"Tú eres el Genio, Luca"

La profesora de latín también cargó contra Luca por llegar tarde, y ni siquiera lo dejó entrar a clase. Se pasó toda la hora en el pasillo, y con una mejilla que no se apagaba.

Para el segundo recreo, Sicilia había vuelto a su pose de: "Qué más da, yo soy feliz".

Se siguió diciendo que esa tarde saldría airoso de la entrevista, y que nada podía salir mal.

Pero las cosas no mejoraron ni siquiera en la hora de dibujo, en la que Sicilia fue incapaz de producir un solo boceto que le convenciese para el cuadro que pretendía pintar a la encáustica. Tiró más de cincuenta papeles a la basura. Y hasta la profesora, que lo adoraba no solo como alumno sino como artista, le preguntó que qué le pasaba. Por respuesta él solo se desesperó.

A la salida de clase, Sarín lo esperaba, y nos dio a los demás una nota para Alan. En ella se podía leer que Luca no iría a casa a la hora de comer, y que no regresaría hasta a media tarde.

― ¡Pásalo bien, Luca! ―Se burló Miriam mientras este se alejaba con la sargento tan pronto lo recogió en el pasillo y los demás nos dispusimos a bajar por las escaleras para ser libes hasta el día siguiente.

El volvió la cara y le sacó a ella la lengua. Después se limitó a seguir a Sarín como un condenado.

―Eres cruel ―Le dije a Miriam, torciendo la ceja izquierda mientras me reía.

―Lo sé ―correspondió a mi risa―. Otra cosa no, pero el castigo se lo merece, sea lo que sea.

Me encogí de hombros, dispuesto a soltar un bombazo.

―La idea fue suya, pero los demás también bailamos ―concluí, alejándome de ella y de Noko para sorprender a Amy por detrás mientras bajábamos las escaleras.

Tiré de su coleta, y eché a correr con ella chillándome detrás.

― ¡Verás cuando te agarre, Dakks! ―gritó a mi espalda― ¡Ni el ilusionismo te salvará de mi ira!

Me reí porque su voz no estaba hecha para chillar. Me giré y le saqué la lengua. Había encontrado a la persona perfecta a la que picar y, aunque no lograse quitarme de encima aquella inquietud que me acompañaba desde por la mañana, decidí disfrutar del día mientras pudiera.

Después de comer me marché a clase a los ministerios. Tenía mucha fuerza aquel día. Tocaba práctica de filtros, luego técnicas de ataque, y después historia dimensional. Después del entrenamiento y las clases todos los rastreadores nos fuimos a tomar algo a la cafetería de los ministerios. Un lugar bastante señorial con mesas compartimentadas cerca de las ventanas en una planta alta. Todos pidieron hidromiel y yo correspondí con las costumbres del lugar, dejándome caer, reventado, en uno de los sofás desde el que se veía buena parte de la ciudad. La vista del río Rojo era impresionante, serpenteando entre los edificios, con la boca de la estación de tren subterráneo a lo lejos.

Suspiré. Éramos seis personas. Anet, que conocía demasiados secretos porque era hija del Dignatario máximo de Mok. Su novio Han, que venía del Este y contaba con unos conocimientos extraordinarios en todo lo relacionado a la lucha ancestral. Dos hermanos, hijos de rastreadores, Marcuss y Benni, que se vanagloriaban de ser grandes luchadores pero no asociaban la estrategia a la lucha. Namibia, una semidémaca de la galaxia Andrómeda, de piel amarilla que brillaba bajo el sol, y cuya luz podía cegarlo todo a su alrededor. Y yo. Ese idiota del norte de pocas palabras, que todavía se sentía pequeño ante tanto lujo y abrumado por la estupidez humana. Y que extrañaba su hogar más que "un tonto un lápiz". Y, por qué no, un tonto que comenzaba a saber suficiente español como para considerarse bilingüe de verdad, y que adoraba las expresiones tan gráficas de aquella antigua lengua.

―¿Alguien she ha parrrado a pensharrr en que lasss matemáticasss fuerrran invhentadasss como un tipo de torrrturrra porr lasss civilisssassionesss humanasss másss anthiguasss? ―preguntó Namibia, mostrando gran curiosidad sobre el tema, y sin esforzarse por ocultar su inquietante acento drom.

Rompimos a reír.

―No lo veo descabellado ―concluí. Ambos brindamos y nos abandonamos a la hidromiel.

―¡Y los profesores están más locos que un mapache infectado por el virus zombie! ―Se quejó Anet, buscando mi apoyo.

Asentí. Levanté mi vaso y bebí. No le faltaba razón.

―No he visto nada igual bajo el cielo ―admití―. La directora sugirió el primer día que había humanos que mantenían relaciones sexuales con plantas. ¡Y muchos creen que el sexo es un pecado! ―declamé, histérico.

Todos asintieron, horrorizados. Parte de mí descansó gracias a darme cuenta de que no era el único al que todo aquello le parecía una locura.

―¿Y soy el único que cree que se quejan de todo? ―preguntó Han, manteniendo su rostro impasible, como era costumbre de los naturales del mar de Nubia.

Hubo un vitoreo general. Y todos bebimos de nuevo.

―De que tienen que estudiar ―apuntó Benni, apretando fuerte los puños sobre la mesa.

―De que tienen hermanos ―declamó su Marcuss.

―De que no tienen suerte, y cuando la tienen de que no era el momento adecuado para tenerla ―terminó Anet.

―Incluso de sus compañeros. Son incapaces de entender lo que es diferente. Su cerebro tiende a exterminar la diferencia ―analicé con cierta amargura― ¿Cómo es posible que nos acepten entonces?

―Esss una authenticaa locurrra, Dakksss ―terminó Namibia arqueando los dos bultos que tenía por cejas.

Asentí.

―Lo sé ―suspiré―. Me hubiera quedado a gusto en el Norte ―admití.

Todos me observaron, sorprendidos.

―¿No quieres convertirte en rastreador? ―preguntó Han, desconcertado.

Suspiré. Debía ser prudente pero no era nada que no les hubiera hecho saber ya a los funcionarios del ministerio el día de mi propuesta para las Juventudes.

―Nunca me ha gustado formar parte de nada, y me cuestiono demasiado las cosas, por lo que no sé si terminaré de encajar entre estos muros ―concluí con tristeza―. Pero era la única forma de salvar a mi familia.

Anet sonrió con tristeza.

―No es el lugar en donde acabamos lo que dice de quien somos, sino la razón que nos condujo hasta allí ―terminó, observándome con honestidad―. Debes estar orgulloso de quien eres, y del sacrificio que hiciste. Y jamás dudes de que el día de mañana, cuando mires atrás y puedas disfrutar de ellos, aunque sea de vez en cuando, sabrás que toda esta basura valió la pena.

Me sorprendieron sus palabras y mantuve su mirada. Inquietante. Pero sabia.

―Eso espero ―admití en un suspiro.

Bebí mi último trago de hidromiel y, después de despedirme de mis compañeros, me dispuse a marcharme de una vez por todas y enfrentar lo que me quedaba de día.

Pero no de cualquier día.

El día sesentaidos de mi aventura. Que marcaría un antes y un después en mi vida.

Después de salir por el portal, a las afueras de Sídney, agarré la vieja bici que teníamos en casa y que solía dejar aparcada debajo de aquel puente de la autopista. Y pedaleé por carretera durante media hora hasta llegar a Kurnell. El camino era bien diferente a la inversa. Cuando llegaba a Mok desde Kurnell tenía que atravesar el portal del puente, y adentrarme en uno de los distritos de la periferia hasta coger el raíl para llegar al distrito ministerial. Perdía algún tiempo con todo eso, pero solo eran 3 días a la semana, y no estaba mal hacer más ejercicio. Los demás tenían entendido que esos días me iba a Sídney a una especie de academia de ilusionismo en donde estaban los mejores profesores del mundo y expertos de renombre en la materia. Ahora, y visto desde la distancia, ignoro como siendo genios pudieron creer eso, pero supongo que para los humanos todo es posible.

Para cuando llegué a casa, deseando ducharme, las cosas estaban bastante ajetreadas, como siempre después de que todos volviésemos de nuestras actividades. Miriam asistía a varios talleres de cine, periodismo y escritura especializados; Noko metía horas en un convenio con la universidad que lo había aceptado para investigar una posible cura para los tumores cerebrales inoperables; Amy pasaba horas el conservatorio perfeccionando sus técnicas de composición y ejecución de diversos instrumentos; y Luca, se movía en los talleres que la facultad de Bellas Artes le cedía para crear, y recibía clases particulares de algunos de los artistas más prestigiosos de la ciudad.

Pero aquel día faltaba Luca. Era probable que siguiera confinado en el instituto cumpliendo el castigo. Y me enteré de que Alan había telefoneado a sus actividades vespertinas, para dar aviso de que ese día no asistiría porque le habían castigado.

―Hola Eliha ―saludó Amy con alegría al verme entrar por la puerta―. ¿Has armado mucho lío apareciendo tarántulas en tus clases? ―Se burló.

Sonreí.

―No ―respondí con amabilidad―. Hoy tenía un examen ―inventé.

― ¿Y qué tal ha ido la cosa?

―Genial, como siempre ―admití con sencillez.

―Y otro más que no tiene abuela ―saltó Miriam, que acababa de salir de la ducha y bajaba escaleras abajo con el albornoz y frotándose el pelo rizado con una toalla.

― ¿Prefieres que mienta? ―Me reí.

―Olvídalo ―Se rindió, riéndose. Después fue a la cocina, se puso un vaso de zumo, y volvió a subir escaleras arriba.

― ¿Sigue el día aciago por Sicilia? ―Le pregunté a Amy mientras esperaba en el salón a que Noko saliese del baño de chicos para poder subir las escaleras y ducharme.

―Ni idea, aún no ha vuelto del instituto.

En ese momento se abrió una puerta en el piso de arriba y Noko asomó la cabeza desde el hueco de las escaleras.

― ¿No ha vuelto todavía Sicilia? ―preguntó con curiosidad― ¡Hola Eliha! ―saludó al verme―. La sargento dijo que estaría de vuelta a media tarde, ¿No?

Como siempre, era capaz de cambiar de tema seis veces en la misma frase cada vez que hablaba. Tan rápido y extraño. Noko era una rara avis entre un mar de uniformes.

―Eso dijo ―admitió Miriam, que salía de la habitación en ese momento, y volvía a bajar las escaleras dejando a Noko en la barandilla y adentrándose, ya vestida aunque todavía secándose el pelo, en el salón.

Alan entró en casa en aquel momento.

― ¿Chicos donde se ha metido Luca? ―preguntó con inquietud―. Ya debería haber vuelto del castigo.

Nos encogimos de hombros.

―Sí, eso se suponía.

―Y parece que allí llega ―añadió Miriam, riéndose mientras señalaba por la ventana hacia la puerta de entrada al jardín, apoyada en la encimera de la cocina.

En efecto, Sicilia llegaba corriendo, sin camiseta, y completamente rojo.

Una vez hubo traspasado el recibidor y se adentró en el salón y todos estallaron en carcajadas al verle. Yo le observé con incredulidad. Os juro por el palacio de los Inmortales, y porque los árboles cantan en la estación seca que Luca era en ese momento la cosa humana más parecida a un cangrejo que jamás había visto. Ignoraba que los humanos se quemasen con el sol, pero aún tenía demasiadas cosas que aprender.

―Luca, ¿Te diste protección solar esta mañana? ―preguntó Alan, observándolo atónito.

―Yo nunca uso de eso ―se encogió de hombros jadeando. Debía llevar un montón de rato corriendo al sol― ¿Está libre la doccia?

Miriam puso los ojos en blanco.

―Tienes lo que queda de la comida esperándote en el microondas para cuando bajes, Luca, por si todavía no has comido ―terció Alan intentando disimular su asombro―. Y crema de después del sol en el baúl del porche. Si necesitáis algo, estaremos en la tienda, ¿Qué era eso que querías enseñarme del perfil aerodinámico, Noko?

Ambos se encaminaron a la puerta hablando de complejas fórmulas matemáticas para diseñar una tabla completamente nueva para hacer surf. Y se perdieron hacia el jardín, encaminándose hacia el embarcadero, en donde estaba la vieja tienda de Alan, ya que eran las horas en que Noko trabajaba con él.

Amy y Miriam no trabajaban esa tarde y habían decidido coger el autobús y marcharse a Sídney a ver algún museo, o simplemente para descubrir más cosas de la ciudad.

― ¿Te vienes, Eliha? ―preguntó Miriam sonriente.

Suspiré.

―Imposible, tengo que ducharme y luego trabajo en la tienda con el señor este ―expliqué―. Aunque gracias por la oferta ―añadí mientras me encaminaba hacia las escaleras y comenzaba a subir― ¡Terminad bien la tarde!

Puesto que Luca había ocupado el baño de chicos, decidí ducharme en el de las chicas. No tenía tiempo y tenía que marcharme a la tienda. Así que, qué más daría.

Disfruté de una ducha más que necesaria para estimularme. Una ducha con agua fría, porque uno tenía sus costumbres y las humanas contrastaban demasiado con todo lo que yo era. El agua fría me recordaba al Invierno en el Norte, y aquellos escasos minutos bajo el chorro del agua lograban que parte de mi se sintiera en casa.

Poco después salí al pasillo, y me encontré con Sicilia, que ya se vestía a prisa por el pasillo. Dando saltos y haciendo extrañas piruetas para colocar sus pantalones. Decidí no pensar mucho al respecto, porque corría el riesgo de elaborar una nueva teoría sobre algo de lo que no tenía ni idea.

― ¿Sigues con la idea de ir a la entrevista? ―pregunté distraídamente, mientras me metía al cuarto para coger mi camiseta y las bermudas.

Aquella sensación de inquietud seguía avanzando camino en mi interior, y empezaba a clarificarse.

― ¿Acaso lo dudabas? ―dijo riéndose―. Verás, va a ser la leche.

Suspiré.

― ¿Dónde es?

Me tendió una tarjeta y yo la tomé entre mis manos para leerla. No era una dirección que hubiera logrado memorizar, y la tarjeta no parecía muy llamativa.

― ¿Esto está en las afueras?

―Correcto

― ¿Y te fías un pelo de lo que pone en una tarjeta?, quiero decir, ¿Quién te dice que no es un tarado?

Sonrió mientras se ponía una camisa blanca, para completar el conjunto con los pitillos ajustados negros y los zapatos de frac.

―No es un diffetosso, Eliha ―resolvió―. Ho parlato con un ragazzo de aquí del pueblo que se iba a presentar la semana pasada a las pruebas. Y él había hablado con él.

―No sé, tío ―respondí―. Tú eres el genio ―concedí finalmente.

― ¿Perdón?

Mierda.

―Quiero decir ―repuse con tranquilidad―, que tú eres el genio que ha decidido ir allí. Todos somos genios, ¿No? Si tú lo dices, me fío de ti.

―Pues eso.

Para entonces habíamos terminado de vestirnos, y ambos bajábamos por las escaleras.

―Buena suerte, tío ―dije cuando nos despedimos.

Yo me marché a coger la bici, y él se dirigió a la parada del bus.

Grazzie Dakks, aunque no pienso de necesitarla ―repuso con su sonrisa más característica y su acento italiano.

―Disculpa, lo había olvidado. Tú y tu ego ―Me reí.

Él también se marchó riendo.

―En realidad no es mi ego, Dakks. Solo es mi camiseta de Iron Maiden ―admitió para mi sorpresa, todavía riéndose, mientras me mostraba la camiseta de Fear of The Dark que llevaba debajo de la camisa blanca. Un atuendo un poco especial para hacer una prueba de modelo. Desde luego.

Una de las pocas cosas que parecíamos tener en común. Auténtico amor por la banda británica ―para que luego penséis que no digo nada bueno de vosotros, admitiré que en música sois de lo mejorcito en la dimensionalidad, ¿Todo el mundo contento? Espero que sí, y sino que Ella reparta. Eliha arroja una bomba de humo―.

―No me cabe duda, tienes buen gusto con las camisetas ―corroboré.

Se detuvo en seco, observándome sorprendido por un instante.

―Seguiremos esta conversación sobre gustos musicales, porque creo que llegará a buen puerto ―sentenció.

Después miró el reloj y echó a correr, adelantándome a la velocidad del rayo.

Por mi parte, camisetas de la suerte aparte, algo dentro de mí me decía que aquel Mr Knocker no escondía nada bueno tras esa cara.

Quizás eso me impidió reprimir un último impulso antes de que el amigo desapareciera por la puerta.

― ¡Espera Luca! ―grité, más movido por un impulso que por otra cosa.

― ¿Qué pasa, tío? ―preguntó, confuso.

― ¿Cómo se llamaba el chico que te dijo lo de las pruebas?

Me miró si cabe más desconcertado.

―Nate Wallace ―contestó confuso― ¿Qué importa eso?

―Solo curiosidad ―mentí―. Creía conocerle, pero no ―dije al tiempo que montaba la bici hacia las mal asfaltadas calles que se adentraban en el casco histórico― ¡Buena suerte, Sicilia! ―chillé, marchándome de allí.

Aunque, parte de mí sabía que era un error. Ganó la parte que esperaba equivocarse.

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