Se acabó, estamos muertos

―Deprisa sube ―apremié, ayudándola a trepar al árbol más alto que encontramos, una vez estuvimos en el corazón del bosque.

No había habido suerte, y no fui capaz de lograr que tropezásemos con ninguna de las trampas por el camino. Era mucho pedir.

Habíamos corrido delante de aquella bestia, por lo menos durante media hora, y nos habíamos tenido que adentrar en el bosque desde el primer momento, porque en línea recta nos hubiera alcanzado muy rápido. Estábamos exhaustos. Creo que de dar un paso más en ese momento, ambos, especialmente Adamahy Kenneth, habríamos caído muertos.

Pasado un rato en el que incluso escuchamos como aquella bestia arrancaba árboles a nuestra espalda y habíamos tenido que sortearlos como obstáculos mientras los arrojaba a su alrededor, habíamos logrado despistarle un poco rebozándonos en el barro, en parte por una inoportuna caída que, por fortuna, se saldó sin nada que lamentar. Pero él merodeando, y era cuestión de poco tiempo que nos encontrase, porque parte del rastro todavía podía olerlo.

La idea más inteligente que se me había ocurrido era trepar a un gran árbol.

El viento se llevaría el olor a otra parte del bosque, y no nos encontraría tan fácil. Los licántropos no es que suelan trepar a los árboles, aunque este no lo era y no podía predecir su comportamiento. Pero ante la duda, escogí la copa de un árbol antes que en el suelo. Una buena decisión. O eso pensé en aquel momento.

Por suerte a Amy se le dio bien trepar, y pronto estuvimos en una de las ramas más altas. Teníamos una vista privilegiada de la reserva, desde las copas de los árboles hasta la costa, y entre las hojas, hacia abajo, el bosque inmediato. La luna era la única luz que iluminaba, salvándonos de la oscuridad total, tiñendo el ambiente de una paz que en nada habría hecho presagiar del peligro que se cernía sobre aquel lugar.

Amy quiso decir algo, pero antes de que pudiese articular palabra le tapé la boca. Acababa de sentir el olor de la magia, tal como lo describió Anet, y tal como lo había sentido antes de que nos atacase. Ese rastro de azufre tan desagradable que solo los seres mágicos podíamos percibir. Negué con la cabeza, y señalé el suelo.

Me entendió pronto.

Acababa de escuchar un ruido entre unos arbustos cercanos. Ambos mirábamos expectantes, con el corazón en un puño, aterrorizados. Segundos después la silueta de un lobo común apareció tras ellos.

Ella respiró aliviada, aunque yo no las tenía todas conmigo.

― ¿Qué ibas a decir? ―susurré tomando aire. Casi me había olvidado de respirar pese a faltarme todavía el aliento.

― ¿Crees que estamos a salvo aquí? ―preguntó con un hilo de voz, e, igual que yo, casi sin aire en los pulmones.

―Eso espero ―admití.

―Con lo listo y lo rápido que es, ¿Estás seguro de que no sabe trepar?

Suspiré.

―Primero tendría que encontrarnos, y luego tendría que trepar. Los licántropos normales no saben, así que confío en que este tampoco.

― ¿Cómo que "confío"? ―preguntó frunciendo el ceño, y mirándome asustada― ¿No era un lugar seguro?

―En principio sí.

―Fantástico ―repitió, nerviosa―. Ese "en principio" es super tranquilizador ―dijo mordiéndose el labio― ¿Y cómo trepe qué, Eliha? ―exclamó.

―Baja la voz ―Le rogué de nuevo en un susurró.

―Perdón ―dijo tratando de tranquilizarse―. Pero, por lo que más quieras, dime que tienes un plan B que no implique tirarnos desde esta altura. Porque si lo que dicen de los sladers es cierto, tú te romperás algo, incluso caerás de pie, pero yo me mataré. Si no nos ha matado antes él, claro.

La verdad. No había plan B.

―Se me ocurrirá algo ―admití con honestidad. No iba a inventarme cosas que no sabía― Lo prometo.

Pero en ese preciso momento, en que los dos mirábamos como idos los ligeros movimientos del pequeño lobo que habíamos visto aparecer en la oscuridad del forraje, algo enorme y horripilante se lanzó con sus fauces abiertas directamente hacia el pequeño animal, y con una simple sacudida se escuchó como partía su cuello.

Después desgarró su piel, arrancó su pequeño corazón con una miserable garra, y se afanó en devorarlo.

Adamahy quería gritar. Le tapé la boca con las manos, una vez más.

"Ni respires" susurré en su mente, tratando de mantener la calma, y mirándola fijamente a los ojos, a modo de advertencia.

Pero en el mero movimiento que había hecho para tapar su boca, no pude evitar partir una pequeña rama del árbol, que cayó al suelo a peso de plomo.

Acababa de abrir las puertas de los siete infiernos.

Amy me miró con cara de "Ya está, estamos muertos". Y todo cuanto pude hacer fue corresponder a su cara.

Quizás alguno de vosotros ya esté adelantando acontecimientos; "Ahora ese bicho se sube al árbol, y convierte a la chica. Ya tenemos historia de amor tipo Crepúsculo" ―como veis me intereso por vuestra incultura literaria―. Pero hacéis mal en adelantar acontecimientos.

Lo único que pasó fue, que yo debí tener en mis manos el libro que Anet había podido consultar, y no haber subestimado lo que el "Manual de bestias potencialmente peligrosas, ocasionalmente encontradas, en la naturaleza" Decía sobre los parias y la posesión de espíritus vengadores.

Recuerdo que en el instante en que la rama dio en el suelo, sus ojos rojos de pupilas rasgadas, completamente rojos y brillantes como dos haces de luz en la oscuridad, se volvieron de inmediato en nuestra dirección, es decir, muy hacia arriba.

Dejó a su presa, con la sangre todavía chorreando desde sus fauces, y completamente manchado de barro y fluidos corporales, y avanzó con lentitud.

Se aproximó al tronco del árbol al que nos habíamos encaramado, con sus peculiares andares ya que son como las hienas, las extremidades delanteras mucho más largas que las traseras, que siempre llevan replegadas y solo extienden sujetar a sus víctimas mientras arrancan sus vísceras.

―Por amor de Dios ―exclamó Amy cerrando los ojos al borde del llanto―. Dime que no trepa, por lo que más quieras, por lo más sagrado, Eliha, qué hacemos si trepa ―musitó.

―Que no trepa mujer ―dije para tranquilizarla, aunque ni siquiera yo me lo creía― ¿Cómo va a trepar? Míralo.

En aquel preciso instante se encaramó a la parte baja del tronco de árbol, y, anclando sus garras, haciendo tambalearse con violencia el tronco de aquel eucalipto, comenzó a subir, lenta, pero decididamente.

― ¡Por Dios santísimo! ―vociferó Amy, ahora sí, rompiendo a llorar― ¿¡Puedes redefinir la acepción que tienes de la palabra trepar, Eliha Dakks?! ―preguntó, sobrepasada― ¡¿Qué hacemos ahora?!

Piensa.

Vuela dijo aquella estúpida vocecilla en mi cabeza que, para bien o para mal, casi nunca se calla. Gilipollas soy cazador, no una gaviota, contestó la parte racional automáticamente. Puedes saltar y probar, igual tienes suerte y descubres una nueva cualidad de los cazadores, ¡Puto anormal de mierda los sladers no volamos!

... pero algunos animales sí lo hacen.

Para mi sorpresa aquella charla estúpida con mi yo irracional sí que tuvo algo de útil. Una idea me asaltó la cabeza de súbito.

¿Y sí podía volver a hacerlo y enfrentarme a él?, ¿Y si lo que había sucedido cuando intenté salvar a Luca de la banshee lo podía controlar a mi antojo y no algo que me poseía?, ¿Y si Arnold tenía razón y era un don que Ella me había dado y que podía utilizar para sacarme de apuros?

Materializar mi alma animal.

No podía vencerle como slader, pero quizás bajo la forma de otra criatura...

Puedo intentarlo, pensé de inmediato.

Para el carro niño estúpido ―me frenó mi cerebro―. Se te olvida que la última, ¡Y única vez que pasó esto! No controlaste una mierda, y que todavía ignoras cómo cojones pudo pasar. Obvias que desconoces si puede volver a pasar, que te da pánico que así sea, y que para enfrentarte a él tendrías que dejar a la señorita aquí sola. Sin la certeza de que vayas a volver vivo a buscarla.

Puedo hacerlo. Tengo que hacerlo.

El bicho seguía subiendo, y Amy lloraba en silencio agarrándome fuerte porque estaba convencida de que íbamos a morir.

―Voy a saltar ―anunció decidida―. Me mataré, pero por lo menos no me enteraré de cómo me despedazan.

La agarré muy fuerte.

― ¿¡Qué haces, bruta!? ―exclamé asustado, todavía sin soltarla. La miré fijamente―. Ayms, escúchame, tengo un plan, esta vez uno bueno ―mentí.

Sí bueno, ¡la leche!, como no funcione la que os vais a dar

―Pero necesito concentración para completarlo. Y te prometo que cuando haya acabado con ese bicho volveré para sacarte de aquí ―dije mirándola, con el corazón en la mano. Las lágrimas desbordaban aquellos ojillos azules que de normal poseían el don de contagiar la alegría. Me acababa de convencer a mí mismo. No sabía cómo, pero estaba dispuesto a hacerlo―. Vas a ver algo fuera de lo común. Algo que no suele ocurrir y que los slader normales no hacen, pero yo lo hice una vez y creo que podría volver a hacerlo. Cuando cambie de forma no seré yo, y me enfrentaré a él. Me enfrentaré a él y lo mataré. Después subiré aquí, te bajaré y nos iremos a casa, juntos. ¿De acuerdo? ―intenté que sonase fácil, pero no lo era.

― No entiendo nada de lo que acabas de decir, Dakks ―afirmó, confusa, y temblando de pies a cabeza. Exactamente igual que yo.

―Escúchame necesito que te agarres fuerte al tronco, y que no te caigas mientras estoy allí abajo ―Le pedí―. Cuando te lo pida me pasarás la mochila rápidamente. Tú solo hazme caso, te prometo que luego podrás hacer las preguntas que quieras. Ahora me voy a apartar, y haré un hechizo.

Ella asintió. No le quedaba otra, pero obedeció. Se apartó de mí y se aferró al tronco del árbol observando el cielo y convencida de que estaba a punto de morir. Comenzó a rezar.

Yo murmuré un conjuro para volver ignífuga mi ropa. Y después me concentré en mi respiración, agitada, sabiéndose al borde de la muerte, y en todas las ganas que tenía de matar a esa bestia que ya no iba a volver en sí nunca más y podía destruir todo lo que conocía y quería en esa estúpida dimensión.

Mi cuerpo empezó a calentarse, tanto que llegó un punto en que mi sangre se volvió densa, espesa como la lava. Y en ese instante comencé a cambiar. Mi conciencia empezó a desaparecer, pero me esforcé por no permitir que el animal me doblegase. Por mantener la parte de mí que debía seguir presente para hacer lo correcto. El impulso fue lo que venció primero.

Y me arrojé al vacío sobre aquella alimaña, ya bajo mi forma animal.

Ambos caímos al suelo en un golpe sordo, y mi bestia se encontró frente a él. Ahora lo pienso y ese pequeño dragón híbrido cuyo elemento era el fuego y que se mostraba dispuesto a pelear o morir, se tenía que ver insignificante al lado de aquel monstruoso espíritu vengador. Pero matar o morir era lo que había hecho durante toda mi vida. Y aquello no era una excepción.

El rugió, y yo aullé. El eco de la batalla hizo temblar la tierra, y todos los animales alrededor escaparon. Escarbé la tierra ante mí, afilando mis garras contra las raíces y las rocas del suelo, y le mostré mis colmillos y mi aliento, dispuesto a volver cenizas todo lo que se me acercara. Arrojando una llamarada ante mi.

En ese momento ambos comenzamos a correr y la embestida fue brutal. El ruido que provocamos retumbó como el eco de una bomba extendiéndose entre los árboles. Y de seguro levantó grandes olas en la costa. Point Potter estaría orgulloso de mi.

Hojarasca gris. Sentí unos colmillos en mi cuello y aullé, pero agarré el suyo con mi cola, estrangulándolo, y me zafé de sus fauces.

Giramos. Hasta golpear un gran árbol. Y le di a probar mis garras, de escamas de dragón. Su piel era plastilina bajo mis fauces. Hinqué los dientes con fuerza en su cuello, y lo zarandeé para hacer el mayor daño posible. Hubo un gruñido ensordecedor, y sentí como mis colmillos despedazaban la carne de su cuello. Pero mi animal no tuvo suficiente.

Todavía nos revolcábamos sobre la tierra. Arrojando zarpazos y mordidas. Despedazando la carne a nuestro paso. No sentía el dolor. Solo las ganas de matar.

Aproveché su último momento de debilidad para enganchar mis garras a su pecho y abrirlo en canal. En ese momento ya no se movió más. No más allá de una tenue respiración y borbotones de sangre emergiendo de su cuerpo con los latidos de ese corazón que ahora tenía ante mí y que no duraría mucho más en su pecho.

En ese momento dije basta.

No sé a magia cierta cómo lo hice, pero después de una lucha mental logré regresar a mi forma humana, y me encontré sobre él, contemplando como ese corazón languidecía por momentos. Todavía en su pecho.

No podía dejar que muriera con él en su pecho. Si habíamos llegado a ese punto debía arrancarlo y abrir un portal con rádera para encerrarlo en algún lugar de donde nunca pudiera salir. Los espíritus vengadores que han poseído cuerpos se refugian en el corazón de las bestias a las que poseen. Así que ese era su último reducto. Y mi única posibilidad de acabar con todo de una vez por todas.

― ¡AHORA AYMSS! ―Le grité a Adamahy Kenneth, suplicando para que me arrojase la mochila. Apenas habíamos quedado a unos metros del árbol en donde ella todavía debía encontrarse.

No tardó en reaccionar y pronto logré agarrar mi mochila al aire. Después de atraparla la abrí y extraje un puñado de rádera, que aferré con firmeza en mi mano izquierda, y un cuchillo. Arrojé a un lado la mochila y con él que le arranqué el corazón. Lo sostuve en mi mano por unos breves instantes, en los que aquel órgano todavía era capaz de latir mientras el cuerpo al que había pertenecido se quedaba ya para siempre inmóvil y frío. Expulsaba la sangre con fiereza, como airado, y mientras comenzaba a latir más lento indicando que pronto se detendría de forma definitiva, conjuré el hechizo abriendo en el aire un portal diminuto a una microdimensión asegurada con magia que acababa de crear, lo introduje dentro, y lo sellé para siempre.

Solo entonces me quedé parado. Casi petrificado, sin terminar de creerme lo que acababa de hacer. Aliviado, y a la vez aterrado, porque solo en ese momento me di cuenta de que había una persona a la que volvía a deber demasiadas explicaciones y que había visto algo tan horripilante que le sería difícil volver a conciliar el sueño.

Y esa persona seguía en lo alto de aquel gran árbol.

― ¡¿Amy estás bien?! ―pregunté al aire, sin apartar todavía mis ojos de aquella escabrosa imagen de la que intentaba zafarme.

― ¡¿Está muerto, encerrado, o lo que sea que tuvieras que hacer con él?! ―preguntó una voz desde lo alto.

― ¡Completamente muerto, y el espíritu vengador encerrado! ―anuncié.

― ¡Entonces estoy fenomenal! ―gritó, entusiasmada―. ¡¿Serías tan amable de bajarme de aquí?!

Por fin logré levantarme y dejar aquel cadáver atrás. Tendría que hacerlo desaparecer, pero esa ya era otra historia. Me acerqué al árbol a grandes zancadas y comencé a trepar, como pude. No fue hasta ese momento que empecé a sentir dolor. Pero poco importaba. El alivio era mucho mayor.

En escasos dos minutos logré encaramarme a la rama desde la que Adamahy Kenneth me observaba con los ojos como platos.

― ¡Dios mío! ―gritó horrorizada nada más verme. No hace falta ser muy listo para imaginar hasta qué punto estaba cubierto de sangre y lleno de mordeduras― ¡Dakks, estás sangrando y...!

―Tranquila, no es nada que no tenga arreglo ―expliqué―. Mi constitución no es como la vuestra. Tengo mucha más sangre en el cuerpo y podré curar las heridas antes de desangrarme. Así que no es grave ―concluí.

Me observó con los ojos como platos.

―Ha sido bestial ―concluyó, dejándose llevar por la adrenalina y, por fin, sonriendo.

La observé confuso.

― ¿No te ha parecido un poco sangriento y creepy todo lo de... ya sabes? ―pregunté, desconcertado.

― ¡Esa cosa iba a matarnos a todos! ―exclamó― ¡Y tú vas y te transformas en un animal precioso que jamás había visto y te lo meriendas en menos de quince minutos! ―añadió, gesticulando y casi a punto de caerse del árbol. La agarré a tiempo.

―Asegúrate de agarrarte bien al tronco, Adamahy Kenneth ―supliqué―. Ya hemos conseguido lo más difícil, no quiero que haya nada que lamentar.

Rompimos a reír.

― ¡Ha sido lo más alucinante que he visto en toda mi vida! ―terminó― ¿Todos los sladers...? Ya sabes ―me observó de arriba abajo.

Suspiré, nervioso.

―No es algo común. Y te agradecería que no lo compartieras jamás con nadie ―concluí―. Luca lo sabe, pero si puedo asegurarme de que nadie más a parte de vosotros llega a conocer mi secreto, quizás sea capaz de mantenerme a salvo.

― ¿Es un don peligroso?

―Me temo que más para mí que para los demás ―admití―. Al menos cuando consiga terminar de controlarme en las transformaciones.

Asintió.

― ¿Lo haces a tu antojo? ―preguntó con curiosidad―. ¿Serías capaz de llevarnos al pueblo así, volando?

Rompió a reír.

―No sé si me atrevería a intentar transformarme sin nada a lo que matar delante. Las únicas dos veces que lo he logrado ha sido en contextos de defensa propia muy peligrosos ―expliqué―. Y no sé si te das cuenta de que estamos teniendo una conversación muy rara en la copa de un árbol, en medio de un bosque.

Sonrió.

―Y de que el viento ha dejado de soplar. Y de que se escuchan los sonidos habituales de un bosque a media noche ―afirmó, mucho más tranquila.

Correspondí a su sonrisa.

―Eres un misterio Adamahy Kenneth ―sentencié, observándola con curiosidad.

―Y tú la única persona en el mundo, a parte de mi madre cuando se enfada, que me llama a veces por mi nombre completo ―Se burló.

Nos quedamos en silencio por un instante.

― ¿Cómo vas a sacarme de aquí, Eliha Dakks? ―inquirió, más con curiosidad que por que realmente demostrase que le importaba―. Entiéndeme, ahora que esa cosa no anda rondando no es que me disguste la idea de pasar aquí la noche, pero empieza a refrescar y extraño mi cama ―admitió, sonriendo―. Por no mencionar que necesitas curarte, o lo que sea que vayas a hacer con todo eso. Que espero que no implique que te conviertas en...

―Los slader somos inmunes a la licantropía y el vampirismo ―Me reí―. Y gracias por la preocupación, pero lo solucionaré rápido.

―Es bueno saberlo ―apuntó, asintiendo con efusividad. Después rompió a reír.

¿Puedo hacerlo? Me pregunté. La última vez logré controlarlo. Logré no perder por completo la voluntad y dirigir mi rabia hacia lo que necesitaba. ¿Podría utilizarlo para llevarnos al pueblo en lugar de tener que caminas varios kilómetros en el estado en el que estaba? Sabía que la idea de Amy había sido un poco una ocurrencia sin más pretensiones, pero no era tan mala idea.

No sé si fue por la adrenalina del momento, o a qué se debió. Pero aquella idea loca logró seducirme.

―Puedo intentar llevarnos hasta el pueblo ―declamé, después de todo. Me eché un par de pasos hacia atrás en la rama.

―Cuidado ahora no te caigas ―apremió―. Y era una broma, quiero decir. Es una especie de dragón y tiene pinta de quemar mucho ―aclaró riéndose―. No creo que pueda soportar montar en él sin volverme cenizas.

Pero yo creo que sí.

―Hay una manera ―sonreí de forma enigmática―. Pero tendrás que jurarme por tus concepciones más sagradas que jamás admitirás que ha sucedido.

Arqueó las cejas, confusa.

―Lo juro por mis convicciones más sagradas ―Se burló.

Suspiré.

―No te asustes, voy a hacerte un hechizo rápido. Solo es para volverte inmune al calor y al fuego durante un rato. Algo así como una hora. A ti y a tu ropa ―aclaré.

Me observó, sorprendida.

―No objetaré nada ―dijo después de todo, todavía desconcertada.

Formulé el hechizo y después, todavía aprovechando los latidos de mi corazón, que aún no se calmaba. Cerré los ojos y reuní toda la adrenalina que tenía en el cuerpo. Me centré en cada milímetro de mi ser, en el calor que poco a poco emanaba de mis entrañas, y en mi respiración, hasta que el acto de respirar se volvió difícil en sí.

Tardé cerca de diez minutos. Pero lo logré. Y aquellas ganas de matar que había sentido las otras dos veces amainaron dejando paso a mi conciencia humana, que, aunque desdibujada, tenía el control de la situación. Era increíble haber podido lograr eso. Era una lucha constante con mi yo animal, pero había logrado controlar las cosas. Y, por mucho que me asustara, se trataba de lo más alucinante que había logrado en la vida.

Agaché la cabeza para que ella se acercase a mí. Después, con cuidado, montó en mi lomo y se agarró fuerte a mi cuello.

En ese momento eché a volar, sintiendo cómo las copas de los árboles se agitaban tras de mí. Y creo que fue una de las cosas más maravillosas que he hecho. Supongo que uno nunca puede olvidar el día en que aprende a volar.

Al principio estaba convencido de que nos estrellaríamos. Pero logré salir de allí, y volar muy alto, más de lo que jamás soñé que llegaría.

Recuerdo que sobrevolé varios kilómetros de la reserva, después los campos, y finalmente llegué hasta el pueblo. Habría surcado los cielos hasta el fin de los tiempos. Pero en el momento en que mi mente comenzó a clarificarse supe que debía descender. No podría mantener esa forma por mucho más tiempo porque consumía el 99% de mi energía, y teníamos que estar en tierra antes de que la transfiguración se completara. Dejando aparte el dilema de la exposición a la humanidad o a cualquier persona inoportuna que pudiera rondar y para la verme en ese estado sería como ver un extraterrestre. Ese era el más grande de mis secretos, y tenía la obligación de conservarlo hasta el final si quería seguir con vida.

Cuando llegó el momento descendí con rapidez, dando con el campo que linda con la reserva a escasos metros del inicio de Captain Cook Street. Era el lugar apropiado, y el momento apropiado.

Nada más llegar al suelo me desplomé en mi forma humana y Adamahy Kenneth quedó tendida sobre mi cuerpo que, por suerte, en esta ocasión no estaba desnudo ya que había tomado precauciones.

Ella se levantó de golpe, flipando. Y comenzó a saltar, y agitar las manos como una loca de aquí para allá.

Yo me quedé en el suelo, desconcertado. Pensaba que iba a echar a correr para alejarse de mí, porque siendo honestos, yo estoy en su lugar y eso es lo que hubiera hecho.

― ¡Ha sido una maldita pasada! ―gritó, como poseída por un tsunami de adrenalina, y aún sin dar crédito a todo lo que acababa de pasar― ¡Tienes que contarme cómo narices haces eso! ―suplicó, entusiasmada.

Agotado, me senté en la hierba, y observé cómo me miraba con una emoción desbordante. Ninguno de los dos daba crédito, y por cuestiones bastante diferentes.

―Amy ―balbuceó―. En menos de cuatro horas te he confesado que soy un slader. Te he hecho correr delante de una bestia abominable, escalar un árbol para huir, y descubrir que los licántropos trepan a los árboles, cosa que, no le digas a nadie, pero debería saber. Por no mencionar que me he convertido en un animal que ningún humano ni nadie de mi mundo recuerda, y que no aparece libros de animalística porque se cree extinto desde hace siglos. Te he obligado a volar diez kilómetros a lomos de esa bestia de fuego después de haberte hechizado para evitar que ardieras. Sin contar que por todo ello te he puesto en peligro intentando evitar que ese bicho hiriese a nadie más, razón por la que podías haber muerto ―recalqué con fuerza la última frase, incapaz de disimular mi cara de tonto― ¿Y solo te preguntas cómo lo he podido hacer?

Hubo un instante de silencio en el que nos observamos incómodos. Después, como movidos por algo inexplicable, ambos rompimos a reír asombrados por la reacción del otro.

― ¿No sería más lógico echar a correr para alejarte lo más posible de mí y evitarme por el resto de tus días? ―pregunté, incapaz parar de reír, mientras ella me tendía la mano y me ayudaba a levantarme.

Quedamos los dos de pie, uno frente a otro, a escasos centímetros de distancia y todavía sin poder parar de reír.

Ella se limitó a seguir riéndose, todavía eufórica por la evidente descarga de adrenalina que acababa ―o acabábamos― de experimentar.

―Ha sido increíble ―afirmó pletórica―. Lo más alucinante que jamás me ha pasado ―aseguró―. Pero espero que me lo expliques ―dijo después de todo, respirando e intentando no volver a reír―, quiero decir, mejor que antes. Porque la verdad es que ahora mismo no entiendo nada.

―Te lo juré y lo voy a hacer ―concluí.

Comenzamos a andar hacia la acera de la calle que conducía a nuestra casa, en silencio, y a escasos metros de llegar a la entrada nos dejamos caer en el borde de la acera, justo bajo la luz de una farola. Y quedamos allí los dos. Exhaustos. En medio de la noche. Sabíamos que era el momento de finalizar nuestra conversación pendiente de una vez por todas.

Iba a ser una conversación muy grata. Pero, pese a todo, yo me sentía muy confuso. Y estaba cerca de entrar en un bucle mental del que me sería difícil escapar.

El que hubiese podido repetir mi transformación constataba la existencia de las transfiguraciones del alma, y volvía reales demasiadas cosas en las que creía de niño, y en las que había dejado de creer. Arnold había insinuado que quizás por cosas como esa, algún día, alguien desearía verme muerto. Y había abierto en mi cabeza una sombra tan peligrosa como aterradora. La existencia de los náhares.

Aquella podía ser un arma poderosa, pero debía asegurarme de que era capaz de mantenerla oculta. Y averiguar por qué la tenía. Peor solo mis padres podían tener la respuesta a eso, y en ese momento estaban a una dimensión y miles de kilómetros de distancia.

― ¿Los slader enfrentáis todos los días situaciones como la que hemos vivido hoy, Eliha? ―pregunto, ahora sí, visiblemente preocupada.

Suspiré, sorprendido por la pregunta, que logró sacarme de mi bucle.

―No exactamente como ésta ―admití―. Pero todos los días hay demonios o criaturas que emergen de sus propias dimensiones, incluso infectan humanos con vampirismo, y vagan por vuestro mundo al acecho. Nosotros peleamos cada noche contra ellas, para salvar la frontera.

―Os jugáis la vida cada maldito día... ―balbuceó, casi traumatizada―. Y nosotros lo negamos todo porque es más fácil vivir sin afrontar la verdad ―suspiró―. No sé por qué seguís protegiéndonos, Dakks. No somos más que escoria en el universo.

La observé, sin salir de mi asombro.

― ¿Después de lo que has visto que soy capaz de hacer?, ¿Después de saber que existen todas esas criaturas horribles? ¿Sólo te preocupas por nosotros? ―pregunté, arqueando las cejas, en shock.

Me miró, sin comprender.

―No me preocupo, me indigno, Dakks ―aclaró frunciendo el ceño―. No sé cómo seguís dando la cara por nosotros. Cómo seguís muriendo por personas que no merecemos en absoluto la pena.

Negué. Si apenas unos meses atrás alguien me hubiera enseñado el instante en el que pronuncié aquella frase habría achacado mis palabras a un delito de posesión.

―Hay muchos humanos que merecéis la pena ―concluí, cerrando los ojos con fuerza, entre confuso y convencido por lo que había dicho.

― ¿Merecemos que una raza inocente arriesgue su vida cada día para protegernos de lo inevitable? ―preguntó, casi molesta.

Suspiré.

―Me hice esa pregunta muchas veces antes de terminar metido en este proyecto ―admití con seriedad―. Pero desde que todo empezó he conocido a demasiadas personas que valen la pena. Es más, creo que habría muchos humanos capaces de entender. Capaces de no negar la evidencia si los gobiernos desvelaran el secreto. Dispuestos a respaldarnos y a luchar con nosotros. Somos dos razas unidas desde el principio de los tiempos, y la nuestra solo existe para protegeros, Adamahy Kenneth ―aclaré―. Nunca había creído que lo merecierais, y os he maldecido más veces de las que recuerdo. Pero vosotros no tenéis la culpa. Al final, humanos y cazadores no somos más que fichas sobre un enorme tablero de ajedrez en el que Ella mueve las fichas a su antojo.

― ¿Y quién es Ella? ―preguntó, inquieta.

Mis ojos se perdieron en la noche.

―Algún día te lo explicaré ―suspiré―. Pero hoy no me apetece nombrarla más ―admití―. Allí de donde vengo dicen que hablar de fantasmas es llamarlos.

Guardó silencio y asintió.

―Tu secreto está a salvo, Eliha Dakks ―sentenció, levantándose con decisión.

Yo correspondí y pronto me encontré de nuevo frente a ella. Observándonos con seriedad.

―No sé mucho sobre ese secreto, así que mentí cuando dije que podía explicarlo ―admití―. No es común que un slader pueda hacer algo así. No sé por qué soy capaz de materializar mi segunda alma, o como la solemos llamar "alma animal". Pero te juro que cuando lo averigüe y sea seguro hablar de esto, volveré a confiar en ti.

Arqueó las cejas, confusa, pero sonrió.

―Segunda alma animal ―repitió como ida―. Segunda implica que los cazadores tenéis más de un alma viviendo en vuestro interior, y confirma la existencia del alma, lo que desde el punto de vista científico es aún más inquietante ―añadió arqueando las cejas―. Lo de animal dice que una parte de vosotros no es humana, y que cada uno tiene un animal viviendo dentro... ―suspiró y clavó en mi sus ojos, sonriendo y negando al mismo tiempo con la cabeza. Una visión un tanto cómica que me hizo sonreír―. Demasiado por hoy, Dakks ―sonrió.

Me dio un beso en la mejilla y se dispuso a andar hacia la puerta con la firme intención de adentrarse en el jardín.

― ¿No vas a dormir esta noche? ―Se burló, al ver que no la seguía.

―Aún no tengo sueño ―admití, sonriendo de forma inexplicable. Ella devolvió mi sonrisa.

―Buenas noches entonces para cuando llegue Morfeo ―suspiró, frotándose los brazos― Y hagas lo que hagas ahora, ten cuidado, Dakks. No quiero verte muerto.

Después su silueta se perdió en la penumbra del jardín, y el sonido de sus pasos y la puerta de entrada abriéndose me dejaron solo en la noche, bajo la luz de aquella farola. Mi corazón latiendo rápido. desconcertado.

Sabía que hacer una visita a Galius en ese momento era lo oportuno, y que mi cuerpo necesitaba de su magia y algunos filtros para sanar. No podía permitirme más preguntas por parte de ninguno de mis compañeros al día siguiente. 

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