CAPÍTULO DIECIOCHO
CAPÍTULO DIECIOCHO
CHASQUIDOS AMENAZADORES
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Adrian apretó su chaqueta con más fuerza cuando otra ráfaga de viento revolvió su pelo y ropa. Frunciéndole el ceño a las mangas de su chaqueta, apoyó un pie en el escalón inferior y se inclinó hacia delante, mirando hacia la acera que conducía a la casa de Magnus.
No había rastro de Clary y soltó un suspiro impaciente, volviendo a sentarse. Alec no parecía tan inquieto. Se limitó a permanecer sentado en el escalón junto a Adrian en un silencio cómodo, sólo levantando la vista cuando Adrian se movía, pensando que era porque Clary había llegado. Cuanto más tardaba, más ansioso se ponía Adrian, sin dejar de mirar a las nubes de lluvia que oscurecían el cielo. Aunque agradecía estar lejos de las quejas de Jace por un rato, no le gustaba la idea de que la lluvia lo mojara. Mientras miraba al cielo, Alec decidió romper el silencio.
—Oliver y tú han estado saliendo mucho —fue todo lo que dijo. Adrian parpadeó y se dio la vuelta para mirarlo. Llevaban cinco minutos sentados en silencio y Adrian se preguntó si él había pasado aquellos cinco minutos decidiendo si decir o no esa frase. Adrian tenía ganas de reír, pero mordió el interior de su mejilla para contener la risa.
—Somos amigos —aclaró, intentando que su voz no reflejara diversión. No lo consiguió y la boca de Alec empezó a tirar hacia abajo. Sonriendo, Adrian se acercó hasta que sus piernas se tocaron y pinchó la mejilla de Alec—. ¿Estás celoso de que vaya a ser tu reemplazo como mejor amigo, Alexander? —Alec rodó los ojos y levantó la mano para agarrar la de Adrian y apartarla de su mejilla.
—No es lo que quise... —comenzó Alec, solo para terminar apretando los labios y apartando la mirada. Adrian inclinó la cabeza para mirarlo. Le dio un suave golpe en su costado.
—¿Alec? —presionó cuando él permaneció en silencio y simplemente inclinó su cabeza hacia abajo aún más. Adrian pudo ver que mordía su labio inferior.
—Nada —negó al final, levantando la cabeza. No miró a Adrian, pero al menos no se apartó. Adrian lo contó como progreso—. ¿Oliver y Magnus están saliendo?
—No se te da bien cambiar de tema —dijo Adrian con franqueza, recostándose y apoyándose con sus manos. No creyó que a Alec le importaba tanto como para preguntar—. Y algo así, solo han salido una vez y creo que fue extremadamente bien —le sonrió a Alec— ya que Oliver no ha ido a su casa —esperó que Alec tuviera una reacción divertida, como sonrojarse, tartamudear, o lo que sea. Pero lo único que obtuvo fue que volviese a inclinar la cabeza y silencio total.
Frunciendo el ceño, Adrian se incorporó y no pensó antes de tomar la mano de Alec para pasar su pulgar sobre la runa de clarividencia dibujada en el dorso. Ante el toque, Alec levantó la cabeza y observó la mano de Adrian sobre la suya. Por un segundo, Adrian creyó que él la apartaría y se preparó para el dolor que causaría.
Excepto que Alec no apartó la mano y Adrian no se preparó para la confusión que eso traería.
—¿Alec? —susurró Adrian. Todavía estaba mirando sus manos y Adrian se preguntó si la razón por la que no apartó la suya fue porque estaba demasiado metido en sus pensamientos—. ¿Estás bien? —parpadeando, Alec sacudió la cabeza y lo miró, sin mover la mano. Adrian pensó en apartar la suya, pero era difícil. Siempre sentía un profundo deseo de tocar a Alec cuando estaba cerca. Tocar su mano era poca cosa para algunos, pero para Adrian era más que suficiente.
—Estoy bien —le aseguró Alec. Adrian dio un respingo cuando Alec torció la mano y apretó la de Adrian. Fue exactamente como en el cementerio, cuando Adrian le había apretado la mano para decirle que estaba bien. Sólo que esta vez, ninguno de los dos la soltó. Era el turno de Adrian de mirarlo fijamente. Podía oír los latidos de su corazón en los oídos y se preguntó si Alec podría oírlo. Desde luego, estaba lo bastante cerca—. Yo sólo... Oliver estando aquí me recordó a... —Adrian tardó un momento en comprender, pero cuando lo hizo, una aguda punzada de ansiedad le recorrió el estómago. Sus ojos oscuros volaron hasta encontrarse con los azules de Alec.
—Oh —susurró Adrian. La mandíbula de Alec lucía como si estuviera mordiendo el interior de su mejilla. Con toda la conmoción, Adrian se había olvidado por completo de su confesión de amor, se había olvidado de que tenían que abordarlo antes de que pasara algo y volviera a surgir.
Adrian no quería hablar de ello, no quería oír cómo Alec le rechazaba. Pero no podía huir para siempre y sería mejor abordarlo ahora y no más tarde, cuando probablemente empezaría a sentir un montón de emociones negativas aparte del desamor.
—No hemos hablado de eso —empezó Alec. Adrian se quedó mirando el pavimento mojado, había empezado a lloviznar mientras ellos estaban metidos en su pequeño mundo. El techo que colgaba sobre la puerta de Magnus era lo bastante largo como para mantenerles la cabeza seca—, aunque lo intentamos, pero Izzy seguía interrumpiéndonos y nuestro trabajo se interpuso —Adrian dejó escapar un pequeño suspiro. No miró a Alec, pero tampoco retiró la mano. No quería dejar de tocarlo, aunque estuviera a punto de salir lastimado por la misma persona a la que quería tocar.
—No hay mucho que decir, Alec —dijo tras un largo momento de silencio contemplativo. Nunca debió haber huido de Alec después de decírselo, nunca debió haber esperado a que Alec estuviera a punto de morir o lo bastante herido como para no poder correr detrás él—. Lo dije todo. Sabes lo que siento —silencio.
—No me gusta que estés sufriendo —admitió Alec—, en especial si es mi culpa —Adrian se dio cuenta de que podía sentir el corazón de Alec latir gracias a sus dedos ahora entrelazados, latía tan fuerte como el de Adrian. Levantó la mirada para mirarlo.
—No estoy sufriendo, Alec —dijo gentilmente, apretando su mano de nuevo. No era la verdad, pero tampoco una mentira. En ese momento, no estaba sufriendo. Se preguntó si eso cambiaría cuando Alec se haya apartado de él—. Contártelo ayudó, de alguna manera. Estaba... sufriendo mucho más antes —el rostro de Alec se torció en una mueca de dolor. Adrian casi pudo ver las palabras no lo noté formándose dentro de su cerebro, así que se apresuró a hablar—. No quiero que te sientas culpable. Lo digo en serio. No me debiste ni deberás nada —el rostro de Alec volvió a torcerse, esta vez, por irritación, y dejó salir un suspiro impaciente.
—Lo sé, pero... —de nuevo, se interrumpió a sí mismo. Era como si quisiera decir algo, pero las palabras se atoraban dentro de su garganta. Adrian inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Pero qué? —lo alentó. Alec suspiró frustrado, sus hombros cayendo, y bajó la mirada.
—Estoy... confundido —las palabras apenas fueron más que un susurro, pero Adrian las escuchó. No sabía qué había llegado a su pecho, pero trató de dejarlo pasar.
—¿Sobre qué?
—Sobre Jace —Alec dudó, su mano apretándose levemente alrededor de la de Adrian. Solo entonces Adrian notó que lo hizo para tomar fuerzas. Respiró profundo y dijo—. Sobre ti.
Adrian se quedó muy quieto.
—¿Qué te confunde? —cuestionó Adrian cuando el silencio se prolongó tanto que Alec pareció cerrarse, luciendo como si quería que un gran hoyo apareciera bajó él y lo tragara. Adrian no quería hacerlo sentir que quisiera desaparecer—. ¿Tus sentimientos por Jace? —no iba a mencionar las últimas dos palabras que Alec dijo. Había algo que tenía que descubrir por sí solo, sin la influencia de Adrian, no era algo que podía descubrir por él. Pero Jace... Adrian podía ayudar con Jace.
—Siempre creí que estaba enamorado de él —dijo Alec, tal vez era la primera vez que pronunciaba aquellas palabras en voz alta. Adrian no se sintió herido, sino que orgulloso. No sabía cuándo Alec comenzó a aceptarse a sí mismo, pero no importaba la fecha—. Ni siquiera se por qué, ahora que lo pienso. No sé si lo estoy o quiero estarlo, no sé si confundo el tipo de amor que siento por él o si solo quiero algo que no puedo tener —Alec soltó una risa amarga que preocupó a Alec—. Probablemente no sentía atracción por él.
—No hagas eso —dijo Adrian con severidad, sorprendiendo a Alec lo suficiente como para que levantara la cabeza y volviera a mirarlo—. No invalides la atracción que sentías por él. He pasado por eso, he intentado llamar mi atracción por chicos algo platónico pero créeme, no funciona. Puedo decirte ahora mismo que, sí, te sentías atraído por Jace. Yo también —Alec enarcó las cejas, pero Adrian lo ignoró—. Es Jace, es la definición de chico guapo. ¿Pero sentimientos? eso es un poco más complicado —hizo una pausa, lo bastante larga como para que Alec lo mirara con el ceño fruncido.
—¿Dri?
—Silencio —le dijo Adrian, agitando su mano libre—, estoy pensando —Alec se quedó en silencio y esperó. Adrian sonrió cuando por fin puso en orden sus pensamientos—. Tener un crush en alguien y sentir algo por esa persona son sentimientos completamente distintos. Los crushes son... superficiales. No en el mal sentido, pero no son tan profundos. No se te rompe el corazón si esa persona empieza a salir con otra, sólo te decepciona un poco. Tal vez incluso te pongas un poco celoso, pero no es algo que no puedas superar. Pero amar a alguien es... —no encontraba palabras para describirlo. Era el aumento de adrenalina cuando cazaban demonios. Era reír tan fuerte que no podías respirar y se te formaban lágrimas en los ojos. Era tomar la mano de esa persona y darte cuenta de que nunca querías soltarla.
—¿Cómo supiste que lo estabas? —preguntó Alec, no queriendo una explicación de lo que significaba enamorarse, pareció entenderlo solo con la mirada en el rostro de Adrian.
—Es muy cliché —rió Adrian—, pero con Jace, por ejemplo, no sentí mariposas, ¿sabes? —tuvo que pausar y volver a reír. Sintió la sangre subir a su rostro ante la infantil descripción de la sensación en su estómago—. No me ponía nervioso con él. No quería tocarlo. No quería besarlo todo el tiempo. Amo a Jace, pero nunca estuve enamorado de él. Al enamorarse... —pausó, respirando profundo— sientes algo en tu pecho, a veces duele y a veces no.
—¿Y ya no duele para ti? —preguntó Alec, casi esperanzado. Adrian le sonrió.
—Bueno —dijo, consciente al cien por ciento de sus manos entrelazadas—, no me duele ahora —Alec suspiró y sus hombros cayeron de nuevo.
—¿Cómo puedes ser tan comprensible con esto? —susurró—. Sé que eres amable, literalmente eres la persona más dulce que he conocido, pero ¿cómo puedes ser tan lindo conmigo ahora?
—Simplemente prefiero verte feliz, Alec, incluso si no es conmigo —Alec se enderezó, abriendo mucho los ojos—. Tu felicidad importa más que la mía, eso es el amor —tal vez no era la mentalidad más sana, él lo sabía, pero que sus seres queridos estuviesen felices lo hacía feliz. Nunca sería completamente feliz si quienes amaba no lo eran.
—No, no lo es —dijo Alec, sonando casi enojado. Adrian lo miró con curiosidad y él frunció el ceño—. Mi felicidad no importa más que la tuya, Adrian —Adrian lo miró fijamente por un largo momento, preguntándose si Alec conocía el significado detrás de la insinuación que acababa de decir. Estuvo a punto de preguntar cuando escuchó pasos en el pavimento húmedo. Ante eso, ambos se enderezaron y pusieron sus manos sobre los cuchillos serafines en sus caderas, separando sus manos. Solo era Clary, con la capucha de su sudadera sobre la cabeza, corriendo a través de la lluvia con Simon siguiéndola de cerca. Ambos se detuvieron al pie de los escalones y Adrian se puso de pie.
—Rojita —saludó con calidez, inclinándose para presionar un beso en la mejilla de Clary. Ella lo devolvió y se apresuró a ponerse debajo del pequeño techo, sacando su cabello. Simon iba a seguirla, pero se detuvo al lado de Adrian, dándola una mirada curiosa.
—¿Me darás un beso en la mejilla? —preguntó, divertido, y Adrian le sonrió.
—¿Quieres un beso en la mejilla? —preguntó con voz coqueta intencional. Simon tartamudeó, diciendo algo inentendible, y Adrian rió. Dio un paso para darle un beso en la mejilla, que empeoró el sonrojo del chico, pero Simon siguió a Clary antes de que pudiera. Aún riendo, Adrian le ofreció una mano a Alec, ayudándolo a levantarse de los escalones. Alec sacudió la cabeza ante sus tonterías antes de enviarle una mirada oscura a Simon.
—No sabía que traerías al mundano —le dijo a Clary, acercándose para llevarlos al apartamento de Magnus. Clary rodó los ojos debido a su tono de voz.
—Lo que más amo de ustedes —dijo Simon alegremente—, siempre me hacen sentir tan bienvenido.
—Te ofrecí un beso —señaló Adrian, mientras subían las escaleras— pero lo rechazaste —sonrió—. Tal vez por eso Alec se enojó contigo. Rechazaste mi beso y está enojado de mi parte.
—O está enojado porque es el único al que no le ofreciste un beso —comentó Clary, divertida. Adrian rió y pasó un brazo alrededor de sus hombros. La había extrañado demasiado, aunque hace poco se habían visto. Siempre se sentía alegre junto a ella; era tan fácil sonreír o bromear con alguien como ella.
—Tomó mi mano, sobrevivirá —mencionó Adrian, observando a Alec mientras llegaban al final de las escaleras. Cuando entraron al piso de Magnus, el brujo ya los esperaba. La decoración había cambiado desde la última vez que habían venido, ahora había un pasillo con múltiples puertas. La sala de estar ya no era una sala de estar, en vez de eso, estaba vacío, excepto por unas cuantas sillas y una alfombra. Adrian vio a Presidente Miau acurrucado sobre una de las sillas y se acercó a acariciarlo. Ronroneó cuando Adrian rascó su cabeza y Alec acarició su mentón.
—Clary y el mundano cuyo nombre dice Alec que es Simon —saludó Magnus e inclinó la cabeza—, ¿a qué debo este placer? —Adrian aguantó la risa. Magnus sabía por qué estaban aquí; Alec les dijo por qué Clary vendría en cuanto ella les dijo.
—Dramático —susurró Adrian a Alec en un volumen que Magnus podía escuchar, pero él no lo miró, aunque sacudió los dedos sobre su hombro para enviar chispas de color azul neón que cayeron sobre la cabeza de Adrian, que solo provocaron un cosquilleo en su mejilla.
—Vinimos a ver a Jace —dijo Clary, sonriendo—. ¿Él está bien?
—No lo sé, ¿le gusta tirarse al piso y no moverse? —el rostro de Clary palideció.
—Espera, ¿qué...? Magnus, no es divertido.
—Es algo divertido —entonces, una puerta fue cerrada. Adrian dio la vuelta para mirar a Oliver salir del pasillo, no impresionado. Los labios de Adrian se torcieron en una sonrisa al notar la camiseta que Oliver usaba, o era nueva, o estaba vistiendo algo de Magnus. El rostro de Oliver se iluminó al notar a Adrian y le dio una pequeña sonrisa.
—Tu amigo está bien —tranquilizó Oliver a Clary, moviéndose para que ella lo siguiera—. Vamos, está por aquí —desapareció por la segunda puerta a la derecha. Todos lo siguieron y Adrian miró a Magnus acercarse a Oliver en cuanto entró a la habitación. Adrian se forzó a apartar la mirada antes de presenciar un momento suyo. Su mirada se posó en Alec y luchó contra la fuerza de acercarlo como Magnus hizo con Oliver. Ignoró eso.
—¿Qué están pasando? —preguntó en vez de hacer lo que pensaba, caminando hacia Jace acostado en el sillón. La habitación parecía ser la nueva sala de estar, la única luz provenía de la televisión.
—Nada que no haya visto antes —Jace se sentó y Adrian puso las manos en sus hombros, apretándolos antes de inclinarse para enredar sus brazos alrededor de Jace en un abrazo trasero. Jace correspondió el gesto apretando los brazos de Adrian, ya que era la única manera en que podía debido a su posición. Cuando Adrian se apartó, Jace giró y reposó su mentón en el sillón, apuntando a Magnus con el control remoto—. Tienes poderes casi ilimitados y todo lo que haces es ver repeticiones —Magnus chasqueó la lengua y se apartó de Oliver, sus brazos cayendo de donde reposaban alrededor de su cintura.
—Además —Simon habló antes de que Magnus dijera algo—, hay otras formas de ver repeticiones sin gastar magia —Magnus lo miró.
—Usar magia es más barato —para diversión de Adrian, él aplaudió y las luces se encendieron. Jace soltó un quejido y enterró el rostro en los cojines del sillón. Adrian le dio una palmada en la cabeza—. ¿Puedes hacer esto sin magia?
—Sí —respondieron todos al mismo tiempo, la voz de Jace amortiguada.
—Si miraras infomerciales, lo sabrías —continuó Simon. La mirada juguetona de Magnus pasó a letal en segundos y Adrian aclaró su garganta.
—Simon, ¿en serio crees que contradecir al Gran Brujo de Brooklyn en su hogar es una buena decisión? —dijo suavemente. Simon lo miró y decidió que tenía razón, así que inclinó la cabeza.
—No es que no sea entretenido —dijo Clary—, pero ¿no deberíamos hablar sobre qué vamos a hacer ahora? —Jace se quejó de nuevo y volvió a recostarse en el sillón, levantando el control remoto.
—Iba a mirar Pasarela a la fama, es lo que sigue —Magnus chasqueó los dedos, apagando la televisión. Jace apretó un botón, pero nada pasó. Frunciendo el ceño, continuó apretando el mismo botón una y otra vez hasta que Adrian tomó el control remoto y lo dejó sobre la mesa de café.
—No lo harás, necesitas lidiar con esto —dijo Magnus.
—¿Ahora te interesan mis problemas?
—Me interesa recuperar mi apartamento, estoy cansado de que lo limpies todo el tiempo —volvió a chasquear los dedos. Esta vez no hubo magia, aunque la amenaza era clara. Adrian sacudió la cabeza—. Levántate.
—O serás lo próximo en esfumarse —clarificó Simon. Adrian y Alec se miraron, y el último parecía que quería reír.
—No tenías que clarificar mi chasquido, era claro por sí solo —contestó Magnus, molesto. Sin dejar de mirar a Alec, Adrian abrió mucho los ojos y pronunció la palabra dramático. Alec rió y llevó la mano a su boca para amortiguar el sonido. Adrian iba a apartar la mano para poder escuchar su risa, pero se detuvo cuando Magnus volvió a chasquear los dedos y lo señaló—. Y vi eso —Adrian se limitó a encogerse de hombros—. Tendremos una reunión. Síganme todos —Y lo hicieron. Cuando Adrian entró en la habitación, la alfombra y las sillas desaparecieron, sustituidas por una gran mesa redonda antigua con sillas de respaldo alto. Adrian fue el primero en sentarse, Jace se sentó a su izquierda y Alec a su derecha. Magnus, Clary y Oliver se sentaron a continuación. Simon fue el último en sentarse. Adrian no pudo evitar notar la ausencia de Isabelle, quien había decidido quedarse en el Instituto para pasar tiempo con Max.
—Es increíble —jadeó Clary, deslizando sus manos sobre la madera—. ¿Cómo puedes crear algo así de la nada?
Magnus frunció el ceño.
—No puedo, todo viene de alguna parte, pastelito. Esto vino de una tienda de antigüedades en la Quinta Avenida —agitó una mano y humeantes vasos de café aparecieron frente a ellos. Adrian hizo un sonido de felicidad y tomó una, llevándola a sus labios y soplando para enfriarla un poco—. Y estos vinieron de una cafetería en Broadway.
—¿Eso parece robar, no crees? —preguntó Simon, quien tardó más en tomar un café. Alec ya estaba tomando un poco del suyo—. ¿Pagaste por ellos? —Magnus parpadeó.
—Claro —Jace, Adrian y Alec rieron contra sus vasos—. Hago aparecer mágicamente dinero en sus cajas registradoras.
—¿En serio?
—No —Adrian mordió su labio para tratar de no reír, girando su cabeza.
Terminó mirando a Alec, aún bebiendo de su café. Sus ojos parpadearon para encontrarse con los de Adrian y volvió a dejar su vaso sobre la mesa. Mientras Adrian se divertía acerca de Simon y la situación, se había inclinado peligrosamente, el café hirviendo a segundos de derramarse por todo el regazo de Adrian. Por desgracia, cuando Adrian se dio cuenta, sus manos se sacudieron automáticamente para enderezarlo. El café le quemó los dedos y Alec volvió a colocar la taza en la mesa mientras siseaba. Magnus seguía hablando, pero Adrian no oyó ni una palabra.
—Torpe —susurró Alec, chasqueando la lengua mientras sostenía las manos de Adrian para inspeccionar las quemaduras. Acercó su mano hacia el bolsillo de su hoodie y sacó su estela, dibujando con rapidez un iratze en cada una de sus muñecas. Adrian no creyó necesitar runas, pero no se molestó en mencionarlo, solo sonrió y susurró gracias.
—Lo primero —comenzó Clary—. Necesitamos averiguar qué diablos está pasando. Jace, ¿dijiste que lo que pasó en la Ciudad Silenciosa fue por Valentine? —Jace asintió.
—Estaba en la celda y escuché a los Hermanos Silenciosos gritar —explicó Jace, mirando fijo la mesa con el ceño fruncido—. Entonces Valentine bajó con... con algo —un escalofrío lo recorrió, y Adrian alargó su mano para apretar el brazo de Jace, quien se encogió de hombros intentando hacerlo pasar por nada—. No sé qué era. Un demonio, pero como nada que haya visto antes. Se acercó a la celda y me dijo Maellartach —La Espada Mortal. Adrian apartó la mano, sintiendo que iba a vomitar—. Quería la Espada y mató a los Hermanos Silenciosos para conseguirla —Magnus se inclinó para mirar a Alec.
—Cuando los Hermanos Silenciosos pidieron ayuda, ¿dónde estaba la Conclave? —demandó—. ¿Por qué no había nadie en el Instituto?
—Hubo un asesinato a un subterráneo en Central Park anoche —explicó Alec—. Un niño hada fue asesinado, su cuerpo fue drenado de sangre.
—Apuesto que la Inquisidora cree que lo hice también —dijo Jace. Adrian asintió, de acuerdo, y Jace le dio una sonrisa amarga—. Mi reino del terror continua —Magnus se puso de pie de repente y se acercó a las ventanas. Todos giraron para observarlo.
—Sangre... —Adrian y Jace compartieron miradas sorprendidas—. Tuve un sueño hace dos noches. Miré una ciudad de sangre, con torres hechas de hueso y sangre corriendo por las calles como sangre —Adrian se incorporó en su asiento y empujó el café lejos de él.
—¿Magnus? —lo llamó Oliver cuando él permaneció en silencio por minutos.
—La sangre —dijo Magnus, apartándose de las ventanas. Adrian nunca lo vio tan serio—. No puede ser una coincidencia. Han habido severos asesinatos a subterráneos esta semana. Un brujo asesinado en un edificio de apartamentos por la calle South Street Seaport. Su garganta fue cortada y no quedó rastro de sangre en él. El hombre lobo fue asesinado hace unos días y su garganta también fue desgarrada.
—Suena como vampiros —señaló Simon.
—Raphael dijo que no fueron ellos —dijo Adrian y Simon rodó los ojos.
—Porque podemos confiar en él —Adrian enarcó una ceja ante sus palabras.
—En este caso, sí.
—Adrian tiene razón —dijo Magnus, apartando el tema de los vampiros. Un segundo después, un gran libro cayó sobre la mesa, sacudiendo los vasos aún humeantes de café. Todos le fruncieron el ceño mientras hojeaba las páginas—. Hubo gran presencia demoniaca en los tres lugares donde murieron. No fue el clan de Raphael o él, fue Valentine.
—La Inquisidora pensó que el asesinato del hada fue una distracción para poder entrar a la Ciudad Silenciosa sin preocuparse por la Conclave —mencionó Jace. Adrian sacudió la cabeza mientras Magnus se inclinaba sobre el libro. Oliver se asomó por su hombro y su rostro cambió al ver lo que leía. Adrian se inclinó también para observar, pero cualquier lenguaje que fuera, él no podía leerlo.
—Hay distracciones más fáciles —comentó Adrian, rindiéndose en intentar leer—, y no es sabio ponerse en contra de las Hadas. No podría haber matado a una de ellas, en especial a un niño, si no tenía una razón.
—De nuevo, Adrian tiene razón —el mencionado sonrió—. Valentine tuvo una razón —Magnus le dio un golpecito al libro—. Quería sangre de un niño hada para el Ritual de Conversión Infernal, es lo que Valentine intenta hacer.
—¿El qué de qué? —preguntó Clary, perpleja. Adrian estaba igual de confundido.
—Cada objeto mágico tiene una alianza —explicó Magnus. Adrian giró automáticamente hacia Alec para ver si sabía qué significaba aquello, pero parecía igual de desconcertado. Adrian suspiró, ojalá Isabelle estuviera allí, ella habría comprendido a qué se refería Magnus—. La alianza de la Espada es seráfica, como los cuchillos angelicales que usan los cazadores de sombras, pero mil veces más, porque su poder procede del propio Ángel, no de la invocación de un nombre angélico. Lo que Valentine quiere hacer es invertir esa alianza: convertirlo en un objeto de poder demoníaco en lugar de angelical —Adrian se hundió más en su silla.
—No puede ser bueno —murmuró. Magnus asintió en acuerdo.
—No lo es. Como la Espada del Ángel, el uso que Maellartach podría darle a Valentine es limitado, pero como una espada cuyo poder demoniaco es igual al poder angelical que poseyó una vez... bueno, hay mucho que ofrecerle. Poder sobre los demonios, para empezar. No sólo la protección limitada que la Copa podría ofrecer, sino el poder de obligar a los demonios a hacer su voluntad.
—Un ejército de demonios —susurró Clary, horrorizada.
—Suficiente poder como para llevarlos a Idris, tal vez —reflexionó Magnus. La cabeza de Adrian se levantó.
—Eso sería un baño de sangre —jadeó. De nuevo, Magnus asintió y Simon frunció el ceño.
—¿Por qué? —preguntó él—. ¿Todos ustedes no son cazadores de demonios? —Adrian lo miró, exasperado.
—Hay un número infinitos de demonios, Simon, y las salas en Idris no son lo suficientemente fuertes como para retenerlos a todos —explicó.
—¿Qué tiene que ver el ritual con subterráneos muertos? —demandó Oliver, cambiando de tema nuevamente hacía lo que ocurría en la ciudad.
—Para realizar el ritual, necesitas calentar la Espada hasta que esté roja del calor y enfriarla cuatro veces, cada vez con la sangre de un niño subterráneo —leyó Magnus de la hoja y todos alrededor de la mesa se estremecieron. La mano de Alec se aferró a la muñeca de Adrian por debajo de la mesa—. Una vez con la sangre de los Hijos de Lilith, una vez con la sangre de los Hijos de la Luna, una vez con la sangre de los Hijos de la Noche, y una vez con la sangre de los Hijos de las Hadas —brujos, hombres lobo, vampiros y hadas. Otro escalofrío recorrió a Adrian.
—Eso significa que no ha terminado con los asesinatos —susurró Clary—, falta un niño.
—Faltan dos —corrigió Oliver, su rostro sin color—. Falló con el niño hombre lobo, lo que significa que volverá a intentarlo —comenzó a levantarse de su asiento con la ansiedad presente en su voz—. Magnus...
—Ve, llámame cuando llegues —ordenó Magnus. Oliver dejó el lugar un momento después para advertir sobre el peligro en el que estaban los niños. Dentro de la próxima hora todos serían encerrados dentro, donde estuvieran seguros, junto con el resto de su manada—. Cualquiera que sea el objetivo de Valentine, ya está a medio camino de revertir la Espada. Probablemente ya es capaz de obtener algún poder de ella y podría estar invocando demonios.
—¿Si eso es cierto no deberían haber más reportes de actividad demoniaca? —preguntó Clary—. La Inquisidora dijo que todo ha estado muy calmado.
—Si Valentine los mantiene bajo control, podría ser —justo después de que Magnus dejara de hablar, un teléfono comenzó a sonar. Todos se sobresaltaron ante el sonido. El café salpicó la muñeca de Clary, quemándola como a Adrian le sucedió. La mano de Alec soltó la muñeca de Adrian para contestar su celular.
—Es mi madre —explicó mientras se apartaba de la mesa—, ya vuelvo —se quedaron en silencio mientras esperaban que regresara. Adrian observó a Simon inspeccionar la muñeca de Clary.
—Déjame ver.
—Esta bien —dijo Clary, incómoda. Adrian frunció el ceño y miró a Magnus, que los miraba, aburrido—, no es la gran cosa —Simon se inclinó para besar su muñeca. Adrian no creyó que Clary pudiera verse más incómoda, pero ahí estaba, contradiciéndolo. Ella apartó su muñeca y la cubrió con la manga de su suéter. Adrian parpadeó y se enderezó, observando a Magnus.
—¿Todos los heteros se ven tan incómodos ante las muestras públicas de afecto? —preguntó él y Magnus murmuró e inclinó la cabeza.
—No me preguntes —dijo Magnus—, no soy hetero. Aunque... —levantó un dedo— mi última novia apartó su mano cuando la besé.
—Interesante.
—Lo es.
—¿Qué está pasando? —preguntó Alec cuando regresó.
—Estamos atrapados dentro del episodio de una novela melodramática —explicó Magnus, suspirando—. Es aburrido.
—Qué bueno que Izzy me está llamando, así puedo escapar —Alec se alejó de nuevo, presionando su celular contra su oído. Adrian estuvo a punto de continuar opinando sobre el romance forzado entre Clary y Simon, pero Jace habló antes de que pudiera.
—Creo que tienes razón sobre el hombre lobo en La Luna del Cazador —dijo, centrando la atención de todos en la situación—. El tipo que encontró el cuerpo dijo que alguien más estaba en el callejón con él antes de escaparse.
—Parece que fue interrumpido. Lo más probable es que lo intente de nuevo con otro niño licántropo —comentó Magnus.
—Debería advertirle a Luke... —comenzó Clary.
—Oliver está en la manada de Luke, él puede con eso —la tranquilizó Adrian.
—Además, tenemos otra situación —dijo Alec mientras volvía. Adrian se irguió en su silla.
—¿Qué quería Izzy? —preguntó Jace.
—No es ella quien quiere algo —dijo Alec con el ceño fruncido, afligido—. La Reina de la Corte Seelie pidió una audiencia con nosotros.
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