5.- La Bola con la Cruz
Link cruzó el campo de Hyrule hacia el extremo este, donde se encontraba la entrada al bosque. Corriendo a pie, una persona podía demorarse justo un día entre el portón de la ciudad del castillo hasta la entrada del bosque, Link lo sabía por experiencia. A caballo resultaba mucho más rápido.
En el camino miró por todos lados, pero no encontró ningún monstruo de cristal. Unas horas más tarde, cuando llegó a la entrada del bosque, advirtió a un pequeño grupo de hombres violeta peleando con otros monstruos. Link los despachó a todos y continuó hacia el bosque.
La mayoría de la gente se perdía de inmediato al entrar, pero él conocía bien la zona. Dejó a su caballo en las afueras y continuó a pie. Fue corriendo.
Cruzó una zona densa con flora, entre arbustos y árboles de ramas molestas, hasta que llegó a un puente sobre una zona baja. Lo cruzó, atravesó otra sección del bosque, continuó por una pendiente hacia arriba y llegó finalmente a un claro: la aldea Kokiri.
Se detuvo en la entrada. Durante su aventura para detener a Ganondorf, se había dirigido también a su aldea y la había encontrado llena de monstruos. En esa ocasión no fue muy distinto; había hombres de cristal azotando casas y persiguiendo hadas y niños kokiri. Link sacó su espada y echó a correr directo a los monstruos.
Arremetió contra tres que perseguían a un grupo de chicos. Les enterró su espada, desvió sus ataques con su escudo, les pateó las rodillas y hasta agarró al último para mandarlo al suelo con fuerza. Para terminar, le reventó la cabeza con su espada. Entonces se giró a los niños.
—¡¿Dónde están los demás?!— inquirió.
—¡Link! ¡Vienen del Bosque Perdido!— exclamó una chica— ¡Saria y otros chicos fueron para distraerlos!
Link miró en todas direcciones. Se oían gritos y crujidos de cristal moviéndose unos contra otros.
—¡Vayan a mi casa! ¡Escóndanse y no tomen riesgos! ¡Yo acabaré con los monstruos!
La casa de Link era una de las más chicas del pueblo, la casa del árbol del niño sin hada, pero tenía la ventaja estratégica de estar en altura. Para ingresar se necesitaba subir por una escalerilla, lo cual sería más difícil para monstruos sin dedos.
—Eh... está bien.
Link escoltó a los kokiri un tramo, pero tuvo que desviarse cuando vio a otro grupo de hombres de cristal cortando la entrada de un escondite, donde se hallaba un niño. Luego fue a socorrer a unos que se habían refugiado sobre el puente encima del pueblo. Fue de un lado a otro, a toda prisa, destruyendo todos los monstruos que pudo hasta que todos los kokiri se hallaron seguros en su casa.
Sin hacer un barrido del pueblo, Link no podía estar seguro de haber acabado con todos los monstruos, pero eso tomaría el doble de tiempo y Saria lo necesitaba. Desde la base de su casa miró hacia arriba; los kokiri se apretaban, apenas sin espacio para sentarse.
—Quédense ahí— les pidió— Voy a buscar a Saria y los demás. Si aparece un monstruo, patéenlo.
Los niños asintieron. Link entonces se marchó.
Partió de inmediato hacia el Bosque Perdido. Se llamaba así no porque el mismo bosque estuviera perdido, sino porque todo el que entraba terminaba perdiéndose y convirtiéndose en un monstruo: un stalfos. Todos, excepto los habitantes del bosque.
Subió por las enredaderas hacia la entrada y se metió.
El pueblo kokiri era el único lugar seguro dentro del bosque. Todo lo demás tenía monstruos: dekus que disparaban sus semillas, stalfos que cortaban todo a su paso, wolfos que desgarraban a sus presas, skultullas que caían de arriba y atacaban a gente desprevenida. Más encima, en ese momento había un montón de hombres de cristal.
Link fue acabando con todos ellos a su paso. Se dirigió por memoria a través de las pequeñas y casi imperceptibles marcas del Bosque Perdido, hacia el Prado Sagrado, donde estaba la entrada al Templo del Bosque. Saria solía dirigirse allá cuando tenía problemas o quería estar sola. Si había un lugar que solo ella conocía, era ese lugar. Sería el mejor para llevar a los monstruos y atraparlos.
Después de recorrer los Bosques Perdidos, Link entró al Prado Sagrado. Casi de inmediato vio a unos cuantos hombres de cristal atacando a unos kokiri. Sin pensarlo dos veces, se arrojó a ellos a toda prisa y los embistió.
—¡¿Link?!— exclamó Mido.
Uno de los kokiri con quienes no se llevó muy bien durante su niñez. Mido podía ser un pesado, pero en el fondo se preocupaba por los demás y trabajaba para mantenerlos seguros. Al iniciar su aventura, Mido se había asegurado de que Link estuviera preparado antes de enfrentarse a los peligros dentro del gran Árbol Deku.
—¡Mido! ¡¿Están bien?!— preguntó Link— ¡¿Dónde están los demás?!
—¡Saria se fue a la entrada del Templo!— dijo el kokiri.
Link miró en la dirección que le apuntaba. Asintió con la cabeza.
—Bien. Ahora escóndanse, busquen refugio. Yo me hago cargo de todo.
Los demás asintieron y echaron a correr. Mido se lo quedó mirando, casi como si fuera a decir "yo te acompaño", pero asintió y se fue con los demás. Así era mejor; Link era el único de esa aldea que sabía pelear.
Sin esperar otro segundo, echó a correr hacia el laberinto, corrió por el laberinto, que conocía como la palma de su mano, mientras despachaba hombres de cristal. Cruzó un largo pasillo saturado de monstruos y subió unas escaleras hasta la entrada del Templo. Allá, sobre las escaleras rotas, se encontraban Saria y un pequeño grupo de kokiri, arrojando rocas y semillas hacia los hombres de cristal que intentaban alcanzarlos con sus espadas desde abajo. Link los embistió como un goron y los despachó rápidamente.
Al final miró a todos lados para asegurarse que no quedara ninguno.
—¡Link!— exclamó Saria.
Este quiso responder, pero la chica saltó de la zona en alto en la que estaba. Link se vio obligado a atajarla para que no se hiciera daño.
—¡Yo también voy!— exclamó otro kokiri.
Link dejó a Saria a salvo. El segundo kokiri se desplomó en el piso, los demás lo ignoraron.
—¿Estás bien? ¿Esos monstruos te hicieron algo?— le preguntó Link.
—Estamos bien, ahora que estás aquí— le dijo Saria— ¿Cómo supiste que estábamos en peligro?
—Un mensajero llegó al mercado— indicó— allá también atacaron.
—¿Ustedes también los vieron allá en la ciudad? Entonces la situación es grave— comprendió Saria— ¿Qué hicieron con el origen?
Link arqueó una ceja, extrañado.
—¿El qué?
—El origen de los monstruos, de donde provienen— explicó la kokiri.
—¿Origen? Pero... provienen de la nada— alegó Link— no tienen un origen.
—¿Qué? Imposible, yo los vi a todos proviniendo de una bola extraña. Le arrojábamos rocas y semillas deku, pero no le afectaban. Era como si se las tragara.
Link miró alrededor, pero no encontró nada fuera de lugar.
—¿Dónde está esta bola de origen?
Saria apuntó al prado.
—Viene de la fuente de hadas— indicó— estas se escondieron, están a salvo, pero los monstruos vienen y vienen, y no hay cómo detenerlos.
Miró hacia abajo, algo derrotada. Link observó por su postura y su cara demacrada que debía haber estado corriendo por varias horas; estaba agotada.
—Voy a ir a investigar. Ustedes vuelvan a la villa, acabé con todos los monstruos que vi.
Se puso en marcha, pero Saria lo tomó de la mano. Link se detuvo, se giró a verla.
—Link... ten cuidado. No sabemos a qué nos enfrentamos.
El muchacho se agachó, le puso una mano sobre el hombro y le sonrió. Saria podía ser una niña, pero para él, siempre sería su amiga y mentora. Prácticamente su hermana mayor.
—Resolveré esto y volveré ¿Sí?— se puso de pie otra vez— ¡Y luego podemos jugar en el bosque una vez más! ¿Hace cuánto tiempo que no lo hacemos?
Saria le sonrió.
—Eso sería estupendo, Link.
El capitán asintió y se adelantó.
Se dirigió por su cuenta de vuelta al laberinto del prado, se metió por una sección de la zona central y subió una escalerilla puesta contra una pared de rocas. De esa manera llegó a una zona en alto. Desde ese punto no tuvo que caminar mucho para dar con una fosa dentro de las rocas, inaccesible desde cualquier otro lugar. Descendió con cuidado, se dirigió al centro de la fosa y llegó a la boca de un hoyo, apenas suficientemente ancho para permitirle pasar.
Bajó a través del hoyo y se encontró en una cueva amplia, con una piscina de agua cristalina, con arquitectura antigua que la rodeaba. El agua apenas le llegaba a los tobillos. Encima de la superficie solía haber un montón de hadas revoloteando, todas dispuestas a sanar las heridas de cualquier criatura presente. Sin embargo, en ese momento no había ningún hada, solo una esfera, o más bien un círculo que flotaba en el aire erráticamente. Aunque Link se girara y tratara de mirarlo por otro ángulo, siempre le mostraba la misma cara: un círculo cruzado por una línea horizontal y otra vertical, por un costado.
Link se llevó una mano al pecho.
—No puede ser— se dijo.
Se descubrió la camisa para verificar que su marca siguiera ahí; el círculo no lo había dejado.
—¿Entonces los monstruos y mi sueño están relacionados?— se aventuró.
En ese momento oyó chispas. Link miró de nuevo al círculo. Para su sorpresa, se encontró con hilos de luz, provenientes del círculo. Viajaban en el aire hacia distintos puntos. Desde el otro extremo de estos hilos surgían chispas, de las cuales aparecieron dedos de cristal violeta. Se movían como si intentaran rajar una tela invisible. Los dedos se abrieron paso a través de las fisuras en la tela, o más bien de la realidad, y rajaron los hoyos hasta darse el espacio suficiente para pasar. Los monstruos de cristal surgieron en la cámara.
—¡Entonces esta bola es el origen!— pensó.
Y si era el origen, tenía que destruirla. Link se dirigió a esta, despachó a los monstruos de cristal en su camino, saltó y le dio con su espada. Sin embargo, no la golpeó.
La bola no era un objeto sólido. En vez de golpearla, su espada siguió cortando el aire. Pero la bola reaccionó a la espada; se expandió enorme y rápidamente, y llegó a envolver a Link, como si se tratara de la boca de un monstruo enorme. El capitán miró en todas direcciones; ninguna lengua lo empujó, ningún diente lo masticó. La bola alteró sus alrededores y lo envolvió en colores de todo el arcoíris.
—¡¿Qué está pasando?!— alegó.
Entonces, desde el frente, otro círculo surgió y se expandió como el primero, envolviéndolo también, aunque este lo llevó a un lugar con cielo y tierra; algo que podía entender. Se sintió como si saliera de un túnel.
Link se vio sin piso. Sus pies cayeron unos metros. Sus músculos acostumbrados a la acción reaccionaron antes de que él pudiera pensar y lo hicieron rodar para evitar el impacto de la caída.
Miró alrededor, listo para luchar, mas no encontró hombres de cristal. Estaba solo. Alrededor veía tierra yerma, sin flora. A lo lejos conseguía divisar cuerpos similares a lagunas, pero no tenían agua, sino algo rojo brillante.
—¿Eso es lava?— se preguntó Link— esto no es el bosque, ni Death Mountain ¿Dónde estoy?
Miró a todos lados, pero no volvió a encontrar la bola con la cruz. Fuera lo que fuera, lo había llevado a un lugar desconocido.
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