Capítulo 1

Damián

La alarma por la mañana no sonó y pasé de largo dos horas exactas negándome la posibilidad de siquiera tomar una ducha. Tuve que correr a las cuatro de la madrugada cuando desperté y vi que faltaba apenas una hora para que el avión despegara. Me vestí en menos de veinte segundos y tomé un taxi lo más rápido posible.

Al llegar al aeropuerto pasé por todas las secciones que requería, entre ellas migración y luego me senté a esperar que me llamaran, por si no fuera poco se me olvidó traer dinero en efectivo y solo traje tarjeta cosa que hubiera sido conveniente si tan solo la luz de aquellos locales no se hubiera ido.

Un día de mierda para ser sinceros.

Me dolía tanto la espalda por los incómodos asientos que había alcanzado cerca de la puerta de embarque que maldecí un par de minutos hasta que me cansé.

Creo que mi vida es bastante agotadora, soy enfermero y la mayoría del tiempo paso encerrado en la clínica con los turnos, intento tomar cada uno que sea voluntario ya que la verdad no tengo nada que hacer en casa, soy soltero, no tengo hijos y paso muy sólo cosa que detesto. Mi madre siempre insiste en que descanse, que no me sobre exija y puede que tenga razón, aunque si supiera como me siento no creo que me presionaría tanto.

—¡Señores pasajeros dirigirse a la puerta de embarque número 301! Nuevamente, señores pasajeros... —busqué mi maleta y mi mochila antes de seguir las instrucciones que decían por el parlante.

Finalmente pude sentarme e intentar disfrutar mi vuelo, pero no todo en la vida es fácil ni color de rosa ¿verdad? Porque se acaba de sentar una señora con un bebé a mi lado.

¿Por qué me pasa esto a mí?

—¡Bwaaa! —la criatura me miró y comenzó a llorar como si no hubiera un mañana.

—¿Que? ¿Tan feo me veo? —le susurré bajito y el nene estiró sus manitos—. Ah, que amable tú.

La madre sonrió al verme jugar con él, pude calmarlo y eso que no soy muy fan de los niños. Me gustó poder ayudar y no tener a alguien gritando en mi oreja, claro. Después de todo pude cerrar mis ojos y caer en los brazos de Morfeo.

Dylan

Acurrucado entre las mantas me refugié y soñé, es lo mejor que puedo hacer, ese momento en la noche donde puedo imaginar con libertad lo que tú quieras. Es tan especial para mi esas horas en las que puedo pensar en cómo sería tener una buena vida, sin preocuparme por lo que comeremos mañana ni quien nos estará cobrando la renta para luego amenazarnos que quedaremos en la calle.

Hoy hace muchísimo frío, es una de las noches más heladas aquí en la ciudad y Noah duerme profundamente apoderándose de la manta que logré conseguir en una tienda el día de hoy, no me gusta robar, si fuera por mí nunca lo haría sin embargo por mi hermano hago lo que sea y sé que él también, pasamos necesidades básicas que nadie debería tener.

¿Por qué la vida es tan injusta para algunos? ¿Por qué no puedo sentir seguridad?

Me rodeo de personas que me odian por el solo hecho de parecerme a alguien de la familia en el aspecto y no solo eso, tengo que esforzarme por permitirnos quedarnos aquí, pero me cansé, nuestra tía quien es la que tiene nuestra custodia es una alcohólica que ni se preocupa si existimos o no.

La semana pasada Noah estuvo resfriado por el frio que entra en la ventana, como no, si tenemos un pedazo de papel como cortina y dormimos en el piso. El pobre temblaba con fiebre y tuve que ir a rogarles a los de la farmacia que le dieran algún medicamento, lo hicieron, pero llamaron a la bruja de mi tía y me encerró en el sótano completamente oscuro. Estaba aterrado y no he podido dormir tranquilo hace días.

—¡Dylan adivina que tengo aquí! —mi hermano menor me mostró unos dulces—. ¿Y esa cara?

—¿De qué parte los sacaste, Noah? Recuerda que sacamos otras cosas por necesidad no por lujos—le arrebaté la bolsa de caramelos y colocó un puchero.

—No son robados, la vecina me los regaló.

—Ah, ¿De la señora Johnson hablas?

—Si, la abuelita —sonrió y suspiré mirando el contenido—. Dámelos, quiero comer.

—Prometo que mañana encontraré algo para sobrevivir el día ¿bueno?

—Dylan no podemos seguir así —Noah miró el piso—. Hace dos días que no hemos probado nada...

—Es que no me han pagado el trabajo en el local de pizza, recuerda que no tengo un contrato por ser menor de edad, me hacen un favor...

—Yo renuncié a cuidar los perros de la señora Williams, me tiene harto.

—¡Noah! ¿Cómo sobornaremos ahora al señor que nos amenaza?

—La tía se debería preocupar de pagarle y no gastar su puto dinero en alcohol.

—Nos iremos —Noah levantó una ceja—. Hoy mismo, toma tus pocas cosas, estoy harto de esta mierda.

—¿Qué piensas hacer?

—No lo sé, pasar la noche en un parque y luego ir a algún lugar donde nos puedan dar algo... hay que ingeniárselas.

Eso hicimos, juntamos las tres prendas de ropa que teníamos en una mochila y salimos por lo que se hace llamar "ventana" de nuestro cuarto, nunca más volveremos a pisar esta casa y me aseguraré de eso.

Caminamos por muchas horas hasta llegar a la carretera esperando que pasara un auto que nos pudiera dejar en la ciudad.

—Veo luces —un camión iba acercándose—. ¡Hey!

Hice una señal con mis manos y el señor se detuvo para ver que nos pasaba, nos ayudó y nos llevó lo cual agradecí con el corazón. Queremos comenzar una nueva vida, no importa como sea, solo quiero vivir en paz.

Damián

Ya en casa de mi madre pude desempacar mi maleta y recostarme una hora antes de comenzar mi rutina de cada día.

—¡Baja a desayunar, Damián!

—¡Si, voy! —dejé el celular a un lado de la cama y me vestí rápidamente con mi ropa deportiva.

—¿Para dónde crees que vas muchachito?

—Mamá tengo 27 años, no soy un "muchachito"

—Yo diría que sí, ve a cambiarte, tienes que usar el traje formal para ir a ver los últimos detalles antes de la boda de tu hermana.

—Uh, si —carraspeé.

—¿Trajiste la corbata, ¿verdad?

—Obvio, ¿cómo se me iba a olvidar algo tan importante?

Por supuesto que lo olvidé, quedó en mi mesita de noche y no la eché a la mochila antes de partir apurado. Necesito una nueva y eso planeo hacer, ir a comprarla antes de que Mamá se dé cuenta y me mate por no traerla, la boda de mi hermana es pasado mañana, si, también lo había pasado por alto.

—Voy por un café —la mirada fulminante la pude notar—. ¿Si, ma?

—Vuelves antes del almuerzo y llevas el traje a la tintorería para que esté listo.

—Si, capitán —bromeé haciendo un gesto y me pegó suavemente en el hombro.

Cumplí sus órdenes porque aprecio mi amada vida y salí a las calles de New York trotando por supuesto, fue muy relajante alejar mis pensamientos mientras hacía ejercicio y me encantó ver a Dafne, la querida señora que me vende flores.

—¿Para quién son esta vez, Damián?

—Para la misma persona, mi madre —ella mostró su sonrisa radiante.

—Siempre tan cariñoso.

—Se lo merece, da todo por mí y agrega unas más por favor, tengo que encontrarme con mi hermana.

—¿Ya tiene todo listo para su boda?

—Si, están los nervios —di una risa.

—¿Y para cuando, usted?

—Ay Dafne —comencé a toser desesperado—. ¿Cómo me pregunta una cosa como esa? No, prefiero vivir así.

—¿Su madre no le ha hablado que le dé nietos?

—Ahora que me lo dices, si, pasa cada semana en un mensaje, me manda fotos de ropa hasta que encuentra en las tiendas para sus "futuros nietos" mejor que se los dé Samantha —me referí a mi hermana.

—Bueno, en parte tienes razón, aquí tienes Damián —me entregó las tarjetas—. Te dejo para que las escribas y me dejes la dirección.

—Gracias, de verdad Dafne.

—No hay de qué —sonreí y dejé todo listo para luego ir por mi corbata.

Pasé por bastantes tiendas y no podía encontrar alguna similar a la que me habían regalado, se dará cuenta, yo lo sé, es que es mi madre y jamás le puedo mentir porque aunque lo hiciera me descubriría fácilmente, mi cara me delata.

Casi sin esperanzas pasé a un local mucho más pequeño y ahí estaba, la copia, joder la suerte ha vuelto. La pagué y me la coloqué en el cuello de inmediato para intentar hacer un nudo, en eso iba y con un café en la mano porque lo alcancé a comprar en la cafetería de al lado cuando siento un empujón.

¡Mierda! Está caliente, me quemo.

—¡No, no, maldita sea! —gruñí por lo bajo cuando mi corbata se tiñó de color café.

—¡Corre Noah! —fue lo único que pude oír del par de chicos que lo hicieron.

—¡Hey, ustedes! —caminé hacia ellos un poco molesto—. No deberían correr en la vía pública y menos al lado de las calles, los pueden atropellar niños.

¿Acabo de regañar a unos desconocidos? Si, lo hice.

Esto normalmente no me pasaría, pero fue extraño, tuve que acercarme a esos pequeños como si los conociera de toda la vida.

—Perdón señor... —dijo el menor que se le veía como de unos catorce años.

—¡No te disculpes y corre! —el mayor tomó el brazo de su compañero.

—Alto ahí los dos —me sentí muy mayor con lo que les dije—, ¿Qué no aprenden? Miren mi camiseta, acaban de derramarle todo esto y está caliente, chicos.

—¿Qué quieres, que te la limpie? —definitivamente fue grosero.

Si fuera mi hijo lo haría que se disculpara al instante y lo regañaría por ser tan irrespetuoso con sus mayores pero no lo es, tampoco debería estar pensando eso porque yo no quiero niños y no los tendré.

¿Qué diablos me pasa? Sus padres tienen ese trabajo y se nota que no han hecho mucho.

—Dylan cállate, que feo lo que dices —por lo menos el pequeño si tiene modales.

—¡Deténganse! —miré hacia atrás y vi un policía que caminaba muy enojado hacia donde estábamos todos parados.

Es extraño que no estén acompañados y más aún que se abrazaran a mi como si fuéramos cercanos, escondieron sus cabezas en mi pecho como refugiándose del policía. ¿Qué habrán hecho para estar en esta situación? No quiero averiguarlo.

—¿Es usted su padre? —me quedé en blanco cuando estaba rodeado de dos policías y levanté las manos por instinto.

—No, yo...

—¡Si lo es! —me quitaron las palabras de la boca.

—¿Disculpen? —ambos policías separaron a los menores de mi lado y no supe que hacer.

—Quedan arrestados por infringir la ley robando artículos de una tienda de comida rápida, manos atrás o usaremos la fuerza —la piel de gallina no podía ser más, ellos forcejeaban desesperados y no podía hacer nada porque luchar con policías no estaba en mi lista de cosas por hacer hoy.

¿Cómo quedé metido en esto?

—¡Por favor, no! ¡Ayúdenos! —uno de ellos, el que se llama Noah creo, me miró con ojos suplicantes y comenzó a llorar.

—¡Teníamos hambre! ¿Es eso un delito? —el grandote tiene agallas—. ¡Déjeme!

Lo empujaron bruscamente y me enojé.

¿Cómo se les ocurre tratarlos así? Es que va más allá de los límites, está bien que hayan sacado algo y por eso los estén arrestando, tal vez para darles un susto y que no lo vuelvan a hacer pero ¿Tratarlos mal? Tampoco esperaba que los recibieran con los brazos abiertos y una bebida sin embargo me causó dolor, si, a mí que no tengo ni un lazo de sangre con esos mocosos.

—¡Hey, son niños! —me pusieron una mano en el pecho.

—No interrumpa el procedimiento.

—¿Es su padre, si o no? Porque alguien tiene que pagar su fianza.

No supe que decirle, solo cerré mis ojos y esperé a que la patrulla se alejara, algo quedó molestando en mi pecho, no sé si la impresión por lo que acaba de pasar o porque me quemé con el café.

No pude evitar fijarme en el raspones en las rodillas que tenían los dos y tuve la necesidad de querer curarlos para que no les dolieran más aunque creo que tienen otras cosa más graves de los que preocuparse.

¿Estarán bien? Si, llamarán a sus padres ¿Y si no tienen?

Basta Damián, no tienes que preocuparte por personas que ni conoces.

—¿Quiere una toalla? —la persona que me atendió en el local me habló.

—No, gracias, muy amable de su parte.

—¡Taxi! —le grité al auto amarillo y me subí—. Lléveme a la estación de policía más cercana.

Noah

Estamos arruinados, el plan de escape no funcionó, solo porque me dolía mucho el estómago al tenerlo vacío y querer comer algo del McDonald. Me siento muy culpable por todo lo que acaba de pasar y no puedo dejar de llorar como un crio en el carro.

—Perdóname, Dylan —entre hipidos intentaba decirle.

—Cálmate, ya no importa.

—Volveremos ahí y tú me odiarás...

—No es cierto, jamás lo haría, quizás si me enoje un poquito, pero estamos juntos en esto. Nadie debería prohibirnos comer.

—Prometo trabajar más...

—Shh, Noah —miré al policía que nos sacó del auto y nos llevó a unas celdas horribles.

Todo en este lugar es feo, el olor es repugnante allí adentro y lo peor es que no estamos solos, hay más personas que quizás hasta hayan matado a alguien. No tenemos dinero para pagar a un abogado, mucho menos para salvarnos.

—¿Tienes frio? —le pregunté a Dylan quien temblaba.

—No.

—¿Estás seguro? Tienes tus mejillas rojas...

—No es nada, no tienes que preocuparte por mi ¿de acuerdo? Yo soy el mayor aquí.

—Que tengas dieciséis no significa que no pueda preocuparme por ti.

—Ya se me pasará —toqué su frente y estaba ardiendo.

—Es mi culpa —Dylan me abrazó y nos acurrucamos juntos.

—¿Cómo será la cárcel?

—No pienses idioteces, ya se me ocurrirá algo para sacarnos de aquí.

Pasaron veinte minutos en los cuales nos quedamos dormidos aferrados el uno al otro cuando oímos pasos acercándose a la celda y las llaves sonaron en la cerradura. No dejaré que se lleven a mi hermano, haré todo para impedirlo. Ya nos preguntaron anteriormente un número de teléfono para que hiciéramos una llamada sin embargo le dijimos que no sabíamos ninguno y nos negamos a decir nuestros nombres para que no nos encontraran.

—Les han pagado la fianza, pueden salir —un oficial abrió la reja de la celda y se hizo a un lado.

Realmente no entendía qué estaba pasando ni quién nos pagó la fianza, no tenemos a nadie, es imposible que haya sido un milagro ¿no?

—Gracias —habló un hombre a lo lejos y Dylan me miró asustado.

—¿Quién será? —me quise asomar y mi hermano tomó mi brazo izquierdo para detenerme.

—¡No importa Noah, tenemos que irnos o nos encontrarán!

—Pero debemos agradecerle...

—No, quizás nos pida dinero a cambio, no lo sé, no quiero tener compromisos con un estúpido.

—¿Ahora me llamo estúpido? —la piel se me erizó cuando hizo énfasis en la palabra y Dylan quedó mudo.

Eso jamás le pasa, siempre tiene algo que decir y a alguien a quien ofender, colocamos nuestras propias reglas y la número uno la cual seguimos fielmente es que no existen.

—No jovencito, no soy "estúpido", tengo nombre y es Damián.

—Bien, "señor Damián" no nos moleste más y déjenos ir.

—¿Señor? ¿Es enserio? Tengo veintisiete, no soy un viejo para que me digan así. Perfectamente podría ser su hermano mayor.

—Pero no lo eres —volvió a responder cortante el mayor.

—Bien, puede que sea extraño venir aquí a sacarlos créanme que para mí también lo es sin embargo tengo curiosidad ¿dónde están sus padres?

—¿Que carajos te importa?

—No tenemos —contesté y Dylan me fulminó con la mirada por abrir la boca.

—Wow, lo siento chicos —el señor Damián colocó una mueca—. No pretendía...

—Mucha charla, nos tenemos que ir... —caminé junto a mi hermano y una voz autoritaria nos hizo detenernos.

—Ni crean que los dejaré solos en una ciudad como esta, si algo les pasa me sentiré culpable, los llevaré donde un adulto.

—¡No! —Dylan gritó—. ¡No necesitamos de su puta ayuda!

—Tu vocabulario muchacho es muy amplio pero grosero —Damián levantó una ceja—. Entiendo que no quieran ir con alguien pero puedo llevarlos donde sea.

—¿Como sabemos que eres confiable?

—Porque tengo aquí mis identificaciones, hmm... —sacó su billetera y nos las mostró—. Y vine a visitar a mi madre, hablen con ella si lo desean, no tengo problema, además aquí la mayoría me conoce. Ese es Bob —apuntó a un policía de mediana edad.

—¿Por qué nos ayudas? —dije curioso.

—Porque son muy pequeños para andar sacando cosas de las tiendas e ir sin rumbo. Los escuché, no han comido nada, ¿quieren algo para almorzar?

—¡Si! —escupí las palabras.

—¿Nos llevarás al destino que nosotros te digamos?

—Si, promesa —levantó el dedo meñique y yo lo acepté, pero Dylan no quedó contento.

—Solo lo hago por ti —me susurró y caminamos fuera del establecimiento.

Las grandes letras de un restaurante nos hicieron brillar los ojos y Damián se encargó de pedir una mesa para tres. Muy emocionado me fui a sentar, una mesera nos entregó la carta y nos pusimos a discutir que queríamos para almorzar.

—De acuerdo, elijan lo que ustedes quieran.

—¡Papas fritas! —Damián colocó una cara de horror—. ¿Qué?

—Chicos estamos en un lugar para comer algo de verdad, muchas verduras... ¿algún trozo de carne quizás?

—No como verduras.

—Yo menos.

—¿Ah, ¿no? ¿Y por qué? —nos miramos con mi hermano y la verdad no es ninguna ciencia, no nos gustan—. Muy bien, hagamos algo mejor, coman algo decente ahora y al salir si siguen con hambre iremos por unas papas fritas.

—¿Cuál es el truco? —Dylan se molestó.

—Ninguno, corazón, solo quiero que se alimenten como se debe.

Hicimos el pedido y tuvimos que esperar entonces para matar el tiempo nos colocamos a conversar de nuestra vida.

—¿En qué trabajas? —fue lo primero que nos causó curiosidad.

—Soy enfermero —sentí que no podía respirar.

—¿Pasa algo? Noah —me mordí la lengua—, ¿Les tienes miedo? No hay nada de que temer, ¿eh?

Acomodó su reloj.

—¿Y ustedes? —bromeó, pero no se esperó que en realidad tuviéramos un trabajo.

—Cuido a perros.

—Y yo hago pizzas en un local.

—¿Que? —su sorpresa no pasó desapercibida y menos la molestia por ver que siendo tan pequeños ya nos encontrábamos en el mundo laboral—, ¿Los obligan?

—No, es que debemos pagar nuestros gastos...

—¡Cállate, Noah, no cuentes todo!

—¿Como es eso? ¿Con quién viven? —justo llegó la comida y fui el primero en probar un bocado.

Nos dejó que comiéramos tranquilos y no puedo explicar lo que sentí cuando esa exquisitez tocó mi paladar. No había probado una comida así en años, se me cristalizaron los ojos y dejé el tenedor de lado.

—¿Está mala? Podemos cambiarla —Damián se preocupó—. ¿Que tienes? ¿Te duele algo?

—Gracias, señor Damián —limpié rápidamente las lágrimas rebeldes que caían por mis mejillas—. Y-yo no sé cómo agradecerle.

—Tranquilo Noah, de nada. Con tenerlos con el estómago lleno y el corazón contento me basta.

—Conozco esa frase —por primera vez en el día vi sonreír a mi hermano—. Hum, gracias.

—No se les vaya a enfriar.

Muy feliz terminé el plato y no me demoré ni cinco minutos. Realmente estaba delicioso.

—¿Quieres más?

—¡Si!

—Ya basta Noah, es muchísimo y tenemos que pagarle su café.

—No tienen que pagarme nada, ya lo saben. Y calma, Dylan, tú y tu hermano pueden comer hasta que se cansen. Hoy yo invito.

Nos repetimos bastante, hasta que tuve que salir rodando por la puerta de ese lugar.

Damián

Debía ganarme la confianza de los niños para poder entablar una conversación con ellos. Nunca pensé que me pasaría esto, que no se mal entienda, ayudar a la gente siempre ha sido mi vocación y me sale sinceramente sin embargo Dylan y Noah me hacen tener un instinto que antes no tenía, el de la protección.

—Un momento, tengo que atender una llamada —les comuniqué cuando ya estábamos en la calle.

—¿Bueno? —me acerqué el celular a la oreja—, ¿Samantha?

—¿Vendrás o no? Te estamos esperando.

—Si, claro que iré, tuve unos pequeños inconvenientes, es todo.

—Mamá me dijo que te recordara llevar tu traje a la tintorería y que iban a hablar en casa porque aún no has llegado.

—Si, si, luego hablamos.

—¡Damián! —finalicé la llamada.

Los chicos se quedaron conversando entre ellos y creo que no los puedo retener más, el mayor desconfía y es obvio, yo también lo haría si de un desconocido se trata.

—¿Me quieren acompañar a la tintorería? Si no tienen muchos planes.

—Si podemos —Noah me dedicó una sonrisa.

—¿Qué dices tú, Dylan? —quise tomar su opinión.

—Tenemos tiempo, digo, mientras nos dejes en una plaza.

Me causó intriga sin embargo no los presioné por una respuesta.

Fuimos directamente a donde les dije y le pedí a la señora si podía lograr quitar esas manchas, si lo hace le dejaré propina, es que debe estar impecable o mi familia me deshereda. Me causa tristeza que los chicos no tengan a nadie, me encantaría decirles que aquí estoy yo por cualquier cosa aunque sé que me mandarían a la punta del bendito cerro si pudieran por obvias razones.

Los llevé a una plaza como me dijeron cuando se hizo más tarde pero antes pasé por una farmacia y los dejé afuera. Compré lo necesario para curar sus heridas en las rodillas.

—Bien muchachos, fue un gusto pasar el día con ustedes —al menor le tembló el labio y Dylan solo bajó la mirada—, sé que seguirán su camino, pero antes... ¿Creen que podrían confiar un poquito en este gran enfermero?

—¿Por...?

—Tengo que curar los raspones —ambos miraron al mismo tiempo sus rodillas y me causó ternura—. Será rápido, menos de dos minutos.

—No, gracias.

—Siéntense, vamos que un poco de alivio no le hace mal a nadie —agité la bolsita de la farmacia y obedecieron.

¿No tendrán un pantalón más largo para la noche? Hace un frio terrible y no puedo descifrar cual es su plan ahora. Me agaché y saqué un poco de suero para luego dejarlo caer en sus heridas, Noah se removió un poco al sentir la gasa limpiando a toquecitos a diferencia de Dylan quien cerró sus ojos.

—Bien campeones, ¿En qué lugar dormirán? —lo siento me ganó la intriga.

—Acá —Dylan sacó de su mochila una manta y la dejó en el césped.

—Olvídenlo chicos, no los dejaré aquí, menos con este frío, ¿quieren tener hipotermia? —los regañé con la mano en la cintura—. Si no tienen donde ir puedo llevarlos conmigo a mi casa, bueno técnicamente de mi madre, se entiende.

—Es mucha molestia —tembló Dylan pero no de miedo, de eso estoy seguro.

—¿Te duele algo? —traté de ser lo más sutil posible—. Puedes decírmelo...

—Tiene fiebre —lo delató su hermano menor.

—¡Que fastidioso eres, Noah!

—No peleen, nadie aquí está para discutir, ¿puedo? —me referí a tocar su frente y asintió—. Si me lo permites bajaremos eso con paños tibios, ¿Quieres eso, Dylan?

Dylan

¿Debía preguntármelo tan cariñoso y por qué quiero decirle que sí? Por primera vez alguien quiere cuidarme, no encerrarme en un sótano, menos ignorarme. Podría dejar sentirme querido, realmente tengo esa decisión y es tan agobiante no saber que hacer.

—No Damián, quiero quedarme así.

—Pues lo siento mucho, chico. Ni loco te dejaría con una alta temperatura, me lo agradecerás cuando no alucines...

—¿Qué? ¿Alucinaré?

—Uy si y mucho —exageró.

¿Está metiéndome miedo para que acepte su propuesta? No sé qué pensar, no quiero alucinar. Así no podré cuidar a Noah ni a mí mismo.

—¿Qué tengo que hacer?

—Dejar que este enfermero de aquí se encargue —uy si, se cree el mejor y espero que lo sea porque me siento muy mal.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top