CAPÍTULO TREINTA




CAPÍTULO TREINTA
PANADERÍA ROSEWELL


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—¿Izzy quiere ser tu parabatai? —preguntó Alec diez minutos después, sorprendido—. Ni siquiera sabía que quería uno.

—Yo tampoco sabía —respondió Adrian.

Caminaban por la ciudad, ya que no había tanta gente como Adrian pensaba. Aún no habían llegado muchos cazadores de sombras. Aunque las calles estaban vacías, salvo por algunas personas, Adrian y Alec seguían sin tomarse de la mano. En Idris, era mejor prevenir que lamentar. No sabía si su padre tenía gente vigilándolo, pero no iba a descartar esa posibilidad.

—¿Qué le dijiste? —preguntó Alec al cabo de un momento, cuando quedó claro que Adrian se había sumido en sus propios pensamientos. Adrian parpadeó y trató de aclarar sus ideas.

—Le dije que lo pensara un poco más —Alec le lanzó una mirada incrédula. Adrian se encogió de hombros. Tenía sus razones, pero eso no significaba que Alec no se sintiera a la defensiva. Isabelle era su hermana pequeña—. Si ella sigue queriendo un parabatai cuando volvamos a Nueva York, entonces voy a decir que sí —Adrian hizo una mueca al ver la expresión que se formaba en el rostro de Alec—. No le dije que no, no me mires así. No la rechacé.

—Si quieres ser su parabatai, ¿por qué no lo hacen ahora? —preguntó Alec, desesperado. Adrian contuvo un pequeño resoplido de indignación. Normalmente Alec guardaba ese tono para Jace.

—Porque no quiero que tome una decisión impulsiva y se arrepienta —admitió Adrian. Caminó un poco más lento y un ceño fruncido apareció en su rostro. Ya casi habían llegado a la plaza y estaba más concurrida que las calles de la ciudad. Miró a Alec de reojo—. No quiero que me odie, ¿sabes?

Alec bufó. Adrian giró la cabeza por completo y enarcó una ceja cuando Alec negó con la cabeza, incrédulo.

—Izzy nunca podría odiarte —dijo Alec, todavía en ese tono exasperado—. Nadie podría odiarte —la última frase salió más suave, tan baja como un susurro, como si Alec no hubiera querido decirlo en voz alta. A juzgar por la expresión avergonzada que apareció de pronto en su rostro, eso era.

—Bueno, te sorprenderías —dijo Adrian, divertido, aunque la mayor parte de él sólo quería que Alec se sintiera cómodo. No quería incomodarlo en su primera cita—. Tengo muchos exes resentidos. No todos pueden ser como Ollie —Alec no respondió a eso y Adrian no le dio importancia. Ya casi llegaban a la plaza. Asintió con la cabeza y alargó la mano para tocar el brazo de Alec—. Ahí está Cartway's. Siempre sacan cosas nuevas cuando hay una gran reunión de la Clave, es cuando pueden vender más. Ahí puedes encontrar una chaqueta.

Sólo cuando Adrian comenzó a caminar y Alec no lo siguió, se dio cuenta de lo callado que estaba. Adrian giró sobre sus talones para mirarlo, frunciendo el ceño, confundido. Alec miraba fijamente la acera con expresión preocupada. Adrian metió las manos en los bolsillos de su chaqueta e inclinó la cabeza, acercándose un paso. Alec levantó la vista, lo miró y luego apartó rápidamente la mirada. Adrian soltó un suave suspiro.

—¿Qué sucede? —preguntó, aunque sentía que sabía la razón. Alec negó con la cabeza, cruzando los brazos sobre su estómago.

—Nada, yo solo... —murmuró.

—Fue la mención de mis exes, ¿cierto? —dijo Adrian. Alec hizo una mueca de inmediato y giró la cara, con las mejillas enrojeciéndose poco a poco.

—¿Cómo lo supiste?

—Éramos mejores amigos antes de salir, Alec, eso no ha cambiado. Te conozco.

—Cierto —Alec se frotó la nuca, aún sin mirar a Adrian—, eso.

Adrian rodó los ojos. Echó un rápido vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie los observaba antes de agarrar a Alec del brazo y arrastrarlo hasta un pequeño callejón. Unas altas tablas de madera estaban apoyadas contra el edificio, la madera podrida, y Adrian empujó a Alec contra la pared detrás de ellos. No era el mejor escondite, pero al menos no estaban completamente a la vista, por si a alguien se le ocurría pasar por delante de la boca del callejón y echar un vistazo.

—Alec —fue todo lo que dijo Adrian, y de repente el mencionado soltó un largo y cansado suspiro. Se encogió de hombros como disculpa, con la espalda apoyada en el lateral del edificio.

—No es nada, es algo estúpido... —Adrian enarcó las cejas y Alec volvió a suspirar. Guardó silencio durante un momento, sumido en sus pensamientos, antes de encontrarse tímidamente con la mirada de Adrian. Abrió la boca, la cerró y soltó otro suspiro. Parecía que se estaba impacientando incluso consigo mismo—. Es que has estado con mucha gente y... no es que sea algo malo, no te juzgo... —los ojos de Alec se abrieron alarmados cuando se dio cuenta de lo que había dicho y Adrian trató de detener una sonrisa divertida.

—Alexander —dijo en voz baja, con algo de cariño filtrándose. Alec cerró la boca de repente, soltó otro suspiro impaciente y sacudió la cabeza.

—Tú tienes experiencia —dijo Alec sin rodeos— y yo no.

Fue todo lo que dijo, no dio más detalles, y Adrian supuso que podía entenderlo. No era algo que necesitara detalles, era sencillo. Alec volvía a sentirse inseguro. Adrian ladeó la cabeza, preguntándose qué podría decirle para que se sintiera mejor. No tardó mucho en encontrar las palabras.

—No hay nada malo en eso —dijo Adrian con suavidad, inclinando su cuerpo ligeramente lejos del de Alec para que no se sintiera abrumado. Hasta ese momento no se había dado cuenta de lo cerca que estaban—, ni en no tener experiencia, cada uno avanza a su ritmo.

—Lo sé, pero... no tuve mi primer beso hasta los dieciocho...

—¿Y? ¿Conoces a mi amiga Catarina Loss? —Alec asintió y Adrian sonrió—. No dio su primer beso hasta los veinticinco. Ollie lo dio a tu edad, y Magnus me dijo que no tuvo su primer buen beso hasta los setenta.

—Pero... —comenzó Alec, pero se detuvo y apretó los labios, parecía no poder encontrar las palabras correctas para expresar lo que sentía. Adrian ya lo había entendido, así que apoyó sus manos en los hombros de Alec y se inclinó un poco, conectando sus miradas.

—Alec —dijo Adrian con voz seria—, nada de eso me importa, es más, me emociona —Adrian le envió una sonrisa brillante y algo juguetona—, significa que vivirás todo eso conmigo —para su sorpresa, Alec no se sonrojó, solo inclinó la cabeza y lo miró, estudiando su rostro en busca de una señal de mentira. No encontró una, así que relajó los hombros bajo el toque de Adrian. Él le dio un apretón a sus hombros y continuó—. Además, es casi nuevo para mí también.

—¿Cómo? —bufó Alec.

—Nunca he vivido nada de esto estando enamorado —dijo simplemente Adrian, encogiendo sus hombros mientras sus manos caían de regreso a sus costados. Aunque sus sentimientos eran claros entonces, tenía cuidado de no decir mucho. Todo era tan nuevo para Alec que no quería hacerlo sentir obligado de decir esas palabras de regreso, ya que no quería escucharlo decirlas a menos de que las dijera en serio. Le dio una pequeña sonrisa—. Debe ser interesante.

Alec lo miraba fijamente. Él abrió la boca, pero nada salió de ella. Adrian esperó, curioso. Estuvo algo sorprendido cuando Alec lo tomó del cuello y lo atrajo. Adrian se recargó en él y cerró los ojos. El beso era tan suave y la mano en su cuello tan cálida. Adrian quería desaparecer en él, pero se forzó a enderezarse y mirar a Alec.

—¿Estás bien? —preguntó. Alec asintió.

—Sí —murmuró él. Adrian sintió su pulgar acariciar su nuca y retuvo un estremecimiento.

—Bien —susurró Adrian. Le dio un rápido beso en la boca antes de apartarse por completo. Miró la boca del callejón con el ceño fruncido, muy seguro de que no podían evitar ser vistos saliendo de un callejón abandonado juntos, pero no le preocuparía demasiado—. Necesitas una chaqueta nueva y yo necesito comer.

—Me preguntaba cuándo dirías eso —murmuró Alec y siguió a Adrian fuera del callejón—, no puedes sobrevivir solo de café.

—Puedo y voy a hacerlo —Alec le sonrió—. Vamos.

Adrian pretendió no haber notado cuando Alec extendió su mano para tomar la suya, pero se detuvo y su mano cayó de regreso a su costado.


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Una hora más tarde, caminaban sin rumbo alrededor de Angel Square. Alec continuaba deteniéndose a ver tiendas y Adrian simplemente estaba feliz de seguirlo. Alec no visitaba Idris seguido, y Adrian estaba casi seguro que la última vez que vino fue cuando se convirtió en el parabatai de Jace hace años. Incluso Adrian, que visitaba Idris anualmente, siempre se las arreglaba para dejarse llevar por todas las tiendas, restaurantes y panaderías. Siempre había algo nuevo cuando venía. Nueva comida, nueva ropa, nuevas armas. No iba a detener el entusiasmo de Alec.

Ahora estaban en la tienda de armas. Alec compró una nueva chaqueta (la que Adrian había elegido, lo que lo alegró), y Adrian cargaba dos bolsas en su brazo izquierdo. Una de las sobras de su almuerzo, que pensaban darle a Jace e Isabelle cuando volvieran, y la otra un nuevo par de botas, una funda para el muslo donde colgar una arma y un par de guantes sin dedos hechos de cuero que Adrian compró para él mismo. Simplemente le dijo a los vendedores que cargaran la cuenta a Malachi Dieudonne y ninguno intentó argumentarlo.

Adrian dejó las bolsas en el suelo y se acercó al mostrador de cristal. Dentro del cristal se mostraba una larga espada de plata, cuya empuñadura tenía una H cursiva. Tanteó el cristal y miró al hombre mayor detrás del mostrador. Alec estaba en lo más profundo de la tienda, mirando arcos colgados en la pared trasera, lo que le tomaría un buen rato.

—¿Herondale? —adivinó Adrian.

Los Herondale solían ser una de las más grandes y famosas familias de todos los tiempos. Prácticamente eran la realeza antes de que Stephen Herondale avergonzara a su familia uniéndose a Valentine. Él murió antes de que Clary naciera, y el único miembro de la familia que seguía vivo era Imogen Herondale, pero murió frente a Jace en el barco. La familia estaba extinta, por lo que se sabía. Eso no tomaba en cuenta la historia del Herondale Perdido, pero Adrian no estaba seguro de si creía o no en esa historia.

—Era de Stephen Herondale, si puedes creerlo —el hombre dijo, pero no hizo ademán de sacarla de la caja de cristal. Cuando el hombre vio la mirada interrogante de Adrian, soltó una risita áspera—. Te sorprendería saber cuántos se alejan de esta espada cuando se enteran quién fue su dueño. Esta espada mató a mucha gente inocente.

Gente. Era poca cosa, pero Adrian sonrió a pesar de todo.

—Es entendible —suspiró Adrian. Sus pequeñas ganas de comprar la espada se había ido. No quería poseer y luchar con algo que había lastimado a mucha gente inocente.

—¿Buscas una espada, chico? —preguntó el hombre, mirándolo con curiosidad. Adrian parpadeó con sorpresa y sacudió la cabeza.

—No, prefiero los staffs, acabo de conseguir uno. Estoy esperando a mi novi... amigo. Esperando a mi amigo —Adrian se corrigió muy tarde y evitó mirar al hombre inclinando la cabeza para observar la espada de nuevo. Estaba maravillosamente hecha, lo que era una pena. Jace le hubiera encantado, aunque Adrian dudaba que la usara cuando se enterara de la historia detrás.

El hombre no respondió nada, aunque Adrian podía sentir sus ojos clavados en él. Por suerte, sólo tuvo que esperar unos minutos más antes de que Alec regresara, colocando un arco y un carcaj nuevos sobre el mostrador. Adrian recogió sus bolsas y cuando volvió al mostrador, el hombre ya estaba llamando a Alec. Adrian suspiró aliviado y miró hacia la puerta.

—Enviaré esto con tu orden de flechas mañana —el hombre decía—. ¿Dijeron que se quedaban en la Mansión Penhallow? —Adrian esperó pacientemente. Su error no lo dejaba descansar y seguía pensando en ello. Necesitaba salir de la tienda. El hombre continuaba hablando y Adrian puso atención justo a tiempo para escucharlo decir—. Tengan cuidado, el Cónsul solo se preocupa por su imagen en estos días.

Adrian estaba tan asustado que no habló por unos diez minutos después de eso.

—¿Quieres explicarme lo que significó eso? —preguntó Alec, rompiendo el silencio. No era usual que Adrian estuviera callado por tanto tiempo.

—Se me escapó, puede que... accidentalmente te llamara mi novio. No lo disimulé bien —Adrian se encogió de hombros—. Yo...

—Estás temblando —parpadeando, Adrian miró sus manos y notó que Alec tenía razón, estaba temblando. Apretó sus manos en puños y las escondió en los bolsillos de su chaqueta. Las bolsas aún colgaban de su brazo izquierdo. Alec se había ofrecido a cargarlas, pero Adrian negó, necesitaba cargar con algo para detener el impulso de tomar la mano de Alec, que empeoraba cada vez—. ¿Dri, estás bien?

—Estoy bien, sólo que... no estoy aquí del todo. Nadie lo sabe aquí, y creo que olvidé en Nueva York lo horrible que es. Pero estoy bien. Lo estaré —sacudió la cabeza y levantó la mano para detener un bostezo que escapó de su boca—. En serio, solo olvida lo que pasó. ¿A dónde vamos ahora? —Alec lo miró, preocupado, antes de suspirar y sacudir la cabeza.

—Dame tu brazo —ordenó, buscando algo en su bolsillo. Adrian frunció el ceño.

—¿Por qué?

—Porque has bostezado como mil veces desde que llegamos y me desalienta —dijo Alec, jugando con la estela en sus dedos y extendiendo su mano, expectante. Adrian se burló y sacudió la cabeza, una sonrisa curvando la comisura de sus labios.

—Por favor, Alec, no estoy aburrido. Solo no he dormido mucho.

—Bueno, pero igual dame tu brazo.

—No dibujarás una runa para que tenga más adrenalina —dijo Adrian, dando un paso atrás cuando Alec dio un al frente—, eso no saldrá bien para nadie.

—No lo haré —rió Alec—, solo quiero ver si una runa de resistencia te mantiene despierto... oh, vamos —Adrian se detuvo ante la mención de la runa, sofocando su risa con su mano derecha y agachando la cabeza. Alec, de alguna manera, mantuvo su rostro serio cuando continuó—. Eres igual que Jace, Izzy y Clary. Los cuatro necesitan distraerse un rato.

—Espera —dijo Adrian a través de su risa, pasando una mano por su cabello cuando su risa desapareció. Estaban en medio de Angel Square, junto a la fuente en el medio de la plaza, y su risa llamó la atención de cazadores de sombras a su alrededor. La plaza estaba mucho más llena ahora—. ¿En serio no se te ocurre que algunas parejas han usado esa runa para otra cosa?

Alec resopló, pero no respondió. Al fin notó la atención que obtuvieron. Más cazadores de sombras debían haber llegado a Idris, más familias de todo el mundo, y ahora Adrian podía ver a las personas mirándolos y susurrando. Resistió la necesidad de rodar los ojos.

Cuando notó lo tenso que Alec se estaba poniendo, dijo:

—No hablan de lo que crees, no pueden saber mágicamente que estamos en una cita.

—¿Entonces de qué hablan? —preguntó Alec con voz baja. Adrian suspiró.

—De ambos —admitió. Sonrió ante la mirada que Alec le dio—, pero no como piensas. Mi padre no es querido, y comparado con los Lightwood, bueno... —se encogió de hombros tímidamente.

—Cierto —Alec seguía tenso, pero ahora por molestia—, mis padres estuvieron en el Círculo.

—Sip, ninguna familia de aquí lo olvidará, aunque al menos tengan un miembro de la familia que apoye a Valentine —sacudió la cabeza Adrian.

—¿Cuál es la diferencia? —Alec preguntó, amargo.

—La diferencia es que tus padres no fueron castigados como sus familias. Muchos fueron ejecutados, a algunos les quitaron sus marcas, otros fueron exiliados con su dinero u hogar, y otros están pudriéndose en la Ciudad Silenciosa. Es decir, tus padres fueron exiliados, pero no es permanente ¿cierto? Pueden ir y venir a Idris tanto como quieran, y en vez de que les quitaran el dinero, les entregaron el Instituto de Nueva York en bandeja de plata. Qué castigo, eh. Aunque supongo que la Clave lo suavizó considerando que tenías un año en ese entonces. Es raro, nunca han mostrado piedad por niños antes.

—Suenas amargado —dijo Alec, divertido. Adrian se encogió de hombros.

—Lo estoy, aunque no con los Lightwood, sino con la Clave y cómo lidian con todo. Tus padres la tuvieron fácil considerando que eran parte de eso y... no es justo. Jocelyn y Luke pagaron por lo que hicieron, pero Maryse y Robert... Lo siento, Alec, pero parece que tuvieron una recompensa y no un castigo.

Oliver apareció en su cabeza al decir esas palabras. Oliver, quien perdió a sus padres gracias al Círculo cuando apenas sabía hablar y apenas comprendía qué era la muerte. Pensó en Luke, quien literalmente fue enviado a los lobos y fue abandonado por la Clave cuando se dieron cuenta de que ya no era un cazador de sombras real.

—Tenemos que vivir con los errores de nuestros padres —fue todo lo que dijo Alec—, lo sabes.

—Sí, bueno —Adrian se encogió de hombros—. No conozco ninguno de los errores de mi padre, pero siento que cuando lleguen, tendré que pagar por ellos —Adrian miró mal a un grupo de cazadores de sombras susurrando sobre ellos cerca—. Con más que susurros siguiéndome por las calles.

Alec resopló una risa, mirando al grupo separarse.

—Tal vez debamos volver, hay mucha gente ahora —Adrian asintió.

—Primero vamos a la panadería Rosewell —dijo, asintiendo hacia la pequeña tienda en la esquina de la plaza—, le prometí a Izzy que le llevaría algo.

La panadería era pequeña, del tipo en que no te permitía sentarte a disfrutar tu comida. Las paredes eran color durazno, creando un ambiente cálido y tranquilo. Fotos enmarcadas colgaban de las paredes, cubriéndolas casi en su totalidad. A Adrian le gustó inmediatamente el lugar.

Le sonrió a la mujer mayor detrás del mostrador y ordenó una variedad de postres, suficientes para alimentar a todos en la Mansión Penhallow. Alec miraba las fotos en la pared cuando la mujer desapareció al fondo, gritándole a los cocineros que comenzaran a trabajar. Adrian, consciente de que tardaría un rato, fue a sentarse en la banca contra la pared cuando Alec lo llamó, mirando una foto con el ceño fruncido. Esta foto, a diferencia de las demás de la pared, era a color.

Alec señaló la foto cuando Adrian se acercó y dijo:

—¿Crees que ella se parece a Clary?

Adrian parpadeó y se inclinó para ver mejor. La foto era un grupo de cuatro adolescentes, sonriendo, y lucían jóvenes, incluso más que Adrian. La adolescente que Alec señaló tenía largo cabello rojo y estaba al lado de un chico guapo y alto con piel marrón y una gran y amistosa sonrisa.

—Sí —confirmó Adrian, parpadeando—. Deben de ser Jocelyn y Luke. Y ese... —su mirada se posó en el otro chico en la foto, que poseía una cabellera de pelo dorado rebelde—, ese chico se parece mucho a Jace, pero no sé quién es.

—Mírala —ordenó Alec, refiriéndose a la última persona en la foto. Era una chica con largo cabello rubio, tanto que parecía blanco, con una sonrisa extrañamente familiar, pero Adrian no sabía dónde la había visto antes. Inclinó la cabeza a un lado y miró a Alec con el ceño fruncido, quien levantó las cejas—. Dri, se parece a ti.

—No, no es cierto —dijo de inmediato Adrian, casi tartamudeando—. Ella es... —se detuvo, frunciendo el ceño.

—Hermosa —terminó Alec por él. Adrian dejó de intentar decir lo que quería y solo miró fijamente. Era la primera vez que Alec lo llamaba hermoso y no sabía cómo reaccionar. Todo el oxígeno había sido drenado de sus pulmones. Alec lo miró, sin parecer tímido por lo que acababa de decir, y continuó. Debió haber visto que Adrian estaba sin palabras—. Es igual a ti. Incluso tiene tu sonrisa... Disculpe —la voz de Alec adquirió un tono amable. Las puertas de la cocina se abrieron y la mujer mayor salió con la orden de postres que Adrian ordenó y levantó la mirada cuando Alec habló.

—¿Sí, querido? —preguntó la mujer. La etiqueta en su delantal decía que su nombre era Mary.

—¿Sabe quiénes son ellos? —preguntó, refiriéndose a la foto en la pared.

Mary dejó la orden de postres en la mesa y rodeó el mostrador, levantando los anteojos de donde estaban en el bolsillo de su delantal y poniéndolos sobre su nariz. Ahora que estaba cerca, Adrian notó que sus ojos eran de un marrón cálido y su garganta se secó.

—Ah, ella es Alice Rosewell, querido —dijo Mary con voz cálida—. Mi hija. Y esos son sus amigos: Lucian Graymark, Jocelyn Fairchild y Stephen Herondale. Una pena, tenían mucho potencial antes de que ese monstruo llegara —ella sacudió la cabeza. Adrian no tuvo que preguntar para saber a qué monstruo se refería.

—¿Qué le sucedió? —preguntó Alec. Adrian aún no había encontrado su voz—. Nunca escuché a mis padres mencionar a alguna Alice.

—Oh, tuvo una discusión con sus amigos —dijo Mary con un gesto de la mano—. Buena suerte, si me preguntas. No estaba de acuerdo con Valentine, decía que no era bueno. Deberían haberla escuchado —hubo un momento de silencio y luego la voz de Mary se endureció—. El resto es personal. Asuntos familiares.

—Por supuesto, lo siento —se disculpó Alec de inmediato.

—No te preocupes, querido, adoro las mentes curiosas —de repente, Mary miró a Adrian. Parecía que estaba a punto de decir algo, pero se detuvo y entrecerró los ojos. Los mismos ojos que tenía Adrian. Al parecer ella al fin notó que eran del mismo color, así que dio un paso al frente y acunó el mentón de Adrian en su mano, levantando su rostro. Murmuró, pensativa, y lo dejó ir—. ¿Quiénes son tus padres, querido?

—Malachi Dieudonne —dijo de inmediato. Le tomó un momento darse cuenta de que no dijo el nombre de su madre.

—Mhm —dijo Mary pensativamente—, ahora tiene sentido —Adrian parpadeó y frunció el ceño. Ella chasqueó la lengua antes de que él pudiera preguntar—. No me corresponde decírtelo, querido. Pregúntale a tu padre.

Adrian y Alec estaban a medio camino a casa una hora después cuando Alec al fin habló.

—¿Esa chica Alice era...?

—No lo sé —dijo Adrian de inmediato. Había estado mordisqueando donas durante todo el camino, lo que era un mal hábito, comer cuando estaba estresado.

—¿Cómo no puedes saberlo? —preguntó Alec, aunque no con desagrado.

—Porque no lo sé —admitió Adrian, dando otra mordida a la dona—. Acabo de darme cuenta de que no sé nada de ella. Mi padre nunca me dijo su nombre.

Alec fue lo suficientemente inteligente para no decir nada más.


*:・゚✧*:・゚✧



—¡Sebastian, espera!

Todos estaban en la cocina, devorando los postres de la panadería Rosewell. Adrian estaba aliviado por haber ordenado más de los necesarios. Sebastian, en cambio, solo comió tres cosas antes de bajar de la isla y abandonar la cocina. Adrian lo siguió con rapidez. Nadie lo había confrontado a él o a Alec sobre ser encontrados en el laberinto, así que al parecer Sebastian en realidad no le contó a nadie.

—¿Qué sucede? —preguntó Sebastian. Se había detenido al final del pasillo con las manos en los bolsillos de sus jeans.

—Quería disculparme por lo de anoche —dijo con un encogimiento de hombros. Se tomó un momento para estudiar el rostro de Sebastian. Lo que había visto la noche anterior, lo que había pensado que estaba mal, ya no estaba. Tal vez realmente lo imaginó—. No quise gritarte.

Sebastian lo escaneó un momento antes de sacudir la cabeza. La sonrisa que le dio era tan amigable y abierta que por un momento Adrian solo miró fijamente.

—No te preocupes por eso —decía Sebastian—. Interrumpí un momento muy... privado.

—No le dirás a nadie, ¿cierto? —aunque él ya había asegurado que no, Adrian no pudo evitar preguntar de nuevo.

—¿Por qué la haría? No estoy aquí por chismes, vine porque mi padre me necesita aquí —Adrian frunció el ceño.

—Ah, bueno, gracias —Sebastian se encogió de hombros. Adrian dudó antes de añadir—. ¿Qué hacías ahí? Si no te molesta que pregunte.

—Solo daba un paseo, tengo problemas para dormir —hubo una pausa—. ¿Puedo preguntarte algo? —Adrian asintió y Sebastian tomó una respiración profunda—. Escuché que Jace tiene una hermana, ¿dónde está? —ante eso, Adrian rió.

—Tal vez esté encontrando una manera de venir después de que la dejáramos en Nueva York —admitió con honestidad—. Nuestra Clary es testaruda, pero la amamos aún así —Sebastian rió con él.

—¿Crees que encuentre la manera?

—No lo dudo —Adrian se encogió de hombros y giró para regresar a la cocina—. Apuesto a que aparecerá en la puerta en cualquier momento —Sebastian volvió a reír.

—Bueno, definitivamente no puedo esperar a ver eso.



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SAM'S NOTE:

Alexa play I Know Places by Taylor Swift

perdon por la tardanza JAKSJJA

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