CAPÍTULO DOCE




CAPÍTULO DOCE
EL DRAGÓN DEMONIO


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El edificio en el que, según Jace, se encontraba el demonio era un hotel abandonado. Al igual que el Hotel Dumort, se caía a pedazos y parecía no haber sido habitado en décadas. El interior era igual de viejo y descuidado, pero no había señales de que un clan de vampiros viviera dentro. Adrian entró primero, con una mano en el mango del cuchillo serafín en su cinturón, listo para sacarlo ante cualquier señal de peligro. No lo esperaba nada al otro lado de la puerta rota, pero aun así se mantuvo en guardia. Hizo un gesto a Jace, Isabelle y Alec para que entraran detrás de él. Alec cerró la puerta cuando todos estuvieron dentro. El sol se estaba poniendo afuera, pero tendrían más suerte atrayendo al demonio si había la menor luz solar posible.

—Definitivamente hay algo aquí —murmuró Isabelle, después de cinco minutos sin que nada saliera de las sombras. Adrian la miró y vio que el colgante de rubí que tenía en el hueco de su garganta empezaba a parpadear de un rojo aún más intenso, señal de actividad demoníaca. Adrian tenía un sensor propio, al igual que todos, pero no eran más que losas de rubí cortadas en forma de un jabón, y era más fácil mirar el collar de Isabelle en lugar de aferrarse a una piedra todo el tiempo. Al mirar las oscuras sombras que los rodeaban, Adrian se dio cuenta de repente de algo que le hizo maldecir.

—Maldición, olvidé traer una piedra de luz —murmuró, recordando vívidamente haber visto a Alec guardarse en el bolsillo una de las piedras que se iluminaban ante el toque de un cazador de sombras. Adrian estaba a punto de tomar una para él cuando Alec le pasó rozando. El más mínimo roce suyo le había hecho olvidar un objeto vital para cazar demonios. Se sintió estúpido. Refunfuñando, buscó con desgana el interruptor de la pared, sin esperar que funcionara.

Pero para su sorpresa, funcionó. Adrian dio un respingo cuando la luz llegó al primer piso del edificio. La mitad de las luces estaban fundidas o rotas, y estaba seguro de que se encontraban en la única planta en la que funcionaban. Frunció el ceño al ver la luz más cercana, una lámpara de araña encima de ellos. Algo le decía que las luces de la lámpara no funcionaban, porque la electricidad estaba encendida.

—Que las luces —dijo, rompiendo el silencio— sigan funcionando me asusta más que este lugar —al oír sus palabras, Alec bufó desde donde exploraba una de las habitaciones cercanas. Por las sillas viejas y las mesas rotas, Adrian supuso que había sido una sala de espera.

—¿Pero cazar demonios en la oscuridad no te asusta? —preguntó, mirando a Adrian con una sonrisa. Jace miraba las escaleras como si fueran a cobrar vida y morderlo, e Isabelle miraba a su alrededor con una delicada arruga en la nariz. Golpeó la alfombra sucia con la punta de su bota, arrugó más la nariz y pasó por encima.

—¿Le tienes miedo a la oscuridad, Alec? —preguntó Adrian, moviéndose rápidamente cuando Jace pasó las escaleras y desapareció por un pasillo. Lo último que necesitaban era perder a Jace dentro del hotel—. Nunca lo habría imaginado.

—No me da miedo la oscuridad —argumentó Alec. Adrian pudo oír el ceño fruncido en su voz, y eso hizo que su sonrisa se convirtiera en una mueca. Aminoró la marcha y dejó que Isabelle lo adelantara para ponerse al lado de Alec—, tengo miedo de lo que hay en la oscuridad.

—¿Como las arañas? —bromeó Adrian. Alec frunció el ceño.

—Las arañas dan miedo —dijo Alec, con el calor inundándole las mejillas. Adrian se apoyó en el costado de Alec y le dio un ligero codazo.

—No te preocupes, yo mataré a las arañas por ti —Alec no respondió, seguía haciendo pucheros, así que Adrian cambió de tema a pesar de lo divertido que estaba—. Es algo infantil, teniendo en cuenta nuestro trabajo —el codo de Alec se clavó en el costado de Adrian, haciéndolo gruñir y devolverle el codazo.

—Ambos sabemos —dijo Alec, mientras salían del pasillo y entraban a un gran salón— que los monstruos de los que le hablan los padres a sus hijos son reales, Dri.

Adrian se encogió de hombros.

—Estamos entrenados para cazar a esos monstruos, Alec —argumentó él—. ¿Por qué te asustaría? —Jace e Isabelle estaban mucho más por delante que ellos. Adrian podía ver el collar de Isabelle iluminar las paredes.

—No sentir miedo cuando deberías de tenerlo hace que la gente sea imprudente —le dijo Alec, su mirada recorriendo las sombras una vez más. Adrian sabía que debería haber estado explorando el lugar como ellos, pero su mirada seguía regresando a Alec—. Además, el miedo hace que la gente sea cuidadosa.

—¿Insinúas que no soy cuidadoso? —preguntó Adrian, incapaz de dejar de mirar el rostro de Alec, aunque haya intentado dejar de hacerlo y seguir trabajando. Alec giró y conectó con su mirada.

—Insinúo que crees que esto es divertido, como Jace —clarificó.

Adrian elevó una ceja.

Es divertido.

—Pero también es trabajo.

—Es un trabajo divertido —dijo Adrian, algo exasperado a pesar de querer a Alec. El cuidado y seriedad con la que tomaba cazar demonios siempre lo divertía—. ¿Contento? —entonces Alec rió y pareció sorprenderlo. Rápido, Alec apartó la mirada, su mano volando hacia su cuello. Adrian lo miró fijo. Sentía que sus mejillas estaban tibias, como si se había sonrojado. No pudo entender por qué se sonrojó, había hecho reír a Alec antes, no era algo nuevo. Tal vez fue su tímida reacción que lo provocó.

Por suerte, Jace interrumpió antes de que Adrian hiciera algo de lo que se arrepintiera.

—¿Ya terminaron? —llamó Jace. Ambos se sobresaltaron y comenzaron a acercarse a Jace e Isabelle en el centro del salón—. Porque creo que escuché algo —Isabelle se burló y los miró con complicidad.

—¿Cómo pudiste escuchar algo con esos dos coque...?

—Silencio —la interrumpió Adrian, levantando la mano. Igual planeaba interrumpirla, porque el rostro de Alec comenzaba a ponerse tan rojo que lo preocupó, pero escuchó a algo arrastrar los pies, como si escombros se deslizaran por el suelo. Con la piel hormigueando, sacó lentamente su cuchillo serafín. La mano de Alec salió disparada a su hombro, listo para sacar una de las flechas del carcaj de su espalda, su mano izquierda ya sosteniendo el arco. Adrian supuso que también lo llevaba colgado en la espalda y que no se había dado cuenta. El látigo plateado de Isabelle se desenrollaba de su muñeca y Jace hacía girar una daga con avidez entre sus dedos.

Como si el demonio esperaba hasta que Adrian hubiera prestado atención, las luces comenzaron a parpadear. La piel de Adrian se erizó.

—Eso es una buena señal —dijo, alegre. Isabelle dejó salir una risa temblorosa a su lado.

—Al menos sabemos que el demonio está aquí —habló débilmente, para diversión de Adrian. Alec se aclaró la garganta, incómodo. Isabelle frunció el ceño—. ¿Pero sabemos como se ve un Demonio Dragón?

—¿Un Demonio Dragón? —chilló Alec, desprevenido.

—Asumo que lucen como dragones —dijo Jace casualmente, ignorando la pregunta asustada de Alec. No parecía preocupado por las luces parpadeantes. Adrian lo miró molesto.

—Sabes, Jace, a veces me pregunto por qué no eres más significativo en el mundo de los cazadores de sombras. Quiero decir, tienes la apariencia, el carisma, el talento —Jace parecía demasiado complacido por las palabras de Adrian, hasta que éste añadió—, y entonces recuerdo que es porque eres demasiado sabelotodo como para ayudar a alguien —la cara de Jace se torció inmediatamente en un mohín.

—Podrías ser más significativo tú también, dada tu lógica —interrumpió Isabelle, sonriendo de una manera que a Adrian no le gustó.

—Eso es diferente, Izzy —dijo. Hubo otro movimiento en la oscuridad; parecía que esta vez detrás de Adrian. Él giró y los cuatro estaban formando un círculo, dándose la espalda mientras miraban distintas partes de la habitación—. No quiero estar con personas significativas.

—Tal vez tampoco quiera estar con ellas —murmuró Jace y Adrian resopló riendo suavemente.

—Tienes razón, porque no te importa nada —dijo. Jace hizo un sonido de disgusto desde el fondo de su garganta.

—No aprecio tu tono —habló. Adrian arrugó la nariz. Las luces parpadearon de nuevo y, esta vez, Adrian pudo haber jurado que vio algo moverse en la oscuridad.

—¿Acaso olvidaron que estamos cazando a un demonio dragón? —exhaló Isabelle, con la mirada fija en el mismo lugar que Adrian estaba observando. Su boca se curvó. Isabelle dejó salir una pequeña maldición—. Esta posición es mala. Podríamos estar rodeados y no lo sabemos. Necesitamos movernos.

—Tiene razón, volvamos al pasillo —ordenó Adrian, escuchando otro movimiento a través de las sombras—. Al menos hay más luz ahí —juntos, comenzaron a acercarse a la puerta del salón de baile. Los ruidos en la oscuridad continuaron cuando estuvieron a salvo en el pasillo. La boca de Adrian se torció en una mueca—. Saben, acabo de pensar que los sonidos podrían haber sido ratas.

—Aunque lo fueran, perdíamos el tiempo allí —señaló Jace—. Lo que sea que fuera no atacó, así que no es por lo que vinimos. Está en otra parte del edificio.

—¿Qué tal si está arriba? —preguntó Alec, mirando el techo con cautela, como si el demonio fuera a brincar y cayera sobre él a través del yeso. Tal vez pasaría. Había pasado antes, con demonios más pequeños.

—Si está en algún lado, lo más probable es que esté en el sótano —respondió Adrian—. Y no pienso entrar ahí. En un edificio muy viejo, podría costarnos unas cuantas vigas y que el lugar cayera, con nosotros en él. Si está arriba, nos retiramos y avisamos a la Clave para que envíen a cazadores de sombras más experimentados. ¿Están de acuerdo? —obtuvo asentimientos de mala gana de todos, no encantados por la idea de dejar la caza sin matar al demonio, pero aún así era aprobación, así que Adrian no intentó.

—Separémonos —decidió Jace, sonando molesto porque aún no se habían encontrado con el demonio. Fuera un demonio dragón o no, todos sabían que había algo dentro del edificio y debían eliminarlo antes de que hiciera daño a alguien—. Griten si encuentran algo —Adrian asintió. Isabelle lo golpeó en el brazo con el dorso de la mano.

—Por aquí, Adrian —dijo, dirigiéndose hacia la parte delantera del edificio. Jace y Alec iban hacia la parte trasera. Adrian los miró y frunció el ceño.

—Jace, Alec, tengan cuidado —ordenó, caminando hacia atrás siguiendo a Isabelle. Jace le dedicó una sonrisa arrogante y le saludó con dos dedos que apartó de su frente.

—Siempre lo tenemos —dijo. Adrian se burló y miró a Alec, que rodaba los ojos.

—No te preocupes —le dijo Alec, al ver la expresión de su cara—. Me aseguraré de que no nos maten a ninguno de los dos.

—Siempre lo haces —dijo Adrian, un poco demasiado cariñosamente, si la sonrisa burlona y la ceja arqueada de Jace servían de indicio. Ruborizado de nuevo, Adrian giró sobre sus talones y se apresuró a alcanzar a Isabelle. Su látigo se movía como una serpiente en el aire alrededor de sus pies. Adrian siempre había pensado que el arma tenía mente propia. Isabelle era la única capaz de controlarla, probablemente porque era tan salvaje e impredecible como ella.

—Veo que Alec y tú se llevan bien ahora —dijo Isabelle despreocupada mientras caminaban por otro pasillo que parecía conducir a la cocina—. ¿Es real, no actuado? —Adrian se mordió el interior de la mejilla.

—Sí —dijo después de pensarlo un momento—. Sí, creo que sí es real —él y Alec tenían una nueva relación ahora, y con cualquier nueva relación venían líneas que Adrian todavía no estaba seguro de si podía cruzar o no. Se había mantenido en la línea durante toda la caza, pero ahora que estaba lejos de Alec, empezaba a preguntarse si su leve coqueteo hecho sin intención, más que nada por costumbre, y su tono cariñoso lo habían molestado.

—¿Y, de qué hablaron? —Isabelle preguntó. Su collar no brillaba tanto como antes, lo que significo que se estaban alejando de cualquier demonio en el hotel. Ninguno giró para verificarlo.

—Solo me disculpé por sacar mi enojo con él y le dije que no fue su culpa —respondió Adrian. El collar de Isabelle había dejado de brillar, así que él sabía que no había demonios alrededor, al menos cerca de ellos. Dejó que sus hombros se relajaran y guardó su cuchillo serafín—. Me convenció de regresar —Isabelle esperó, pero cuando no dijo nada más, lo miró incrédula.

—¿Fue todo? —dijo. Adrian bufó.

—Sí, Izzy, eso fue todo —Isabelle frunció el ceño, cruzando los brazos sobre su pecho y escaneándolo con la mirada. Raramente, lo hizo sentir cohibido.

—¿No hablaron de ya sabes qué? —Adrian enarcó una ceja y ella resopló, clarificando—. ¿Tú enamorado de él? ¿duh? —señaló, obvia. Adrian suspiró y levantó la mirada hacia el candelabro sobre ellos. Las luces ya no parpadeaban.

—No —admitió con voz pequeña. Isabelle hizo un sonido exasperado.

—¿Y no pensaste que era un tema importante del que hablar?

—Lo que pensé —contestó Adrian, algo irritado—, es que cazaríamos a un demonio dragón en unos minutos y no parecía el momento correcto —Isabelle no se impresionó por la excusa, aunque fuera la verdad. Eso, y el hecho de que Adrian planeaba evitar el tema tanto como pudiera. Algo en él le dijo que tendría que hablar con Alec sobre eso tarde o temprano, pero enterró el pensamiento lo más profundo que pudo.

—Igual tendrás que hablar con él sobre eso en algún momento, Adrian —dijo Isabelle, después de haber estado en silencio por un momento. Él la miró, pero ella solo observaba las luces con el ceño fruncido—. No puedes evitar el tema por siempre.

—De hecho, hablamos en el pasillo del Instituto antes de que nos interrumpieras —admitió Adrian, sonriendo cuando lo miró con sorpresa—. No sé qué iba a decir Alec. Olvidé preguntárselo cuando hablamos.

Isabelle resopló.

—Maldita sea yo y mi necesidad de interrumpir discusiones —gruñó, volviendo a ojear las luces. Inclinó la cabeza—. ¿Por qué las luces dejaron de parpadear? —Adrian siguió su mirada.

—Tal vez los cables... —se detuvo cuando las luces parpadearon de nuevo. Confundido, se dio la vuelta para preguntarle a Isabelle qué pensaba, pero se detuvo cuando notó que su collar brillaba. La adrenalina llegó al sistema de Adrian y giró su cuchillo serafín, susurrando Lailah y mirando cómo se iluminaba en su mano. Lo giró de nuevo, mirando el cuchillo brillar en el aire. Sobre ellos, la luz parpadeó otra vez.

—¡Cuidado!

Jace corría por el pasillo, seguido de cerca por Alec. Ninguno pudo detenerse lo suficientemente rápido. Jace chocó con Isabelle, y Alec casi cayó al suelo antes de que Adrian lo atrapara. Alec se separó, estaba respirando de manera tan pesada que Adrian apenas entendía lo que decía.

—Demonio... Dragón —Alec jadeó entre respiraciones. Justo después de terminar, se oyó un rugido. Los escalones se retiraron, y Adrian de repente estaba mirando a la cosa más fea que había visto en todos sus años de cazar demonios.

Usualmente imaginaba a los dragones como criaturas majestuosas. Grandes, con escamas de colores impenetrables y largas, alas similares a las de un murciélago que se estiraban para alargarse más que el dragón en sí. En cierta forma, el demonio dragón era lo que imaginaba, pero no como esperó. Todo parecía estar pegado, como una clase de demonio que Frankenstein armó como mascota. Las alas eran esqueléticas y parecían tener piel humana pegada, poseía escamas de distintos colores, pero no los que Adrian creyó, siempre las imaginó negras, azules y rojas, pero el demonio las tenía de un café y verde horrible, que lucía como tierra cayendo de su piel mientras Adrian lo veía moverse.

—¿Cómo lo matamos? —habló Adrian, mirando duramente a Jace, quien no respondió, y su voz se elevó hasta convertirse en un grito—. ¿Cómo lo matamos, Jace?

—¡No lo sé!

—¿No lo sabes? —chilló Isabelle; el demonio dragón comenzaba a acercarse, pero con un solo latigazo, retrocedió y dejó salir un rugido. Adrian no sabía si era de dolor o de enojo—. ¿Sabías que podíamos encontrarnos con un demonio dragón, pero no sabes cómo matarlo?

—Nueva regla, Jace ya no tiene permitido elegir nuestras misiones —dijo Adrian mientras agachaba la cabeza para esquivar algo que casi lo decapitaba. Se estrelló con la pared detrás de él. Adrian e Isabelle entraron corriendo a otra habitación.

—¿Por qué esa no era una regla desde el principio? —gritó Alec, agachándose mientras una garra se lanzaba cerca de su oreja. Jace estaba rodeando al demonio, tratando de encontrar un lugar donde clavar su espada, pero al parecer no había ninguno. El cuerpo estaba cubierto de escamas duras como piedra, incluso su estómago y cara.

—¡Los ojos! —gritó de repente Jace—. ¡Apunten a sus ojos, es lo único no cubierto de escamas!

—¿Cómo sabemos que funcionará? —gritó Isabelle. Antes de que alguien respondiera, Alec puso una flecha en su arco y tiró de la cuerda, tomó un segundo que la flecha volara. Adrian, seguro de que se clavaría en su objetivo, tomó a Isabelle y la empujó detrás de una pared que el demonio no había derrumbado. Hubo un rugido y luego una explosión húmeda que sacudió el estómago de Adrian. Después de eso, el silencio llenó el aire.

—Dios mío, es desagradable —dijo Alec de repente. Adrian e Isabelle, dejando salir suspiros de alivio, se apartaron de la pared. Los restos del demonio ya estaban convirtiéndose en cenizas y desaparecían, pero Jace y Alec seguían cubiertos de suciedad. Adrian los miró fijo y, un momento después, la risa burbujeó dentro de su garganta, así que puso una mano en su boca para tratar de detenerla, pero Isabelle no se molestó. Para cuando Jace y Alec los alcanzaron, Isabelle tomaba su estómago, riéndose tanto que casi carcajeaba.

—S-se ven ridículos —carcajeó. Adrian estaba temblando intentando contener la risa, pero debido a que la mirada en el rostro de Alec gritaba hostilidad, dio lo mejor de sí y trató de componerse.

—La cosa estaba enterrada debajo del jardín trasero —explicó Jace—, creí que su oreja era una flor, ¿okay?

—¿Trataste de recoger una flor mientras cazábamos demonios? —Isabelle preguntó. Jace abrió la boca, pero se detuvo y pareció congelarse.

Adrian no pudo aguantarlo más. Se cubrió el rostro con ambas manos y comenzó a reír.


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