Tu vida es una película de terror
Una hora y media después, seguíamos esperando a que las chicas bajasen dando gritos por las escaleras.
Ambas estaban muy guapas, pero mis ojos se perdieron directamente en ella.
Pese a todo lo que había pasado en el último mes, y aunque ahora ella tuviese novio, no había logrado apartar ese sentimiento ni un mísero instante. Las palabras de Han todavía resonaban en mi cabeza cada vez que pensaba en que ella sería la única, y que Amy ni siquiera lo sabía. Pero yo moriría. En algún momento. De un tiempo a esta parte. Y por eso seguía evitando pensar, y trataba de mantener mi mente lejos de ella. Aunque aquellas mariposas jamás secundaran mis intentos.
Sabía que en cuanto llegásemos al instituto sería cuestión de tiempo que James la llamara y ella se fuera a bailar con él, pasarían toda la noche juntos, y yo me quedaría ahí, con un sentimiento extraño vagando en mis entrañas que nada tenía que ver con mi paranoia paranormal. Aun con todo, me conformaba con vivir con ella, porque en el fondo la suerte era mía y no de aquel tarado. Así que la miré, de arriba abajo, y le dediqué una sonrisa sincera.
No era un hada, pero aun a riesgo de acabar con mi reputación, para mí en aquel momento habría pasado por la más hermosa de todas.
Seguramente James estaría a la altura, no como yo.
Mis pintas lejos quedaban de aquella mariposa de cristal en la que Adamahy Kenneth se había convertido por una noche. Y mi mente y mi deber todavía se alejaban más de aquel distópico y secreto sentimiento que nos unía, y al mismo tiempo nos alejaba.
Pero no quería seguir pensando.
Traté de distraerme con otra cosa, que era mi estrategia para esas situaciones. Me centré en agarrar mi katana fuerte a mi espalda, asegurándome que allí estaba y rogando a todos los espíritus del universo para que me ayudaran esa noche.
Apenas diez minutos después subíamos de nuevo al autobús, esta vez todos preparados, yo con mi catana colgada al hombro. Todos siguieron haciendo bromas. Pero allá cada cual con qué bromea. Yo trabajo la noche de Sahaim y eso no es ninguna broma.
Para cuando nos adentramos en el instituto, la gente llegaba en hordas, y era difícil estimar la cantidad de personas que había dentro.
Un aluvión de alumnos de último curso cruzaba las puertas. Como dentro no servían alcohol todos venían borrachos ya. Lo ratificaban sus cánticos ensordecedores ―eso en lo que los humanos no sois tan distintos de nosotros―.
Nosotros también habíamos comprado algo de alcohol, no creáis. Nos habíamos bajado antes del autobús para poder beberlo por el camino. Pero vamos, mal que me pese, en cantidades muy escasas y solo cerveza. No había punto de comparación con la mierda que llevaban los de último año, ni con la que habría llevado yo si Agnuk o Anet hubieran estado vivos para recordarme cómo nos las gastábamos allí de dónde veníamos.
El alcohol me había ayudado a relajarme, aunque solo había bebido una lata y media de cerveza, y a la fuerza porque todos querían que me callara y dejara de aguarles la fiesta viendo, lo que ellos llamaban: "señales paranormales". Lo que yo llamo Sahaim. En realidad, aparte de ocupado en aguarles la fiesta, estaba triste. Porque me ponía triste beber sin beber. Hacer las cosas a medias me recordaba que había perdido muchas cosas que amaba, entre ellas la posibilidad de vivir deprisa, más aún cuando seguía sintiendo que el reloj corría más deprisa de lo que querría. Y por eso arrastraba los pies mientras nos acercábamos a las puertas del edificio.
Sin remedio, me vi arrastrado a aquella fiesta así que, al menos, hasta que se armase, trataría de sobrellevar como una experiencia. Procuraría apartar la tristeza y dejar que los demás se llevaran algún buen recuerdo de esa noche.
Cuando entramos a aquel edificio ecléctico con todo su encanto desplegado nos encontramos con una decoración bastante lograda. Toda clase de adornos enfatizaban el aire neo-medieval que el edificio tenía. Calabazas colgaban del techo, grandes mesas engalanaban en el patio central donde había un escenario en que se ponía música que resonaba por todo el edificio, es decir, por las ocho o nueve plantas que llevaban a la azotea. Un despliegue de armaduras viejas se extendía por cada piso. Las luces estaban apagadas, solo encendidas algunas velas en viejos candelabros y arañas que nos habían prestado para la ocasión. Hordas de murciélagos disecados y telas de araña colgaban de todas las esquinas. Y un ejército de chicos y chicas de entre catorce y dieciocho años bailaba y corría por los pasillos en los que resonaba la música. Cada una de las clases se había adornado de forma temática, con decoración sobre alguna película de miedo, y en ellas se escuchaba música terrorífica que contribuía a generar un ambiente también de película. Los profesores, igual que nosotros, iban disfrazados. La visión global era la de una casa del terror gigantesca. O eso dijeron mis compañeros. Yo desconocía lo que era una casa del terror y que los humanos pagasen por que les asustaran en una.
En cuanto entramos el disfraz claro de Adamahy Kenneth destacó por encima de toda aquella oscuridad. Destacó tanto que ella parecía brillar entre las tinieblas. El interior de aquella chica guardaba luz suficiente para iluminar el final del mundo.
Amy no tenía especial interés en las películas de miedo, es más, no le gustaban, y por eso no las veía, porque como el nombre indica, le daban miedo.
En cuanto entramos, y como James no estaba ahí ―y, seguramente, no llegaría hasta pasada la media noche, como muchos de último curso―, se agarró a mí brazo y me dijo al oído unas palabras que me hicieron sonreír.
Aquel contacto me estremeció. Y odié que así lo hiciese. Evidenciaba que nunca que no podía seguir siendo su amigo, y que me moría de miedo por el mero hecho de saberlo.
―Por lo que más quieras, Dakks ―suplicó―. No se te ocurra soltarme porque yo por aquí sola ―Me miró, abriendo mucho los ojos y negando con la cabeza― ...como que no.
Fue inevitable reírme.
― ¿Por eso nunca ves películas de miedo?
Sonrió.
―Exactamente por eso.
―A mí tampoco me gustan ―admití, aunque mis razones distaban una eternidad de la suya.
―Porque tu vida ya es una película de terror.
La observé, gratamente sorprendido por su espontaneidad.
―Eso me temo ―concluí.
Nos habíamos parado en medio del vestíbulo de entrada, y decidíamos a donde ir. Al margen de que pueden existir pocas cosas más aterradoras que la imagen de entrar en un instituto de noche, aquel lugar se había transformado por completo. Tampoco sabía cómo podían ser aquellas casas del terror de las que mis compañeros hablaban, pero estoy seguro de que aquello tenía mucho en común con su imagen mental de una mansión del horror.
― ¿Qué os parece si vamos a dar una vuelta a ver cómo han decorado las clases y qué ambientación le han dado a la nuestra? ―propuso Miriam, bastante contenta.
Hubo un asentimiento general, aunque Adamahy Kenneth no parecía especialmente contenta con la decisión.
― ¡Genial! ―vitoreó por lo bajo mientras avanzábamos hacia las escaleras―. Perder mi tiempo en ver una recreación de cada una de las películas de terror que me han contado, pero que nunca he visto, y que haré lo imposible para no ver... ―farfulló desde aquel inevitable sarcasmo que no se esforzó en disimular― Suena a planazo.
Noko la escuchó.
―Si no quieres entrar quédate fuera con Eliha que supongo que tampoco querrá, no vaya a ser que algo cobre vida e intente matarnos a todos ―Se burló, picándome.
Yo no respondí. Solo mantuve mi pose de este sitio no me gusta una mierda y husmeé por los pasillos mientras avanzábamos, a medio camino entre el descontento y la resignación. Los efectos del escaso alcohol que había ingerido no durarían por más tiempo, y ya quería largarme de allí. Pero iba a ser una noche muy larga.
A la enésima broma de Noko sí que respondí. Para entonces ya estábamos llegando al primer piso.
―Como se trate de socorreros esta noche y te pongas borde a lo mejor dejo que te maten ―escupí, dirigiendo a mi colega la mejor de mis medias y enigmáticas sonrisas.
Obvió mi comentario y rompió a reír mientras nos encaminábamos hacia el túnel del terror que eran las entrañas del instituto esa noche.
Hicimos el tour por todas las aulas. Vimos "El hombre lobo", "Nosferatu", "Drácula", "El resplandor", "La matanza de Texas", "Aníbal Lester", "Los otros", y una larga lista más. Para cuando llegamos a nuestra aula, en el tercer piso, descubrimos que estaba acondicionada con el tema "La noche de los muertos vivientes".
En la puerta, Adamahy Kenneth rompió a reír, resignada. No había entrado a ninguna de las aulas, en todo momento se había mantenido ojeando los pasillos y saludando a la gente que pasaba. Compañeros, incluso gente que había conocido del curso de Joel.
―Ya solo el título suena mal ―comentó―. ¡Sed felices!, ¡Yo aquí me quedo! ―anunció al tiempo que se sentaba elegantemente en el banco del pasillo.
Yo me senté a su lado y tampoco entré. Esas mierdas "acojona-humanos" no eran lo mío.
― ¿Te dio miedo la peli? ―Se burló, sorprendida de que me quedase con ella.
―Dejémoslo en que es mejor no jugar con los zombies.
Me miró, sin dar crédito.
― ¿Existen de verdad?
Sonreí, observando distraídamente el pasillo y moviendo los pies inquieto.
―Existieron ―admití―. Se cuenta que eran las huestes de uno de los Señores Ajawa, el Señor de las Plagas. Y hubo un tiempo en que supusieron un gran problema para la dimensionalidad. Se llegó incluso a sellar portales dimensionales para evitar la expansión del virus. Pero, por fortuna, fue erradicado y ya no existen. Además, al poco tiempo de que eso sucediera, se encontró una cura contra el virus, y cuando hay algún brote se sofoca muy rápido. No suele dejar un gran rastro de muerte.
―Menos mal, yo tuve una amiga que se leyó un libro que se llamaba Zombie, Guía de Supervivencia.
―Cualquier cosa sobre zombies escrita por humanos está repleta de gilipolleces ―atajé.
Sonrió y asintió.
―Inexacta gilipollez humana y lo que quieras. Pero yo pasé tanto miedo que estuve sin dormir un mes y a veces aun miro debajo de la cama antes de irme a dormir ―admitió, riéndose mientras tapaba su cara.
Yo también me reí, mirándola desconcertado, con aquella cara de: ¿Es en serio?
―A ver, ese libro dice algunas verdades ―aclaré―. Pero no menciona que son muy rápidos. Que no se les pudre la carne, que les crecen varias hileras de dientes retráctiles desde las encías que deforman su cara, y que los usan para desagarrar la carne, o que sus ojos no parpadean. Tampoco precisa bien el tiempo en el que tardas en convertirte, que pueden ser entre siete y diez días desde el momento en que te infectaste hasta que la enfermedad te consume. Y lo más importante...
―No sé si esta conversación me está ayudando, Dakks ―Me reprendió.
― ¡No menciona que existe una cura! ―Me quejé indignado, ella me observó sorprendida, aunque bastante aliviada―. Así que, si alguna vez te muerde uno no temas. Aunque lo veo difícil puesto que todas las dimensiones en que el virus existe están selladas ―Me reí―. Y, por si cabía alguna duda, un zombie nunca se metería debajo de tu cama. No es tan diplomático. Y tampoco saben abrir puertas, ni ventanas.
Después de todo rompió a reír.
―Es alucinante, ¿Sabes?
― ¿El qué de todo? ―pregunté, confuso.
―Hace un tiempo nos dijiste que no eras más que una jodida máquina de matar... ―suspiró―. Pero a la hora de la verdad eres el antagonista de lo que envuelve a esa definición ―explicó, sonriéndome de una forma especial, distinta a todo lo que había conocido antes y que conectaba con la parte que mi corazón quería escuchar y negar al mismo tiempo―. Creo que, digan lo que digan muchos, somos afortunados de tenerte ―concluyó.
Me sorprendió escuchar aquello de sus labios, y precisamente esa noche.
Nos quedamos mirándonos, más allá. Mucho más allá de lo que recuerdo. Nos miramos como si el tiempo nos perteneciera y en él se detuvieran nuestros corazones. Silenciados y acelerados en el mismo instante en el que la habría besado, y ella me hubiera besado.
Y entonces pasó.
Aquello que había temido desde hacía meses, o quizás antes, y que nada tenía que ver con la noche de Halloween, ni con los difuntos, ni con todo cuanto podía salir mal aquella noche. Algo que la visión que había tenido algunos meses atrás en el desván de la casa de los genios me había anunciado que en algún momento pasaría.
Yo había sabido desde entonces que estábamos conectados por los hilos del destino. Pero esa visión siempre tiene dos partes. Y cada una de ellas llega en el momento exacto en que uno de los dos tiene la confirmación de querer al otro.
Y la visión de aquel sueño retornó. Porque ella acababa de darse cuenta de lo que yo ya sabía. Y yo estaba a punto de entender mejor algo que ya creía saber.
Dos manos entrelazadas, una larga cabellera rubia, las estrellas y esos labios encendidos. Éramos ella y yo abrazados, durmiendo bajo las estrellas, bailando bajo las estrellas, bañándonos en el océano, corriendo, riéndonos...
Eran cosas que ninguno había vivido, pero que podían llegar ocurrir si la vida así lo quería.
Pero entonces la escuché gritar dentro de mi cabeza. El idilio se rompió y en mi mente se dibujó una visión muy diferente a la que nos había conectado entre aquel todo. Y la vi echar a correr, y llorar, ahogándose en un grito bajo una tempestad que se desataba en un paraje arrasado, abandonándose a una noche en la que no iba a encontrarme. Nos vi luchando juntos contra la sombra de un peligro que todavía no conocía. Como mis padres habían luchado tantas otras veces.
Y mi corazón se detuvo, porque ella era la chica.
Era la chica que durante mi niñez había gritado en mis pesadillas, aunque no pudiera verla. Pero era mucho más...
A los gritos y a su llanto les siguió una niña hermosa. Cantando alegre en el campo sobre un columpio. Riendo, tan lejos del futuro que empañaría su sonrisa. La niña que fue, en verdad, la causante de que al inicio de curso me estremeciese al ver su foto y a la que había sido incapaz de reconocer hasta ahora. La niña con la que soñaba cuando era un niño.
Pero por fin lo sabía.
Había soñado con ella durante toda mi vida. Solo que no lo recordaba.
Habían sido cientos de veces antes de ver aquella foto, pero años atrás, cuando no podía imaginar nada de lo que a mi vida le depararía el tiempo. En los viejos sueños inocentes en los que jugaba con una niña, de pequeño.
Y acababa de descubrir que Adamahy Kenneth no solo era la persona que el destino había escogido para mí.
Adamahy Kenneth siempre fue esa niña.
Y cuántas veces quise dormir para soñar con ella. Hasta que el paso del tiempo me arrebató la fe y olvidó aquellos sueños, cuando dejé de creer a mi padre, que cada noche aseguraba que algún día la encontraría.
Pero no lo había sabido hasta ese instante. Hasta el momento en que volví en mi sabiendo que nuestra sentencia se había dictado definitivamente.
Me perdí en aquellos ojos azules que, tal vez, algún día llorarían porque estaban destinados a perderme después de haberme amado.
Y mi corazón se encogió, y se volvió grande al mismo tiempo porque el destino había terminado de trazar sus hilos para que yo llegase hasta ella. Porque el amor es un cuento que nunca duerme. Una historia que siempre permanece. En tu memoria.
En ese momento, y todavía con mis ojos clavados en aquellos ojos azules, que me observaban asombrados porque de normal ningún humano sería capaz de tener una visión como esa. Desconcertada, porque esta vez era ella quien acababa de encontrar de bruces a sus sentimientos. Y me morí de miedo, y de emoción. Y de tristeza, y de alegría.
Nos observamos sin nada que decir. Invadidos por algo a lo que faltaban las palabras. Sintiendo el latir de nuestros corazones acompasándose en el tiempo, fuerte. Seguro. Y ella alargó su mano, sin apartar de mi esos húmedos ojos perdidos en los míos, y acarició mi mejilla mientras temblaba de pies a cabeza. Y sonrió. Y yo sonreí. Y ambos nos sentimos cerca, como si, de repente, todo el oxígeno de la atmósfera se viera reducido al aliento del otro.
Pero en ese momento un grito rasgó el silencio.
Esta vez en la realidad.
A ese grito le siguieron muchos otros, y la gente empezó a salir de las aulas presa del pánico. Corrían por los pasillos a tropel, pisándose, empujándose, con el terror dibujado en sus rostros.
¿Por qué cada vez que sé de qué hablo nadie me escucha? ¿Tendré un cartel en la frente que ponga; "soy subnormal no me escuches, postdata: si pretendes destruir el mundo destrúyeme a mí primero, gracias", o algo por el estilo?
Algún día responderé a estas preguntas, lo juro.
Pronto todos nos encontramos en el pasillo.
Noko me miró con el susto grabado en la cara.
― ¡ESTAN VIVOS, ELIHA!, ¡LOS ZOMBIS SE MUEVEN!
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