CAPÍTULO CINCO


CAPÍTULO CINCO
CONFUSIÓN INTERNA


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El metro estaba lleno cuando Adrian, Alec e Isabelle descendieron para tomar un viaje de regreso a Manhattan. Adrian observó el andén antes de sacar su estela y dibujar una runa de invisibilidad. Alec, al verlo, hizo lo mismo, murmurándole Isabelle que también lo hiciera. No era la primera vez que se volvían invisibles para no pagar. Cuando Adrian se aseguró de que los otros dos estaban listos, caminó hasta el borde de la plataforma, deslizándose entre la gente e incluso empujando a algunos. Intentaba no meterse demasiado con los mundanos que lo rodeaban, pero a veces era inevitable.

Una vez a salvo en el tren, se quitaron las runas y se sentaron. Nadie se dio cuenta de que habían aparecido de la nada. En realidad, a nadie le importaba; era demasiado tarde para importarles. Adrian estiró las piernas, parpadeando, empezó a notar los efectos del alcohol. Se deslizó por el asiento y apoyó la cabeza en el hombro de Alec, dejando que sus ojos se cerraran. No le dio importancia a la acción, no era la primera vez que utilizaba el hombro de Alec como almohada, pero esta vez notó la rigidez del cuerpo del otro chico. Frunciendo el ceño, levantó la cabeza y lo miró.

—¿Qué pasa? —preguntó, sintiéndose algo dolido. Alec nunca se había sentido incómodo con él. Alec se removió en su asiento, sacudiendo un poco la cabeza, que estaba agachada, así que Adrian tuvo que inclinarse hacia delante para verle la cara. Estaba ligeramente sonrojado, y sus mejillas se enrojecieron aún más cuando vio que Adrian lo miraba. Adrian frunció el ceño—. ¿Por qué actúas diferente conmigo? —Isabelle, que estaba sentada al otro lado de Alec retocándose los labios, arqueó una ceja y se inclinó hacia delante para mirarlos a los dos.

—¿Qué está pasando? —preguntó ella, volviendo a poner la tapa del lápiz labial y cerrando el espejo. Adrian ni siquiera estaba seguro de dónde los guardaba, ya que no llevaba bolso, pero decidió no preguntar.

—Alec por fin se dio cuenta de que soy gay y ahora actúa de forma extraña — Adrian pellizcó suavemente la mejilla de Alec, sonriendo, y su sonrisa se amplió cuando su sonrojo se hizo aún más oscuro.

—¿Te acabas de dar cuenta? —preguntó Isabelle, lanzando a su hermano una mirada incrédula—. Te amo, hermano mayor, pero vamos —Adrian rió y volvió a tocar la mejilla de Alec. Alec ya estaba recuperando la compostura, así que frunció el ceño, molesto. La sonrisa divertida de Adrian empezó a desaparecer lentamente de su rostro. Retiró la mano y la metió en el bolsillo de su chaqueta.

—Estás actuando raro —repitió, ahora sonando mucho más serio que antes. Realmente no había pensado en cómo lo trataría Alec cuando finalmente se diera cuenta de su sexualidad, pero por primera vez le preocupaba que algo de su homofobia interiorizada empezara a filtrarse, no sabía si podría soportarlo. Ya era bastante malo que Alec pareciera odiarse a sí mismo, Adrian no creía poder sobrevivir si Alec lo odiaba. Era un pensamiento egoísta, pero no quitaba que fuera cierto.

—No estoy actuando raro —murmuró Alec, agachando aún más la cabeza. Adrian estaba seguro de que quería desaparecer. Apretó los labios.

—Dijo el que está actuando raro —dijo. Alec no respondió, sólo giró la cara. Adrian sintió que Isabelle lo miraba con preocupación. Ignoró su mirada, tragando el dolor que sentía hasta ser enterrado—. En serio, Alec, ¿esto va a ser un problema? —su voz salió más áspera de lo que pretendía, pero empezaba a estar cada vez más molesto. No le importaba si Alec estaba dentro del clóset o no, no era de repente una persona diferente sólo porque le gustaban los chicos—. No creí que te importara.

El dolor se entrelazaba en su voz, en cada sílaba, y Alec lo oyó. Levantó la cabeza tan rápido que Adrian se sorprendió de no haber sufrido un latigazo cervical.

—No. No —negó, con los ojos desorbitados—. Yo no... no importa quién seas... —tropezaba con sus palabras, tan desesperado por tranquilizar a Adrian que incluso cruzó el pequeño espacio que los separaba para poner la mano en la rodilla de Adrian.

Adrian se estremeció, sintió como si la rodilla le ardiera sólo por el breve contacto, y Alec, pensando que el contacto era inoportuno, retiró la mano. Adrian quiso decirle no, que estaba bien, que en realidad quería que lo tocara demasiado. Antes de que pudiera pronunciar las palabras, Alec ya estaba hablando, y la sangre volvía a subirle a las mejillas.

—Perdón, lo siento...

—No, no quisiste... um, eh, yo no estaba... —Adrian, inseguro de qué decir a continuación, solo se dejó llevar por el silencio. Parecía la mejor solución para una situación ya incómoda. No había necesidad de que Adrian siguiera hablando y pusiera las cosas aún más tensas de lo que ya estaban. Las cosas nunca habían sido incómodas entre ellos y no sabía cómo sentirse al respecto, se sentía como si su dinámica había cambiado drásticamente el segundo en que  Alec se dio cuenta de la verdad.

La mitad de la verdad, de hecho. Adrian no quería saber qué pasaría con su relación si Alec descubría que estaba enamorado de él.

—Ustedes dos son un desastre —dijo finalmente Isabelle, cruzando los brazos sobre su pecho y frunciendo el ceño hacia ambos—. Alec, ¿tienes algún problema con que Adrian sea...?

—Claro que no —dijo Alec con fiereza, con las mejillas enrojecidas por un motivo completamente distinto. El dolor en el pecho de Adrian desapareció en cuanto Alec dijo esas tres palabras. Una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. Isabelle juntó las manos con una sonrisa de suficiencia.

—Listo, limpié su desastre, de nada.

Durante el resto del trayecto, los tres permanecieron en silencio.


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El día siguiente, Adrian se encargó de ver cómo estaban Jace y Simon en la enfermería.

Había estado dormido cuando Jace, Clary y Simon regresaron al Instituto, pero Hodge lo puso al tanto durante el desayuno la siguiente mañana. Simon había sido atrapado por vampiros y Jace y Clary tuvieron la gran idea de invadir un hotel lleno de vampiros sin refuerzos, y debido a eso los tres fueron heridos. Clary fue la menos herida, por lo que no le pidieron estar bajo observación. Jace, en otro caso, tenía un poco más que algunos huesos rotos y Simon estaba siendo observado para asegurarse de que la bebida de las hadas que consumió no le provocaría nada más.

Cuando Jace miró a Adrian, soltó un grito de alivio y preguntó si había venido a salvarlo. Adrian, rodando los ojos, se sentó en el borde de la cama asignada de Jace y empezó a dibujarle la runa curativa en el antebrazo.

Con un plumón sharpie.

—Uhm, Dri, no es por molestar, pero eso no es una estela —se quejó Jace y Adrian tarareó.

—Sí, Jace, sé que es un sharpie y no una estela —respondió, tan concentrado en dibujar la runa perfecta que no notó la extraña mirada que Jace le estaba dando.

—Entonces sabes que la runa curativa que estás dibujando no hará nada más que lucir bonita sobre mi piel, ¿cierto? 

Adrian terminó de dibujar la runa y cerró el sharpie, y entonces le sonrió con dulzura a Jace.

—Hodge me dijo que te dibujara una runa curativa mientras estaba aquí —explicó, mirando cómo la expresión de Jace se oscurecía—, y eso hice.

—Estoy seguro de que no quiso decir que la dibujaras con un sharpie.

—No especificó.

Adrian —gimió Jace, dándole un golpe con su pierna buena—, vamos, no sanará hasta mañana si no dibujas una runa curativa.

—Tuviste que haberlo pensado antes de luchar solo con un clan de vampiros.

—Clary también estaba.

—Y ella también fue herida. Quédate quieto.

Adrian, sin ser lo suficientemente cruel como para no dibujarle una runa curativa, sacó la estela de su bolsillo y remarcó la runa que ya había dibujado en su piel. Habló mientras dibujó esta vez.

—Entonces, cuéntame, ¿qué te hizo pensar que ir a una guarida de vampiros con Clary, una cazadora de sombras sin entrenamiento ni conocimiento sobre los vampiros como refuerzo, era una buena idea? —terminó de dibujar la runa y se incorporó, dejando la estela en el regazo de Jace—. Tengo curiosidad de saber cuál es tu excusa. Quiero decir, tal vez necesite una excusa nueva la próxima vez que haga algo tan peligroso y estúpido.

El rostro de Jace se arrugó.

—Sabes, normalmente los padres son quienes regañan así a los adolescentes —inclinó su cabeza hacia un lado—. ¿Eres mi nuevo papá, Adrian?

Adrian se inclinó para darle un golpe en la frente.

Alguien tiene que preocuparse por ti, ya que no piensas hacerlo tú mismo —de repente, su sonrisa juguetona desapareció y sus ojos se abrieron, implorantes—. A la próxima, ¿podrías al menos llamarnos para reforzarte? Si no lo haces por ti, hazlo por mí, me haría sentir mucho mejor.

Brevemente, el rostro de Jace se suavizó, pero desapareció con rapidez, y su pequeña sonrisa arrogante la reemplazó como si nada hubiera pasado.

—Sí, mamá —bromeó. Adrian, rodando los ojos de nuevo, se levantó de la cama y Jace lo ahuyentó—. Ve a ser la mami de Simon, no deberías negarle tu amor, es prácticamente negligencia.

Adrian rió, pero igual se encaminó hacia la cama de Simon, queriendo revisar si estaba bien.

—¿Cómo te sientes? —cuestionó, una vez que Simon estaba a su alcance. Simon se sentó en la cama, sin quejarse cuando Adrian se sentó al igual que lo había hecho en la cama de Jace, tomó su brazo y destapó el sharpie—. ¿Bien? ¿Mal? ¿Un poco molesto porque tienes que compartir una habitación vacía con Jace? —comenzó a dibujar, no una runa, porque estaba seguro de que Simon se sentía algo inseguro siendo el único mundano estos días, así que dibujó una estrella. No era una elaborada, solo una que se podía hacer con líneas rectas en segundos, así que cuando la terminó de colorear, comenzó a dibujar una estrella más grande sobre la otra.

—Considerando que me convertí en una rata y me secuestró un grupo de vampiros, no estoy seguro de cómo me siento. Emocionalmente, eso era todo —Adrian asintió, comprendiendo. Simon estaba tomándose todo muy bien—. Físicamente, me siento... bien.

—¿Seguro? —confirmó y Simon asintió, aún esperando las estrellas. En realidad lucía bien, normalmente los mundanos que consumían bebidas de las hadas estaban un poco débiles, pero Simon no se veía pálido. No era nada tal vez, pero Adrian se recordó mentalmente de tener un ojo en el mundano por las próximas semanas—. Eso... eso es genial —se mordió el labio inferior—. Oye, siento por no, bueno... —Simon sacudió la cabeza.

—Por favor no te disculpes —pidió—. Clary e Isabelle ya lo han hecho lo suficiente.

Adrian se enderezó de repente.

—Hablando de Izzy, se supone que me encontraría con ella en la sala de entrenamiento en... —miró al reloj en la pared—, hace cinco minutos —palmeó la pierna de Simon y se puso de pie—. Lo siento, pero tengo que irme. Trata de que no te secuestre ninguna criatura supernatural mientras me voy.

—No prometo nada —dijo Simon.

Adrian le dio una gran sonrisa antes de salir de la enfermería.


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—¿Qué fue lo que pasó en el metro?

Adrian, que no esperaba que Isabelle le hiciera esa pregunta mientras entrenaban, se agachó y apenas pudo evitar que la vara de bambú le golpeara en un lado de la cabeza. Con el ceño fruncido, retrocedió unos pasos, hizo girar su propia vara de bambú y la miró pensativo.

—¿Qué cosa? —preguntó, dándole un golpe bajo en los pies. Ella saltó con elegancia por encima de su vara, lanzándole después una mirada desdeñosa ante la que él se encogió de hombros. Si ella iba a golpearlo en la cabeza, él no veía ninguna razón para no dar golpes bajos. Durante unos segundos, ninguno de los dos dijo nada mientras intentaban golpearse y sus varas hacían un fuerte ruido al chocar. Adrian, un poco frustrado, torció la vara y la bajó formando un amplio arco. Isabelle no esperaba un golpe tan fuerte, y la sacudida que le subió por los brazos la hizo perder el agarre y la vara de bambú cayó al suelo. Isabelle se frotó las muñecas y lo miró con el ceño fruncido. Adrian esbozó una pequeña sonrisa de suficiencia—. Gané.

—Sabes —gruñó Isabelle—, si tuviera mi látigo, no estarías presumiendo tanto.

Adrian lo consideró por un momento y admitió que tenía razón. Como Jace, él era un luchador cuerpo a cuerpo. Prefería dagas, espadas y varas de bambú; le gustaba tener las armas en sus manos, no tenía que esperar a que comenzaran, él tenía que comenzarlas. Sin embargo, Isabelle y Alec se especializaban en combate a distancia. Isabelle podía hacer cualquier cosa con su látigo, cosas que deberían haber sido imposibles, y Alec, con su arco y flechas, nunca había fallado un blanco.

—¿Agua? —ofreció Adrian, cambiando de tema. Isabelle asintió y se acercaron al refrigerador en el otro lado de la habitación. 

Adrian se dejó caer al suelo, cruzando las piernas y tomando la botella de agua helada que Isabelle le ofrecía.

—¿Qué me preguntaste hace rato? ¿antes de que te venciera? 

Isabelle refunfuñó en voz baja y se dio la vuelta hacia él, con las cejas juntas en señal de preocupación.

—Tú y Alec. Algo cambió. ¿Qué pasó en la fiesta, Adrian? 

Él tomó un trago de agua, pensando en lo que podría decir, y decidió ir con la verdad.

—Bueno, terminé con Oliver de una vez. Lo tomó muy bien, me di cuenta de cuán buena persona era, me sentí culpable y comencé a beber —Isabelle, preocupada, abrió su boca para interrumpir, pero Adrian levantó la mano, pidiendo en silencio que lo dejara continuar, y esperó hasta que cerrara su boca para terminar—. Eso me llevó a coquetear con un hada. Alec lo vio, se enojó y estaba tenso por una razón, se dio cuenta de que era gay y luego sucedió lo del metro —se encogió de hombros—. No fingiré saber lo que está pasando, pero tienes razón, algo cambió. Le daré un poco de espacio estos días.

Isabelle se quedó en silencio unos minutos, pensando en las palabras de Adrian.

—Primero, estoy orgullosa de ti, por dejar a Oliver seguir adelante —dijo, y Adrian pensó en decirle que hacer algo decente no merecía un alabo, él apoyaba la idea de ser amable y hacer lo correcto, algo que todos deberían de seguir. Recibir elogios por eso no tenía sentido para él—. Segundo, ¿estaba tenso y molesto después de encontrarte con el hada? —cuando Adrian asintió, Isabelle sonrió con satisfacción—. Suena a celos.

—Vamos, Izzy, habla en serio...

—Estoy hablando en serio —interrumpió Isabelle, levantando la voz para escucharse sobre la de él—. Fuera de manera romántica o no, Alec estaba celoso anoche cuando te vio con el hada, y tal vez eso lo confundió —su tono era serio y su mandíbula apretada. Adrian sintió su estómago hundirse cuando se dio cuenta hacia dónde quería ir—. Alec aún no se ha descubierto a sí mismo del todo, tal vez por eso está actuando diferente contigo, Adrian. No sabemos si los celos fueron platónicos o románticos, y estoy casi segura de que Alec tampoco lo sabe —Adrian jugueteó con la botella en sus manos.

—Quisiera que no fuera tan complicado —murmuró—. Quisiera... bueno, quisiera muchas cosas —Isabelle le tendió la mano, retorciéndole los dedos. Él la tomó, agradecido por el consuelo, y ella le apretó la mano.

—Todo va a salir bien —murmuró, dándole una suave sonrisa—, ya lo verás.

Alguien llamó a la puerta de la sala de entrenamiento antes de que pudiera responder, y Adrian observó con cierta diversión cómo Alec asomaba la cabeza en la habitación. Les dedicó una pequeña sonrisa, se deslizó lentamente por la puerta y caminó por las colchonetas de entrenamiento del suelo. Parecía feliz y descansado, aunque un poco culpable, pero Alec siempre parecía culpable de algo.

—Hola —Alec se balanceó sobre sus talones una vez—. ¿Puedo hablar con Adrian, Izzy? ¿A solas? —Isabelle fingió ofenderse, pero unos minutos después, tras besar a los dos chicos en la mejilla, se había ido, con la puerta cerrada tras de sí. Alec se sentó frente a Adrian. Adrian le ofreció un trago de la botella de agua que aún tenía en la mano y se sintió un poco aliviado cuando Alec la tomó y bebió la mitad. Eso estaba bien, era normal.

—¿Qué sucede? —preguntó Adrian, llevándose las rodillas al pecho y rodeándolas con los brazos. Alec, que rascaba nerviosamente las mangas de su suéter, se encogió de hombros y agachó la cabeza.

—He estado actuando como un tonto últimamente —murmuró Alec. Adrian, sintiendo que él necesitaba desahogarse, escuchó en silencio—. Con todos, si te soy sincero. Con Jace por centrarse tanto en Clary, con Clary por existir, contigo por... —Alec dejó escapar un resoplido de amarga diversión— ni siquiera sé por qué. Lo único que sé es que lo siento —Adrian pensó en decirle que no tenía nada por lo que disculparse, no con él, pero lo pensó mejor. Eso no era lo que Alec necesitaba oír, no ahora.

—Está bien —dijo por fin con voz ligera—. No eres tú cuando tienes hambre —Alec le dio una mirada perpleja, sin reconocer el eslogan, y Adrian decidió no explicarlo. Era algo tonto para decir, igual, y sintió sus mejillas calentarse—. ¿A qué viene todo esto? —ante eso, Alec evitó su mirada.

—Me encontré con Clary en el pasillo —admitió, y Adrian supo de inmediato que lo más probable es que esa plática no haya ido bien—. Dije... algo, algo que sabía que no debía decir porque no tenía derecho de... —Alec presionó los labios y sacudió su cabeza, suspirando—. Como sea, discutimos y yo... hice algo. Malo. No sé de dónde salió pero... la amenacé.

Los ojos de Adrian se abrieron.

—¿La amenazaste de muerte? —preguntó, alarmado, y cuando Alec asintió, con la mirada en el suelo, Adrian dejó salir un sonido de alarma. Eso no era digno de Alec, él no era una persona cruel, de hecho, era una de las personas más amables que Adrian había conocido, así que tuvo que pasar algo más, algo que Alec no le contó—. ¿Qué te dijo ella a ti?

—No importa lo que dijo —argumentó Alec—. No es una excusa.

Adrian se burló.

—Sí, Alec, que no es una excusa, pero qué diablos. Clary es dulce, no tenías derecho —él no respondió, y Adrian se inclinó para pinchar su rodilla—. Pero te conozco, no lo habrías hecho si ella no te hubiera dicho algo, ¿qué te dijo? —de nuevo, no respondió. Adrian tragó saliva, debatiendo si mencionar el tema o no. Lentamente, preguntó—. ¿Es sobre Jace?

Alec se sobresaltó tanto que, por un momento, Adrian se arrepintió de haberlo dicho. Se mordió el labio inferior y se inclinó para presionar su mano en la rodilla de Alec, en un intento de calmarlo.

—Yo... yo no...

Adrian le ofreció una pequeña sonrisa.

—Está bien —murmuró, retirando la mano—. No tienes que hablar de eso. Siento haberlo mencionado.

Permanecieron sentados en silencio por un tiempo, lo suficiente como para que Adrian terminara su botella de agua y tomara otra. Eventualmente, Alec habló, y lo que dijo hundió el estómago de Adrian.

—¿Qué debo hacer? —preguntó.

Adrian sabía que hablaba sobre Jace, sobre los sentimientos de Alec. La respuesta adecuada habría sido algo parecido a seguir adelante y encontrar a otra persona, pero no pudo pronunciar las palabras. Tal vez porque no podía dar consejos que él mismo no seguía.

—Discúlpate con Clary —dijo al final, acercando la botella hacia sus labios—, y lidia con todo lo demás después, una vez que tu mente esté despejada.


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