"Sola"
El sonido de la puerta abriéndose lentamente hizo eco por la vieja casa. Claudia observó el lugar con cierto recelo y asombro.
Del limpio y ordenado hogar poco le quedaba. Habían telarañas a la vista, mucho polvo y se notaba que no habían pasado una escoba por semanas. ¿Tan enferma estaba su abuela que no pudo ordenar? Suspiró. No sabía qué hacer.
Siempre, cuando niña, y llegaba a casa, un sentimiento de pavor la invadía, y en ese momento lo sentía nuevamente. Pero, con una diferencia, su abuela no estaba esperándola.
Dejó su bolso de mano al lado de la puerta y cerró ésta mirando de reojo el apestoso jardín. De alguna forma debía encargarse de eso y entre antes mejor, ya que el cielo se estaba poniendo grisáceo, en cualquier momento llovería.
Dejó su abrigo en una vieja silla frente a la escalera y subió la vista al segundo piso.
—¿Abuela? —preguntó. No hubo respuesta. Subió las escaleras y se adentró al estrecho pasillo. Miró la puerta de la habitación de su abuela y la puerta continua, que era de su habitación. Ambas unidas, como siempre. Golpeó la puerta—. Abuela, ya llegué—tomó la perilla para abrir, pero no daba vuelta. Estaba cerrada. La golpeó nuevamente—. Abuela, ¿Por qué estás encerrada? abre—le ordenó asustada.
Insistió unos minutos, pero no había respuesta. Por un momento pensó que ya estaba muerta, y a pesar que eso no era algo que le afectara mucho, de igual forma sintió un pesar en su corazón. Pero no de tristeza. Continuó golpeando, hasta que escuchó un quejido. El corazón casi se le sale por la boca. Al parecer no estaba muerta.
—¡Ándate! —gritó la anciana—. Quiero dormir.
La mujer se detuvo y asintió retrocediendo. Solo de escuchar su voz comenzaba a sudar frío. No se quería imaginar la forma de reaccionar cuando la viera cara a cara. Tocó su corazón y trató de calmarse.
—¿E-está bien, abuela?, pe-perdóneme por no venir antes—dijo Claudia con un evidente tono de temor en su voz. Solo sintió como la anciana le tiraba algo a la puerta para saber que no le importaba sus excusas.
Apretó los nudillos con algo de enfado y rabia. Ni porque la venía a ver podía cambiar un poco, ni siquiera en su lecho de muerte. Tenía sentimientos encontrados. Miedo y odio, ¿Cómo pueden caber en una misma persona? No lo sabía.
Claudia se sentía así, odiaba a su abuela, pero el miedo no la dejaba esparcir ese odio y devolvérselo a la mujer que tanto daño le hizo. En el fondo, le deseaba la muerte, pero nunca, jamás se lo diría en la cara.
Vio la puerta de su antigua habitación, y sin pensarlo mucho, la abrió. Allí observó como las primeras gotas de lluvia golpeaban su ventanal que daba al viejo balcón. La pieza era pequeña, al igual que la cama que ocupaba casi todo el espacio. Tenía el mismo cobertor que le puso antes de irse a estudiar a la capital.
Era tan gris y sin vida que, si no supiera que era suya, pensaría que era parte de algún memorial de guerra o algo más deprimente aun.
Entró con sigilo y pasó el dedo por su pequeña cómoda. Se ensució apenas la tocó. Odiaba ese lugar, más bien, odiaba esa casa.
Siempre encerrada, castigada y golpeada. ¿Cuántas horas de su vida había pasado en esa habitación sin poder salir?, muchas, demasiadas a su parecer. Si no fuera porque tenía que ir al colegio, la anciana no la hubiera dejado ni asomar la nariz fuera de su casa. Golpeó la cómoda con fuerza sin darse cuenta que lo había hecho. Se sorprendió de su reacción, ¿por qué ahora?, se tocó la mano adolorida y en lo único que podía pensar era en lo infeliz que era. Todo por su abuela.
Tomó el colchón de su pequeña e incómoda cama y lo tiró lejos de allí. Se sentía tan molesta, tan indefensa y a la vez tan estúpida. Ya tenía la suficiente edad para no dejarse suprimir por esos desagradables recuerdos, pero no podía, era débil. Se los guardaba y con eso, todo lo malo se le acumulaba dentro de ella. En cualquier momento se transformaría en un monstruo, en cualquier momento.
Tenía ganas de llorar, pero se resistió, como siempre.
Con algo de sorpresa vio un pequeño bulo rosa en el apoyo de su cama. Lo tomó y desenvolvió la tela. Era un cuaderno negro muy viejo y feo. Frunció el ceño. Lo abrió y vio su nombre escrito en él, era su letra, por lo menos la que tenía cuando niña. No recordaba que ella había hecho algo como eso. Lo cerró, ordenó el colchón y tiró el cuaderno encima de él. Miró nuevamente a la ventana, un poco más calmada, la lluvia no se detenía.
***
Comenzó a revisar la cocina y se frustró al verla tan sucia. El living y comedor estaban igual, y no quería ni siquiera imaginarse las demás habitaciones. Revisó los interruptores de luz, y con horror se dio cuenta que ninguno servía, por lo menos, no las ampolletas. Si oscurecía no había luz.
Tragó saliva y comenzó a temblar nerviosa. No podía ser, tenía que haber algo para iluminar. Se subió a un banco y revisó una de las ampolletas, estaban quemadas. Suspiró con alivio, solo debía reemplazarlas.
Buscó por la casa, pero nada. Solo un montón de velas y nada más. Las dejó a un lado y se dirigió a la entrada. Ya allí abrió la puerta y miró de reojo las alejadas casas. La más cercana era la del desconocido que le habló hace un buen rato. No perdía nada con preguntarle.
Con la lluvia sobre su cabeza, Claudia corrió velozmente a la humilde casa de su vecino. Tocó a su puerta. Él al abrirla la miró con evidente sorpresa.
—¿Qué le pasó?, pase—ella negó con la cabeza.
—Es algo rápido, ¿tiene alguna ampolleta que me venda?, las de mi casa están quemadas—dijo mojada y con algo de frío. Él le sonrió.
—Pase, sino se me va a enfermar—la tomó del brazo y la obligó a entrar contra su voluntad. Ese gesto le asustó. Se mantuvo alejada de él y cerca de la puerta. Él alzó una ceja—. ¿Me tiene miedo?
—No. ¿Tiene o no tiene ampolletas? —continuó segura.
—Sí, pero no sé si le servirán. Su abuela no nos da luz en la noche—Claudia se calmó un poco y lo miró extrañada.
—¿Cómo es eso?
—Fácil, ella es la dueña de la luz. Por eso, es mejor que use velas, esas no fallan.
—No tenía idea...—se quedó pensativa. Cada vez que lo pensaba, más razones encontraba para que le vinieran a dejar cabezas cercenadas de animales. Suspiró—. De igual forma, si tienes, véndemelas. Tal vez en mi casa no se vaya la luz—Arturo se encogió de hombros y abrió una pequeña despensa. Tomó unas cuantas cajas y las puso en una bolsa. Se las entregó.
—¿Necesita que la ayude?
—Puedo sola. ¿Cuánto es?
—Nada, total, no las uso. Se las regalo—Claudia negó con la cabeza y sacó la billetera de su abrigo. La abrió y depositó un billete encima de la mesa del hombre. Él parecía no creer lo que veía.
—Gracias.
Se dirigió a la puerta y sintió como él reía. Se congeló. Odiaba las risas. Tomó aire y lo miró con disgusto.
—Cambiaste. Te pareces a la vieja—a Claudia se le cayó el mundo. Lo que menos quería escuchar en su vida era que se parecía a su abuela. Le dolió y mucho. Sus ojos se cristalizaron y salió de allí antes de largarse a llorar.
No era como si no lo hubiera pensado antes, cuando hablaba con alguien siempre le decían lo meticulosa y responsable que era, cosas que le decían los socios a su abuela cuando iban a casa. Había días en los que se miraba al espejo y veía el reflejo de la señora, con el ceño fruncido y con mirada de decepción. Odiaba eso, se odiaba por eso.
Se sintió algo mareada y entró a su casa. Cerró la puerta y se puso de cuclillas apoyándose en ella. No podía seguir así, no debía mostrar debilidad ante nada ni nadie, menos ante ella misma. Tomó aire y se calmó. No lloraría, no en esa casa, y no frente a esa gente.
***
Cambió las ampolletas, limpió lo que pudo y se sintió más calmada. La noche estaba cayendo y ella sin pensarlo mucho, encendió las luces. Su problema con la oscuridad era grande, le temía y mucho. La lluvia seguía y necesitaba comer algo, aunque los nervios le hacían un nudo en la garganta. Hizo una sopa instantánea y se la tomó para calentar el cuerpo. Se había empapado, y a pesar que se había cambiado de ropa, el hielo le clavaba los huesos.
Miró las escaleras. Su abuela no había comido. Tomó su celular y subió al segundo piso, encendiendo la luz del pasillo. Golpeó la puerta de su abuela.
—Hice sopa, ¿Quiere que le traiga un poco? —no respondió. Insistió de nuevo—. Si quiere algo más me avi...—pegó un grito cuando sintió como su abuela le tiraba algo desde el otro lago e hizo un fuerte ruido. Se tocó el corazón. No dijo nada y entró a su habitación asustada.
Cerró la puerta, encendió la luz y se golpeó el pecho repetidas veces, para que se calmara. Se sentó en la cama y vio el cuaderno. Comenzó a leer.
Su cuerpo tembló y la cabeza le empezó a doler, ¿Qué mierda era lo que estaba leyendo?
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