Una vieja historia
―Te he echado de menos este mes, pero quiero que sepas que entiendo todo lo que hiciste, Eliha ―Me dijo Adamahy Kenneth, sentándose en las escaleras del porche en la noche del jueves al viernes.
Habían pasado tres días, y al día siguiente teníamos que volver a clase. Yo seguía mirando las estrellas en busca de una fugaz que no llegaba, y haciéndome preguntas a las que no podía dar respuesta. Pero pensar en ese momento era lo único que me hacía sentirme vivo.
La miré en silencio. Estaba preciosa, aunque mi mente no quisiese detenerse a admirarla, y durante las últimas semanas hubiera puesto todo mi empeño en no reparar en eso. Pero estaba seria, casi tanto como yo.
―Siento habérmelo montado tan mal ―asumí.
Negó con la cabeza.
―No hay nada que sentir ―añadió con rapidez―. Erais compañeros desde el principio, y ella todavía mantenía su identidad. No querías traicionarla. No querías vender su secreto. Y después recordaste tu vida, y todas las cosas que echas en falta de ella. Y tuviste la necesidad de recuperar la parte de ti que más necesitabas ―resumió―. No hay nada de que disculparse. En tu lugar, cualquiera de nosotros hubiera hecho lo mismo.
Agradecí su respuesta.
―Ella ―suspiré― ...no merecía morir ―dije al fin en voz alta―. Maldita sea Amarna, no lo merecía.
En ese momento Adamahy Kenneth se acercó y pasó su brazo por encima de mis hombros. Después se limitó a abrazarme, apoyando su cabeza en mi hombro derecho. Y su silencio me reconfortó por un instante, más que cualquier palabra que pudiera existir en el lenguaje humano.
Pero mi silencio le dio una amarga certeza.
―Ahora me alegro de que pasases ese tiempo con ella, y no con nosotros ―admitió.
― ¿No vas a echarme la bronca por abandonaros o algo así? ―pregunté. Era la primera vez que hablaba con ella desde la bronca que tuvimos en el bosque.
―Enfadarse con las personas no sirve para nada. Y menos ahora que lo sé todo ―suspiró―. He sido poco comprensiva.
No lo sabes todo. Y no puedes saberlo. Fue lo que pensé, y mi corazón se encogió. En realidad, no sabes nada. Y es lo correcto. Es lo correcto. O eso creo.
―Y yo un idiota.
Negó una vez más.
―Un idiota que se comportó como debía ―dijo.
― ¿Qué quieres decir?
―Me sentí algo molesta estas semanas, salta a la vista ―admitió, algo avergonzada―. Sentí que me habías cambiado por ella, que nos habías cambiado a todos por ella. Pero ahora tengo una buena explicación. Ahora sé que, no solo no puedo culparte, porque en tu lugar yo hubiera hecho lo mismo, sino que lo necesitabas. Necesitabas volver a sentirte en casa, porque aquí todo es tan distinto que no siempre hemos sabido hacerte sentir en casa.
Sorprendentemente los dos estábamos a punto de llorar. Yo no sabía qué decir.
―Pase lo que pase por tu cabeza ahora mismo, Eliha ―dijo tras respirar profundo―. Nunca te arrepientas. Porque tenías razón cuando dijiste que vivir vale más la pena que cualquier otra cosa. Y te agradezco que nos lo hayas recordado. Ya sabes que en esta casa somos especialistas en sacrificar muchas cosas para conseguir metas y "desarrollar todo nuestro potencial". Pero no siempre es lo correcto, y me alegra haber visto la otra cara de la moneda.
Sin darnos cuenta seguíamos mirando hacia el cielo y se hizo un pequeño silencio.
―Estoy muy orgullosa de que seas mi amigo ―concluyó, mirándome, ahora sí, y hasta las entrañas desde aquellos ojos azules―. Porque, aunque no siempre entienda las cosas que haces, eres una de las personas más maravillosas que he conocido.
―Créeme, no lo soy.
―Eres bueno, Eliha ―afirmó, encogiéndose de hombros―. En la vida hay gente estúpida. Gente mala, ignorante, pedante, inteligente, demasiado inteligente, gente simpática, gente que dice que no juzga, pero si que te juzga... ―enumeró―. La mayoría de las personas que te conocen dirá que eres valiente, y es cierto ―asumió―. Pero ellos solo rascan la superficie.
Se volvió a hacer el silencio. Esta ve solo nos miramos. Como las luces de dos estrellas enfrentadas en el vacío del espacio. Separadas años luz la una de la otra, pero unidas en un mismo camino.
―Yo te conozco de verdad. Yo sé que eres valiente, sí, quizás la persona más valiente que he conocido ―suspiró mirando al firmamento por un instante, como si esperase encontrar respuestas más allá de las estrellas―. Y también sé que eres testarudo, obcecado, desorganizado, despistado y demasiado impulsivo... ―sonrió discretamente―. Pero pese a todo sigues siendo la persona más genial, verdadera e íntegra que he conocido. Y espero poder aprender muchas cosas de ti.
―Solo soy un maldito slader, Amy ―dije, incómodo―. Procuro hacer lo que se espera de mí, pero tiendo a cagarla con frecuencia ―admití.
―Los sladers sois en gran parte humanos ―aventuró― ¿No es así?
Asentí. Compartíamos muchas cosas con los humanos, porque de lo contrario nunca estaríamos en condiciones de comprenderlos.
―Siendo que los humanos somos los grandes mete patas del universo ―continuó―, no veo extraño que podáis equivocaros. Lo que no sé es cómo llegamos a diferenciarnos las dos especies, quiero decir, a veces me cuesta creer que no seas humano.
―Todo comenzó hace millones de millones de años. Mucho tiempo antes de que la vida humana evolucionase en esta dimensión ―expliqué―. Hay una vieja historia que lo explica todo. Era mi favorita cuando era niño. Agnuk, Onan y yo aguardábamos cada día el momento en que se encendían las hogueras en la periferia y la gente contaba viejas historias. Llegamos a sabérnosla de memoria.
― ¿Cómo un cuento infantil?
Negué.
― Es la historia base de todas nuestras creencias ―aclaré―. Es verdad que nadie ha encontrado jamás el Hogar de los Inmortales. Y si alguna vez alguien lo encontró no vivió para contarlo o guardó muy bien su secreto ―suspiré―. Pero creemos que está en alguna parte.
Sonrió.
― ¿El hogar de los inmortales? ―preguntó con curisidad― ¿Se llama así la historia?
―Es el título que se le da con frecuencia.
― ¿Crees que podrías contármela?
Vacilé por un instante. Pero después asentí con convicción.
―Palabra por palabra.
Y empecé a narrar, escuchando dentro de mí la voz de mi padre, y sus palabras resonando en mis oídos. Solo tenía que repetir todo aquello que desde pequeño conocía de memoria. Tal y como siempre será contada.
<<En algún tiempo remoto, allí donde la memoria de los hombres no se remonta, los dioses todavía recuerdan que el mundo no existía.
La oscuridad regía el universo, y solo la luz de las estrellas osaba adentrarse en sus dominios. Todos los seres vivían en un solo universo, y la dimensionalidad aún no existía. Los planetas giraban en sus órbitas, ajenos a lo que todavía estaba por llegar, y la existencia era muy diferente a todo cuanto conocemos.
En las tinieblas se libraba una guerra perpetua.
En la Era de los Demonios, los Siete Señores Ajawa vagaban libres bajo el cielo con sus ejércitos y sus huestes de criaturas dispuestas a someter a las demás razas en una eterna cacería. La sangre de unos y otros los alimentaba, pero jamás su sed sería saciada. Y eran muy pocos los seres capaces de escapar a su dominio.
Pero en medio de aquella cacería prolongada por miles de años, y según cuenta la leyenda, Radnok, el más anciano de los druidas, ya preparado para su propio fin, recibió la llamada de Ella y emprendió un viaje hacia la que se convertiría en su última aventura. Obrando en representación de los pocos ántropos que aún conservaban su libertad y vivían, ocultos y unidos en algún confín de ese Infierno. Allí donde ningún ser que no hubiera sido invitado podía llegar y las aguas del océano desembocaban en la gruta de una montaña. Allí todavía se encuentran las Puertas del Infinito.
Hacia el Hogar de los Inmortales.
Bajo la forma del murciélago, burlando a las huestes de los demonios, desdibujándose en la penumbra de la noche, y más allá de todo confín conocido de ese primitivo mundo. Tras un arduo y tortuoso viaje Radnok las historias cuentan que Radnok encontró el Hogar de los inmortales, en donde algo fue capaz de iluminar en donde ver resultaba imposible.
Extenuado y al borde de sus posibilidades, en medio de un gran oasis en el desierto y cuando las huestes de Xouani amenazaban con atraparle, el agua le bebió. Y su cuerpo emergió en medio de unas grandes montañas, sin dar crédito a lo que vieron sus ojos.
Era la luz en el cielo. Algo que nunca había visto.
Subió las escaleras talladas entre el abrupto relieve de montaña, hasta atravesar un colosal arco de piedra.
Y sus ojos vieron cosas hermosas, que nunca creyó poder hallar en ningún confín del universo. Aquel no era el mundo que conocía, pero tal vez algún día el suyo llegara a parecerse a él. Tal vez algún día pudiera ver su propio mundo tal y como podía contemplar ese.
Sorprendido, al verse ante un inmenso lago cuyas aguas, como un espejo, reflejaban la luz del cielo, empleó su magia para cruzar el lago. Tan profundo y tan grande que nunca hubiera podido atravesarlo sin ser él quien era. Caminó sobre las aguas durante horas, hasta que sus pies alcanzaron la otra orilla, y se adentraron en la tierra.
Allí se erguía un inmenso palacio precedido de una escalinata. Y subió, todavía impresionado por tanta belleza.
Era un gran templo excavado en la roca, e iluminado por antorchas, y su instinto le condujo a través de estancias y corredores hacia una enorme escalera que le llevó a la cima del mundo. En donde una gran hoguera ardía en una gruta.
Allí aguardaba Ella.
―Alfinalguien avenir sehaatrevido ―su voz silbante rasgó el silencio.
Entonces Ella le invitó a sentarse junto al fuego, y Rodnak la observó sin dar crédito a lo que veía. Parecía tener la forma de los hombres, pero no era igual que él. Era aterrador haber sido llamado a su presencia, pero era una hermosa criatura.
― ¿Eres la muerte? ―preguntó Radnok.
Aquella criatura dejó escapar de sus labios una risa.
―Enlaoscuridad habéisvivido tantotiempoque nisiquierarecordáisya cuál eslaformadeuna mujer ―sonrió―. Sí,Rodnak. Hijodelastinieblas. Yosoylaguardiana, soyelprincipioyelfinaldetodo, elpajaronegro, elhedordelpasodelosmilenios... yosoyElla. Yosoylamuerte.
El silencio se hizo mientras Radnok quedaba petrificado ante esos genuinos ojos, y aquel olor. Era el olor del paso de los milenios. Nauseabundo y aterrador.
―SíguemeRadnok, hacemileniosquete esperábamos.
Y así se hizo.
La muerte llamó a los Inmortales, y allí se reunieron. Saliendo de la gruta para avanzar en lo más alto del palacio. Bajo las estrellas que brillaban al mismo tiempo que la luz que el cielo había emanado desde la llegada de Radnok languidecía por momentos.
―Y al fin llegó el tan ansiado día en que la luz podrá hacerse en el universo. El mundo un grandioso escenario para los vivos ha de ser, Radnok. Y allí vuestra existencia transcurrir. La Era de los demonios ha de llegar a su fin, y los designios de los Inmortales acatarse bajo el cielo.
―Haré lo que sea para que las razas ántropas puedan dejar de vivir huyendo del miedo. Para que dejen de ser masacradas por los demonios ―convino Radnok.
―Todos lo mismo ansiamos, amigo ―sonrió Hos, el guardían de la luz y el fuego―. Y nosotros el regalo más preciado vamos a haceros, para que así sea. Sígueme, anciano druida.
Se alejaron unos pasos, llegando al borde del palacio, desde donde se podía contemplar aquel inquietante universo vedado a los hombres.
―Un nuevo mundo vamos a crear ―anunció Hos, quien hizo aparecer un arco y unas flechas―. El mundo en el que los demonios serán derrotados y confinados en los siete infiernos. Y en el que las razas ántropas estáis destinadas a vivir.
En lo alto miraron al firmamento, y mostró a Radnok cómo disparar aquel arco.
― ¿Qué deseas que haga con él? ―preguntó el anciano druida.
―Quiero que al firmamento apuntes. Este arco puede llegar tan lejos como un alma desee.
Hos prendió la punta de la flecha, que ardió iluminando todo a su alrededor.
―Las estrellas a su rey esperan. Y tú habrás de ser quien lo escoja. Atraviesa la estrella que con más intensidad brille, y dispara con firmeza y coraje. Ellas aguardan desde el inicio de los tiempos. Y solo vosotros podéis escoger a su rey. Solo un ser que custodia en su interior un alma será capaz de darle nombre. Los inmortales somos tal, porque nunca la tuvimos.
Radnok obedeció. Conocía bien las estrellas. Eran lo único que había podido mirar durante toda su vida.
Escogió a Al-Ahakamassi que en lengua druida significa "La estrella que brillará por encima de todas", y disparó con decisión.
Al-Ahakamassi se convirtió en Rey de las estrellas, y se creó el sol. Éste iluminó por primera vez cada uno de los confines del universo, permitiendo a todos los hombres y mujeres de las seis razas ver todo cuanto había a su alrededor, y desorientando a los demonios.
Y Radnok lloró de felicidad porque al fin sus ojos pudieron admirar lo hermoso que era el universo.
Después le alcanzó Kaleb, el guardián del hielo, quien tendió a Radnok otra flecha que, como la anterior, solo podía ser disparada por alguien con alma. Kaleb prendió su punta con un fuego de distinta tonalidad. Una lumbre que no calentaba: el fuego azul.
―Ahora has de mirar al otro confín del firmamento, y la estrella que menos brille en él escoger, para lanzarle esta flecha. Esta estrella en la reina del firmamento se convertirá. Y será llamada Luna ―explicó―. El sol no permanecerá en el firmamento siempre, y cuando no esté la oscuridad volverá a hacerse, pero ella siempre iluminará la noche cuando el sol se esconda para mostraros el camino entre las tinieblas. Ahora dispara Radnok.
Radnok obedeció. Escogió a Al-Hassal "La más tenue del firmamento", y disparó, tal y como se le había indicado.
Y así nació la luna. Y el firmamento tuvo un rey, y una reina.
Fue Gea, guardiana de la tierra y todo lo que habita sobre ella, quien vertió un extraño polvo sobre la punta de la tercera flecha, y se la tendió a Radnok para que disparase una vez más.
―Ahora, Radnok, el gran druida ―anunció―. Quiero que mires sobre tú cabeza, y dispares esta tercera flecha hacia lo más alto, a la estrella que tú más hayas amado. Ella la dimensionalidad creará, y el espacio, y el tiempo. Y en algún lugar un hogar proporcionará para cada una de las 7 razas antropomorfas, y portales para comunicar cualquier dimensión que en ella exista.
―Pero solo hay 6 razas antropomorfas, no 7 ―corrigió Radnok confuso.
―Las habrá ―aclaró Gea―. Ahora solo dispara.
El druida, una vez más, obedeció. Y la dimensionalidad fue creada con todo lo que de ella se derivaría.
―Porúltimo, Radnok ―dijo aquella voz silbante acercándose. Era Hassal, la Muerte, quien se aproximó estremeciéndole con su perfume―. Dametuantebrazo.
Radnok le entregó su brazo sin vacilar. Observando aquellos ojos vacíos.
Y Hassal, con su vieja espada, Sagghazt, que contenía íntegra el alma que un día tuvo, hizo un corte limpio en el antebrazo del druida, con la forma de una flecha. Impregnó en su sangre la punta de una cuarta flecha, y después cerró la herida con su aliento.
―Comoyasabes, loshumanos, lasextaraza, carecedetodamagia conlaque defendersedelospeligrosque todavíaacechanenelmundoquehemoscreado ―aclaró―. Ysinosonprotegidos, pordesaparecer terminarán ―culminó.
Radnok asintió.
―Peroesonopuede pasar ―continuó Ella―. Paraque elmundoexista todaslasrazas bajolafigura deloshombres hande pervivir. Poresocrearemos unarazamás, lossladers, quehastaelfindelostiempos aloshumanosprotegerán, yaladimensionalidadlibrarán detod enemigoquelapongaenpeligro. Paraque laarmoníadeuniverso porsiempreperdure. Así, Radnok, disparalaflecha unaúltimavez hacialoalto. Yconlosojos cerrados ―explicó―. Laestrellaalaqueatraviesesdelcielocaerá, yenel primerodelossladersseconvertirá. Yomipropiaespadaledaré ytresalmasasítendrá. Todossushijos, yloshijosdesushijos, comoél, seránsladers. Y cadaniñooniñaalumbradocuando elReyylaReinadelfirmamentosealineenenloscielos. Ensladersseconvertirántambién. Peroél, elprimero, serámuchomás queelprimerodesuraza.
Radnok obedeció por última vez y, con los ojos cerrados, atravesó a la estrella llamada Nasser, en lengua de los Druidas "La que primero brilló en el firmamento".
Y la estrella calló, convirtiéndose en el primero de los cazadores, y el primero de los Náhares, al que la muerte su espada Saghazt entregó y cuya raza eternamente por los humanos habría de velar.
―Esto lo último es que te vamos a pedir ―culminó Akrahassal, espíritu del mar y del aire, portador de almas y guardián del amor―. A los líderes de cada una de las razas antropas has de reunir, y aquí traer. Porque esta historia deberán conocer y perpetuar, erigiendo Oráculos en los que la magia ancestral con nuestros designios se comunique, y respetando siempre nuestra voluntad mientras existan sobre esta tierra.
Y Radnok cumplió su palabra.
Al oráculo regresó el viejo druida, acompañado por; Hassan el Sombra, jinete de Los sombra; Azarar el hada, vestal de las hadas; Malkum el elfo, caudillo de los elficos; Ikktravé la bruja, emperatriz de los mágicos y Garam el Hombre, rey de los humanos. Allí se reunieron con Nasser, el primer cazador, y el primero de los Náhares, quien fue criado por la muerte en el Hogar de los Inmortales.
Entre todos recordaron los acontecimientos y juraron proteger las grandes verdades del universo, para después encomendarse a batallar en La Guerra de los Tiempos, desterrar a los demonios, y expandir su dominio en el universo para poder vivir sin tener que volver a esconderse, y terminar escribiendo su propia Historia.
La vieja Guerra del Tiempo se ganó. Y Nasser gobernó todo bajo el cielo hasta su muerte, a la que le siguió una república cuyo canciller coordinaría todos los sistemas de gobierno de las diferentes dimensiones que existieran desde ese momento.
Y se levantaron templos en Honor de los Antiguos Dioses, en honor de los Inmortales, y en Honor a los Espíritus que poblaron el mundo. Se erigió el Palacio Fortificado del Jardín Feliz, el gran Oráculo del universo, y pequeños oráculos en cada una de las dimensiones bajo el cielo. Y a su cuidado quedaron las Vestales. En toda dimensión en donde la vida perdurase, allí se cumplirían los designios de los Inmortales.
Pero el discurso de la muerte no acabó. Aún guardaba una advertencia y reunió a los supervivientes tras la Guerra.
―NasseryGaram, conscienteshabréisdeserdeque sladersyhumanoshandehabitarsiempre lasdimensionesqueen espacioytiempo paralelasexistan. Deningunaotraformaloshumanos podránsobrevivir, nilossladerssulaborcumplir. Yenel momentoenque una soladelasgrandesrazasdesaparezca parasiempredeluniverso, laspuertasdelinfiernoseabrirán paradestruirnosatodos. Ylaoscuridad seadueñaráunavezmás detodobajoelcielo.
El silencio lo inundó todo, para ser rasgado con una última pregunta.
― ¿Y los náhares? ―preguntó el propio Nasser, después de ganada la Guerra. Ya como canciller de la dimensionalidad.
La muerte lo observó con detenimiento, y después habló. Sabía que sería la última oportunidad para responder a esa pregunta.
―Los náharesmishijossois, Nasser ―confesó―. Ysoloalmundoosenviaré cuandoungranmalamenaceelequilibrio. Habréisdeguiaralossladersyalasdemásrazas atravésdelasendaqueguardanlastinieblas. Másalládeloqueahoracustodian laspuertasdeloSieteInfiernos, quesiempreamenazaránconabrirseydesatarelcaos. Paraqueconvuestraayudaseandenuevoselladas, y elmalquedeellasescape, erradicado.
Todos la observaron con atención.
― ¿Y mis hijos?, ¿Ellos no serán Náhares?
Aquel enigmático rostro negó.
―Cuandotutiemposehayaido, Nasser, yelmundonecesite unavezmás lallegadadeunnáhar yolosabré. Arrojaréalfirmamentomiespada, ahoratuya, unavezmás. Yencendraréaminuevohijo. Criadoyprotegido porquienesyodesigne comosuspadres. Bendecidoconinigualablesdones. Ylossladersleseguirán, comoati, allíadondevaya. Encadalucha que el oráculo vaticine. Asíseaescrito. Yquemivolutandsecumplabajoelcielo.
Todos los ántropos juraron lealtad a los Inmortales sobre el nuevo mundo que construyeron. Y el firmamento tuvo un rey, que cada amanecer regresa para iluminar a los hombres y acabar con la oscuridad. Y una reina que nos vela en las noches, resguardándonos de los peligros que esconden las tinieblas. Por los siglos de los siglos y hasta que, algún día, sus luces se consuman.
Y entonces, pero solo entonces, cuando la oscuridad vuelva a hacerse en el cielo, y las estrellas necesiten que un nuevo rey su lugar ocupe. Los druidas regresarán a la guarida de los inmortales para darle al firmamento un nuevo rey, y una nueva reina. Un nuevo sol, y una luna nueva. Y así se hará. Desde los confines del tiempo, y mientras que la eternidad eterna sigua siendo.>>
Ambos quedamos en silencio durante unos instantes, contemplando el firmamento, en el que casi podía adivinar sus pensamientos.
Estaba seguro de que en ese instante Adamahy Kenneth se imaginaba a Radnok disparando a las estrellas, como había hecho yo cada noche de niño mientras miraba por la ventana, como hechizado. Mientras me preguntaba si existiría en ese momento algún náhar en el universo, a cuya lucha algún día me uniría.
―Es una hermosa historia ―concluyó Adamahy Kenneth, impresionada―. Y más hermosa si la escuchas mirando el firmamento ―sonrió―. ¿Es una de las historias de la mitología de Aztlán, entonces?
―La historia base de todas las creencias de las razas mágicas en la dimensionalidad ―suspiré―. Pero es mucho más que una historia. Es el pilar de nuestras creencias.
Se hizo un pequeño silencio, una vez más.
Después ella sonrió.
―No creo en nada más allá de esta vida, Eliha Dakks ―admitió con tristeza―. Pero sí creo en ti. Y si tú lo crees posible, quizás algún día yo también lo crea.
Se levantó. Me dio un beso en la mejilla y regresó a casa, dejándome en la oscuridad, y abandonado a mis pensamientos secretos.
En ese momento una gran fugaz surcó el firmamento. Y dos lágrimas humedecieron mi rostro.
Tenías razón, Anet, pensé, siempre la tuviste, y ahora lo sé.
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