CAPÍTULO TREINTA Y CINCO





CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
EN EL CAOS


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Adrian estaba tan desorientado que por un momento creyó estar de regreso en el barco en Nueva York, con un demonio desgarrando su estómago y el dolor recorriendo todo su cuerpo. Pero el recuerdo desapareció al parpadear y notar que el demonio frente a él era mucho más grande que el que lo había atacado hace semanas. No podía mirarlo sin sentir que iba a vomitar. Se arrastró, intentando agarrarse del piso bajo sus dedos, pero no había nada más que caminos de piedra del que agarrarse.

Intentó buscar su espada, la que voló de su agarre cuando cayó al suelo, pero estaba fuera de su alcance. Lo único que tenía era la daga en su cinturón, la cual agarró mientras era arrastrado por el camino de piedra, su camiseta levantándose. Siseó cuando las rocas arañaron su espalda, luego sacudió con fuerza su pierna para intentar que el demonio lo dejara.

No dejó salir el quejido de dolor cuando algo en su tobillo tronó, pero haber sacudido su pierna funcionó. El demonio dejó de arrastrarlo, confundido de que estaba peleando de vuelta. Adrian tomó la oportunidad para sentarse y deslizar la daga por el tentáculo aferrado a su tobillo. Por un momento, el tentáculo desapareció en el aire, como neblina, y Adrian exhaló en alivio.

Alivio que duró poco, porque el tentáculo volvió más fuerte que antes, con dientes afilados cortando la tela de sus pantalones y su propia piel. Se aguantó otro llanto de dolor. Miró su daga y se horrorizó cuando vio que no tenía runas, y que solo era una daga normal. Podía funcionar contra hombres lobo y vampiros, pero los demonios solo morían ante luz del sol o poder angelical. Era inútil.

—Mierda —se quejó antes de que el demonio tirara fuerte de él.

Su tobillo gritó de dolor y luego volvió a ser arrastrado. Intentó aferrarse de nuevo a las rocas y grava. No se molestó en agarrar otra vez su daga, ya que no le sería de ayuda. En vez de eso, intentó tomar su espada, aunque sabía que estaba mucho más lejos que antes. No tenía ninguna arma y el demonio seguía arrastrándolo. Todo parecía pasar en cámara lenta a sus ojos, y lo único que pudo hacer fue aferrarse a nada y rezar que se encontrara con algo de lo que sostenerse en el camino. En cuanto más se acercaba al demonio, más miedo tenía. No quería morir.

—Mierda, mierda, mierda, mierda —jadeó, sin aliento.

No quería morir. En serio no quería, pero se dio cuenta de que en realidad iba a morir. No había forma de salir de esto, no podía salvarse sin arrancar su pie de su pierna. Había estado en cientos de misiones, matado cientos de demonios, pero esta era la primera vez en la que en serio creyó que iba a morir.

Nunca había pensado en eso. Fueron criados viendo a la muerte como algo normal, con la idea de que morir en batalla traería nada más que gloria a ellos mismos y a su apellido, pero Adrian estaba aterrorizado de igual manera. No sabía que le esperaba del otro lado, o si los cazadores de sombras eran bienvenidos al cielo, o si había algún otro lugar, o si todo era oscuridad. Eso fue lo que más lo aterró, y sus dedos intentaron aferrarse a algo con más fuerza. Era muy joven para morir. Había mucho que quería hacer, mucho que quería decir.

No quería morir, no quería morir, no quería...

Con un movimiento brusco, Adrian se encontró debajo del demonio. Sus ojos se abrieron y todo se ralentizó mientras miraba al demonio abrir su mandíbula. Se estremeció e intentó arrastrarse lejos antes que un sonido inhumano dejara la boca del demonio. Se estremeció, dejó salir un grito que hizo que Adrian se tapara los oídos, pero nada lo golpeó.

Él miró fijamente al espacio vacío sobre él, sin entender, y luego vio a la chica caminando hacia él con un cuchillo serafín en sus manos. Era alta, rubia y vestía el traje de los cazadores de sombras. Cuando se arrodilló y le ofreció una mano, Adrian finalmente la reconoció al ver sus orejas puntiagudas.

—¿Helen? —dejó salir débilmente. Ella solo tuvo tiempo de sonreírle antes de tomar su brazo y ponerlo de pie. No lo dejó procesar lo que pasó, simplemente empezó a correr. Adrian recogió su espada y la siguió.

Corrieron y lanzaron golpes con sus cuchillos al aire por un largo tiempo antes de que por fin llegaran al bosque. Adrian dudó al entrar, pero Helen lo notó y tomó su mano, tirando de él con desespero. Adrian no se movió.

—¿Debemos ir ahí? —susurró, e incluso a través de los gritos de horror de personas y los sonidos que dejaban salir los demonios, Helen lo escuchó. Apretó su mano, pero no calmó el miedo de Adrian. Lo último que quería era entrar al bosque, lleno de oscuridad.

—Los demonios están en la ciudad —señaló Helen, mirando con cautela por donde venían—. Con tantas víctimas, dudo que se estén escondiendo en el bosque. Vamos, si tardamos más es más probable que nos vean.

Adrian asintió y la siguió, sin que Helen soltara el agarre tenso en su mano. Parecía igual de asustada que Adrian. No debían estar en el caos, debían haberse quedado en sus casas, pero Adrian no podía quedarse sentado y mirar al demonio llevarse a Helen. Estaba seguro que Helen pensaba lo mismo.

Caminaron unos minutos más hasta que Adrian empezó a temblar, aunque no sabía si por el frío o por el shock. Eligió creer que era lo primero, pero tomando en cuenta que no le dolía su tobillo que sabía que estaba lastimado, no se veía bien.

Se detuvo para recargarse en un árbol y respirar. Se arrodilló para tocar su tobillo, y entonces Helen rompió el silencio, lo que Adrian agradeció. Con el silencio, le daba aún más escalofríos el bosque.

—¿Por qué no te cortaste para escapar? —preguntó ella cuando él subió la pierna de su pantalón. El tobillo estaba inflamado, e incluso con tan poca luz, notó que también descolorido. Él hizo una mueca y miró a Helen.

—Lo intenté —dijo Adrian con una mueca—. No sabía que la daga que tomé no tenía runas, y se me cayó la espada cuando esa cosa me agarró.

Helen se inclinó para mirar a su espada, como si fuera a revisar que esta sí tenía runas en el cuchillo, mientras Adrian presionaba sus dedos en su tobillo, que palpitaba y estaba tibio. Volvió a hacer una mueca, casi seguro de que estaba envenenado.

—¿Qué tal tu tobillo? —preguntó Helen, inclinándose para verlo ella misma. Adrian no se molestó en responder, ella sabía que hacía. Helen chasqueó la lengua con desapruebo y tomó la estela guardada en su cinturón. Volvió a inclinarse para ponerle una runa, pero se enderezó sin hacer nada, viéndose más preocupada que antes—. Tenemos que llevarte con un Hermano Silencioso antes de que el veneno se esparza, apuesto que te va a arder un montón si no hacemos algo.

Adrian sacudió la cabeza, aunque no dijo nada mientras ella lo ayudaba a ponerse de pie.

—¿Y tus hermanos? —preguntó. De repente recordó que Helen no dejaría a su familia durante un ataque demoniaco así, no a menos que estén a salvo. Si había algún lugar en la ciudad lo suficientemente seguro como para que Helen deje a sus hermanos, entonces él quería conocerlo.

—Se quedaron en la Sala de los Acuerdos —se estiró para apretar su cola de caballo y luego se limpió la mejilla con su mano—. Tenemos que ir allí también. Salí pensando que solo habría pocos demonios, no... no esto —su voz se rompió. Fue el turno de Adrian para darle un apretón a su mano.

—Bueno, no podemos ir hasta que encontremos a Aline.

Helen levantó la cabeza y por un momento solo miró a Adrian con los ojos muy abiertos en shock y horror. Adrian se sintió culpable al no haberlo dicho antes, dado lo cercanas que eran.

—¿Aline? —susurró Helen, su voz rompiéndose de nuevo. Tragó saliva con dificultad y respiró profundo, apartando la mirada cuando Adrian explicó.

—Un demonio se la llevó, ella... —sacudió la cabeza, recordando lo que él e Isabelle vieron—, ella lo mató, pero luego salió corriendo. Le dije a Izzy que la buscaría, pero... bueno, me atacaron a . ¿Sabes a dónde podría haber ido?

—Ella es inteligente —dijo Helen de inmediato, dando la vuelta para mirar los árboles a su alrededor. Mientras pensaba en qué Aline pudo haber hecho, Adrian probó su tobillo. No dolía, aún, pero empezó a sentir el ardor del que Helen le advirtió. Tendrían que encontrar a Aline pronto y regresar a la Sala de los Acuerdos rápido. Adrian respiró hondo y Helen lo miró con ojos abiertos—. Ella sabría dónde evitar a los demonios. Yo digo que esta por aquí —movió su mano, refiriéndose al bosque, antes de mirar a Adrian preocupada—. ¿Puedes caminar? Tal vez es mejor si vas tú a la Sala de los Acuerdos...

—No, no te voy a dejar sola aquí.

Helen suspiró con suavidad y levantó su cuchillo serafín, empezando a avanzar. El brillo que salía del arma les dio más luz que la luna, y Adrian lo agradeció. Ninguno tenía piedras de luz con ellos. Era cuestión de tiempo que los demonios empezaran a notarlos en los bosques.

—Si empiezas a cojear —dijo Helen mientras caminaban, escaneando peligro— entonces te arrastraré a la Sala de los Acuerdos, no me importa si haces un berrinche.

—No hago berrinches —se quejó Adrian con voz débil, entendiendo por qué estaba nerviosa. Él también lo estaba—. Gracias, por cierto. No sé que habría hecho si no aparecías. Me salvaste la vida.

Helen se encogió de hombros de forma tan casual que hizo sonreír un poco a Adrian.

—No es nada, Dri. Tu hubieras hecho lo mismo por mí.

Adrian iba a hablar, pero se detuvo cuando escuchó el sonido de alguien olfatear el aire. Helen se detuvo también y levantó aún más su cuchillo serafín para que brillara más. Inclinó su cabeza a un lado y entrecerró sus ojos.

—¿Escuchas eso? —preguntó ella, bajando la voz. Adrian asintió y movió su espada entre sus manos. El metal hizo un sonido cuando se levantó en el aire.

Hubo otro olfateo y ambos voltearon a ver al mismo árbol. Juntos, lo rodearon con sus armas en mano. Aunque no las necesitaron, porque ahí estaba Aline, llorando y con sangre hecha bolita, pero viva.

—Oh, Aline —susurró Helen, arrodillándose al lado de la chica más joven, poniendo una mano dudosa en sus hombros.

Adrian, notando su camiseta completamente rasgada, se quitó el suéter. No tenía más que una camiseta sin mangas debajo, pero apenas le daba frío. Aline necesitaba el suéter más. Se lo dio a Helen para que se lo diera a ella, y apartó la mirada para que se lo ponga.

—Gracias —dijo Aline, sonando su nariz de nuevo y limpiándose la cara con las mangas del suéter que Adrian le dio. Estaba temblando, pero parecía calmarse poco a poco, ahora que no estaba sola. Miró a Adrian cuando Helen la abrazó por los hombros—. Perdón por escapar —intentó sonar como siempre—, solo que... —su aliento tembló, al igual que ella. Adrian le sonrió con amabilidad.

—Yo también hubiera escapado —dijo.

Ella bajó la cabeza y se recargó en Helen, quien puso su cabeza encima de la de Aline. Adrian las miró y no quiso interrumpir, pero de repente recordó lo mucho que quería estar con Alec, seguro con él.

—Tenemos que ir a la Sala de los Acuerdos. ¿Puedes correr?

Aline dudó y Helen se apartó.

—Deja te dibujo un iratze —Helen bajó el collar del suéter de Aline para alcanzar su clavícula. Adrian apartó la mirada otra vez. Poco después, volvió a mirar para ver a Helen girar la estela en sus dedos antes de guardarla en su cinturón. Aline ya no temblaba ni esta tan pálida, ahora aferrada a la mano de Helen—. Bien, ahora sí, vamos.

Helen no tardó mucho en estar al control de la situación, lo que no era una sorpresa. Era la mayor de los tres y tenía cinco hermanos (más Emma Carstairs). Sabía cómo lidiar con cosas así.

A Adrian le recordó a Alec, en la forma en que hacía sentirlos seguros al ponerse en cargo de situaciones que parecía que no tenían solución. El pensamiento lo calmó mientras seguía a Helen a través de los árboles.

Nunca la había visto en acción antes, ya que solo la había visto en Idris, pero se dio cuenta de lo buena cazadora que era. Gracias a su sangre faerie, era más rápida y tenía más gracia, al igual que sus sentidos eran más fuerte sin necesitar runas. En parte Adrian la envidiaba, aunque no envidiaba el prejuicio que enfrentaba por su linaje.

Nadie habló hasta que entraron al caos de las calles de nuevo y todos se congelaron.

—¿Cómo vamos a pasar por todo eso? —susurro Aline con ojos muy abiertos. Helen suspiró temblorosamente y escaneó todo con la mirada. Adrian hizo lo mismo, y su mirada cayó en una casa cercana al mismo tiempo en que Helen habló.

—Podemos subirnos a las casas y saltar de techo en techo —decidió, asintiendo para sí misma. Ya había sacado su estela para ponerse runas, y miró a los demás—. ¿Puedes hacerlo? Por tu tobillo.

Adrian le sonrió en grande falsamente.

—¿Tengo otra opción?

Helen frunció el ceño y sacudió la cabeza, regresando a ponerle runas a Aline. Adrian hizo lo mismo, tomando su propia estela en su cinturón. Se puso otro iratze en su tobillo y este sí dolió, y luego siguió con runas de balance, silencio, velocidad, sigilo y visión en su brazo. Todas quemaron, pero apenas lo notó. Su concentración estaba en llegar a la Sala de los Acuerdos, en que un Hermano Silencioso lo curara y en sentir los brazos de Alec en él.

Subieron a la casa en silencio y no se les dificultó saltar de techo en techo, pero no se detuvieron sin importar lo cansados que estaban, o lo mucho que el tobillo de Adrian dolía. Él y Aline casi murieron varias veces, y Helen sabía que ninguno podía con otra pelea.

La única vez que se detuvieron fue cuando llegaron a la última casa justo al lado de la Sala de los Acuerdos, cuando el tobillo de Adrian colapsó bajo su peso. Casi se caía del techo si no hubiera sido porque Aline lo detuvo.

Adrian maldijo varias veces y Helen levantó la pierna del pantalón para mirar la herida. Ahora que tenían luz, se veía completamente morado y tenía líquido negro saliendo de donde los tentáculos lo habían cortado. Aline maldijo aún más cuando lo vio y Helen se puso pálida. Aun así, le puso un iratze.

Pero el iratze desapareció antes de que lo terminara.

—Mierda —siseó Helen, agarrando su estela con mucha fuerza—. ¿Cómo es posible? ¿Por qué las torres de los demonios se cayeron?

Adrian y Aline se miraron.

—Max dijo que vio a alguien escalándolas —Adrian dijo, soltando pequeños quejidos mientras las chicas lo ayudaban a ponerse de pie. Por suerte, había una tubería al lado de la casa, lo que significaba que podía deslizarse—. No le creímos. Debió haber sido un hombre de Valentine. Todavía hay gente leal a él en la ciudad —lo había sospechado, pero ni en un millón de años creía que atacarían las torres de los demonios.

—Yo pienso que fue un miembro del Concejo —dijo Helen con disgusto—. Sin ofender, Adrian.

Adrian casi se rió. Esas fueron las últimas palabras que dijeron.

Repentinamente cansados, todos bajaron y se acercaron a la Sala de los Acuerdos. Ningún demonio se había acercado al edificio aún, afortunadamente.

Ninguno de ellos esperó ser notado cuando abrieron las puertas pesadamente, pero cuando entraron, vieron a un montón de padres preocupados y niños pequeños llorando. Los tres se separaron poco después, Helen se fue con sus niños, Aline con los Hermanos Silenciosos, y Adrian fue aplastado en un abrazo por Maryse.

Ella y Robert se quedaron con él, preguntándole qué pasó (lo que hizo que Adrian se preguntara qué tan mal se veía, ya que no habían notado su tobillo aún), pero intentó calmarlos.

—Estoy bien, estoy bien —repitió por milésima vez, aunque sabía que no lo estaba.

Estiró su cuello para ver alrededor de la sala y se empezó a sentir abrumado, y la realidad de que casi murió llegó, porque empezó a temblar. Quería ver a Alec.

—¿Dónde está Alec? —interrumpió a Maryse en medio de su pregunta. Ella y Robert se callaron, mirándose. Un momento después, Robert apuntó a Alec al otro lado del lugar, hablando con Magnus y Oliver.

Adrian comenzó a caminar hacía él en cuanto lo vio y Maryse y Robert no lo detuvieron.

Alec lo vio acercarse antes de que Adrian llegara y sus ojos se abrieron con alivio y preocupación. Adrian no lo dejó decir nada, solo se lanzó a abrazarlo, aferrándose a él y temblando con fuerza. Era como si estuviera llorando, pero no había lágrimas. Sus ojos estaban secos, incluso cuando los cerró con fuerza y presionó su rostro en el cuello de Alec.

Alec murmuraba algo, sus brazos aferrados con tanta fuerza en el torso de Adrian que le dificultó respirar, pero Adrian no se molestó en escucharlo. Solo se aferró a él hasta que dejara de temblar y podía volver a respirar.

Cuando se apartó, ignoro la preocupación obvia en la expresión de Alec y giró hacia Oliver y Magnus. Ellos no estaban menos preocupados, pero ninguno iba a hacerle mil preguntas.

—¿Qué hacen aquí? —preguntó él, frunciendo el ceño. Ahora que podía concentrarse mejor, se dio cuenta que la Sala de los Acuerdo estaba llena de hombres lobo. La mayoría eran de la Luna del Cazador, reconoció Adrian, lo que significaba que probablemente eran de la manada de Luke.

—Lindo verte también, pastelito —dijo Magnus secamente. Dejó salir un quejido cuando Oliver lo golpeó levemente en el estómago con su mano—. Luke me pidió transportar a su manada fuera de Alacante a través de un Portal. Simplemente me uní —Oliver sonrió y agachó la cabeza. Adrian sonrió también mientras Magnus continuaba—. Al Cónsul no le agradó la idea, pero burbuja aquí —asintió hacia Alec, que frunció el ceño— fue lo suficientemente amable para señalar que si no lo hubiera hecho, muchos más cazadores de sombras habrían muerto, así que ahora tenemos permitido quedarnos —Magnus miró a su alrededor con su mano en la espalda de Oliver, quien se recargó en él—. Mira, Bombón está aquí.

—Bombón, Burbuja —rió Oliver con calidez y en voz baja—. No sabía que te gustaban tanto las Chicas SuperPoderosas.

Adrian y Alec se miraron confundidos. Magnus arrugó la nariz.

—No eres lindo cuando te ríes de mí —dijo Magnus. Oliver sonrió más.

—Mentiroso.

Magnus arrugó la nariz otra vez. Adrian sonrió al verlos y se recargó en Alec, que murmuró algo sobre conseguirle un Hermano Silencioso. No se alejaron demasiado antes de ver a quién había mencionado Magnus. Jace se acercaba a ellos, con Clary detrás, ambos con ceniza en su pelo.

—¿Dónde estabas? —exclamó Alec de inmediato.

A pesar del dolor en el tobillo de Adrian, él también quería saber. Jace caminó mas rápido cuando vio que Adrian no estaba de pie completamente, sino que recargado en Alec con el rostro pálido. Ahora, se sobresaltó y levantó una ceja ante el tono de Alec.

Clary lo rodeó y se detuvo al lado de Adrian, preguntándole tranquilamente si estaba bien. Él se encogió de hombros. Ella frunció el ceño, preocupada, antes de dar la vuelta y mirar a la multitud, en busca de un Hermano Silencioso.

—Estaba... —Jace miró a Clary antes de sacudir la cabeza—. ¿Él no debería estar con un Hermano Silencioso? —preguntó, dando un paso para ayudar a Alec a llevar a Adrian con un doctor.

Adrian recargó su cabeza en el hombro de Alec y no prestó atención. Sabía que habían preguntado por Simon, que no estaba allí, y Jace preguntó dónde estaban Isabelle y Max, pero tampoco estaban aquí. Cuando Luke entró en la Sala de los Acuerdos con el resto de su manada, Clary fue a saludarlo y Jace desapareció entre la multitud. Adrian dejó escapar un suave suspiro.

—Ayúdame a encontrar un Hermano Silencioso, burbuja —murmuró. Alec suspiró—. Siento que mi tobillo va a explotar.

—Cierto —dijo Alec, apoyando el peso de Adrian en él mientras se acercaban al rincón donde estaban los lastimados—. Por aquí.





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Media hora después, una runa anti-veneno estaba dibujada en el tobillo de Adrian, junto a un vendaje apretado alrededor de su extremidad.

La runa le había dolido más que el veneno, pero estaba dispuesto a soportarlo, ya que funcionaba rápido. Ahora empezaba a recuperar el color en las mejillas y por fin podía ponerse de pie. Le dieron un par de muletas de madera, y las probó para asegurarse de que realmente podía caminar con ellas antes de lanzar una sonrisa al Hermano Silencioso que le había curado.

—Gracias, Hermano Zachariah —dijo Adrian, ajustando su agarre en las muletas. Entre todos los Hermanos Silenciosos, se dio cuenta que le agradaba el Hermano Zachariah más.

Los Hermanos Silenciosos no tenían emociones ni humanidad, pero Adrian pensaba que el Hermano Zachariah se veía más humano y amable que los otros. Tal vez era nuevo, a comparación de los demás. Aún tenía cabello negro con un mechón gris y sus labios no estaban cocidos. Tampoco tenía algunas runas que otros Hermanos tenían.

El Hermano Zachariah inclinó su cabeza en un asentimiento. Te recomiendo no involucrarte en ninguna actividad física por el resto de la noche, dijo la voz suave en la mente de Adrian. Déjalo sanar. El veneno se habrá ido en la mañana. Pisa con suavidad. Adrian asintió.

—Traducción: no pelees con demonios. Entendido. ¿Cómo está Aline?

Al parecer, Aline dejó de hablar por completo después de ir con los Hermanos Silenciosos. Hubo una pausa mientras el Hermano Zachariah pensaba si debía contestar.

Descansando, fue todo lo que dijo antes de alejarse para atender a alguien más.

Adrian suspiró suavemente. Esa era la mejor respuesta que iba a tener. Sacudió la cabeza y buscó a sus amigos o a alguien que conociera. Solo encontró a Oliver, sentado en la tarima con el mentón en sus manos. Adrian se dejó caer a su lado.

—¿Y los demás?

Oliver suspiró, cerrando los ojos.

—Clary, Jace, Alec y el otro tipo, Sebastian, fueron a rescatar a Simon —explicó, reteniendo un bostezo en su mano—. Lo dejaron en el Gard, que está quemándose —Adrian abrió mucho los ojos y Oliver le agarró el brazo antes de que pudiera ponerse de pie—. Ni lo pienses —Adrian lo miró mal—. No me mires así, no puedes con ese tobillo. Dame tus muletas.

—Entrometido —dijo amargamente Adrian mientras Oliver dejaba las muletas fuera de su alcance.

—Magnus encontró el Libro de lo Blanco —reveló Oliver. Adrian lo miró sorprendido. Era un Libro con hechizos poderosos. No se había dado cuenta que las personas lo estaban buscando—. Fueron a despertar a Jocelyn.

Entonces a eso habían ido Jace y Clary, pensó Adrian. Fueron a buscar el Libro.

—Y yo aquí, sintiéndome fuera de lugar.

Ambas miraron arriba. Adrian sonrió al ver a Maia de pie frente a ellos, con ropa desgarrada y sucia. Aunque estaba cubierta de tierra y sangre de demonio, sonreía y sus ojos brillaban. Se sentó al lado de Adrian y le dio un empujoncito con el hombro—. Buenas noches, Adrian. Oh —parpadeó al ver su vendaje—. ¿Te atacó un demonio?

—¿Qué me delató? —se rió Adrian—. ¿Los demonios atacando la ciudad?

—No hay por qué ser grosero —sonrió ella y le dio otro empujón, antes de inclinarse a ver a Oliver—. Luke sigue discutiendo con el señor de allá. Honestamente no sé cómo está tan calmado, considerando lo que le ha pasado —asintió con su cabeza hacia un lugar. Adrian siguió su mirada e hizo una mueca al ver que era su padre. Apartó la mirada con rapidez para ver la puerta, esperando que alguien regrese—. ¿Cuánto crees que pase antes de que...?

La puerta se abrió de golpe y Adrian se congeló. Por un momento, sólo pudo mirar fijamente, y luego se apresuró a tomar sus muletas, escuchando a Maia y Oliver llamarlo, intentando que se quedara quieto y preguntándole qué le pasaba. Al final, renunció a las muletas y salió disparado por la habitación, apenas sintiendo el tobillo. Necesitaba ver si estaba alucinando. Necesitaba ver si realmente estaba viendo lo que estaba viendo.

Esperaba que estuviera equivocado, que haya visto mal la situación en frente de él. Esperó malinterpretar las miradas en los rostros de Isabelle, Maryse y Robert al entrar a la Sala de los Acuerdos. Robert estaba pálido y temblaba, en shock. Maryse tenía la cara sonrojada de enojo, girando para gritarle a Jia Penhallow que esta era su culpa, que su sobrino lo hizo y que Sebastian apoyaba a Valentine. Isabelle tenía el rostro pálido y sangre en la cara, mezclada con lágrimas.

Max estaba inconsciente en sus brazos.





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