CAPÍTULO DIEZ




CAPÍTULO DIEZ
GOLPE DE REALIDAD


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La semana siguiente fue probablemente la más larga de toda la vida de Adrian. Es cierto que no llevaba tanto tiempo vivo, pero aun así fue una semana muy larga. Con la partida de Hodge, la Clave se había peleado por averiguar quién iba a dirigir el Instituto de Nueva York. Adrian escuchó rumores de que enviarían a Maryse y Robert Lightwood a Nueva York para sustituir a Hodge, pero esperaba que no fuera cierto. Alec parecía tener ya una crisis existencial, Adrian no quería saber cómo se las arreglaría si sus padres volvían a estar detrás de él, respirando en su nuca.

Con un suspiro, Adrian terminó el café en su taza y miró a Clary e Isabelle. Habían acordado encontrarse en Taki's Diner para desayunar. Hacía cinco minutos que reinaba el silencio, pero no uno incómodo, todos parecían estar pensando en sus propios problemas, y sus pensamientos eran consumidos por diferentes personas: Clary por su madre, Isabelle por sus padres y Adrian por Alec. Clary e Isabelle ya habían compartido sus problemas mientras comían hot cakes, y ahora era el turno de Adrian, las chicas solo esperaban a que él hablara.

Adrian volvió a suspirar.

—Creo que Alec sabe que estoy enamorado de él —les dijo, apoyando la mejilla en un puño cerrado, con el codo sobre la mesa. Después de decir esas palabras, levantó la mano y pidió la cuenta. La camarera que les servía pasó por delante y deslizó la cuenta. Sacó la cartera y dejó suficiente dinero para los tres antes de ponerse en pie y dirigirse hacia la puerta del restaurante. Detrás de él, podía oír a Clary e Isabelle correr para alcanzarlo.

Adrian empujó la puerta de la cafetería y esperó en la acera a que Isabelle y Clary llegaran hasta él. Metió las manos en el bolsillo de la chaqueta, preguntándose qué diría cuando ellas comenzaran a hacerle preguntas. Por eso se apresuró a salir del restaurante antes, necesitaba más tiempo para aclarar sus pensamientos.

—¿Por qué piensas eso? —fueron las primeras palabras que salieron de la boca de Clary cuando las dos chicas por fin lo alcanzaron, apresurándose a ponerse sus chaquetas. Él esperó a que estuvieran listas antes de continuar.

—Desde que despertó —explicó, avanzando un poco por la acera para que no estuvieran frente a la puerta de la cafetería— actúa extraño conmigo. Sobre todo desde que se enteró de que hablé con él mientras estaba inconsciente —se sentía mal sólo de pensarlo. Había pasado exactamente lo que temía que pasara, y Adrian no podía hacer otra cosa más que ver cómo Alec evitaba a toda costa estar a solas con él. Con amargura, añadió—. Estoy seguro de que se está volviendo loco.

Y estaba en su derecho, tuvo que recordarse a sí mismo, Alec apenas podía lidiar con sus sentimientos, sin mencionar los de su mejor amigo. Adrian quería darle un respiro, pero era difícil cuando su corazón se estrujaba cada vez que Alec evitaba mirarlo.

—¿Por qué no solo le preguntas si recuerda lo que dijiste? —preguntó Clary—. Es como si estuvieras evitándolo tú también —Adrian hizo una mueca e ignoró lo último que dijo.

—No puedo —suspiró—. Si lo recuerda, no quiero que parezca que lo estoy apresurando a responder algo que ni siquiera pregunté, y no quiero que sienta que me debe algo. Solo quiero que venga a mí cuando esté listo. Pero es una tortura esperar —Isabelle murmuró pensativamente, reclinando su cadera contra el portabicicletas.

—¿Así que confesar tu amor eterno por mi hermano junto a su cama sirvió de algo? —preguntó. Adrian frunció el ceño ante el tono de su voz.

—No tienes que sonar tan... tan... —no encontró la palabra correcta. Isabelle lo miró agitar las manos mientras compartía sus pensamientos, sonriendo cuando él se rindió y cruzó los brazos sobre su pecho.

—No sueno de ninguna manera —espetó, elevando una ceja cuando Adrian bufó.

—Yo creo que sí —apuntó—. Como si estuvieras segura de que tienes la razón aunque me dijiste que me apoyabas —se calló cuando Isabelle levantó un dedo para silenciarlo.

—Y todavía tienes mi apoyo —le recordó con voz dura—. Lo tendrás hasta el día de mi muerte y donde sea que estemos después de eso.

Clary soltó sonido ante sus palabras, elevando las cejas.

—Eso sí que es dedicación —comentó cuando ambos la miraron. Isabelle sonrió, enredando un mechón de largo cabello negro alrededor de su dedo.

—Todo o nada —le dijo Isabelle a ella—, ese es mi lema.

—Pensé que tu lema era algo sobre zapatillas de quince centímetros —dijo Adrian con voz seca. Isabelle se encogió de hombros.

—Tengo más de un lema, Dri.

—Suena como lo más agotador del mundo —comentó Clary, refiriéndose al primer lema, mirando aún a Isabelle.

—Porque tienes el hábito de ser floja —le dijo Isabelle, enviándole una mirada rápida a Adrian después—. Ambos lo tienen.

—¿Por qué me involucras en eso? —demandó Adrian, olvidando momentáneamente su problema con Alec. Estar con Clary e Isabelle siempre lo distraía de cosas en las que no quería pensar.

—Porque estuviste de acuerdo con Clary cuando dijo eso. Lo noté por tu expresión.

Adrian enarcó una ceja.

—¿Te refieres a mi expresión de aburrimiento? —sugirió con voz seca de nuevo e Isabelle chasqueó los dedos.

—Precisamente —dijo ella. Adrian y Clary se miraron, y Clary sacudió la cabeza, luchando por no sonreír.

—Eres ridícula, ¿sabes? —preguntó Adrian, girando hacia Isabelle, que se encogió de hombros. No eran noticias nuevas para ella. Clary sacudió la cabeza de nuevo y comenzó a hurgar en su mochila, sacando su teléfono y revisando la hora. Frunció el ceño de inmediato.

—¿Irás al hospital? —preguntó Isabelle, notando su mirada. Clary mordió su labio inferior, asintiendo. Había comenzado a tener la misma mirada derrotada y cansada en su rostro desde que encontró a su madre.

—¿Vendrás más tarde? —preguntó, esperanzada. Isabelle contestó antes que Adrian.

—Iría, pero tengo que regresar con Alec —dijo Isabelle, culpable—. Se vuelve loco en el Instituto, no puedo dejarlo solo unas horas o empieza a merodear por lugares en los que no debería estar cuando está aburrido.

Clary asintió y su rostro decayó aún más.

—Iré contigo —decidió Adrian, sonriendo cuando el rostro de Clary se iluminó, incluso si era poco.

—Gracias —susurró. Adrian se encogió de hombros, haría cualquier cosa para ayudar a Clary de la manera que pueda, especialmente ya que ella siempre estuvo ahí para él.



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Jocelyn Fray, o Fairchild, aunque Adrian tenía el presentimiento de que a la mujer ya no le gustaba el apellido, tenía el mismo cabello rojo vibrante que Clary, y las pecas, para combinar. Estaba pálida en la cama del hospital, completamente quieta salvo por el pequeño subir y bajar de su pecho. Adrian observó su rostro, tratando de encontrar alguna similitud con Jace. Sabía que significaría mucho para Jace si Adrian le decía que lucía como su madre. Desafortunadamente, no pudo encontrar nada. Jace Wayland, ahora Jace Morgenstern lamentablemente, no se parecía nada a Jocelyn Fray.

Adrian pensaba que Jace tampoco se parecía en nada a Valentine Morgenstern, pero el propio Jace había dicho que Valentine lo había criado bajo el nombre de Michael Wayland, y Clary incluso dijo que su madre creía que su primer hijo, un varón, había muerto. Todas las piezas encajaban.

Si tan sólo las piezas se parecieran, tal vez Adrian no sospecharía tanto. Valentine podría haber secuestrado a Jace, por lo que todos sabían, y Adrian no quería ver a Jace relacionado a una mujer que podría no querer tener nada que ver con él cuando despertara. Jace sentía las cosas con tanta intensidad que Adrian no quería pensar en lo que haría si Jocelyn lo mirara, afirmara que no era su hijo y se marchara sin decir nada más.

Adrian miró a Clary con el rabillo del ojo.

—Parece...— se mordió el labio. Ella lo miraba fijamente, expectante. Soltó un suspiro— viva, muy viva. Y sana —Clary cerró los ojos brevemente y apretó los labios. Podía verla buscando algo amable que decir y Adrian sintió que merecía que ella le arrancara la cabeza, teniendo en cuenta lo que acababa de decir.

—Adrian —dijo al fin—, por favor no digas nada —Adrian se sonrojó.

—Lo siento —murmuró, codeándola. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. Iba a decir algo más, pero el sonido de la puerta abriéndose detrás de ellos hizo que giraran. Un hombre de la misma edad que Jocelyn entró y se detuvo al ver a Adrian.

—No te conozco —dijo el hombre, que tenía ojeras y parecía no haber dormido en días—, o eso creo. ¿Lo he visto antes? —el hombre miraba ahora a Clary, que lo miraba con preocupación.

—Luke, si durmieras un poco sabrías que no has visto a mi nuevo amigo en tu vida —le dijo Clary, forzándose a sonar divertida, principalmente por el bien de Luke. Giró hacia Adrian con una pequeña y torpe sonrisa—. Adrian, éste es mi padre, Luke Garroway —su voz se endureció cuando dijo que Luke era su padre y Adrian entendió por qué. Sabía por experiencia propia lo que se sentía tener un padre decepcionante, pero Clary tuvo la suerte de encontrar a uno mejor—. Luke, este es mi amigo, Adrian Dieudonne.

Luke lo miró de manera afilada al escuchar el apellido.

—¿Dieudonne? —repitió Luke, entrecerrando los ojos. Adrian se removió incómodo ante su mirada, podía notar la desconfianza en ella—. ¿Eres el hijo de Malachi?

A Luke no le agradaba mucho el padre de Adrian, a juzgar por cómo torció su boca al pronunciar el nombre.

—Por la manera en que dijo su nombre, creo que no le tiene mucho afecto —dijo lentamente Adrian. Luke enarcó la ceja.

—Eso es subestimar —contestó seco Luke y Adrian se encogió de hombros.

—Tampoco lo aprecio mucho —dijo Adrian con voz pequeña. No pretendió que sonara así, pero el rostro de Luke se suavizó un poco y Clary tomó su mano cuando dio la vuelta para mirar a su madre. Luke rodeó la cama del hospital para mirar a Jocelyn también. Adrian notó por cómo veía Luke a Jocelyn que él estaba locamente enamorado de ella.

—¿Cómo está? —preguntó Luke, tomando la mano de Jocelyn. Clary suspiró.

—Igual que siempre.

El ambiente solemne se interrumpió cuando el teléfono de Adrian empezó a sonar. Con una mueca de dolor, lo sacó y contestó, disculpándose con Luke y Clary mientras salía al pasillo. No fue hasta que escuchó la voz al otro lado que se arrepintió de haber ignorado el emisor de la llamada.

—¿Dónde estás? —preguntó Alec, sin molestarse en saludar. Adrian frunció el ceño. Sintió que Alec estaba un poco fuera de lugar, preguntándole dónde estaba cuando Alec había sido el que se escabulló de la habitación cuando Adrian entró. Aun así, sintió una ligereza en el pecho al oír su voz. Lo había extrañado.

—En el hospital, con Clary —respondió Adrian, conteniendo todos los comentarios sarcásticos que quería hacer. No quería pelearse con Alec—. No quiso venir sola.

—Muy amable de tu parte —dijo Alec, tropezando con las palabras. Adrian enarcó una ceja y apoyó el hombro en la pared, echando un vistazo al pasillo, donde había pocas enfermeras. Una de ellas, una mujer de piel oscura, le guiñó un ojo al pasar, y Adrian se dio cuenta con un sobresalto de que era Catarina. No estaba acostumbrado a verla sin su piel azul. La saludó al pasar, sabiendo que no se detendría a hablar cuando estaba trabajando.

—¿Ya dejaste de ignorarme? —Adrian le preguntó a Alec una vez que Catarina estuvo lo suficientemente lejos para no escucharlo. Le había contado lo que sucedía, y sabía que ella le quitaría el teléfono y hablaría con Alec si supiera con quién estaba hablando Adrian.

—No estaba ignorándote —argumentó Alec, con voz débil. Ambos sabían que no era cierto. Adrian apretó los labios.

—Ajá —Alec se quedó en silencio, pero no colgó, así que Adrian suspiró—. ¿Qué necesitas, Alec? —el mencionado aspiró una bocanada de aire.

—Necesito hablar contigo —dijo con rapidez, las palabras amontonándose. La ansiedad llegó al estómago de Adrian así que masticó su labio inferior.

—¿Sobre qué? —preguntó. Alec no respondió, y eso fue una respuesta en sí. Adrian tragó saliva—. Uhm... no sé a qué hora llegaré.

—En serio necesito hablar contigo ahora, Adrian —volvió a decir Alec, más relajado que antes—. Me está volviendo loco. ¿Puedes, por favor...? —Alec terminó la llamada justo después. Adrian, con una sacudida de cabeza, regresó al dormitorio. Dándose cuenta de que Clary tenía a Luke ahora, respiró profundo y decidió que Clary tenía razón, había evitado a Alec también y necesitaba parar.

—¿Clary? —ella lo observó sobre su hombro—. ¿Estás bien aquí? Alec y yo necesitamos aclarar algunas cosas —las cejas de Clary se elevaron hasta la línea de su cabello cuando dijo eso y le ofreció una sonrisa amable.

—Buena suerte —susurró y Adrian asintió, atrayéndola en un breve abrazo para tranquilizarla sobre la situación con su madre. Cuando se apartó, se despidió de Luke con un saludo de dos dedos.

—Encantado de conocerlo, señor Garroway.

—Dime Luke —corrigió, imitando el saludo que le dio y Adrian sonrió.

—Claro. Díganme si pasa algo, ¿de acuerdo? —pidió, mirando a Clary esta vez, que hizo el mismo saludo que hicieron Adrian y Luke. Adrian rió suavemente.

—Lo haré, Dri. Regáñalo de mi parte.

—Eso planeo hacer.



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Iglesia esperaba en el vestíbulo cuando Adrian entró al Instituto. Se agachó y rascó detrás de la oreja del gato, haciéndolo ronronear y recostarse en su mano. Adrian era uno de los pocos que parecía agradarle a Iglesia, tal vez porque nunca lo insultaba por ser gruñón.

—Hola, Iglesia. ¿Dónde está Alec? —preguntó. Iglesia parpadeó una vez, presionando de nuevo su cabeza contra su mano y dio la vuelta, comenzando a caminar por el pasillo. Adrian se puso de pie y lo siguió. Iglesia lo llevó a la biblioteca, donde Alec estaba tumbado en el sillón, con un libro en mano. Su pierna rota estaba elevada con una almohada y sus muletas estaban a los pies del sillón. Adrian volvió a agacharse para rascar la oreja de Iglesia de nuevo antes de que se fuera.

—¿Me llamaste? —dijo Adrian, mirando con ligera diversión cuando Alec se sobresaltó, el libro deslizándose de sus manos y golpeando su pecho. Se apresuró a sentarse con un lindo sonrojo coloreando sus mejillas. Adrian evitó una sonrisa, moviéndose para sentarse en la mesa frente al sillón—. ¿Cómo está tu pierna? —preguntó, consciente de que Alec no hablaría primero aunque él lo haya llamado para eso, así era él.

—Bien —exhaló Alec, apartando el cabello de sus ojos—. Casi sana, solo tengo que usar el yeso por otra semana —hubo otra pausa. Adrian no estaba seguro de qué decir. Sabía lo que se aproximaba y podía notar cuán nervioso estaba Alec. No sabía qué decir—. ¿Cómo está Clary?

—Lo mejor posible —contestó Adrian, Alec asintió, jugueteando con el libro para hacer algo con las manos. Adrian lo observó y de repente no se sintió tan ansioso. La verdad llegaría de igual manera—. Alec, no me llamaste para hablar de Clary.

—No —suspiró Alec, todavía retorciendo el libro entre sus manos—. No, no fue por eso. Es que no sé por dónde empezar —Adrian asintió y permaneció en silencio. Esto era más para Alec que para él. Adrian se enderezó y pasó los dedos por su cabello, juntó las manos y se inclinó hacia delante, dejando caer las manos entrelazadas entre las piernas. Tenía una sensación en el pecho que no podía describir, una mezcla de ansiedad, emoción y un vacío que siempre parecía estar ahí por mucho que intentara deshacerse de él.

—Entonces empieza desde el comienzo —ofreció Adrian luego de un momento, sin dejar de mirar sus manos. Alec aspiró.

—Cuando estaba inconsciente, te escuché decir algo —Adrian cerró los ojos y se llevó las manos a la boca, mirando a Alec al cabo de un momento. Alec seguía mirando el libro—. Y durante la última semana, no he tenido ni idea de si lo que dijiste era un sueño o no. Pensé que podría averiguarlo por mí mismo, pero no puedo, y me está volviendo loco. Quería preguntártelo, pero... otra parte de mí pensó que era un sueño, que no debía molestarme, y...

—Dije que estaba enamorado de ti —Adrian no había pensado lo que iba a decir cuando interrumpió a Alec. Sólo sabía que Alec estaba empezando a divagar y que seguiría divagando hasta que lo interrumpiera. Sin embargo, ahora que las palabras habían salido, no podía parar. Llevaba mucho tiempo conteniéndolas. Se sentía bien soltarlas cuando Alec estaba realmente despierto y escuchando—. Eso fue lo que oíste, ¿cierto? Que estoy enamorado de ti.

—¿Qué? —susurró Alec, con los ojos desorbitados, tan dilatados que apenas se veía el azul. Adrian sonrió. A pesar de la situación, era una sonrisa genuina.

—Estoy enamorado de ti, Alec —susurró, y sintió como si se hubiera quitado un enorme peso de encima. Como si pudiera respirar mejor, aunque sabía que un nuevo peso se añadiría a su pecho tan pronto como esta conversación terminara—. He estado enamorado de ti desde que tenía quince años, incluso antes. Quince fue la edad en la que me di cuenta de lo que sentía por ti.

—Yo... —Alec estaba tan sorprendido. Adrian se recordó una vez más lo inconsciente que era en realidad. Alec sacudió la cabeza. No parecía sentir nada más que conmoción—. ¿Por qué... por qué no me lo dijiste?

Adrian rió entonces, no pudo evitarlo. Era algo tan propio de Alec, algo en lo que solo él se concentraría en una situación así.

—Tú amas a Jace —le dijo Adrian, con voz temblorosa. El peso diferente que había estado esperando por fin cayó sobre él. Sentía un nudo en la garganta—. No te lo dije por la misma razón que tú no se lo has dicho a Jace. No te gusto. Te gusta Jace, y eso está bien —el rostro de Alec se había puesto pálido en cuanto mencionó a Jace. Adrian dejó escapar un pequeño suspiro—. Dios, ahora te sientes culpable, ¿verdad? Por favor, no te sientas culpable, Alec. No me debes nada, yo sólo...

—Adrian...

En cuanto Adrian oyó la voz de Alec, se puso de pie y se alejó un par de pasos. Tenía las manos cerradas en puños a los lados. Algo se acumulaba en su pecho que no quería que Alec viera. Necesitaba salir de la biblioteca.

—Por favor, no digas nada —suplicó. Alec lo miraba fijamente, con los ojos todavía muy abiertos y dilatados. Se había sentado cuando Adrian se alejó de él, pero debido a su pierna rota, no podía seguirlo. No parecía dispuesto a apartar la vista de Adrian el tiempo suficiente para tomar sus muletas. Como si Adrian fuera a salir corriendo en cuanto apartara la mirada, y tal vez lo haría—. No ahora, al menos. No cuando las cosas están tan... sensibles. Acabarás diciendo algo que no quieres decir, y creo que ninguno de los dos quiere eso —Alec ya estaba negando con la cabeza.

—No, no iba a...

—Por favor —susurró Adrian. Alec apretó los labios. Luego su mirada se dirigió a sus muletas.

Adrian salió de la biblioteca antes de que Alec pudiera alcanzarlas.

Vagó por la ciudad durante horas, pensando y sintiendo demasiado. No le sorprendió acabar en el umbral de una puerta conocida, con el eco del timbre resonando en sus oídos. Cuando la puerta se abrió, Adrian esbozó una pequeña sonrisa.

—Hola, Oliver.

—¿Adrian? —Oliver abrió más la puerta de su apartamento, mirando a Adrian con los ojos muy abiertos. Su pelo rizado estaba revuelto, como si hubiera estado en la cama antes de que Adrian llamara a su puerta, lo que tal vez era verdad, ya que hubo luna llena la noche anterior—. ¿Qué haces aquí?

—¿Te desperté? Lo siento —se disculpó Adrian, sintiéndose culpable. No había pensado en lo inconveniente que sería presentarse en casa de Oliver el día después de la luna llena. Seguramente estaba agotado y necesitaba descansar. Sin embargo, Oliver no parecía preocupado por eso.

—¿Estuviste llorando? —preguntó Oliver, retrocediendo para dejar entrar a Adrian. Él parpadeó lentamente y se dejó arrastrar hasta el umbral. Confuso, levantó la mano para secarse las mejillas, estaban húmedas. No se había dado cuenta de que había estado llorando.

—¿Recuerdas, en la fiesta de Magnus, cuando dijiste que tu puerta siempre estaba abierta si necesitaba un amigo? —preguntó Adrian. Oliver asintió, cerrando la puerta tras ellos—. La oferta sigue en pie, ¿verdad?

—Por supuesto. ¿Pasó algo? —Adrian asintió. Oliver se sentó en el sofá y tiró de Adrian para sentarse junto a él—. Puedo preparar un café y hablamos de eso, ¿quieres? —de nuevo, Adrian asintió, y Oliver se levantó para prepararles a los dos una taza de café.

Cuando volvió, hablaron tanto tiempo que Adrian acabó quedándose dormido allí mismo, y al despertar sintió poco del nuevo peso en su pecho.


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