CAPÍTULO DIECINUEVE
CAPÍTULO DIECINUEVE
LA REINA SEELIE
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No era la primera vez que Adrian visitaba la Corte Seelie. Él era naturalmente una persona amigable y descubrió hace un largo tiempo que ser un cazador de sombras y tener un montón de amigos subterráneos lo hizo llegar muy lejos. Él sería el primero en admitir que la Corte Seelie no era un lugar donde deberían llevar a Clary y Simon, pero era inevitable. La Reina Seelie pidió la presencia de Clary y Simon insistió en acompañarla. Adrian creía que era una idea horrible, por lo que decidió no apartarlos de su vista durante la visita.
Jace había llevado a Clary a través de la entrada y Alec llevó a Simon. Adrian levantó la vista hacia la luna llena y luego hacia su reflejo flotante en el agua. Respiró hondo, dio otro paso hacia el agua y sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies. Sintió como si flotara, aunque sabía que no era así. En el último segundo, la gravedad lo alcanzó y se deslizó rápidamente por la entrada. Aterrizó de pie, doblando las rodillas para soportar la mayor parte de su peso. Con una sonrisa, se enderezó y se movió hacia un lado, sacudiéndose el agua fría del pelo, no podía hacer nada con su ropa.
—Hay algo emocionante en entrar a la Corte Seelie, ¿no creen? —preguntó Adrian a las tres personas de aspecto malhumorado delante de él, la cuarta parecía feliz sólo por la experiencia.
Alec tenía el ceño fruncido y se despegaba el jersey empapado de la piel, Jace escurría su camisa, Simon ponía mala cara mientras intentaba secar sus gafas, sin suerte teniendo en cuenta que su camisa estaba igual de mojada, y Clary era la única que no parecía malhumorada en absoluto, con una sonrisa en la cara mientras se escurría el agua del pelo. Jace le dirigió una mirada sombría a Adrian mientras su camisa, ahora arrugada, goteaba aún más agua a sus pies.
—Emocionante no es la palabra que usaría —murmuró Jace, todavía con el ceño fruncido.
Adrian rodó los ojos y sacó su estela, remangándose la camisa mojada para dibujarse una runa de calor en la piel. Ya sentía el frío del subsuelo enfriándole hasta los huesos y lo último que quería era enfermarse. Cuando la runa empezó a calentarle el cuerpo, se oyó un ruido como si hubiera agua corriendo e Isabelle cayó desde el techo del túnel de tierra en el que estaban, aterrizando con gracia sobre sus pies igual que Adrian, temblando de frío y empapada, pero sonriendo de todos modos.
Adrian compartió una sonrisa con ella antes de tomarla del brazo y empezar a dibujarle una runa de calor. Isabelle miró a sus amigos mientras él dibujaba.
—Parecen gatos mojados —fue su saludo después de fijarse en cada detalle, asegurándose de que ninguno estaba herido. Adrian soltó una pequeña carcajada y volvió a guardar la estela en su bolsillo. Isabelle empujó su largo y negro cabello por encima del hombro y empezó a escurrirlo, un charco gigante apareció en el suelo debajo de ella. Una vez que escurrió hasta la última gota de agua, lo empujó hacia atrás para que se secara sobre su espalda y soltó un largo suspiro—. Ha sido divertido.
Jace emitió un sonido de exasperación, apartándose de la pared del túnel, donde las enredaderas habían empezado a arrastrarse sobre sus hombros, ya fuera tratando de tocarlo o intentando arrastrarlo hacia otro lugar. Simon y Clary se alejaron unos pasos de la pared en cuanto se dieron cuenta.
—Les regalaré diccionarios a Dri y a ti para Navidad, porque no estoy seguro de que ninguno de los dos sepa lo que significan las palabras 'emocionante' o 'divertido'. Ahora, ¿a dónde vamos? —Jace miró hacia ambas direcciones del túnel.
—A ningún lado —explicó Adrian, sin molestarse en seguir su mirada. Le sorprendió que Jace nunca hubiera estado en la Corte Seelie, parecía el lugar ideal para ir cuando alguien se sentía imprudente, impulsivo o salvaje. El lugar perfecto para ir cuando alguien quería olvidar algo, sea quien sea, un dolor emocional o el amor que sentía por alguien que creía que nunca podría corresponderlo. Adrian lo sabía porque había ido a la Corte Seelie más veces de las que quería admitir. Recordándolo ahora, mientras esperaban a que llegara alguien para escoltarlos hasta la Reina Seelie, Adrian podía admitir que había sido una tontería de su parte, por no decir peligroso. Ligeramente distraído, añadió—. Esperamos aquí y vienen a buscarnos.
—La Corte sabe todo lo que ocurre en sus tierras —continuó Isabelle, respondiendo a la pregunta de Clary antes de que pudiera abrir la boca—. Nuestra presencia no pasará desapercibida.
Después de eso, no se dijo mucho. Clary y Simon estaban notablemente incómodos, con los hombros caídos. Jace se esforzaba por parecer aburrido, pero Adrian podía ver la tensión que había debajo, nunca había sido capaz de engañar a Adrian. Le lanzó una mirada curiosa, que se transformó en preocupación cuando Jace se puso aún más tenso por su atención. Jace suspiró y le ofreció un encogimiento de hombros, un no te preocupes silencioso, pero Adrian se estaba preocupando y ningún encogimiento de hombros conseguiría que dejara de hacerlo. A Adrian no le gustaba un Jace apagado, porque significaba que estaba triste y dolido, prefería un Jace arrogante y molesto, al menos así sabía que era feliz, aunque solo sea un poco.
Consciente de que Jace no quería hablar de ello, y aunque lo hubiera hecho, no habría querido hacerlo con más personas junto a ellos, Adrian le dirigió una última mirada preocupada antes de dirigirse a Alec, que probablemente parecía más incómodo que Simon y Clary. Se rodeaba con los brazos y no dejaba de mirar por encima del hombro, como si pensara que las enredaderas en movimiento lo alcanzarían y atraparían. Adrian sabía que el movimiento no se debía a que las lianas estuvieran realmente vivas, lo más probable era que se tratara de una simple ilusión y, aún más probable, que hubiera criaturas arrastrándose por ellas, observando, escuchando y esperando para informar a su reina de lo que veían.
Mientras lo pensaba, vio dos pequeños pares de ojos blancos y brillantes que lo miraban fijamente, antes de parpadear una vez y desaparecer.
Adrian sacudió la cabeza y tomó el brazo de Alec, dibujando una runa de calentamiento en el interior de su muñeca, ya que Alec, al parecer, había estado demasiado distraído para hacerlo él mismo. Adrian aún sujetaba su brazo cuando Meliorn, un hada a la que Isabelle había estado viendo de manera casual, apareció literalmente de la nada, aunque Adrian sabía que había una puerta en algún lugar del túnel.
—¡Meliorn! —saludó Isabelle, lanzando los brazos alrededor de su cuello y plantando un pequeño beso sobre su mejilla. Meliorn comenzó a enredar sus brazos en su cintura y sonreír pero se detuvo y apartó gentilmente a Isabelle. Adrian sabía que respondió a su Reina para escoltarlos, no para socializar, pero sintió un destello de protección crecer cuando el rostro de Isabelle decayó brevemente, antes de desvanecer cualquier rastro de emoción.
—No es momento de mostrar afecto —Meliorn sonó avergonzado, pero Adrian igual entrecerró los ojos. Alec y Jace lo miraban de la misma manera. Todos sabían que Isabelle podía cuidarse a sí misma, pero eso no significaba que no la resguardarían si decidía herir a alguien por haberla herido primero—. La Reina de la Corte Seelie pidió una audiencia con ustedes, cinco nefilims. ¿Me acompañarán? —todos estuvieron a punto de asentir, pero se dieron cuenta de que eran seis.
—¿Qué hay de nuestro amigo? —preguntó Jace primero.
—Los mundanos no son permitidos en la Corte —dijo Meliorn.
Adrian sabía que en realidad no era verdad, muchos mundanos habían sido invitados a la Corte Seelie, y muchos se quedaron allí hasta morir, bailando hasta que sus pies sangraran. Los Acuerdos eran los que decían que los mundanos no eran permitidos dentro, pero no significaba que las hadas siguieran la regla. Después de todo, cada mundano que entraba a la Corte Seelie había decidido entrar, subestimando lo peligroso que era en realidad.
Era un cambio de palabras astuto, lo que le recordó a Adrian por qué las hadas eran consideradas los subterráneos más peligrosos. No podían mentir, pero podían torcer la verdad tanto que luciera como una.
—¿Entonces tengo que quedarme aquí hasta que me crezcan enredaderas? —demandó Simon y los labios de Meliorn se torcieron en una sonrisa.
—Aquello ofrecería un entretenimiento significante —fue todo lo que dijo. Simon frunció el ceño.
—Simon no es un mundano corriente —argumentó Jace—. Podemos confiar en él, ha luchado muchas batallas con nosotros —Adrian asintió, de acuerdo. Pudo sentir que las palabras de Jace sorprendieron a Simon, pero no sorprendieron a Adrian. Jace no odiaba a Simon tanto como el chico de lentes creía.
—No entraremos a la Corte Seelie sin Simon —añadió Clary—. Tu reina pidió que vernos, no al revés, ¿recuerdas? —todos sabían que lo más probable es que la Reina Seelie tenía información que necesitaba, o sino no habría pedido una reunión. También significaba que ella quería algo, aunque Clary jugó esa carta por ahora. Adrian estaba impresionado. La mirada de Meliorn se posó unos segundos en ella antes de que una sonrisa sin humor se dibujó en sus labios.
—Como deseen —dando la vuelta, procedió a caminar. Todos lo siguieron sin necesidad de que se los pidiera—. Que no se diga que la Corte Seelie no respeta los deseos de sus huéspedes.
Adrian apenas detuvo su risa. Las hadas tomaban la hospitalidad en serio, aunque tenían una percepción de ello diferente que la de los demás. Lo que consideraban hospitalidad, los cazadores lo llamaban atroz. Adrian no lo llamaría así, o que fuera algo malo, pero sí diferente, como los cazadores de sombras tenían una cultura diferente a la de los mundanos, hombres lobo o vampiros.
Pero Adrian sabía lo que la Clave pensaba sobre personas que eran diferentes.
Caminaron en silencio por unos segundos, pero poco a poco comenzaron a separarse. Isabelle se puso al lado de Meliorn y comenzó a hablar con coquetería, plática que él correspondió. Simon y Clary permanecieron juntos, con Jace detrás, sus ojos mirando hacia las enredaderas de las paredes del túnel. El silencio los sofocó hasta que Adrian no tuvo otra opción más que romperlo.
—¿De verdad te importa más mi felicidad que la tuya? —las palabras salieron de su boca. Adrian no estaba seguro de dónde habían salido, pero no se arrepentía de haber preguntado. Su conversación con Alec había estado en su mente desde que se vieron obligados a detener su plática cuando Clary y Simon llegaron. Seguía al lado de Alec mientras caminaban y su mano seguía alrededor alrededor del brazo de Alec. Su agarre se deslizó hasta su muñeca, pero no bajó más—. ¿Eso aplica hacia mí en específico, o a todos? —Alec lo miró con el ceño fruncido.
—¿Por qué? —preguntó, pensando claramente que no era el momento de tener esta conversación. Adrian sintió un destello de frustración.
—Bueno —dijo, algo de esa frustración filtrándose en su voz—, considerando lo que te dije justo antes de que dijeras eso, podrías entender por qué estoy confundido —había dicho que estar enamorado significaba poner la felicidad de esa persona antes que la suya, y entonces Alec dijo inmediatamente que la felicidad de Adrian era más importante que su propia felicidad, lo que resonó en su cabeza desde entonces y ahora le molestaba más que nunca. Quería la verdad cuanto antes, y en cuanto se dio cuenta de que los demás estaban hablando solos y prestando poca atención a Adrian y Alec, aprovechó la ocasión para volver a sacar el tema.
Alec parecía nervioso ahora, tal vez incluso un poco mareado.
—¿Por qué lo mencionas ahora? —lanzó una mirada alrededor del túnel de tierra por el que seguían caminando. Dio la impresión de que no quería hablar del tema en la Corte Seelie, pero Adrian pensó que no quería hablar de ello en absoluto. Alec siempre había huido de sus sentimientos. Adrian suponía que él no había sido mejor, pero ya no huía de ellos, en cambio, se sentía como si estuviera en un punto muerto, donde no pasaba nada. No había ninguna declaración de amor por parte de Alec, pero tampoco había ningún rechazo, ningún te quiero, pero no de esa manera, y eso lo hacía sentir como si estuviera balanceándose en una cuerda floja. En cualquier momento llegaría al otro lado o se caería.
Estaba cansado de esperar a saber cuál de las dos opciones sería.
—Porque es la primera vez que tengo la oportunidad de hablar contigo sin que nadie más me escuche desde que Clary y Simon aparecieron, y algo en la Corte Seelie me hace sentir aún más salvaje que de costumbre —Intentó sonar gracioso al final, pero seguía sonando frustrado.
Deseó que Alec simplemente escupiera sus sentimientos. O era lo que Adrian esperaba o lo que temía, pero prefería oír lo que temía, sufrir el rechazo y encontrar a otra persona antes que esperar, esperar y esperar algo que tal vez nunca llegaría sólo porque Alec no podía decirlo. No podía esperar a Alec para siempre, lo sabía, pero tampoco podía seguir adelante si nunca lo rechazaba, no quería tener una vida triste. Había oído suficientes historias tristes para gente como él y Alec. Tendría su final feliz, aunque Alec no formara parte de él.
—Tal vez deberías unirte a la Cacería Salvaje entonces —dijo Alec con ligereza, con los ojos clavados en el frente, miraba a Isabelle mientras charlaba con Meliorn.
—Alec, hablo en serio —al fin, Alec lo miró, con los ojos azules dilatados incluso en el túnel oscuro. Adrián se preguntó lo dilatados que estaban sus propios ojos marrones—. No puedes decir esas cosas si no las dices en serio. No a mí —su voz había bajado aún más—. No cuando estamos en esta situación. No es justo —el rostro de Alec se torció como si le doliera. Adrian tuvo la extraña sensación de que Alec no estaba sufriendo por sí mismo, sino más bien porque Adrian estaba sufriendo. No era la primera vez que ocurría, pero esta vez parecía mucho más íntimo.
—Sé que no es justo —susurró Alec. Adrian sintió un apretón en su mano y bajó la mirada. En algún momento mientras caminaba, su mano se deslizó de la muñeca de Alec hasta su mano. Sus dedos no estaban entrelazados y Adrian luchó contra el impulso de arreglar eso—. No intentaba... —o no podía decir las palabras, o no se le ocurría cómo iniciar. Fue el turno de Adrian de darle un apretón a su mano.
—Dijiste antes que no sólo estabas confundido sobre Jace, sino que también sobre mí —susurró. La mirada de Alec volvió a la nuca de su hermana, pero consiguió asentir—. Lo entiendo. Cualquiera estaría confundido. Pero... te agradecería que no me ilusionaras diciendo cosas así hasta que estuvieras cien por ciento seguro, ¿sí?
Los ojos de Alec se abrieron de par en par. Parecía que el pensamiento de que estaba ilusionando a Adrian sin querer ni siquiera se le había ocurrido. Parecía horrorizado, así que Adrian se consoló sabiendo que, al menos, no era intencional, debería haber sabido que no lo era. Alec no era cruel.
—Dri, no quise...
Atravesaron una puerta cubierta de suaves enredaderas y, de repente, su conversación personal se esfumó por completo de la mente de ambos, porque por fin habían entrado a la Corte Seelie y no estaba vacía ni siquiera parcialmente controlada como Adrian había supuesto tontamente que estaría.
Una música tan hermosa como las hadas que la producían flotaba por la sala, haciendo bailar a las hadas de diversos tonos de colores como si pudieran desafiar la gravedad. Adrian vio mujeres con cabello rojo como la sangre, hombres con cabello hecho de flores. Se movía antes de poder pensar, agarrando la camisa de Simon y haciéndolo retroceder para taparse los oídos con las manos y bloquear la seductora música.
Incluso Adrian, que tenía runas que lo protegían de la magia que producían la música y las hadas, podía sentir la atracción de la danza en el centro de la habitación. Dejó escapar un suspiro y pronunció el nombre de Isabelle, que sustituyó las manos de Adrian por las suyas, tapando los oídos de Simon mientras le ordenaba que cerrara los ojos.
El grupo se había detenido y Meliorn los observaba divertido. Jace tenía las manos sobre las orejas de Clary, que tenía los ojos cerrados con fuerza. A nadie se le había ocurrido ponerle runas protectoras para protegerla de la magia de la Gente Justa, algo por lo que Adrian, Alec, Jace e Isabelle serían castigados si sus padres o la Clave se enteraran.
El simple hecho de haber traído a Simon podía meterlos en problemas, y entonces se dio cuenta de lo mala idea que era. Pudo ver cómo ese mismo pensamiento pasaba por las mentes de Jace, Alec e Isabelle mientras disfrutaban del baile, la música y la magia que los rodeaba.
Maldiciendo, Adrian miró a Meliorn y preguntó:
—¿Dónde está Qwenndon? —los demás no conocían el nombre, pero Meliorn enarcó las cejas con verdadera sorpresa—. Es un amigo —la verdad es que Adrian no lo habría llamado amigo, más bien una aventura de una noche que no acabó del todo bien, pero era el único miembro de la Corte Seelie en el que podía pensar y en aquel momento estaba desesperado. Meliorn fue a buscarlo, y mientras esperaba, giró hacia sus amigos—. Cuando llegue Meliorn, síganlo hasta donde esperararán para ver a la Reina Seelie. Iré detrás de ustedes, sólo tengo que recoger un par de cosas para Clary y Simon primero.
Jace, Alec e Isabelle asintieron. Clary y Simon seguían sin ver o escuchar, aunque Jace jugueteó un momento con su estela antes de conseguir dibujar una runa de protección en la parte superior del brazo de Clary, la cual sería permanente. Adrian asintió. Sólo tendría que conseguir una cosa, entonces, para Simon.
Meliorn llegó, con un muchacho esbelto detrás de él, de piel blanca como la nieve, interminables ojos negros que recordaban con inquietud al cielo nocturno y cabello azul marino que caía en ondas sobre su espalda. Qwenndon pareció sorprendido al verlo, pero entonces sus ojos se posaron en Simon y de repente se dibujó en su rostro una expresión que no le gustó a Adrian. Meliorn procedió a escoltar al grupo a través de la sala, dejándolos a los dos solos, o tan solos como podían estar. La boca de Qwenndon se torció en una sonrisa que parecía más malvada que amable.
—Adrian —su voz sonó suave, como arena corriendo a través de tus dedos. Adrian apretó los labios—, ¿a qué debo este placer?
—Necesito un objeto de protección —dijo sin rodeos. Sabía que Qwenndon no se lo daría solo por ser amable, dudaba que hubiera una pizca amabilidad en él, por lo que tendría que pagar. Adrian tan solo esperaba que no fuera con un favor.
—¿Para ese amiguito mundano tuyo? —Qwenndon predijo, mirando sobre el hombro de Adrian por donde desaparecieron sus amigos. Su malvada sonrisa creció antes de volver a mirar a Adrian—. Eso fue imprudente de tu parte.
—Dame un precio —fue todo lo que dijo Adrian, necesitaba volver con sus amigos antes de que la Seelie Queen cerrara el consejo, no podría entrar después de eso.
—Siempre me gustó eso de ti. Siempre tan franco —Qwenndon hizo una pausa mientras lo pensaba. Sus ojos volvieron a mirar detrás de Adrian, pero él sabía que no debía dar vuelta y mirar por sí mismo. Si lo hacía, Qwenndon podría desaparecer y Adrian no podía arriesgarse a que Simon abriera los ojos o a que Isabelle le quitara las manos de las orejas. Entonces estarían perdidos—. Mi precio es poca cosa, un beso es todo lo que deseo.
Adrian rodó los ojos de inmediato, pero dio un paso adelante y lo besó a pesar de cómo se sentía. Era un beso impersonal, pero a Adrian no le importaba darlo si eso significaba que podía asegurarse de que Simon estaba a salvo. Cuando sintió que una lengua se deslizaba entre sus labios, dio un respingo y se limpió la boca. Qwenndon le dedicó otra sonrisa malvada y luego desapareció, dejando sólo una bellota en la palma de la mano de Adrian.
Frunciendo el ceño, giró, solo para congelarse cuando vio a Alec de pie, esperándolo. Soltó un suspiro cansado mientras se acercaba. Ahora Qwenndon pidiendo nada más que un beso tenía sentido, quería herir a Adrian o Alec, solo por diversión.
Esa era una razón por la que su breve aventura terminó mal.
—Le conseguí un objeto de protección a Simon —explicó Adrian, aunque no tenía que hacerlo. A quien besaba no era problema de Alec, en realidad. Levantó la pequeña bellota para que Alec la mirara—. Por si acaso.
No tuvo que haberse sentido aliviado de que la expresión tensa de Alec se relajara en señal de alivio. Se repitió a sí mismo que a quien besara o no besara no era problema de Alec. Lo siguió hasta llegar junto al resto de sus amigos dentro de un largo pasillo. No había magia, ni glamour, pero Adrian presionó la bellota en la mano de Simon de igual manera. Él parpadeó hacia el objeto, confuso.
—¿Me perdí de algo? —fue todo lo que dijo y Adrian sonrió.
—Hay maneras de que los mundanos se unan a las celebraciones de la Corte Seelie —asintió hacia la bellota—. Si te dan un objeto de protección, como una hoja, flor o bellota, y la guardas durante la noche, estarás bien al día siguiente. La conseguí para ti, por si acaso. No la pierdas, el precio que pagué me molestó y odiaría tener que pagarlo de nuevo para conseguirte otro.
—En serio —dijo Alec con voz tensa—, no lo pierdas —Simon palideció ante su tono y asintió, apretando el objeto hasta que su mano formó un puño.
Mientras continuaban la espera, Adrian se acercó a Alec y comenzó a decir que podía cuidarse a sí mismo, ya que sabía que Alec estaba siendo protector, pero Meliorn apareció antes de que pudiera.
—Estos son los aposentos de la Reina —dijo él, acercándose a una cortina de enredaderas cayendo sobre una larga puerta de entrada—. Vino desde su Corte en el norte para ver el tema de la muerte del niño —Adrian hizo una mueca ante la mención del niño hada que Valentine asesinó—. Si hay una guerra, quiere ser ella quien la declare.
Así que por eso los llamaron aquí.
Meliorn entró a los aposentos y el resto lo siguió con rapidez, agachándose dentro de una larga caverna cubierta son seda y almohadas. La Reina Seelie descansaba sobre un sillón lo suficientemente largo para ser una cama, con cabello rojo salvaje cayendo sobre su rostro. Un laurel de pequeñas enredaderas se curvaba alrededor de su cabeza y un pequeño cristal con forma de hoja caía en medio de su frente. Era hermosa, pero de una forma que hacía que Adrian se sintiera más receloso que envidioso o enamorado. La sonrisa que les dedicó cuando entraron no era fría, pero tampoco amable, solo estaba ahí, con nada más que diversión detrás de ella. Tuvo la sensación de que ella se divertía a menudo.
—Mi Reina —dijo Meliorn, inclinando la cabeza en señal de respeto—, traje a los Nefilims para usted —la mirada de la Reina se posó en su grupo y luego en Simon, antes de volver a Meliorn. Su sonrisa aún era divertida, pero ahora había frialdad en ella.
—Cinco de estos son Nefilim —su voz le recordó a Qwenndon, engañosamente inofensiva—, el otro es mundano —Adrian escuchó a Simon tragar saliva. Lo palmeó con gentileza en la espalda en un intento de calmarlo. Jace intervino antes de que Meliorn pudiera responder.
—Nuestras disculpas, mi señora —dijo Jace, activando su encanto. Aunque nunca había estado en la Corte Seelie, sabía lo que les gustaba oír y cómo hablarles. Como alguien viviendo en la era Victoriana mezclado con un poco de poesía—. El mundano es nuestra responsabilidad. Le debemos protección, por lo tanto, se quedará con nosotros —la Reina Seelie se sentó con lentitud, un cáliz en su mano mientras dibujaba el borde con su dedo.
—¿Una deuda de sangre? —preguntó tras un momento—, ¿a un mundano?
—Él salvó mi vida —admitió Jace—. Por favor, mi señora. Esperábamos que lo comprendiera. Hemos oído que es tan amable como hermosa, y en ese caso, bueno... —Jace le envió una sonrisa encantadora tan brillante que hizo que Adrian parpadeara—, su bondad debe ser inmensa —el resto de sus amigos parecían retener un sonido de disgusto, pero Adrian se sintió impresionado. La Reina Seelie disfrutaba a Jace, supiera si estaba actuándolo o no. Era algo bueno, y Jace fue inteligente de haber activado su encanto en vez de caer en el prejuicio que los otros cazadores de sombras tenían cuando hablaban con subterráneos.
—Eres tan encantador como tu padre, Jonathan Morgenstern —Adrian frunció el ceño por el nombre, pero al parecer Jace no reaccionó. La Reina Seelie agitó una elegante mano hacia las almohadas alrededor de donde estaba recostada—. Acérquense, tomen asiento al lado de mí. Coman, beba, descansen. Es mejor hablar con los labios húmedos.
Jace, Adrian e Isabelle fueron los primeros en sentarse, conscientes de que no era inteligente rechazar la amable oferta. La Reina Seelie normalmente no invitaba a cazadores de sombras a sentarse a su lado, en especial junto a un mundano. Declinar la oferta sería rudo y grosero, y ofender a la Gente Justa era lo peor que podrías hacer. Cuando Simon, Alec y Clary dudaron, la mirada de la Reina se oscureció levemente.
—Sería imprudente —dijo Meliorn desde donde estaba, a la derecha de su reina— rechazar la generosidad de la reina de la Corte Seelie.
Al instante, los tres se sentaron, Clary junto a Jace, Simon junto a Isabelle y Alec junto a Adrian. Les pusieron en las manos unos cálices iguales al de la Reina. Adrian lo dejó en el suelo, donde el líquido rojo oscuro hervía a fuego lento como si fuera de cristal. La Reina los observó a todos, esperando, y cuando quedó claro que ninguno de ellos se dejaría engañar para beber o comer nada de su Corte, se recostó y dobló una larga pierna sobre la otra.
—Meliorn me ha dicho que dicen saber quién asesinó anoche a nuestra pequeña en el parque —empezó. A la vez, todos miraron a Isabelle, que se limitó a encogerse de hombros. No había sido un secreto, de todos modos—. Aunque ahora les digo que no me parece un misterio. ¿Una niña hada, drenada de sangre? ¿Me traerían el nombre de un solo vampiro? —hizo una pausa—. Aunque todos los vampiros son culpables aquí.
—Oh, por favor —bufó Isabelle—, no fueron los vampiros —Adrian le dio un codazo en el costado antes de aclararse la garganta e inclinarse hacia delante. Se sintió extraño, teniendo sus ojos en él, como si supiera algo que él no sabía. Probablemente sí. Probablemente sabía muchas cosas sobre él o su familia, algunas de las cuales ni siquiera él mismo sabía.
—Lo que Isabelle quiere decir es que estamos casi seguros de que el asesino es otra persona —explicó, sin apartar la mirada de ella. Tuvo la sensación de que a ella no le haría ninguna gracia—. Creemos que puede estar intentando lanzar sospechas hacia los vampiros para protegerse a sí mismo.
La Reina Seelie tamborileó con los dedos sobre el borde de su cáliz.
—¿Tienen pruebas de ello? —preguntó. Sus ojos se dirigieron a Jace, lo cual era una clara señal de quién parecía agradarle más. A Adrian no le importó. Dejó escapar un suspiro de alivio cuando aquellos ojos oscuros se apartaron de él. Había tenido la sensación de que ella estaba metiéndose dentro de su piel y observando todo lo que había debajo.
—Los Hermanos Silenciosos también fueron asesinados, y ninguno de ellos fue drenado de sangre —terminó Jace. La Reina ladeó la cabeza. Su pelo parecía moverse como el agua. Adrian parpadeó y volvieron a ser simples ondas. Debía de estar cubierta por un espejismo.
—¿Y esto qué tiene que ver con nuestra niña? —exclamó. Empezaba a parecer poco impresionada, incluso aburrida, y eso no era bueno. Pero al menos no estaba enfadada, lo que sería muy malo para ellos si ocurría—. Los Nefilim muertos son una tragedia para los Nefilim, pero nada para mí.
—La Espada también fue robada —reveló Jace—. ¿Conoce a Maellartach?—La Reina asintió.
—La Espada que hace que los cazadores de sombras digan la verdad —sus dedos volvieron a tamborilear—. Las hadas no necesitamos un objeto así.
—Fue robada por Valentine Morgenstern.
Por fin, parecía sentir algo más que diversión y aburrimiento. Algo oscuro brilló en sus ojos. Si había algo que los cazadores de sombras y los subterráneos tenían en común, era su odio hacia Valentine Morgenstern, que había matado a más cazadores de sombras y subterráneos de los que se podían contar, junto con sus seguidores. El Círculo era una mancha en su historia que nunca desaparecería, y por mucho que la Clave quisiera borrar esa parte de ellos, los subterráneos nunca lo habían olvidado, y nunca lo harían.
—Asesinó a los Hermanos Silenciosos para conseguirlo, y creemos que también a las hadas. Necesitaba la sangre de la niña hada para convertirla en una herramienta que pudiera usar.
—Y no se detendrá —agregó Clary—, necesita más sangre después de eso —probablemente estaba tratando de apelar a la compasión de la Reina, pero el Pueblo de las Hadas rara vez se preocupaba por nadie más que por los suyos.
—¿Más sangre de Hadas derramada?
—No, más sangre de subterráneos, un hombre lobo, un vampiro...
—Eso no parece precisamente algo de nuestra incumbencia.
Clary frunció el ceño.
—Asesinó a una de las suyas, ¿no quieren venganza? —ante eso, la sonrisa de la Reina creció, pero esta sonrisa era fría y con furia creciente.
—No inmediatamente —dijo ella, sorprendiéndolos a todos, incluso a Adrian—. Somos un Pueblo paciente, tenemos todo el tiempo del mundo. Valentine Morgenstern es un viejo enemigo, pero tenemos enemigos aún más viejos —agitó la mano como si fuera a apartar las palabras de Clary. Tal vez información sobre Valentine no era lo que quería—. Estamos contentos con esperar y observar.
—Él está invocando demonios, creando un ejército... —Jace alargó la mano para tocar el hombro de Clary, diciéndole silenciosamente que deje de hablar, que deje de presionar. Afortunadamente, le hizo caso.
—Los Demonios son su responsabilidad, ¿no es así, cazador de sombras? —preguntó la Reina, regresando a sonar divertida—. ¿No es esa la razón por la que tienen más autoridad que todos nosotros? ¿porque ustedes matan demonios? —Jace suspiró y la volvió a mirar, soltando la mano del hombro de Clary..
—No estoy aquí para darle órdenes de parte de la Clave —dijo Jace—. Vinimos cuando nos lo pidió porque pensamos que nos ayudaría a descubrir la verdad.
—¿Eso es lo que pensaban? —ahora sonaba aún más divertida, y las risas empezaron a filtrarse entre la multitud de observadores que los rodeaban. Adrian mantuvo el rostro impasible, aunque por dentro la ira empezaba a hervir. Parecía que la Reina Seelie sólo los había convocado para jugar con ellos, habían perdido todo este tiempo para nada. Si ella no revelaba nada pronto, Adrian se marcharía—. Recuerda, cazador de sombras, hay algunos de nosotros que sufrimos bajo el gobierno de la Clave. Tal vez estemos cansados de pelear sus guerras por ustedes.
Adrian tuvo que reconocer que tenía razón.
—Advertirme sobre su padre —dijo por fin la Reina—. Los había creído mortales capaces de afectos filiales, al menos, y sin embargo parecen no sentir lealtad hacia su propio padre —volvió a inclinar la cabeza, pensativa—. O tal vez esta hostilidad suya sea un pretexto. El amor hace mentirosos a los de su clase —inmediatamente, los ojos de Adrian se clavaron en Alec. Llevaba años mintiendo sobre lo que sentía por él. Odiaba el hecho de que la Reina Seelie pareciera tener razón, aunque fuera una mentira pequeña comparada con la que estaba acusando a Jace de cometer.
—Pero no amamos a nuestro padre —argumentó Clary—, lo odiamos.
—¿Lo odian?
—Ya sabe cómo son los lazos familiares, mi señora —dijo Jace, con voz áspera—. Se aferran tan fuerte como las enredaderas, y a veces, son tan fuertes como para matar.
—¿Traicionarían a su propio padre por el bien de la Clave?
—Sí —Jace y Clary respondieron juntos. Parecía divertirla aún más.
—¿Quién iba a pensar —dijo— que los pequeños experimentos de Valentine se pondrían en su contra?
Hubo un silencio, y luego Isabelle se inclinó hacia adelante.
—¿Experimentos? —preguntó.
—El Pueblo de las Hadas es gente de secretos —dijo, evitando la pregunta—. Los nuestros y los de los demás. Pregúntale a tu padre, la próxima vez que lo veas, qué sangre corre por tus venas, Jonathan —Jace frunció el ceño.
—No tenía pensado preguntarle nada la próxima vez que lo vea, pero si usted lo desea, mi señora, así se hará —la Reina volvió a sonreír.
—Creo que eres un mentiroso —dijo sin rodeos, aunque no pareció ofendida. Más bien se alegró de haberle sacado una sonrisa a Jace, aunque fuera pequeña—. Pero qué encantador. Tan encantador que te lo juro: Hazle esa pregunta a tu padre y te prometeré toda la ayuda que esté en mi poder, si atacas a Valentine —un escalofrío recorrió a Adrian. Eso era. Eso era precisamente lo que habían necesitado, incluso sin saber lo que necesitaban. Quién iba a decir que lo conseguirían gracias a Valentine.
—Un momento —se sentó más erguida, e hizo que todos en la caverna se quedaran quietos—. Quiero lo que me pertenece.
—¿Qué quiere decir? —Jace exigió.
—Una vez que nuestra comida o bebida pasa por los labios de un mortal, el mortal es nuestro. Lo sabes, cazador de sombras —por un momento, ninguno de ellos supo de qué estaba hablando, hasta que sus ojos se posaron en Clary. Clary se erizó de inmediato.
—¡Pero no bebí nada! Está mintiendo.
—Las Hadas no mienten —le recordó Jace antes de darse la vuelta hacia la Reina Seelie—. Me temo que está equivocada, mi señora —los ojos de la Reina se entrecerraron.
—Mira sus dedos y dime que no los lamió para limpiarlos.
—La sangre —dijo Clary, con voz temblorosa—. Uno de los gnomos mordió mi dedo... estaba sangrando... —Clary dio al vuelta y trató de abandonar la caverna, pero se detuvo en la entrada, como si hubiera chocado con una pared invisible. Lo intentó de nuevo, antes de volver, su rostro casi tan rojo como su cabello—. Es cierto —murmuró. Adrian estaba a punto de acercarse a ella cuando la Reina habló de nuevo.
—Por supuesto, no es la única mortal que debe quedarse —su mirada deslizó hasta llegar a Adrian y él sintió que se congelaba—. Tú debes quedarte también.
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doble cap por falta de actualizaciones JSHJAA
ya quiero que lean el siguiente!!
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