"El viaje"
Claudia estaba concentrada más de lo normal en su trabajo. La llamada de la noche anterior no la había dejado dormir, y los pensamientos dé qué le diría a su abuela al verla no le ayudaban a calmarse. Así que la única manera de poder serenarse un poco, era trabajando.
No había problema en el mundo que no se solucionara con horas extras y estrés de un trabajólico. Claudia lo era, y eso gracias a su abuela.
Perfeccionista extrema, maniática de la limpieza y de que todo estuviera en orden, cualidades también heredadas de su loca abuela.
Sintió un golpe en la puerta de su oficina, y uno de sus empleados entró con una gran sonrisa. Claudia no alejó la mirada del computador. Había adelantado mucho trabajo, ahora no sabía qué hacer.
—Claudia, aquí está lo que tienes que firmar—le dijo el chiquillo de no más de veintidós años. El nuevo de la empresa. Ella asintió y estiró la mano para que él le pasara el documento. Así lo hizo. Los miró y los firmó.
La mujer sintió una risa histérica en el vestíbulo y se paralizó. Miró con nerviosismo a esa dirección y se percató como todos los empleados estaban reunidos en el centro cuchicheando. Tomó aire y suspiró entregándole de vuelta los documentos al chico.
—¿Por qué tanto alboroto? —preguntó Claudia.
—Ah, es que encontraron muerto a un senador conocido. El cahuín es que su amante lo asesinó. Están apostando si fue así o no.
—Diles que lo hagan en la hora de colación—le advirtió mirándolo seriamente. El chico tragó saliva y asintió saliendo de allí temeroso.
Claudia tomó su celular y googleó el suceso. Exactamente, habían encontrado a un senador apuñalado y muerto en su casa junto con su familia. El cuarto asesinato en el último mes de las mismas características.
Apagó el celular y continuó con su trabajo, lo que menos quería era saber sobre las muertes de personas que para ella, no eran importantes.
***
Conducir doce horas a Osorno era cansador, pero lo peor eran esas dos horas extras para llegar al pequeño y alejado pueblo donde nació.
Claudia estaba muy nerviosa y ansiosa. Cada kilómetro que avanzaba, su corazón se aceleraba. El lugar no había cambiado mucho, exceptuando uno que otro cartel que se atravesaba en el camino. Ella no leyó bien que decían, pero estaba claro que no era parte de la señalética pública.
Se adentró a un camino de tierra, haciendo que su camioneta se moviera más de lo normal por los baches y piedras.
Pasó al lado de unas pequeñas viviendas de madera y vio como uno que otro lugareño se quedaba quieto mirando como ella pasaba a toda velocidad. No reconoció a ninguno de ellos, en realidad, no le importaba. Lo que menos tenía en la cabeza era la intención de socializar con la gente de allí o algo por el estilo.
De lejos vio la torre de agua de su antigua casa, y de a poco se fue asomando el techo de ésta. En todos esos años, no había cambiado mucho. A diferencias de otras casas del lugar, la suya era grande y espaciosa. Su abuela, se había preocupado de mantenerla pulcra todos esos años, ya que para ella, las apariencias eran lo más importante. No lo hacía para impresionar a la gentuza del pueblo, sino, a los empresarios que venían a hacer negocios con ella.
La azulada y gastada madera fue dando luz a sus ojos y, los grandes árboles y arbustos que la rodeaban, le hacían estremecer. No tenía ningún recuerdo agradable de ese lugar.
No sabía porque se atrevió en ir allí y enfrentar a la persona más cruel que había conocido en su vida. Aquella que con solo una mirada la podía intimidar y dejar sin aliento. Claudia toda su vida fue una marioneta de su propia abuela, y hasta el día de hoy, lo seguía siendo, por lo menos así se sentía. ¿Podría ser que el miedo que le tenía a la anciana era motivo más que suficiente para estar allí? Tal vez era otra orden indirecta de la mujer, y ella como siempre, la acató sin reclamo alguno, a pesar de lo mal que le hacía.
Detuvo el vehículo con lentitud, y desde la ventana del copiloto divisó lo que era su balcón. ¿Cuántas veces quiso tirarse de allí?, más de lo que sus dedos pudieran contar. Tomó aire y bajó del auto con un pequeño bolso de mano.
Caminó unos metros dentro del jardín, y un raro olor le hizo arrugar la nariz. El zumbido de las moscas que pasaban a su lado la molestaba. Con su mano libre trató de corretearlas, pero era inútil. Se extrañó. Observó el lugar y el largo pastizal que lo cubría. Pequeños bultos se asomaban por las verdosas hebras de hierba y con horror Claudia se dio cuenta que eran cabezas de animales.
Pegó un grito se alejó de allí lo más rápido que pudo y chocó con algo en su espalda. Alzó la vista para encontrarse con un hombre que la sostenía para que no se cayera. Lo empujó y lo miró sin entender.
¿Por qué estaban esas cosas allí?, ¿Acaso se habían vuelto un basurero de cabezas o qué?
El hombre le sonrió y miró sin disimulo dentro del jardín, negó con la cabeza.
—Y pensar que yo ya había limpiao'—salió de su boca con tranquilidad.
—¿Di-disculpa? —Claudia aún estaba en shock. ¿Qué había sucedido mientras ella no estaba allí?
—Que yo había limpiao'...
—Eso lo escuché bien, pero ¿Por qué están esas cabezas en el jardín de mi abuela? —insistió Claudia asqueada. El hombre alzó una ceja y se cruzó de brazos.
—Como si no lo supiera. Porque la vieja es mala. Yo limpié porque veniai' tú nomás—ella lo miró con sospecha, a todo esto, ¿Quién era él?
—Y tú, ¿Quién eres?—el hombre se largó a reír como si ella hubiera contado el más grande y entretenido de los chistes. Al ver que ella aun no sonreía se detuvo. Se quedó en silencio esperando, pero no vio reacción. Hizo un quejido de indignación.
—Soy el Arturo. Fuimos al colegio juntos, y siempre jugábamos cuando chicos. Éramos amigos.
Eso la extrañó, ella nunca tuvo un amigo, su abuela no la dejaba. No tenía ningún recuerdo de él o cualquier otra persona. En el colegio siempre estaba sola, en la casa siempre estaba sola. Era imposible para ella. Miró al hombre que parecía ilusionado y expectante a que ella lo recordara, pero era imposible, Claudia no lo conocía.
—Lo siento, pero no recuerdo a ningún Arturo.
—¿Cómo qué no?, yo era el que te sacaba de donde te encerraba la bruja esa. Ya ni recuerdo cuanta' veces me pegó la ñiora—a Claudia le dio un pequeño escalofrío en la espalda. No recordaba eso. Por lo menos, no recordaba siendo rescatada por alguien.
—¿Estás loco?, ¿Cómo dices eso?, debes estar confundido. No vine a perder el tiempo a hablar sobre amistades inventadas. ¿Tú fuiste el que me llamó? —el hombre cambió su cara expectante a una seria.
—No, pero todos sabían que vendría, la vieja está en las últimas. Solo le vine a dar la bienvenida. Ya me voy...si necesita algo me avisa. Mi casa es la de al frente. Pregunte por mi nomás—ella asintió, y el hombre se fue como llegó, en silencio.
Claudia miró nuevamente su patio y las cabezas que estaban allí esparcidas. Estaba claro que ni muerta las limpiaría. Pero aparte de eso, algo más le preocupaba. ¿Qué había hecho su abuela para que le hicieran eso? Y ¿Quién era ese tipo que le hablaba con tanta familiaridad? No lo conocía, pero algo en ella le decía que no mentía.
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