CAPÍTULO SIETE


CAPÍTULO SIETE
ABADÓN


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La Copa Mortal irradiaba un color blanco y eso era todo lo que Adrian parecía ser capaz de notar. Era fascinante, sobre todo porque nunca la había visto en persona. Habían visto fotos, pinturas y dibujos, e incluso réplicas, pero ninguna hacía justicia a la verdadera Copa Mortal. De repente, Adrian sintió el impulso de tocarla y no pudo apartar la mirada. Ninguno tenía la fuerza para dejar de mirarla. Adrian ni siquiera se dio cuenta de que no estaba parpadeando hasta que se oyó hablar.

—No puedo creer que la hayamos encontrado —susurró, con la voz llena de incredulidad. Isabelle murmuró algo en voz baja, mostrándole que estaba de acuerdo, mientras que Alec se limitó a seguir mirándola. Clary por fin encontró fuerzas para apartar la vista y levantó la cabeza para encontrarse con la mirada de Adrian. Ambos parpadearon varias veces, como si acabaran de salir de un trance.

—Sin ofender —dijo Clary, una pequeña sonrisa curvando sus labios—, pero técnicamente fui yo quien la encontró —Adrian arqueó una ceja. Le brillaban los ojos y tuvo que reprimir una sonrisa. Su alegría por haber encontrado por fin algo que su madre quería encontrar era contagiosa. Sonrió a pesar de haber querido evitarlo.

—De acuerdo, rojita, no es necesario ser engreída —dijo como respuesta. Clary se encogió de hombros, su sonrisa creciendo hasta convertirse en una de oreja a oreja. Adrian podría haber jurado que comenzaría a saltar de emoción, y no la culpaba. Se sentía bien, verla genuinamente feliz desde que su madre entró en un coma mágico.

Clary apretó la Copa contra su pecho y Jace se removió, enviando una mirada crítica al apartamento de Madame Dorothea. Madame Dorothea no había apartado la mirada de la Copa desde que Clary la sacó de la carta de tarot.

En cuanto Adrian se percató de su mirada, su mano se dirigió inconscientemente a la espada que llevaba en la cadera. Los demás eran cazadores de sombras, habían crecido aprendiendo sobre la Copa Mortal, y la gente hablaba de ella como si fuera una especie de objeto religioso. Supuso que, en cierto modo, lo era. Un mundano, incluso uno con la Vista, mirándola con tanta adoración no era normal, y eso lo ponía nervioso.

—Bueno, la tenemos —cortó el silencio Jace con una voz tan impaciente como su actual apariencia—, ¿podemos irnos ya? 

Isabelle hizo un sonido de acuerdo. El asombro de ver la Copa Mortal desapareció y fue reemplazado por ansiedad. Cuanto más tiempo estuviera la Copa Mortal en su poder, más peligro correrían. Probablemente los demonios se acercaban mientras ellos estaban allí, el lugar más seguro para la Copa era el Instituto y permanecería a salvo ahí hasta que la Clave pudiera llevarla de vuelta a la Ciudad de Cristal.

—¡Esperen! —exclamó Madame Dorothea cuando Clary se dispuso a seguir a Jace fuera del apartamento. Madame Dorothea extendió una mano temblorosa, aún con la mirada fija en la Copa—. Está dañada, deja que la arregle —la mano de Adrian se tensó en torno a la empuñadura de su espada. Por el rabillo del ojo, pudo ver cómo el látigo de Isabelle empezaba a desenrollarse lentamente de su muñeca y a Alec apartándose un poco de los dos para tener espacio suficiente para blandir el cetro. Jace miró con dureza a Madame Dorothea. Clary, a pesar de no estar entrenada y de no haber visto a los cazadores de sombras de la sala ponerse en posición de combate, pareció percibir el peligro de todos modos, como cualquier otro cazador de sombras. Sus manos se apretaron alrededor del tallo de la copa y sus nudillos se volvieron blancos como el hueso. Se removió, acercándose a Jace y alejándose de Madame Dorothea.

—No —dijo Clary, tratando de ocultar su nerviosismo con una sonrisa—. Está bien, de verdad —Madame Dorothea sacudió la cabeza.

Insisto —presionó ella, dando un pequeño paso hacia Clary con la mano extendida. Cuando ella se negó a tendérsela, la impaciencia llenó la voz de la mujer—. Valentine no estará contento si algo le sucediese a la Copa.

Tan pronto como Adrian escuchó el nombre de Valentine, su espalda fue desfundada. Al igual que la de Jace, quien estaba más cerca de Clary. Isabelle echó la mano hacia atrás, lista para sacar su látigo en caso de que se necesitara, y el agarre de Alec se apretó en su propia arma. Adrian sintió que en ese momento Alec extrañaba su arco y flechas.

—Nos vamos —ordenó Jace, tomando el brazo de Clary y empujándola hasta que estuviera detrás de él con los dientes apretados—, ahora —por primera vez desde que la Copa salió de la carta de tarot, Madame Dorothea apartó la mirada del objeto, su rostro suavizándose. El silencio que los siguió erizó el cabello de la nuca de Adrian. Él quería irse, la necesidad era tan grande que tuvo que apretar los dientes y empeoró cuando Madame Dorothea sonrió lentamente.

—Muy bien —una alarma sonó dentro de la mente de Adrian. Miró una vez hacia la puerta, pero todos parecían congelados, como si el más mínimo movimiento fuera a provocar que Madame Dorothea hiciera algo drástico. La mujer se acercó a la cortina de la pared, tomó al borde y giró hacia ellos con la misma sonrisa espeluznante de antes—. ¿Les gustaría utilizar el Portal?

Todos la miraron fijamente, incrédulos. Madame Dorothea no era una bruja, no podía crear un Portal por sí sola, y ningún brujo lo suficientemente listo abriría un Portal a una mundana. Así que si no era una bruja y ningún brujo abrió el Portal para ella, la única opción era...

Jace habló al mismo tiempo que Adrian.

—No toquen eso.

—Todos al suelo.

Demasiado tarde, Madame Dorothea había corrido la cortina de la pared y una especie de estampido recorrió la habitación, haciendo volar todo hacia atrás. Adrian tomó a Isabelle y la tiró al suelo al mismo tiempo que Alec hacía lo mismo con él. Al otro lado de la habitación, más cerca del Portal, Jace ya había tirado a Clary al suelo y la protegía con su cuerpo. Clary seguía aferrada a la Copa Mortal, aun cuando el viento azotaba la habitación. Adrian tuvo que clavar los dedos en la alfombra para no salir volando, sintiendo sus dedos arder en carne viva.

Ni siquiera procesó eso mientras miraba dentro del Portal. El Portal del demonio. No podía distinguir nada en el interior, excepto el color rojo oscuro arremolinándose en lo que parecían nubes de tormenta. Mientras miraba, algo se deslizó fuera del Portal, oscuro y dejando baba en el suelo a su paso, que se arremolinó alrededor de Madame Dorothea, tragándosela entera. Por encima del viento, Adrian oyó gritar a la mujer. Hubo otros sonidos, como huesos rompiéndose y carne desgarrándose, pero Adrian los bloqueó, lo último que necesitaban era que vomitara.

—¡Pensé que dijiste que la actividad demoníaca era baja! —gritó Alec en el oído de Adrian. Incluso así, apenas pudo oírlo.

—¡Eso decía el sensor! —gritó de vuelta.

En el centro de la sala, Madame Dorothea se convertía en algo inhumano. El Portal se cerró, para ocultar al demonio de sus sensores. En realidad, era una genialidad. Esconder al demonio dentro de un portal, en otra dimensión distinta a la suya, para que no supieran que estaba allí hasta que fuera demasiado tarde. En cuanto se cerró el portal, todos se pusieron en pie lo más rápido que pudieron. Adrian empujó a Isabelle delante de él para que ella no le diera la espalda al demonio mientras corrían hacia la puerta. Adrian quiso empujar a Alec delante también para que él mismo fuera el último en salir de la habitación, pero Alec no lo habría permitido.

—¡Vamos! 

Todos salieron tan rápido como pudieron del apartamento de Madame Dorothea. Adrian fue el primero en llegar a la puerta del edificio y la abrió de un empujón, pero no cedió. Gruñendo, agarró el picaporte con las dos manos, lo giró y lanzó el hombro contra la madera. De nuevo, no cedió. El demonio los había encerrado dentro del edificio y no tenían forma de salir. Adrian maldijo, pateando la puerta por pura frustración en cuanto el suelo se tambaleó bajo ellos. Los demás se limitaron a tropezar, pero Adrian, que se sostenía sobre un pie, cayó al suelo, casi arrastrando a Alec con él. Alec se agachó para ayudarlo a levantarse, pero la pared que separaba el vestíbulo del apartamento de Madame Dorothea se derrumbó, distrayéndolos a ambos en cuanto el yeso voló hacia ellos, y Adrian estuvo a punto de ser aplastado de no haber sido por Clary, que lo ayudó a ponerse de pie mientras Alec esquivaba un trozo de yeso que había volado hacia su cabeza.

Lo que vieron después hizo que todos se quedaran inmóviles de horror. El demonio era más grande que cualquier cosa a la que Adrian se hubiera enfrentado antes, grotesco en todos los sentidos imaginables. Cada parte de él parecía estar hecha de humanos. La carne parecía cosida, y sus dientes y garras estaban hechos de lo que parecían huesos humanos. Adrian sintió que toda la sangre abandonaba su rostro al verlo y la bilis subía a su garganta, pero la ahogó.

—Denme la Copa Mortal —dijo— y los dejaré vivir —su voz era tan desalmada que a Adrian se le heló la sangre. Su mano se tensó en torno a su espada, aunque no sabía lo que algo tan pequeño podía hacerle a un demonio de esa magnitud. Isabelle, con los ojos muy abiertos y tan horrorizada como los demás, parecía ser la única capaz de encontrar su voz.

—¿Qué eres? —espetó, con la voz entrecortada al pronunciar la segunda palabra. Estaba temblando. Todos temblaban, incluso Jace, que nunca había mostrado miedo ante el peligro hasta ese momento. Adrian lanzó una mirada a Alec, que estaba pálido, pero por lo demás parecía estar bien. Adrian no se atrevió a mirar a Clary.

—Soy Abadón —dijo con suficiente inteligencia para comprender lo que Isabelle quiso decir—. El Demonio del Abismo —el miedo fue disparado al corazón de Adrian, casi haciendo que vomitara, lo que detuvo por poco.

—Santa mierda —jadeó, apartándose aún más de aquella cosa. Reconocía el nombre. Todos reconocían el nombre, y no era bueno. No era nada bueno.

—Es un Demonio Mayor —Isabelle dio un grito ahogado y retrocedió a trompicones, igual que Adrian. El Demonio Mayor no parecía preocupado por ellos, tenía los ojos fijos en la Copa Mortal que Clary aún tenía en las manos. Se dirigió hacia ella, probablemente con la intención de matar a todos los que fueran tan tontos como para interponerse en su camino.

Jace se movió primero, lanzando su espada, que aterrizó profundamente en el abdomen de Abadón, pero pareció enfurecerlo más de lo que pareció herirlo. Siguió avanzando, y la herida no era más que una molestia a pesar de toda la sangre negra que brotaba de ella. Derribó a Jace como si fuera un muñeco de trapo y lo estrelló contra la pared. Fue entonces cuando Adrian e Isabelle se movieron. Siempre habían estado sincronizados mientras luchaban, más juntos que separados, prácticamente parabatai sin las runas, aunque habían pensado en la idea de conseguir una, y esta vez no fue una excepción. 

El látigo de Isabelle golpeó al demonio en la garganta y el pecho. Al verse distraído por ella, Adrian se agachó bajo sus asquerosos brazos y clavó la espada en su costado. El rugido de respuesta le hizo zumbar los tímpanos. Habían causado más daño al demonio que el movimiento impulsivo de Jace, pero aún así no era suficiente. Lo único que consiguió fue enfurecerlo aún más. Isabelle salió despedida como Jace, y el dorso de la mano del demonio golpeó el costado de Adrian con tanta fuerza que éste salió volando.

Él aterrizó contra el lateral de la escalera, justo debajo del borde de la barandilla, y cayó sobre la mesa justo debajo, cuyas patas se rompieron ante el peso. El jarrón se hizo añicos bajo él y los fragmentos se clavaron en la piel de sus brazos. Se desplomó hacia un lado para librarse del cristal, mirando al techo e intentando desesperadamente que el oxígeno volviera a sus pulmones mientras puntos negros manchaban su visión. Sólo tuvo tiempo de pensar en lo afortunado que era de no haberse roto la columna antes de ver sólo negro.

No estuvo inconsciente mucho tiempo, sólo unos segundos, pero en esos pocos segundos vio cambios que hubiera preferido no ver. Clary estaba atrapada en las escaleras y el Demonio Mayor la acorralaba. Jace lo estaba atacando. Adrian se puso de pie, luchando contra el dolor que le recorría el cuerpo. Estaba a punto de ir a ayudar a Jace cuando oyó que Isabelle gritaba su nombre. Se dio la vuelta y tardó unos minutos en recordar la escena. Cuando lo hizo, corrió hacia Isabelle y Alec, deslizándose de rodillas al lado de Alec. No parecía darse cuenta de nada a su alrededor. Isabelle intentaba desesperadamente detener la hemorragia de su pecho, pero lo único que conseguía era que sus manos parecieran negras. Negras. La sangre de Alec era negra. Debía de haber sido alcanzado por las garras del demonio.

A pesar de que Adrian sabía que no serviría de nada, llevó las manos a la herida para detener la hemorragia. No podían hacer nada contra el veneno, pero lo menos que podían hacer era asegurarse de que Alec permaneciera despierto hasta que Jace llegara. Al pensar en Jace, miró hacia la escalera y maldijo al ver que Jace y Clary estaban acorralados. Estaba a punto de ir a ayudarlos, a pesar de que no quería separarse de Alec, cuando oyó que la puerta principal del edificio se abría de golpe. Al levantar la vista, vio a Simon de pie, con el arco de Alec en mano.

Simon tiró la flecha hacia atrás, apuntando a las ventanas del techo, y Adrian observó con incredulidad cómo se hacían añicos y el demonio ardía justo delante de ellos, reduciéndose cada vez más hasta desaparecer por completo. No muerto, pero desaparecido por el momento. Se hizo un silencio absoluto, todos en estado de shock, hasta que Adrian lo rompió.

—¿Había ventanas en el techo? —espetó, girando la mirada hacia Clary, que también miraba al techo con incredulidad. Parecía que se había quedado tan helada que no había recordado que las ventanas estaban allí hasta que Simon disparó contra ellas. Los demonios no podían salir al sol, y Adrian no sabía si Clary no lo sabía, o si lo sabía y se había congelado por la situación. A juzgar por su expresión, era lo segundo. Sacudiendo la cabeza, Adrian miró a Jace—. Jace... —empezó a decir, pero se interrumpió cuando Jace se arrodilló a su lado y sacó su estela.

—Lo tengo —susurró, cortando la camisa de Alec para llegar directamente a la herida y comenzó de inmediato a empezó a dibujar runas curativas a su alrededor. Las runas dibujadas por los parabatai solían ser más fuertes, pero Adrian vio con frustración cómo desaparecían en cuanto Jace terminaba de dibujarlas. Jace intentó dibujar más, pero ocurrió lo mismo y terminó lanzando su estela al otro lado de la habitación, que se hizo añicos contra la pared de enfrente—. ¡Maldita sea! —Isabelle se quedó mirando el pecho de Alec, sin comprender, con el maquillaje corrido alrededor de los ojos.

—¿Qué es? —demandó—. ¿Qué está pasando?

Jace tragó saliva.

—Las heridas fueron causadas por las garras —explicó, con voz hueca—. Tiene veneno de demonio. Las runas no funcionarán porque no sirven para eso —en lugar de contribuir a la conversación, Adrian se inclinó para acariciar la cara de Alec. Se manchó de sangre, pero eso era lo de menos. Alec tenía los ojos en blanco.

—¿Alec? —siseó, queriendo sacudirlo pero sabiendo que lo empeoraría—. Alec, ¿puedes oírme? —el mencionado respondió con un pequeño murmullo, pero luego todo su cuerpo se paralizó. Había perdido el conocimiento. Aspirando con fuerza, Adrian se llevó las manos a los jeans y se limpió la sangre. Estaba temblando—. Tenemos que llevarlo al Instituto, ahora mismo.

—¿Qué hay de un hospital...? —comenzó Simon, pero Isabelle lo interrumpió.

—¡Un hospital no puede ayudarlo! —espetó—. Adrian, ayúdame a llevarlo a la furgoneta. Jace, pon una manta en la parte de atrás.

Jace se puso en pie y salió corriendo por la puerta principal. Adrian e Isabelle tardaron en seguirlo, luchando por cargar con el peso inerte de Alec. La mayoría de cazadores de sombras estaban en buena forma, pero todos estaban hechos principalmente de músculos, y Adrian podía sentirlo ahora en el peso muerto de Alec. Clary se lanzó hacia delante y agarró a Alec también por el lado de Isabelle, cargando parte del peso, lo que les ayudó a llegar más rápido a la furgoneta. Una vez acomodado, Adrian, Isabelle y Jace subieron tras él. Adrian ya estaba arrodillado junto a la cabeza de Alec, atento a cualquier síntoma o disminución del ritmo cardíaco. Una vez acomodados, Jace miró a Simon.

—Conduce, mundano —ordenó—, como si te siguiera el infierno —Simon asintió y cerró la parte trasera de la furgoneta. Unos instantes después, la furgoneta avanzó a trompicones y conducían tan rápido como Simon podía. 

Nadie hablaba, así que Adrian se sentó en una posición más cómoda y tomó la mano de Alec entre las suyas. Mientras conducían, los demás se inquietaron por el silencio y empezaron a hablar de demonios mayores y de cómo nunca habían matado a uno, sino que lo habían devuelto a su reino. Adrian apenas escuchaba. No podía dejar de mirar el rostro pálido, las ojeras y la sangre saliendo de la comisura de los labios de Alec. Ansioso, Adrian se llevó inconscientemente el dorso de la mano de Alec a los labios, sin que su rodilla dejara de moverse.

Alec empezó a ahogarse con su sangre, y Adrian se puso tan tenso que estalló.

—¿Por qué todavía no hemos llegado? —exigió con una voz tan afilada que los demás se sobresaltaron.

—Ya estamos aquí —se apresuró a responder Simon mientras el auto paraba y escucharon los neumáticos chirriar— pero no quiero estrellarme.

Isabelle y Jace ya estaban abriendo las puertas de la parte trasera de la furgoneta. Hodge esperaba en la puerta del Instituto, incapaz de traspasar el umbral para ayudar a llevar a Alec al interior. Jace ayudó a Adrian a introducirlo en el edificio e Isabelle se apresuró a seguirle.

La puerta se cerró tras ellos.


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Hodge llevaba media hora atendiendo a Alec, administrándole varios antídotos y limpiando su sangre. Adrian caminaba de un lado a otro, recorriendo media enfermería antes de girar sobre sus talones y regresar. Su mirada volvía a Alec, la apartaba y volvía a mirar. Aún no se había despertado.

—¿Puedes dejar de moverte tanto? —preguntó Isabelle desde su lugar en la cama junto a la de Alec. Tenía las manos entrelazadas y apretadas contra la boca y los codos apoyados en las rodillas. Sus ojos no se habían apartado del rostro de su hermano ni una sola vez, a pesar de que ahora hablaba con Adrian—. Me estás poniendo nerviosa.

—¿No estás ya nerviosa? —Adrian respondió, parando—. Además, ¿qué se supone que tengo que hacer? No puedo quedarme quieto —empezó a caminar de nuevo. Isabelle suspiró, acariciando el lugar a su lado en la cama.

—Siéntate, Dri —dijo, sonando cansada. Adrian, mordiéndose el labio inferior, dejó escapar un suspiro y se sentó a su lado. No duró mucho. Hodge se acercó entonces hacia ellos y eso hizo que ambos se pusieran de pie. Hodge se estaba limpiando las manos en una toalla, demostrando que había hecho todo lo que podía hacer.

—¿Va a mejorar? —preguntaron Adrian e Isabelle al mismo tiempo. Hodge dejó escapar una pequeña sonrisa, negando con la cabeza.

—Es difícil de decir —admitió, haciendo que ambos aspiraran agudamente—. No fue un demonio cualquiera el que lo envenenó, fue un Demonio Mayor. No sé si los antídotos que tenemos serán suficientes para curar un envenenamiento de tal magnitud —Adrian tragó el nudo que se formaba en su garganta.

—Tiene que haber algo que puedas hacer, Hodge —se forzó a decir—. No podemos solo... solo... —dejarlo morir. No podía decir aquellas palabras. Hodge puso su mano sobre el hombro de Adrian, dándole un apretón reconfortante.

—Lo sé, Adrian —susurró—. Le he dado todos los antídotos que se me han ocurrido, y le agregué un sedante así no siente dolor. Estoy a punto de enviarlo con los Hermanos Silenciosos. Esto está... —miró a Alec y sacudió la cabeza— está fuera de mi conocimiento —con esas palabras, Hodge se fue. Adrian, sintiéndose mareado, se sentó en una silla al lado de la cama de Alec, tomando su mano de nuevo. Isabelle hizo lo mismo en el otro lado de la cama. Mientras miraban a Alec, Jace regresó de donde quiera que había ido y se detuvo frente a la cama.

—Lo siento —se forzó a decir Jace, con los dientes apretados. Adrian lo miró, algo sorprendido cuando notó que Jace le hablaba a él, y se incorporó con un ligero ceño fruncido.

—¿Por qué? —su voz era afilada, pero no le importó en realidad—. ¿Por envenenar a Alec, o casi revelar frente a mí algo que te confié, solo porque estabas de mal humor? —Jace hizo un gesto de dolor, evitando su mirada, así que Adrian inclinó su cabeza—. ¿Por cuál de las dos lo sientes, Jace? —demandó, esperando una respuesta, y Jace levantó la mirada para encontrarse con la suya.

—Por ambas —susurró él. Estaba siendo sincero, pero Adrian no respondió, sino que giró de regreso para mirar a Alec. Jace, con un pequeño suspiro, se paró a su lado—. ¿Cómo va? 

Isabelle respondió.

—Hodge dijo que los Hermanos Silenciosos tendrían que venir —se inclinó y empujó amablemente el cabello de Alec fuera de su rostro—. No sé cuánto tardarán en llegar.

Abruptamente, Adrian se levantó de la silla. Jace e Isabelle lo miraron alarmados.

—¿A dónde vas? —hablaron al mismo tiempo, mirándolo rodear la cama.

—Tengo una idea —fue todo lo que dijo antes de trotar fuera de la enfermería. 


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No había música sonando desde dentro del edificio, pero aquello no detuvo a Adrian de tocar tan fuerte como pudo las puertas. Después de unos minutos, volvió a hacerlo con la ansiedad creciendo dentro de su estómago. Cuando escuchó el zumbido del altavoz, dejó salir un suspiro de alivio.

—¿Quién se atreve a distraer el...?

—Adrian Dieudonne —se apresuró a responder, removiéndose en su lugar—. Sé que no tengo el derecho de pedírtelo, pero Magnus, en serio necesito tu ayuda.


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SAM'S NOTE:

perdón por no haber actualizado la semana anterior:(

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