3.- El Hombre de Cristal
Un rato más tarde, Link se encontraba esperando en las puertas levadizas del castillo, cuando se le acercó Zelda. Llevaba ropa de sheikah ajustada, con una máscara y sombrero blanco. Se veía distinta, pero aun así era difícil pensar en ella como otra persona; sus ojos azules y su pelo largo y rubio la delataban.
—Hola, bombón ¿Andas solo por estos lados?— lo saludó ella.
—¿Ese es tu disfraz?— inquirió Link.
Zelda se paró en seco, abrió los ojos de par en par.
—¿Qué? Eh... ¿De qué estás hablando? ¡Esta es mi ropa normal!— dijo apresurada.
—Es raro ver sheikah por ahí. Además...
Bajó la mirada para decirle que podría haberse puesto vendas en el pecho para parecer más andrógina, pero esto lo hizo fijarse en sus pechos apretados debajo de la ropa. Eran más grandes de lo que recordaba. Link miró a otro lado, rojo.
—¿Sí? ¿Ibas a hacer algún comentario sobre cuánto he "crecido"?— adivinó Zelda.
—N-no— musitó él.
—¿Quieres reclamar sobre mi trasero también? Así tendrás una excusa para verlo de cerca.
Zelda dio media vuelta y movió su poto de arriba abajo.
—¡Déjate de bromear!— alegó el capitán, tímido.
Zelda se echó a reír.
—¡Hablo en serio! ¡Te pueden reconocer!— protestó el muchacho, más para cambiar de tema.
—Tú me has visto todos los días desde que éramos niños. La gente del mercado no— Zelda se ajustó la máscara— no hay manera en que me reconozcan, y aunque lo hagan, solo me basta con ordenarles guardar silencio ¡Soy la princesa!
—Eres demasiado consentida.
Zelda lo tomó de la mano.
—¡Lo sé! ¡Ahora vamos! ¡Consiénteme más!
Salieron del castillo, bajaron por el camino en pendiente, atravesaron la reja al final y descendieron hacia el corazón de la ciudad.
—¡¿Viste eso?! ¡Ninguno de los guardias me reconoció!— se mofó Zelda.
A Link le pareció que se paraban demasiado erguidos para andar saludando a dos personas cualquiera, pero quizás solo estaban tensos por él y no por ver a la princesa intentando pasar desapercibida.
—Ya pasamos el primer filtro— dijo Link— ahora solo falta que nadie te reconozca por el resto del día.
—¡Pan comido! ¡Vamos!
Llegaron al centro del mercado, donde gente normal se peleaba por los productos más frescos, niños jugaban con perros, parejas giraban en torno al otro y todo el mundo iba y venía de las tiendas. Link y Zelda fueron a la tienda de máscaras a probarse algunas. Zelda quiso llevárselas todas, pero Link consiguió convencerla de elegir solo una: las orejas de conejo. Él se quedó con la máscara de la verdad, solo porque sabía que era la única imbuida con magia, aunque no sirviera más que para saber chismes. Luego compraron unas frituras y dulces, pero uno de los niños corriendo empujó a Link, quien cayó sobre Zelda y le manchó la ropa con salsa. Ambos rieron, despreocupados.
Pasaron a la tienda de bombchus para tirar. La vendedora quiso coquetear con Link, pero Zelda se encargó de mantenerla alejada. Luego hicieron tiro con arco, vieron un malabarista, entraron a un baile vecinal y en general se divirtieron de lo lindo.
Link miraba cada cierto tiempo hacia los techos y detrás de su espalda. Consiguió pillar a Impa en un par de ocasiones. Se preguntó si esta estaría relajada, sabiendo que la princesa andaba con él. No importaba, era un día de descanso.
En cierto momento, cansados del constante bullicio, se dirigieron a un callejón más callado. Encontraron una pequeña placita, apenas una fuentecilla con un banquito, apretados en una esquina. Era suficiente para descansar. Se sentaron, contemplaron la fuente.
Zelda apoyó su cabeza sobre el hombro de Link. Este ni se inmutó. Podía alterarse mucho con su manera de ser, pero no le iba a negar cercanía, al menos no en un aspecto platónico.
—Hoy ha sido un día muy divertido— comentó Zelda— me gustaría volver a hacerlo otra vez.
—No ha estado mal— concordó él.
—¿Te acuerdas de cuando éramos niños y te escabullías para ir a verme al castillo?
Link asintió. Zelda le tomó una mano. Link la miró al lado, la notó fija en él, sus ojos azules penetrándolo. Por un momento vio a la otra Zelda, a la guerrera que había luchado por 7 años, que se había disfrazado para pasar desapercibida bajo el yugo de Ganondorf, que lo había acompañado en su viaje a través de un Hyrule oscuro y peligroso, y que había estado a su lado en la última batalla.
Link tuvo el impulso de tomarla de los hombros y suplicarle que no lo enviara de vuelta, que quería quedarse a reconstruir con ella, que no le quitara a los amigos que había hecho en el futuro... pero esa no era la otra Zelda. La que tenía al lado era la Zelda que había crecido en un mundo pacífico, junto a él. Ella no lo mandaría al pasado. No tenía por qué hacerlo.
—¿Link?— lo llamó Zelda.
Este parpadeó varias veces.
—Ah, disculpa. Me perdí en mi mente.
—¿Estabas pensando en el otro mundo?— le preguntó la princesa.
Link se quedó mirando sus pies, luego asintió. Zelda lo abrazó.
—Esa experiencia fue real, mientras la viviste, pero ya no. Ahora solo reside en tu cabeza— le dijo— no es necesario que te atormentes por un mundo devastado que no existe.
Le tomó el mentón con cuidado y lo giró para que la mirara a ella.
—Me tienes a mí, tienes a la gente feliz, tienes un mundo que no ha experimentado tal calamidad. No te digo que tus sentimientos sean inválidos, solo que puedes relajarte. Ya no necesitas ser el héroe de nadie.
Link asintió.
—Sí... sí, es verdad.
—Además, combatir a un tirano debe haber sido duro para mi piel. En cambio yo he tenido 9 años para cuidarme en todos los aspectos ¿No me prefieres a mí así?
Zelda hizo una pose como una de las cortesanas del barrio rojo. Esto lo hizo reír. Zelda se puso a reír con él.
Las únicas personas a las que les comentó sobre su aventura eran tres: Zelda, Saria y Darunia. Eran los únicos que le habrían creído, pues Link no tenía ninguna prueba sobre su historia. Saria y Darunia le creyeron de inmediato. Zelda sospechó al principio, mas pronto comprendió que sus visiones y las experiencias de Link concordaban.
—Con lo inmadura que eres, se me olvida que has sido bendecida con la trifuerza de la sabiduría— comentó Link.
Zelda le dio un empujoncito.
—¡Eres un pesado!— dijo en un tono juguetón, y volvió a abrazarlo, esta vez en el cuello— no le puedes hablar así a la princesa de Hyrule ¿Lo sabías?
—¿En serio? ¿Y qué me va a pasar?
Zelda le puso un dedo sobre los labios.
—Voy a tener que darte un castigo especial.
Se acercó a él poco a poco. Link, rojo, le iba a decir que se estaba tomando eso del juego de novios demasiado en serio, cuando notó un leve brillo detrás de ella. De inmediato la tiró hacia él mientras que antepuso un brazo.
Una espada violeta le atravesó el protector de metal y le produjo una herida en el antebrazo. Link dejó a Zelda para enfocarse de lleno en su enemigo; se trataba de un ser con la forma de una persona, pero hecho a partir de cristales violeta. Uno de sus brazos terminaba en una extensión larga como una espada, mientras que el otro se expandía para abarcar un área mayor a una cabeza, como si se tratara de un escudo. No tenía cara, solo una cabeza de cristal.
—¡Link!— exclamó Zelda.
—¡¿Qué... es esto?!
Entonces el enemigo de cristal sacó la espada de su brazo para golpearlo con su escudo. Link alcanzó a anteponer su pie y pateó el escudo al mismo tiempo, con lo cual dio un salto hacia atrás. Zelda se retiró junto con él.
—¡Huyamos!— le dijo Link.
Ambos dieron media vuelta y echaron a correr. El enemigo los persiguió, pero no avanzó mucho cuando tres kunai se enterraron en su pecho y lo rompieron en varios cristales.
Link y Zelda se detuvieron, miraron los cristales regados por el suelo.
—¡¿Qué fue eso?!— alegó la princesa.
—Nunca he visto un monstruo de este tipo— indicó Link.
Entonces Impa aterrizó junto a ellos.
—Princesa, debe volver al castillo inmediatamente. Estos monstruos están por doquier.
—¡¿Qué?!— saltó Zelda.
—Link ¿Puedes pelear?— continuó la sheikah.
Este se examinó el brazo. La herida sangraba, pero podía mover los dedos. No le había cortado ningún tendón.
—Sí, aunque preferiría tomarme una poción roja.
—Ve a la tienda de pociones— dijo la guardaespaldas, mientras le pasaba una espada corta— protege a los aldeanos. Los guardias necesitan un líder. Princesa, nos vamos.
—¡No, espera! ¡Yo me quedo con Li...
Pero antes de dejarle terminar, Impa la tomó en brazos y saltó al techo de una de las casas. Link se encontró solo en el callejón, con una espada y sin escudo. No podía detenerse a pensar en qué eran esas cosas; tenía una misión que cumplir.
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