrian conectó su mirada con la de ella, frunciendo el ceño cuando se dio cuenta qué insinuaba—. Creo que es obvio a donde fue.
Adrian hizo una mueca y Alec suspiró suavemente. Todos recordaban vívidamente lo que Jace le dijo a Clary y a Adrian. Se disculpó con el segundo, así que sabían que iría a disculparse con Clary. Pero el hecho de que haya tardado tanto y aún no tenían noticias de él...
—¿Crees que fue a buscar a Clary? —preguntó Alec.
Aline inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Sigue aquí? —preguntó, curiosa, mientras se levantaba para volver a colocar el libro en el estante—, pensé que volvería a Nueva York —nadie dijo nada. Aline esperó, pero todos estaban consumidos con sus pensamientos—. En fin, ¿dónde se estaba quedando?
Adrian quiso decir que no sabían, pero vio a Isabelle fruncir el ceño y mirar con desprecio a Sebastian.
—Pregúntale a él.
Adrian podía ver cuánto le agradaba alguien a Isabelle solo con la forma en que lo miraba, y a juzgar por su expresión, Sebastian no le agradaba. Y no la culpaba. Había algo en él que lo inquietaba.
Al principio, trató de ignorar ese sentimiento excusándose de que no lo conocía bien. Ahora, nada cambió, Sebastian seguía siendo anormalmente amable que una parte de Adrian creía que era falso, y en ese momento le agradaba menos que la vez que lo conoció.
Adrian se consideraba amable, pero incluso él tenía malos días, donde se dejaba llevar por el enojo o simplemente no estaba de humor para ser agradable. Pero Sebastian no parecía tener días así.
—¿Hablas de mí? —dijo Sebastian, cambiando de hoja del cómic. Adrian rodó los ojos con molestia, casi seguro de que él escuchó todo lo que dijeron.
—¿Qué estás leyendo? —exclamó Isabelle, dando unos pasos hacia Sebastian con las manos en sus caderas—. ¿Es uno de los cómics de Max?
—Sip. Me gustan los dibujos.
—Sebastian, ¿Jace sabe a donde fuiste hoy en la tarde? —preguntó Isabelle. Adrian la miró curioso, luego miró a Sebastian en espera de su respuesta.
—¿Te refieres a cuando salí con Clary? —habló, igual de despreocupado que antes. Adrian frunció el ceño de inmediato, incómodo con el hecho de que Sebastian estuvo a solas con Clary. No confiaba en él, y Clary era pequeña y apenas sabía pelear. Su única ventaja eran sus poderes angélicos con runas—. Le hubiera dicho yo mismo si lo veía, no era un secreto.
Adrian presionó sus labios para no decir nada.
—No entiendo por qué le importaría —dijo Aline—. Debería alegrarse que su hermana no está aquí aburrida y molesta.
—Jace puede ser muy... protector —dijo Alec lentamente, pausando antes de pronunciar la última palabra.
—Una forma de decirlo —murmuró Adrian. Alec lo golpeó con sus rodillas, Adrian presionó su espalda con más fuerza contra sus piernas. Alec murmuró algo y Adrian sonrió.
—Debe darle un poco de espacio. No puede ser bueno para ella estar tan sobreprotegida —habló Aline—. La mirada que tenía cuando nos encontró, era como si nunca hubiera visto a alguien besarse. Quien sabe, tal vez es por eso.
Adrian, Isabelle y Alec se removieron en sus lugares al mismo tiempo, incómodos. Adrian escondió su incomodidad mirando a Aline. Ella se sonrojó y frunció el ceño.
—Cállate, Adrian.
—No dije na... —ella le lanzó una almohada y él la atrapó, dejando salir una risa con sorpresa. Isabelle los miraba a ambos.
—¿De qué están...?
—Ese es mi libro.
Todos miraron hacia la entrada de la sala de estar. Max estaba de pie, con su pijama de superhéroes y sus lentes inclinados desigualmente en su rostro. Frunció el ceño y miró molesto a Sebastian, quien bajó el libro y elevó las cejas con sorpresa. Se sentó y cerró el cómic, ofreciéndoselo a Max para que lo tomara.
—Ahí tienes, niño —dijo. Max frunció aun más el ceño. Caminó y le arrebató el cómic antes de abrazarlo contra su pecho.
—No me digas niño —murmuró. Sebastian no pareció importarle el desprecio de Max hacia él, solo se levantó y se estiró.
—Voy por café —dijo, rodeando a Max para salir de la habitación. Se detuvo en la entrada y los miró a todos—. ¿Alguien quiere algo?
Cuando todos dijeron que no, se encogió de hombros y desapareció. Max continuó frunciendo el ceño y se sentó junto a Adrian en el suelo, antes de empezar a hojear su libro, como si quisiera revisar que Sebastian no arruinó nada. Adrian rió entre dientes y le revolvió el pelo, provocado que Max alejara la cabeza.
—No seas grosero, Max —le dijo Isabelle, insegura de que Sebastian se haya ido.
—No me gusta que agarren mis cosas.
—Solo lo tomó prestado —suspiró Isabelle. Max no respondió, solo siguió hojeando el cómic—. ¿Por qué no estás dormido? Es tarde.
—Escuché ruidos —explicó, recostándose en el hombro de Adrian, como si él pudiera protegerlo de una Isabelle dispuesta a regresarlo a la cama—, me despertaron —Max miró a Adrian con ojos muy abiertos—. Dri, ¿las personas trepan las torres de los demonios?
Adrian parpadeó, sorprendido.
—Estoy seguro que hay quienes lo mencionan, pero no, no creo que alguien lo haya hecho, solo los brujos. Pero solo cuando necesitan arreglar algo y usualmente es en el día.
Max frunció el ceño.
—Alguien estaba trepándolas —dijo. Adrian frunció el ceño, mirando a Isabelle. Ella parecía estar entre decirle que era ridículo o seguirle la corriente. Nadie podía estar trepando las torres de los demonios tan tarde.
—No hacen eso, Max —intervino Aline. Como hija única, ella era la menos dotada en lo que se refería a niños, a comparación de los demás—. No lo tienen permitido, y como Adrian dijo, solamente lo hacen durante el día si necesitan arreglar algo. Es ilegal e innecesario.
—Pero alguien las trepó —insistió Max. Adrian no se sorprendió de ver a Max mirándolo, tal vez porque era quien más le hacía caso. Él quería que conservara su inocencia lo más que pudiera, que siguiera siendo un niño—. Dri, yo lo vi.
—¿Seguro que no era un sueño? —preguntó gentilmente Isabelle. Max negó, sonrojándose del enojo. Alec le dio un leve golpe a Adrian para que se pudiera levantar. Lo último que querían era que Max hiciera un berrinche en medio de la noche, considerando que eso llevaba a lágrimas de frustración y enojo, él aplicando la ley del hielo y escondiéndose de ellos.
—Vamos, Max —dijo Alec, ofreciéndole una mano a su hermanito para levantarse. Él la tomó, pero no la soltó. Adrian se puso de pie también y revolvió el cabello de Max—. Regresemos a la cama.
Max se quejó, pero pareció olvidar su enojo.
—Todos deberíamos irnos a dormir —admitió Aline, estirando los brazos sobre su cabeza y abriendo la boca en un gran bostezo. Adrian también quiso bostezar al verla, dándose cuenta de lo cansado que estaba. Aline cerró las cortinas—. Es medianoche y quién sabe a qué hora regresarán nuestros padres de la reunión del Concejo.
Adrian parpadeó, sin saber hasta el momento de que los adultos estaban en una reunión. Probablemente no lo sabía porque se desconectó del universo por un día entero.
—Y todos sabemos que Jace no tiene remedio —continuó Aline—, no tiene sentido quedarse...
La ventana que estaba detrás de Aline repentinamente se rompió en pedazos hacia dentro y la chica dejó salir un grito.
Isabelle y Adrian giraron hacia el lado contrario para protegerse de los pedazos de cristal que volaban en el aire, mientras Alec protegía a Max con su cuerpo.
Adrian fue el primero en volver a ver hacia la ventana, consciente de que tenía cortes menores en su rostro, pero apenas notó el dolor cuando vio a unas manos como garras entrar por el hoyo de la ventana y enredarse alrededor de Aline. Ella solo pudo gritar una última vez antes de ser arrastrada fuera de la casa.
Por la mitad de un segundo, todos estaban congelados en sus lugares. Hasta que escucharon los pasos de Sebastian de regreso en la habitación fue cuando reaccionaron.
Alec arrastró a un Max gritando fuera del lugar para protegerlo y Adrian se acercó a la colección de armas en la mesa al mismo tiempo que Isabelle. Tomó una daga y una espada larga. Isabelle tomó su látigo.
Adrian fue el primero en acercarse a la ventana para patear los restos de cristal para que Isabelle pudiera saltar y la siguió con rapidez. Comenzaron a correr en cuanto sus pies tocaron el suelo del jardín, pero pronto bajaron la velocidad para escanear las sombras en busca de movimiento. El vecindario solamente estaba iluminado por la luz de las ventanas de las casas cercanas.
Juntos, caminaron en silencio hacia el puente Oldcastle, arriba del canal Princewater. No necesitaron verse para saber a dónde dirigirse. Los demonios adoraban la oscuridad y aquél era el lugar más oscuro y cercano a la Mansión Penhallow. Siempre estaba lleno de sombras, incluso durante el día, y la mayoría evitaba ir.
Al llegar, Adrian notó un movimiento breve en las sombras, así que él e Isabelle corrieron de nuevo, saltando sobre un muro de arbustos de baja altura y una cerca para acercarse.
Adrian ajustó su agarre en la espalda y por fin pudo guardar la daga en la funda que siempre llevaba, arrepintiéndose no haber cargado armas ese día. Había sido entrenado para cargar con ellas todo el tiempo sin importar el lugar. Pero se había confiado tontamente en el comfort de Alacante, creyendo que era la ciudad más segura del mundo por las salvaguardas.
No estaba seguro de cómo un demonio entró, pero había pasado antes. A veces, las salvaguardas fallaban, aunque sea por un segundo, pero eso era suficiente. Al menos tenía su estela, lo que en muchas ocasiones era lo único que mantenía a los cazadores de sombras con vida.
Isabelle se movió frente a él, y dado a que su látigo iluminaba levemente la oscuridad, él retrocedió para estar en guardia por detrás. Ella se movía con lentitud hacia adelante hasta que un largo cuerpo similar al de un lagarto apareció.
Se acercaron unos centímetros y pudieron ver a Aline entre el demonio. Había heridas en su cuello y clavícula, su camiseta estaba desagarrada y manchada con sangre. Isabelle y Adrian aguantaron la respiración mientras se acercaban.
El demonio era ciego, con dientes serrados donde sus ojos deberían estar. No los había notado aún, pero cuando se acercaron más, su cabeza se alzó para olfatear en el aire. Un momento después, su larga cola alineada con huesos afilados golpeó el aire.
Aline se removió y un sonido de dolor salió de su garganta. Adrian se sintió aliviado por un momento antes de darse cuenta lo que el demonio intentaba. Sus garras estaban enterradas en la cintura de sus jeans.
El momento en que lo notó, Adrian alcanzó su daga para intentar lanzarla, pero Isabelle fue más rápida y sacó su látigo con un movimiento de muñeca y golpeó la espalda del demonio.
El demonio se estremeció y se alejó de Aline, acercándose a ellos con una rapidez alarmante. Isabelle volvió a lanzar su látigo, golpeando al demonio en el rostro. Se levantó sobre dos patas y Adrian se lanzó hacia él con un giro de su espada. Uno de sus brazos cayó de su lado y aterrizó con un ruido sordo en el suelo. Volvió a chillar y Adrian tuvo que retroceder de un salto antes de que sus garras lo arañaran en la cara.
Su lengua se lanzó hacia Isabelle, pero su látigo separó la lengua de la cabeza y eso pareció ser la gota que colmó el vaso. El demonio chilló y se dio la vuelta para huir. Adrian e Isabelle salieron disparados tras él.
Una sombra apareció frente al demonio y lo cortó antes de que Adrian e Isabelle pudieran. Cuando cayó al suelo, ambos vieron que fue Aline, sosteniendo una larga daga. Ella la giró entre sus dedos antes de tomar el mango, arrodillarse y encajarla una y otra vez en el cuerpo del demonio hasta que se desvaneciera. Se quedó de pie mirando con ojos muy abiertos mientras Adrian e Isabelle se le acercaron lentamente. Cuando los miró, su rostro estaba atónito.
—Aline —susurró Isabelle con la voz rota. Tragó saliva—. ¿Estás... estás bien? —parecía una pregunta tonta, porque claro que no lo estaba, sobre todo por la mirada en su rostro, pero Isabelle no sabía qué mas podía decir, al igual que Adrian.
Aline los miró fijamente y la daga cayó de sus manos en el suelo de piedra. Se dio la vuelta y corrió a la oscuridad debajo del puente.
Adrian e Isabelle maldijeron al mismo tiempo y fueron tras ella. Al otro lado del puente había unas escaleras que llevaban de nuevo a la calle, sólo que al otro lado del puente por el que habían venido. Aline salió corriendo desde lo alto de la escalera y Adrian fue más rápido que Isabelle al correr tras ella. La escalera conducía a una calle ancha llena de gente. No fue hasta que trató desesperadamente de encontrar a Aline entre la multitud cuando se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo.
No podía hacer otra cosa que mirar. No era sólo una multitud de gente, era un caos total. Los demonios superaban en número a las personas de la calle cinco a uno, y estaban siendo masacrados mientras Adrian miraba. Se quedó mirando con los ojos muy abiertos, sin saber qué hacer. Su primer instinto fue lanzarse a la pelea y matar a tantos demonios como fuera posible, salvar a tanta gente como pudiera, pero el miedo lo contuvo. Nunca había visto tantos demonios en un mismo lugar. Era absolutamente aterrador y los gritos de miedo y dolor no ayudaban. Podía oír a la gente llorar por sus familiares y pidiendo ayuda. Una oleada de náuseas le recorrió cuando Isabelle llegó por fin a su lado y respiró con fuerza.
—Por el Ángel... —susurró ella, horrorizada. Cuando Adrian pudo apartar la mirada para verla, estaba pálida—. ¿Cómo es posible?
Con una ráfaga de claridad, Adrian recordó que Max mencionara alguien escalando las torres de los demonios. Había estado tan seguro y no le habían creído. Ahora, con ganas de vomitar, miró las torres que se alzaban más altas que cualquier otro edificio de la ciudad. Su estómago dio un vuelco cuando las vio. Normalmente, brillaban de color blanco para mostrar que estaban funcionando. Pero ahora, ese brillo había desaparecido. Podía distinguir un humo oscuro que flotaba de las piedras, como si las protecciones hubieran explotado sobre sí mismas.
—Las salvaguardas cayeron —susurró. Isabelle apretó su brazo.
—¿Qué hacemos? —preguntó ella. Cuando él no respondió, volvió a apretar su brazo con tanta fuerza que el dolor se acumuló en el área—. ¿Adrian?
—No podemos... —Adrian se detuvo para recomponerse, para sacudir la cabeza y decirse a sí mismo que se concentre—. No podemos pelear. Hay muchos demonios. Necesitamos entrar. Vamos —tomó la muñeca de Isabelle y corrieron hacia las escaleras.
El otro lado del puente parecía pacífico. La mayoría de demonios eran atraídos al caos y no a las pacíficas partes de la ciudad.
—Espera —ordenó Isabelle, deteniéndose—. ¿Y Aline? No podemos dejarla ahí.
Adrian suspiró y pasó una mano por su cabello, mirando alrededor. Hizo una mueca cuando escuchó un grito desgarrador.
—La buscaré —decidió. Isabelle sacudió la cabeza, pero él la tomó de los brazos y la sacudió levemente para que se concentrara—. Izzy, la voy a encontrar, pero necesitas concentrarte. Regresa a la Mansión. Por favor.
No esperó una respuesta o una muestra de que ella lo haya escuchado. Corrió de regreso al caos y lo rodeó, ojeando los rostros. Era lo suficiente inteligente como para entrar. Estaba muy lleno como para alzar su espada y había muchos demonios. Necesitaba encontrar a Aline y sacarla de ahí lo más pronto posible.
Aún así, su concentración se desviaba con cada grito que escuchaba. Se estremeció, sin haber escuchado algo tan horrible en toda su vida. Las nauseas regresaron cuando vio a un hombre mayor caer a metros de altura en frente de él, siendo inmediatamente desgarrado por demonios. Giró su cabeza a otro lado.
Ese fue su error. En ese breve segundo que se detuvo a escanear los alrededores, un tentáculo negro voló en el aire y se enredó en una de sus piernas. Con un rápido movimiento, Adrian cayó al suelo y el aire salió de sus pulmones mientras su espalda se estrellaba con la piedra. Su espada voló de su alcance y sus dedos intentaron aferrarse con desesperación al suelo, en un intento de evitar ser arrastrado hacia el demonio que lo agarró.
Con un último doloroso tirón, sus dedos perdieron el agarre y fue lanzado al caos.
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sam speaks !!
feliz año nuevo loves 💞💞
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