CAPÍTULO TRECE




CAPÍTULO TRECE
DIRIGIDA FORMALMENTE


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—¿Sabes lo que me vendría bien ahora mismo? Una caja de pizza enorme.

Fueron las primeras palabras habladas desde que derrotaron al demonio dragón y salieron del hotel abandonado. Alec y Jace se negaban a hablar con Adrian e Isabelle por haberse reído de ellos, y como Alec estaba también enojado con Jace por arrastrarlos a cazar a un demonio dragón en primer lugar, las cosas estaban un poco tensas en su pequeño grupo. Adrian había intentado hablar un poco con Isabelle, pero ella estaba de mal humor porque su hermano no le hablaba, así que Adrian se rindió a mitad del camino a casa.

Ahora estaban en el elevador, subiendo al segundo piso, donde estaban sus habitaciones, y Adrian estaba cansado del silencio.

—Con dedos de queso —dijo Isabelle, demasiado ocupada arreglando su cabello en el reflejo del elevador como para mirarlo. Adrian le sonrió desde donde se apoyaba en la esquina. Alec estaba a su lado, muy incómodo con toda la suciedad en su piel.

—Con dedos de queso —repitió Adrian, asintiendo.

—¿Y un pastel de galleta? —preguntó Jace esperanzado, tomando la oportunidad de unirse a la conversación. Adrian lo miró con una ceja alzada.

—¿Vas a pagar tú? —cuestionó y Jace le frunció el ceño.

—¡No le pediste a Izzy que pagara! —argumentó, señalando a Isabelle, que aún miraba su reflejo. Adrian le dio la sonrisa más dulce que pudo a Jace. Todo lo que provocó fue que frunciera más su ceño.

—Izzy —comenzó a decir Adrian dulcemente— no nos llevó a un edificio abandonado a matar a un dragón que no sabía cómo matar desde un principio —Jace levantó un dedo para defenderse, pero se detuvo y su mano cayó a su costado.

—Tienes un punto —cedió Jace, haciendo un puchero mientras se acomodaba en su propia esquina del elevador. Adrian se burló, reclinando su cabeza contra el elevador y enviándole una mirada a Alec. Estiró la mano para tocar su brazo con su dedo. El toque fue ligero, pero Alec se sobresaltó como si había sido electrocutado de igual manera. La sonrisa de Adrian creció.

—¿Quieres algo en específico, Alec? —preguntó, y el chico negó con la cabeza, mirando molesto alrededor del elevador que, como siempre, avanzaba a paso de tortuga, haciendo que el viaje se sintiera más largo de lo usual. La única razón por la que no subieron las escaleras es porque estaba exhaustos y sabían que Maryse se pondría furiosa si ensuciaban las alfombras.

—No, estoy bien —respondió, voz entrecortada. Adrian bufó, ahora mirando a Jace, que miraba a Alec incrédulo y exasperado.

—¿Aún sigues molesto? —le habló. Adrian apartó la cabeza de la pared del elevador, inclinándola hacia un lado para poder ver mejor el rostro de Alec, que fruncía el ceño.

—Nop —se forzó a decir Alec con los brazos cruzados. Adrian volvió a sonreír, no pudo evitarlo. Todo de Alec le gustaba.

—Sí, lo estás —confirmó Jace, mirando a Adrian como si pudiera ayudarlo en esta situación—. Sigue enojado conmigo —Alec suspiró exasperado.

—No lo estoy —renegó—, aunque me hayas dicho que los demonios dragones estaban extintos.

—Dije extintos en su mayoría.

—Extintos en su mayoría. No lo bastante extintos —dijo Alec con voz temblorosa.

—Entiendo —respondió de manera sarcástica Jace, mirando ahora a Alec—, pues haré que cambien lo que pone en el libro de texto de demonología de "casi extintos" a "no lo bastante extintos para Alec". ¿Eso te haría feliz? —Adrian cubrió su boca con su mano, aterrado de que comenzara a reírse en cualquier momento. Jace y Alec apenas volvían a hablarse, no quería reír y arriesgar otra ley del hielo.

—Chicos, chicos, no peleen en el elevador —habló Isabelle, sonando igual de divertida que Adrian. Dejó de mirar su reflejo—. Fue una situación difícil, lo admito, pero da igual, fue divertido.

Adrian asintió, de acuerdo.

—Exacto —dijo. Alec hizo un sonido de frustración y se alejó de Adrian para tener suficiente espacio para dirigirse a él e Isabelle.

—Todavía no entiendo cómo pudieron salir de ahí sin una pizca de tierra sobre ustedes —les dijo, sonando tan frustrado que Adrian sonrió de nuevo. Lo quería tanto que no podía dejar de mirar el rostro de Alec, incluso cuando éste lo sorprendía mirándolo. Un delicado rubor empezó a recorrer las mejillas de Alec, tan oscuro que Adrian pudo verlo a través de la suciedad de su cara. Por suerte, Isabelle habló antes de que Adrian pudiera hacerlo, porque estaba seguro de que habría dicho algo de lo que se arrepentiría más tarde.

—Somos puros de corazón —respondió Isabelle con una sonrisa—, eso repela la suciedad —Jace bufó ante sus palabras y retorció sus dedos mugrosos frente a ellos. Isabelle, quien estaba más cerca de él, se encogió y se presionó contra la pared del elevador, mientras Adrian arrugaba su nariz y veía a Jace con disgusto.

—Sucio por dentro y por fuera —bromeó Jace. El rostro de Adrian se suavizó y volvió a ofrecer una sonrisa.

—Jace, la única razón por la que nos enfrentamos al demonio dragón fue porque querías recoger una flor, deja de actuar como si no fueras una dulzura.

Jace lució más ofendido, como si el pensamiento de ser amable estaba tan fuera de su mundo como para considerarlo, pero Adrian lo conocía. Por eso fue que cuando Jace abrió la boca para argumentar, Adrian se preparó con docenas de ejemplos de Jace siendo amable, especialmente con él. Antes de poder decir algo, el elevador se detuvo con un fuerte chirrido que hizo estremecer a todos los que estaban dentro.

—Necesitamos llamar a alguien para que arregle esta cosa —murmuró Isabelle, irritada, mientras empujaba las puertas para abrirlas. Adrian la siguió antes que Jace y Alec.

—¿Por qué necesitamos llamarle a alguien para que arregle un elevador dentro de un edificio que la mayoría de gente no puede ver? —Adrian le preguntó. Normalmente Hodge arreglaba las cosas del Instituto, pero ya no era una opción.

—Ah, llamaremos a Magnus o algo —arregló, agitando la mano—. ¿En verdad pediremos pizza o la cocinaremos nosotros? —cuando nadie respondió, hizo un puchero y sus hombros se hundieron un poco—. Desearía que mamá estuviera aquí, ella nos cocinaría algo.

—Mejor que no lo esté —dijo Jace. Él y Alec estaban quitándose los zapatos, lodo y tierra caían sobre la alfombra bajo ellos—, sino nos gritaría sobre sus alfombras.

—Tienes razón.

Todos se sobresaltaron ante la nueva voz, dándose la vuelta para mirar a Maryse Lightwood bajar por el pasillo hacia ellos, sus labios fruncidos debido a lo que hacían con sus alfombras. Era una mujer intimidante, su rostro casi nunca sonreía, y su espalda siempre estaba recta. Su cabello siempre peinado igual, cayendo por su espalda en una trenza bien peinada. Isabelle y Alec se apresuraron a abrazarla, pero Adrian y Jace permanecieron a una distancia segura. Adrian tenía una relación complicada con Maryse, donde ella trataba de tratarlo como trataba a Jace, como si fuera suyo, y donde Adrian rechazaba la idea de que Maryse y Robert Lightwood fueran sus padres.

Él sabía que ellos no dudarían antes de usarlo para impresionar al Consejo en Alacante, pero preferiría no salir lastimado cuando sucediera.

—¿Y papá? —preguntaba Isabelle. Ella y Alec ya se habían apartado de Maryse, así que Adrian y Jace se acercaron, a salvo—, ¿Max?

—Max está en su habitación. Tu padre sigue en Alacante, arreglándose de un asunto —les dijo Maryse, haciendo alboroto ante la suciedad de Alec, como si él pudiera desaparecer el lodo y tierra con su mirada. Adrian sintió que ella evitaba mirar a Jace, él sabía que la revelación de que Valentine era su padre no había sido bien recibida, pero no esperaba que no se dignaran a mirarlo.

—¿Pasó algo? —preguntó Alec, llegando a la misma conclusión que Adrian.

—Eso debería preguntártelo a ti. ¿Te vas a limpiar? —Maryse observó la pierna de Alec con preocupación, ya buscando entre los bolsillos de su pantalón, donde guardaba la estela.

—Nos encontramos con un demonio dragón —explicó rápido Adrian—. No fue nada, Maryse —sus ojos se encontraron con los de él y su boca se suavizó un poco. Siempre sucedía cuando ella regresaba de Alacante. Adrian preguntaba qué había dicho su padre sobre él mientras Maryse estaba en la habitación para que ella lo mirara como esta vez.

—Adrian, ¿cómo estás? —preguntó, y él levantó una ceja.

—Bien —contestó, frunciendo el ceño. Maryse asintió y sacó un sobre de su chaqueta. Cuando Adrian lo tomó, se sintió casi vacío.

—Tu padre quería que te diera esto —Adrian le dio la vuelta parar mirar el sello Dieudonne que cerraba el sobre, la cera de un feo verde oscuro—. Dice que te extraña.

Adrian bufó.

—Qué extraño —dijo con voz fría—, cuando los padres extrañan a sus hijos vienen a verlos.

Maryse frunció el ceño.

—Sabes que él no tiene... —comenzó Maryse, pero él no estaba dispuesto a escuchar la misma excusa.

—Tiempo —completó Adrian, interrumpiéndola—, lo sé. ¿En realidad dijo que me extraña o lo dices para no hacerme sentir mal? —Maryse no dijo nada. Adrian asintió y dio un golpecito a su mano con el sobre—. Gracias por la carta.

Entonces Maryse cambió de tema y Adrian lo agradeció.

—¿Un demonio draconidae?

—No fue nada —aseguró Isabelle y lanzó una mirada a Jace.

—¿Supongo que el Demonio Mayor con el que lucharon hace dos semanas tampoco fue nada? —cuestionó Maryse. Adrian suspiró y cerró los ojos, agachando la cabeza y pellizcando el puente de su nariz. Debió haber sabido que Maryse lo mencionaría. Un Demonio Mayor no podía simplemente aparecer en el radar, destruir un apartamento y pasar desapercibido por cazadores de sombras.

—Eso no fue planeado —dijo Jace eventualmente—. No era...

—¡Jace! —por suerte, él se salvó de dar una explicación cuando Max llegó corriendo hacia ellos. Estaba en pijama, sus gafas estaban torcidas, pero aún así le sonrió a Jace como si fuera su héroe. En la mente de Max, Adrian supuso que lo era—. ¡Regresaron! ¡Todos regresaron! —le sonrió a Isabelle, Adrian y Alec, que le regresaron la sonrisa a pesar de lo tensos que estaban—. Creí escuchar el elevador.

—Y yo creí decirte que te quedaras en tu habitación —dijo Maryse, sonando levemente divertida. En realidad no podía enojarse con Max, ninguno de ellos podía.

—No recuerdo eso —le dijo Max, poniendo una cara demasiado seria para un niño. Adrian sonrió satisfecho, mientras Alec se limitaba a darle un codazo en el costado. Estaba claro que Max había aprendido esa táctica del propio Adrian, que había dicho exactamente lo mismo a Maryse y Robert tantas veces que había perdido la cuenta—. Oí que luchaste contra un Demonio Mayor, ¿fue increíble? —Max tiró del dobladillo de la camisa de Jace para llamar su atención, a pesar de que él ya estaba escuchando cada palabra que decía.

—Fue... diferente —dijo Jace, tratando de sonreír—. ¿Cómo estuvo Alacante? —el rostro de Max se iluminó.

¡Genial! —exclamó, procediendo a divagar sobre todo lo que vio en Alacante, como la armería y el lugar donde guardan la Copa Mortal, o mejor dicho, guardaban, desde que Valentine tenía la Copa Mortal en sus manos ahora. Max continuó por unos minutos antes de que Maryse decidiera que debía volver a su habitación.

—Suficiente, Max —ordenó ella, poniendo las manos en sus caderas. Max la miró y su rostro decayó.

—Pero estoy hablando con Jace.

—Isabelle, Alec, lleven a su hermano a su habitación —ordenó de nuevo con un tono de voz que ninguno de ellos quiso oponerse—. Adrian, responde a esa carta cuanto antes. Jace, límpiate y encuéntrame en la librería —eso hizo que Adrian, Isabelle y Alec pararan.

—¿Qué está sucediendo? —demandó Isabelle antes que nadie.

—¿Es sobre mi padre? —preguntó Jace. Maryse se estremeció como si fue golpeada en la cara cuando Jace mencionó a Valentine.

—Ve a la biblioteca —dijo a través de sus dientes—. Lo discutiremos ahí.

—Lo que sucedió cuando te fuiste no fue culpa de Jace —argumentó Alec, sin dejar ir el tema—. Todos estuvimos ahí. Y Hodge dijo...

—Hablaremos luego de Hodge —lo cortó Maryse, mirando a Max, que tenía los ojos desorbitados. Al parecer nadie le dijo lo que Hodge había hecho.

—Pero, madre —comenzó Isabelle—, si vas a castigar a Jace castíganos a todos. Hicimos lo mismo —Maryse apretó los labios.

—No, no hicieron lo mismo.

—¿Lo castigarás por ser hijo de Valentine? —preguntó Adrian sin miedo. Ella no tenía ningún poder sobre él—, ¿en serio? —Maryse lo miró fijo por un momento y, sin responder, se dio la vuelta en dirección a la biblioteca y se fue. Adrian la miró irse en shock. Alec le dio un codazo.

—¿Aún regresarás, cierto? —preguntó, sonando como si pensaba que Adrian cambió de opinión y decidió quedarse con Oliver. Adrian se mordió el labio.

—Comienzo a reconsiderarlo.



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Adrian estaba tumbado en la cama, boca abajo, con la barbilla apoyada en sus brazos cruzados. La carta de su padre estaba sobre la cama, frente a él. El sello ya estaba roto y la única página, que sólo tenía la mitad escrita yacía allí, esperando a ser leída. Adrian ni siquiera estaba seguro de querer saber qué decía, estaba seguro de que no levantaría su ánimo y una parte de él quería arrugar el papel y tirarlo a la basura, pero otra parte de él le decía que su padre era el único familiar que le quedaba. Con eso en mente, tomó de mala gana el trozo de papel y lo acercó para leerlo.

Adrian,

Ha llegado a oídos de la Clave que Jonathan Christopher es hijo de Valentine Morgenstern. Maryse Lightwood me ha informado de que tienes una estrecha relación con Jonathan, y me gustaría sugerirte que pongas distancia entre tú y el hijo de Valentine. Lo último que necesita la familia Dieudonne es tener vínculos con Valentine, por más pequeños que sean.

Saludos,

Malachi Dieudonne, Cónsul de la Clave

Adrian miró fijamente la carta por un largo tiempo, preguntándose qué estaba esperando en realidad. La carta que sostenía ahora mismo no era diferente que cualquier carta que era desafortunado de recibir de parte de su padre, no sabía por qué se sentía decepcionado. Aún miraba la carta cuando alguien tocó la puerta e interrumpió sus pensamientos. Parpadeando, miró a la puerta un momento antes de suspirar.

—Pase —llamó, gratamente sorprendido cuando la puerta se abrió y Alec asomó la cabeza. Su cabello oscuro estaba húmedo, goteando en el piso de Adrian, que parpadeó—. ¿Ya te bañaste? ¿Cuánto tiempo pasó desde que regresamos? —para él, se sintió como unos pocos minutos desde que escapó a su dormitorio a leer la carta. Alec le frunció el ceño, entrando.

—Una hora —le dijo Alec. Adrian murmuró una maldición, su mirada volviendo a la carta de nuevo. Alec lo observó—. ¿Estás bien?

Adrian frunció los labios

—Sí, ¿por qué no lo estaría?

—Porque siempre te pones de mal humor cuando te escribe —dijo Alec, señalando la carta. Adrian mordió su labio inferior, incorporándose hasta sentarse, dejando que la carta cayera a la cama.

—Cierra la puerta —ordenó. Alec la cerró, luego fue a sentarse frente a él en la cama, con cuidado de no aplastar el sobre y la carta que aún yacía allí. Cuando se hubo acomodado, Adrian señaló la carta con la cabeza—. Es como si fuéramos desconocidos —Alec ladeó la cabeza.

—Más o menos —dijo en voz baja, por lo que Adrian bufó, pero no respondió. Tras un momento de vacilación, Alec tomó con lentitud la carta. Adrian no lo detuvo, sólo mantuvo la mirada fija en el espejo de la esquina mientras Alec leía. Sólo lo miró, alarmado, cuando oyó el sonido de papel rasgarse. Alec había hecho pedazos la carta y los restos caían encima de la cama. Adrian miró los trozos con la mandíbula desencajada.

—Alec, ¿qué...?

—La única razón por la que deberías guardar esta carta es si piensas responder, lo que ambos sabemos que no harás —dijo Alec, con la mandíbula apretada, como si estuviera enojado con el Cónsul en nombre de Adrian. Lo habría encontrado dulce si su humor no se hubiera arruinado después de leer la carta.

—Aún así, no era tuya para que la rompas —argumentó Adrian. No podía dejar de mirar los trozos desgarrados de la carta, por eso cuando Alec se acercó para ponerle la mano en el brazo, dio un respingo, sin esperar el movimiento.

—Adrian, escúchame —dijo Alec, sin apartar los ojos de los de Adrian cuando levantó la vista—. La única razón por la que escribió esta carta en primer lugar fue para decirte que cortaras lazos con Jace. No fue para preguntarte cómo estabas, no fue para decirte que te echaba de menos, no fue para decirte que te quería, fue para decirte que hicieras algo que lo hiciera quedar bien. Te escribía como me escribiría a mí, o a Izzy, o a cualquier otra persona con la que tuviera que contactar formalmente. No hay ni una pizca de afecto o amor genuino en esta carta —Alec le apretó suavemente el brazo—. Tu padre es una mierda y mereces algo mejor.

Adrian lo miró por un momento y luego los sorprendió a ambos sonriendo.

—¿Cuándo te convertiste en orador motivacional? —bromeó. Alec empujó el brazo de Adrian que antes había estado sujetando, burlándose y rodando los ojos.

—Cállate —dijo. Adrian volvió a morderse el labio inferior.

—Pero gracias —Alec asintió y ambos se sumieron en un cómodo silencio. Adrian soltó un pequeño suspiro y echó un vistazo a su dormitorio, observando que estaba extrañamente vacío. El siguiente suspiro que soltó terminó en un gemido—. Tengo que ir a buscar mis cosas a casa de Oliver —Alec también echó un vistazo a su habitación, frunciendo el ceño.

—¿Ahora? —preguntó al cabo de un momento—. Es un poco tarde, ¿no? —Adrian miró el reloj de su habitación y asintió.

—Quiero decir —dijo pensativo, ladeando la cabeza—. Oliver es un ave nocturna, pero teniendo en cuenta que es sábado... sí, tienes razón. O no está en casa, o lo está y está pasando una noche tranquila. Sería grosero interrumpirlo.

—¿No se preguntará dónde estás?

—No. Lo llamé antes de irnos a cazar —Alec asintió.

—¿Cómo lo conociste? —preguntó de repente, curioso—. Nunca me dijiste —Adrian no lo habría hecho. En ese tiempo, a Alec no le agradaban tanto los subterráneos o sus fiestas, aunque después de la fiesta de Magnus y que le haya salvado la vida, los prejuicios de Alec desaparecían con lentitud, ya que nunca había tenido la oportunidad de salir y normalizar a los subterráneos.

—Lo conocí en una fiesta —le dijo Adrian, decidiendo ser honesto—. Comenzamos a salir después de eso, pero terminé con él en la fiesta de Magnus hace unas semanas.

—¿Salías con él? —preguntó Alec, sorprendido, las palabras saliendo tan rápido de su boca que Adrian se divirtió. Con una sonrisa suave, asintió—. ¿Por qué terminaron? —ante eso, la sonrisa desapareció de su rostro. Dudó, y suspiró.

—Porque estaba enamorándose de mí —explicó— y yo quería a alguien más —no tomó mucho tiempo para que Alec entendiera y el cómodo silencio ya no fue tan cómodo. Adrian dejó salir un suspiro—. Alec, necesitamos hablar.

—Lo sé —respondió Alec rápido, como si le asustara que Adrian creyera que evitaba el tema y quisiera tranquilizarlo. Eso hizo sonreír a Adrian—. Solo que... no sé qué decir.

Adrian asintió.

—Tampoco sé qué decir —admitió. De nuevo, el silencio los rodeó. Adrian tragó—. Alec, yo...

Antes de que pudiera decir algo, la puerta de su dormitorio se abrió e Isabelle estaba ahí, vestida.

—Ahí están —suspiró con alivio, apenas notando que estaban solos y hablando de algo serio. Ambos la miraron con molestia.

—Isabelle, necesitamos estar solos en este momento —pidió Alec, intentando que su hermana se fuera. Ella les frunció el ceño.

—Vístanse —ordenó, ignorando lo que dijo. Adrian y Alec se miraron.

—¿Por qué? ¿Qué sucedió? —preguntó Adrian. Isabelle lanzó las manos en el aire.

—¡Jace no está, eso es lo que sucede!



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