CAPÍTULO SEIS


CAPÍTULO SEIS
LA COPA MORTAL


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Adrian despertó gracias a que alguien saltaba sobre su cama y le apretaba la espalda con las manos. Con un gruñido, se obligó a abrir los ojos, dejando escapar un gemido al ver que el sol apenas había empezado a salir. Apartando las manos, se incorporó con lentitud, frotando sus ojos. Miró a Jace con el ceño fruncido y vista borrosa.

—¿Qué quieres, Jace? —dijo, gruñendo por lo bajo. Jace, siempre tan dramático, dejó de dar saltitos y puso una mano sobre su corazón, ofendido. Adrian se limitó a parpadear. Cuanto más tardaba Jace en responder, más dura parecía volverse la mirada de Adrian. Jace, con un resoplido, dejó caer la mano de su pecho. Cuando el silencio continuó, Adrian se enderezó un poco, asustado de lo que haya sucedido—. ¿Qué pasó? ¿Murió el pájaro de Hodge? ¿Murió Iglesia?

—Ese gato nunca morirá —Jace sonó irritado—, solo porque quiero que muera seguirá viviendo —Adrian tomó su almohada y golpeó a Jace en el costado con ella.

Iglesia es preciado. Sí, tal vez odia a todos, pero me odia menos a mí y eso lo considero un don.

Adrian estaba muy seguro de que la única razón por la que le agradaba Iglesia era porque jugaba con él cinco minutos cada vez que se encontraba, aunque el gato nunca había dejado que lo levante en sus brazos

—Como sea, nadie murió —dijo Jace, ignorando lo que Adrian acababa de decir, por amargura, y Adrian lo miró de nuevo.

—Entonces déjame en paz, Jace, quiero dormir —volvió a tumbarse sobre la almohada y se tapó la cabeza. Jace soltó un sonoro suspiro.

—Bien —habló con fingida nostalgia—, supongo que buscaremos la Copa Mortal sin ti.

Y con eso, Adrian estaba medio despierto, sentándose en la cama.

—Bien, estoy despierto —refunfuñó, forzando la energía en su cuerpo a salir por pura fuerza de voluntad. Estaba seguro de que iba a desmayarse en media hora más o menos, así que se recordó encontrar la taza más grande del Instituto y llenarla con café hasta el borde—. Mientras me visto, ¿puedes prepararme un café? —cuando Jace enarcó una ceja, Adrian le dedicó su sonrisa más dulce. Rodando los ojos, Jace hizo una reverencia fingida y salió del dormitorio. Adrian se vistió rápidamente. 

Supuso que todos se reunirían en la biblioteca, ya que estaba más cerca de los dormitorios, así que se dirigió hacia allí, cruzándose en el camino con una Isabelle irritada y un Alec medio muerto.

—¿Mi cabello se ve tan mal como el tuyo? —preguntó al ver a Alec, que apenas lo escuchó. Tampoco respondió, sólo parpadeó una vez antes de entrar arrastrando los pies en la biblioteca. Adrian se mordió el labio inferior para no sonreír. Ante la expresión divertida de Isabelle, Adrian le sacó la lengua infantilmente, ganándose una pequeña carcajada por parte de ella. Uniendo sus brazos, Isabelle siguió a su hermano a la biblioteca con Adrian a cuestas. Clary y Hodge ya estaban esperando, pero Jace no estaba por ninguna parte. Clary frunció el ceño.

—¿Dónde está Jace? —preguntó ella. Adrian iba a encogerse de hombros, pero la puerta de la biblioteca se abrió.

—Aquí —dijo Jace, sosteniendo una gran taza de café en sus manos. Se la dio a Adrian, quien hizo un pequeño sonido de apreciación.

—Podría besarte ahora mismo —exhaló, tomando un sorbo aunque quemara su lengua. Jace cruzó los brazos sobre su pecho.

—Esa parece ser una acción muy popular últimamente —dijo. Adrian hizo una pausa y miró a Clary, que se había sonrojado. Adrian sólo tuvo que mirarlos una vez para decidir que podría averiguar qué había pasado más tarde. De momento, era demasiado pronto para preguntar y necesitaba al menos tres tazas de café para tratar con Jace cuando se ponía de mal humor.

—¿Entonces de qué trata esto? —preguntó Isabelle con impaciencia, empujando su cabello detrás de su hombro—. Necesito mi sueño de belleza.

Adrian resopló dentro de la taza.

—Y yo disfruto dormir —añadió. Alec hizo un sonido de acuerdo, como si estuviera a punto de dormirse de pie. Adrian le dio un codazo en el costado para despertarlo antes de entregarle la taza de café. Alec bebió unos sorbos y se la devolvió con una pequeña sonrisa. Adrian se sentó en una de las mesas cercanas y esperó.

—Bien —habló Clary, tomando una profunda respiración. Adrian podía notar que estaba nerviosa y jugueteaba con la estela en su mano derecha, su bloc de dibujo estaba en la otra—. Uhm, estaba dibujando hace una hora y comencé a notar que una runa aparecía en mi mente —giró el bloc hacia Hodge, Adrian, Alec e Isabelle—. Magnus dijo que algunos de mis recuerdos volverían de vez en cuando, y creo que mi madre me mostró esta runa alguna vez. En fin, la dibujé guiándome por el dibujo de la copa y algo me dijo que usara mi estela, eso hice y, bueno... déjenme mostrarles.

Curioso, Adrian se levantó de la mesa y se acercó un poco para mirar de cerca. Clary había cambiado a la página con la copa y mientras miraba, ella dibujaba una runa que nunca había visto antes sobre el dibujo. La página pareció arrugarse e hizo que los ojos de Adrian dolieran al mirar. Clary pasó una mano por la página, probando si la runa funcionaba, antes de introducir la mano en la página. Cuando sacó la mano, estaba sosteniendo la copa en sus dedos y la página estaba en blanco.

Adrian casi dejó caer su taza de café.

—Eso es genial —jadeó, abriendo mucho los ojos—. Dios, rojita, tienes que enseñarme a hacer eso —Clary le sonrió, complacida por el cumplido.

—Hay algo más —reveló ella, y su sonrisa se hizo más grande—. Cuando vi la falsa Copa Mortal aquí, pensé que me resultaba familiar. No fue hasta que me di cuenta de que había una runa para esconder cosas dentro de los dibujos cuando me di cuenta de que había visto la Copa antes, en un juego de cartas de tarot que pintó mi madre —hizo girar la taza de té alrededor de su dedo por el asa—. Mi madre escondió la Copa Mortal dentro de las cartas de tarot y se las regaló a nuestra vecina, Madame Dorothea. Ella nunca sale de su apartamento y conoce este mundo. Así la Copa estaba cerca, pero no en un lugar donde Valentine o sus hombres pensaran buscar —el silencio acogió sus palabras. Adrian estaba un poco asombrado, había subestimado lo inteligente que era Clary Fairchild, y era un error que no volvería a cometer.

Fue Alec quien rompió el silencio.

—La Clave está buscando la Copa ahora, así que no entiendo qué tiene que ver esto con nosotros.

Adrian lo miró. Sabía que a Alec le gustaba seguir las reglas, ya que en su mente, las reglas los mantenían a salvo, pero no había llegado a la conclusión que todos los cazadores de sombras jóvenes tenían en algún momento, que la Clave era corrupta. La Ley es dura, pero es la Ley. La Ley también tendía a ser una molestia para Adrian, por lo que entendió por qué Clary estaba dispuesta a romper todas y cada una de sus reglas, sobre todo porque eso la llevaría a despertar a su madre. Alec también lo entendería, con el tiempo.

—Es mejor si la buscamos nosotros mismos —respondió Jace, y Adrian estuvo de acuerdo. La Clave era dura cuando se trataba de lo que querían, además, había una probabilidad de que su mismo padre tomara la Copa en persona y él no quería lidiar con ello. Tenía que ver a su padre una vez al año, no quería añadir más visitas—. Además, Hodge ya está de acuerdo.

Hodge asintió, confirmando lo que dijo Jace.

—Bueno, me apunto —murmuró Isabelle, sacándose el pelo de la trenza que había hecho para empezar a trenzárselo de nuevo. Adrian terminó el resto del café de su taza.

—Yo también —suspiró él, dejando la taza en la mesa. No había forma de que dejaría que Clary, Jace e Isabelle fueran por la Copa solos, especialmente si sabía que Alec iría también. Alec, que parecía más que irritado por la discusión.

—Yo no —mintió. Adrian arqueó una ceja hacia él, no impresionado. Ambos sabían que era demasiado protector como para no ir con ellos. Las mejillas de Alec se tiñeron de rojo al notar la mirada de Adrian—. Simplemente pasa la información a los operativos de Clave que están en la ciudad buscando la Copa y deja que ellos se encarguen.

—No es una buena idea —murmuró Adrian, tan bajo que solo Alec lo escucharía. Él lo miró, pero apartó la mirada cuando Jace comenzó a hablarle.

—No es tan simple.

—Sí, lo es —argumentó Alec. Cuando Jace lanzó una mirada de reproche, con el temperamento a flor de piel, Alec insistió—. Esto no tiene nada que ver con que seamos mejores para el trabajo y es sobre tu... —Alec sacudió la cabeza— tu adicción al peligro. 

Arqueando una ceja, Adrian volvió a mirar a Jace. Ahora que estaba más alerta por el café y su cerebro empezaba a funcionar correctamente, por fin se dio cuenta de la energía inquieta en el cuerpo de Jace, la misma energía inquieta que solía tener antes de hacer algo estúpido o imprudente.

Jace resopló, exasperado. 

—No entiendo por qué te opones a mí en esto.

Adrian soltó un bufido antes de poder contenerse, apartando rápidamente la mirada antes de que pudiera encontrarse con la de Jace. Al hacerlo, se encontró mirando a Clary a los ojos. Se dio cuenta de que ella pensaba lo mismo que Adrian, y cuando recordó que Clary también se había dado cuenta de los sentimientos de Adrian, agachó la cabeza. No había compasión en su mirada, pero no quería seguir mirándola hasta que la hubiera. 

—Además —continuó Jace—, Madame Dorothea odia a la Clave. Ella confía en nosotros.

—Ella confía en mí —comentó Clary—. Estoy bastante segura de que no le caen bien.

Ante eso, Adrian le sonrió.

—Apuesto que le caeré bien.

Clary lo miró por un momento, y luego cedió con un encogimiento de hombros y un asentimiento.

—Es probable —estuvo de acuerdo. La sonrisa de Adrian creció. 

Mientras tanto, Jace se acercaba a ambos, su mirada jamás apartándose de la de Alec.

—¿Lo ves? —preguntó—. Incluso Adrian está con nosotros. Vamos, Alec. Piensa en la gloria que tendremos si... —Adrian se preguntó cómo era posible que Jace no conociera en absoluto su propio parabatai al mismo tiempo que Alec lo interrumpía.

—No me interesa la gloria, Jace —se rompió—. Me interesa que las personas no salgan heridas por hacer algo estúpido y, lo más probable, ilegal.

Adrian no estaba seguro de si buscar la Copa Mortal por su cuenta era ilegal o no. Estaría mal visto, pero estaba seguro de que si se iban a infringir las leyes, Hodge lo impediría. Lo habían desterrado aquí por infringir la ley, así que no querría empeorar su castigo.

—En este caso, Jace tiene razón —Adrian miró a Hodge mientras hablaba, casi aliviado de que haya decidido hablar—. Si la Clave se involucra, Madame Dorothea podría huir, y la Copa Mortal nunca sería encontrada. Jocelyn claramente solo quería que una persona encontrara la Copa, y esa persona es Clary.

Alec, aún molesto, habló sin dudar, lo que significaba que no estaba pensando en lo que decía antes de decirlo.

—Entonces déjenla ir sola.

El único sonido después de eso fue el jadeo de Isabelle. No era común que Alec dijera algo así, e hizo que Adrian girara completamente hacía él, su boca torciéndose en un semblante preocupado. 

Clary no lucía ofendida, solo un poco incómoda. Parecía que Jace era quien lo tomaría personal, porque miró a Alec fríamente.

—Si te asustan unos Repudiados, no uses a Clary como excusa para no ir —dijo Jace con voz fría y estable. No parecía arrepentirse de haber explotado el complejo de inferioridad de Alec para conseguir lo que quería, y eso hizo hervir la sangre de Adrian—. No nos importará que te quedes en casa —nunca les importa que se quede en casa, pensó Adrian con amargura, mirando a Jace con frialdad.

—No es un cobarde porque no quiere hacer algo imprudente, Jace —dejó salir Adrian en defensa de Alec, quien se puso pálido en cuanto Jace insinuó que, de algún modo, era menos por ser más cuidadoso—. Y sí, es imprudente, porque no estarías tan ansioso si no lo fuera. 

Jace rodó los ojos.

—¿Todos sabemos por qué lo estás defendiendo, no es cierto? —las palabras salían de la boca de Jace sin pensar en ellas, pero tan pronto como la oración terminó, Adrian vio que sus ojos se abrían levemente al darse cuenta de lo que dijo.

—Jace —siseó Isabelle.

Adrian sintió la mirada de Alec en él, pero se negó a mirarlo de vuelta, siguió observando el rostro de Jace, cada vez con más dureza.

—Vuelve a tratarme así, Jace —dijo Adrian, apartándose de la mesa, y sólo se detuvo cuando sintió que alguien lo agarraba por detrás de la camiseta. Tenía las manos tan apretadas a los lados que las venas de sus antebrazos se marcaron—. Dame una maldita razón. Atrévete —Clary, con los ojos desorbitados, buscó ayuda en Hodge, que parecía reacio a interponerse en el camino de Adrian, no cuando estaba furioso. Isabelle parecía igual de recelosa, mientras que Jace parecía tan despreocupado que todos sabían que era forzado.

—Adrian —siseó Alec, y fue entonces cuando Adrian se dio cuenta de que era Alec quien lo estaba deteniendo. Por supuesto que era él, era el único que estaba lo bastante cerca. Adrian, apretando los dientes, dio un paso atrás para sentarse de nuevo en la mesa, con las manos rodeando el borde y apretando tan fuerte que sus nudillos se pusieron blancos. Alec, tras un breve momento de vacilación, le soltó la camisa y Adrian sintió que su mano se deslizaba por su espalda una vez antes de desaparecer. Adrian no estaba seguro de si era una caricia para reconfortarlo o si Alec no se había dado cuenta de lo que había hecho. Prefirió ignorarlo por completo mientras Alec miraba a Jace.

—No estoy asustado —dijo, cambiando claramente de tema. Era lo que hacía Alec, aliviar constantemente la tensión sirviendo de puente entre los dos bandos enfrentados. Jace estaba ansioso por seguir adelante, por olvidar su pequeño desliz, pero Adrian no pensaba olvidarlo pronto.

—Bien —Jace aplaudió—. Entonces no hay ningún problema, ¿verdad? —miró a los demás, evitando la mirada de Adrian. Finalmente, Hodge dijo a todos que empezaran a prepararse. Apartándose nuevamente de la mesa, Adrian fue a hacer lo que dijo Hodge. Estaba a mitad del pasillo cuando oyó que alguien se apresuraba a alcanzarlo. Se detuvo y vio a Clary, quien se detenía a unos metros de él.

—Uhm, hola —tartamudeó ella, colocando un mechón de pelo detrás de su oreja—, me preguntaba si estás bien.

Adrian se encogió de hombros.

—Bien —habló, sonando más seco de lo que quería, sacudió la cabeza—. Lo siento, solo estoy enojado. No pensé que Jace... Solo no sé por qué está tan enojado con todos.

—Es mi culpa —admitió Clary, culpable. Adrian arqueó una ceja.

—¿Le dijiste que me dijera eso? —preguntó él, la confusión presente en su rostro y torciendo sus facciones.

—Bueno, no...

—Entonces no es tu culpa —decidió—. Solo porque algo sucedió entre ustedes no significa que tiene derecho a ser un idiota. Además, no eres responsable de sus acciones, él lo es, y necesita madurar —sacudiendo la cabeza, giró para ir a su habitación—. Te veré en la biblioteca. 

Una vez que estuvo vestido de acuerdo, tomó su estela, un cuchillo serafín, unas dagas extras de buen medida y regresó a la biblioteca. Todos ya estaban allí, así que Adrian pasó al lado de Alec y Jace hasta estar junto a Isabelle. Cuando ella tanteó su brazo, él levantó su manga y extendió su brazo. Mientras dibujaba las runas curativas, de fuerza y velocidad, ella habló bajo su aliento.

—¿Estás bien? —cuestionó ella y Adrian aguantó un suspiro, sintió que escucharía esa pregunta seguido durante las próximas horas.

—Sip —respondió, chasqueando los labios—, ¿por qué no lo estaría? —Isabelle dibujaba un iratze ahora, en caso de que fuera herido y no podría dibujarlo él mismo.

—Jace cruzó la línea hace rato.

—Jace siempre cruza la línea.

Ella apartó su estela y la guardó de regreso en su bolsillo, lista para dibujar runas en ella misma, así que Adrian volvió a bajar su manga y apartó la mirada.

—Aún así, ¿estás bien? —repitió ella. 

Adrian dejó que sus ojos recorrieran la habitación, a punto de repetir que estaba bien, hasta que vio a Jace y a Alec. Alec estaba dibujando una runa en el brazo de Jace. En realidad no significaba nada, las runas dibujadas por parabatai siempre eran más fuertes, pero a Adrian se le revolvió el estómago al verlo. Sintiéndose mal, apartó la mirada y volvió a mirar a Isabelle.

—Estoy bien —repitió él. Era claro que Isabelle vio a dónde fue su mirada y frunció el ceño.

—No te ves bien —bajando la voz, Isabelle dio un paso más para que solo él escuchara sus palabras—. Has estado muy aislado estos días, considerando que eres muy social, entiendes mi preocupación.

De repente, Adrian se sintió mal por ser tan impreciso con ella. Lanzó su brazo alrededor de sus hombros, acercándola y presionando un beso en su cabeza.

—Estoy bien, Izzy, lo prometo —la confortó. En realidad sus palabras no eran sinceras, pero él sabía que estaría bien en algún momento. La voz de Clary sonó a través de la habitación antes de que Isabelle pudiese responder.

—Simon está aquí. Deberíamos irnos.


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Cuando llegaron al edificio del apartamento de Clary, Adrian no dudó en abrir de un tirón las puertas traseras de la furgoneta de Simon, no creía que fuera capaz de aguantar un minuto más en un silencio tan tenso. Jace no lo miraba, Alec e Isabelle se sentían demasiado incómodos para hablar y Adrian era demasiado testarudo para romper el silencio él mismo. El resultado fue algo tan vergonzoso e incómodo que Adrian juró que iría de copiloto en el viaje de regreso, aunque eso significara tener a Clary sentada en su regazo durante todo el camino.

—Comprueben si hay actividad demoníaca —ordenó Adrian una vez que los otros tres cazadores de sombras bajaron de la parte trasera de la furgoneta. Sin esperarlos, dio la vuelta y empezó a caminar por el callejón junto al edificio de apartamentos, sacando su sensor. Se volvió un poco más brillante cuando se acercó al edificio, pero no tanto como para significar que había demonios cerca. Sólo significaba que habían estado allí alguna vez, pero probablemente no desde que Valentine envió a los Repudiados en busca de la Copa Mortal.

—¡Adrian! —giró la cabeza, un poco sorprendido de ver a Alec trotando para alcanzarlo. Lo esperó, guardando el sensor en su bolsillo, había llegado al final del callejón de igual manera.

—Me sorprende que no seas Jace —admitió. Los parabatai tendían a permanecer juntos en una misión, lo que significaba que Alec y Jace se emparejaban la mayor parte del tiempo.

—Jace puede cuidarse a sí mismo; además, Izzy está con él.

Adrian asintió, sin cuestionar nada más.

—Bueno, la actividad demoníaca es baja por aquí, probablemente hubo demonios hace días. Está limpio —pasó al lado de Alec para regresar a la furgoneta, deteniéndose cuando sintió la mano de él en su hombro. La sorpresa no lo hizo sobresaltarse esta vez, no estaba seguro por qué.

—Espera —solo costó una mirada al rostro de Alec para que un quejido saliera de sus labios.

—Por favor no me preguntes si estoy bien —rogó, alargando la mano para agarrar brevemente el cuello de Alec, antes de soltarlo. Casi había dejado que su pulgar rozara la mandíbula de Alec. Casi—. Estoy bien, te lo prometo —sonrió a Alec para demostrarle que estaba bien. Alec se limitó a arquear una ceja.

—¿En serio crees que no puedo notar cuando finges una sonrisa? —preguntó Alec, y Adrian abrió su boca, pero la cerró, sintiendo sus mejillas calentarse. Soltó una risa nerviosa que sonó tan temblorosa que tuvo que detener una mueca.

—Esperaba que estuvieras demasiado distraído para notarlo —admitió, y los labios de Alec se torcieron.

—¿Distraído con qué?

—Asegurándote de que todos estuvieran a salvo —se encogió de hombros Adrian—, como siempre.

—Bueno, alguien tiene que hacerlo —dijo Alec ligeramente, logrando que los labios de Adrian se torcieran en su primera sonrisa genuina desde lo que pasó con Jace en la biblioteca.

Algo cambió en el aire alrededor de ellos, algo de lo que Adrian no estaba acostumbrado. Sintió más sangre subir a sus mejillas y cada vez era más difícil respirar y su piel picaba. Con rapidez, apartó su mirada de Alec antes de que hiciera algo de lo que se arrepintiera, agachando la cabeza y tirando tímidamente de las mangas de su camiseta. Alec se removió, aclarándose la garganta. Adrian no sabía si lamentaba haber interrumpido el momento o no.

—Sabes que puedes hablar conmigo, ¿no? —dijo Alec después de un tenso momento. Adrian levantó la mirada, conectándola con la suya de nuevo, y su voz fue gentil cuando respondió.

—Lo sé —lamiendo sus labios, señaló con la cabeza hacia la furgoneta—, será mejor que regresemos con los demás.


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Adrian habría estado mil veces más interesado en el apartamento de Madame Dorothea si no estuviera tan preocupado por el hecho de que Alec dejó su arco y flechas en la furgoneta y llevara en su lugar un cetro con plumas. Adrian quería hacerlo entrar en razón. Sabía que Alec sabía usarlo, todos estaban entrenados para todo tipo de armas, pero él era más seguro con un arco en las manos, era como si Adrian de repente tomara el látigo de Isabelle, o Isabelle tomara una espada, no se sentía bien.

No prestó atención a la mayor parte de la conversación de Clary y Madame Dorothea, que mayormente eran ellas poniéndose al día. En cambio, miró el apartamento, consciente de que no debía mover cosas. Todo el apartamento le producía escalofríos, pero guardó su desconfianza. Por el constante movimiento de Alec e Isabelle, notó que tenían el mismo mal presentimiento que él. Estaba tan ocupado comprobando a su alrededor debido a sus instintos que no se dio cuenta de que Madame Dorothea estaba alterándose hasta que levantó la voz y se puso de pie.

—Vaya —murmuró Alec a su lado. Alec, Adrian e Isabelle pusieron las manos en sus armas, mientras que Clary se limitó a ponerse de pie. Jace permanecía tranquilo, incluso aburrido. Adrian supuso que esta misión no era tan emocionante como pensaba.

—No quise decirle mentirosa —se apresuró a explicar Clary, tropezando con sus palabras—, lo que quise decir es que la Copa Mortal estuvo aquí todo este tiempo y usted no lo sabía —Madame Dorothea frunció el ceño, confundida, dudando entre echarlos a todos o escuchar la explicación de Clary. Su curiosidad ganó.

—Explícate —ordenó. Clary lo hizo, detallando dónde creía que su madre había escondido la copa lo más rápido posible. Cuando terminó, la confusión de Madame Dorothea aumentó—. ¿Las cartas? —Clary asintió, tomando una baraja de cartas de tarot de la mesa alrededor de la cual habían estado sentados. Adrian quería mirarlas, pero algo se lo impedía. Sus ojos volvían una y otra vez a Madame Dorothea, pero no estaba seguro de por qué. Nunca la había visto, así que no sabía si había algo raro en ella. El sensor del collar de Isabelle no parpadeaba, así que decidió apartar la paranoia de su mente.

—Aquí está —dijo Clary, tras barajar el mazo y encontrar la carta que contenía la Copa Mortal—. Jace, dame tu estela —eso hizo, y Adrian observó con la misma fascinación de aquella mañana cómo dibujaba la runa en la carta y metía la mano en su interior. Un momento después, una copa que casi brillaba estaba en su mano. La mano de Adrian resbaló del mango de su daga.

—Santa mierda —fue todo lo que consiguió decir. Todos se quedaron mirando después de eso, demasiado hipnotizados por la Copa Mortal como para pensar de manera correcta. Finalmente, fue Jace quien rompió el silencio.

—Creí que sería más grande.


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