Que Ella reparta suerte
― ¿Crees que está ya lo suficientemente borracho? ―Me preguntó Amy en un momento en que fuimos a pedir a la barra.
En ese preciso instante Jonno había estado a punto de caerse de un taburete. Faltaba cerca de media hora para las doce, el momento en el que la luna ejercería un influjo más fuerte sobre su cuerpo. Anet ya había hablado con él, preparando su cerebro para que me tomase en consideración cuando yo intentase hablarle, había introducido el filtro somnífero que tardaba una hora en hacer efecto en su copa. Se había tomado el filtro de invisibilidad y ya estaría esperando en el baño de chicos, en donde Sicilia y Noko ya montaban guardia. Miriam se movía cerca de la alarma de incendios, distrayendo a los amigos de Jonno para que lo dejaran solo, y Adamahy Kenneth y yo no le quitábamos a el ojo de encima.
El sujeto había estado muy disperso esa noche, y a menudo se pasaba las manos por la cabeza. El embotamiento mental es una clara señal de que se avecina la transformación. Estaba sintiendo la llamada. Reprimiéndola. Y sí. Estaba lo suficientemente borracho.
―Eso creo ―confirmé, armándome de valor para comenzar con el plan maestro―. Que Ella reparta suerte.
―... y que sea mucha ―completó ella, como ida.
Después me dio un beso en la mejilla.
―Pudiste con ese engendro no hace ni una semana ―comentó refiriéndose al paria―. No dejes que este idiota te mate.
Mi cuerpo se estremeció con tan tenue contacto, aunque no iba a dejar que lo notase. No podía permitírmelo. Aquella noche podía ser el final de mi vida. No podía dejar que nada me distrajese.
―No lo hará ―asentí con seriedad, fijando los ojos en mi presa.
Después ella se alejó entre la multitud, directa a rescatar a Miriam, que era rodeada por el grupo de amigos de Jonno y se alejaba sin querer del botón de incendios. Pero se volvió un instante, a mirar atrás, justo hacia donde yo todavía me encontraba, para dejar que sus gruesos labios balbucearan un silencioso "suerte".
Yo tomé aliento.
Al fin era el momento. Estaba solo, así que podía acercarme. Algunos compañeros bailaban distraídos tratando de arrimarse a un grupo de chicas de undécimo, es decir, bastante ocupados como para pararse a ver qué pasaba en la barra. Otros cuantos bailaban como locos una canción que nunca había escuchado. Electrónica. Un par hacían el tonto encima de una tarima jaleados por otros tantos. Volaban el refresco de cola mezclado con alcohol de garrafón. La gente se quejaba de que estaba malo, pero para mí sabía a gloria. Nunca había bebido otra cosa que alcohol caducado, y alguna vez alcohol etílico enriquecido con hierbas. Os quejáis en seguida de todo. Y al dueño de ese antro se le caería el pelo cuando tuviéramos que terminar llamando a una ambulancia para que se llevasen a Jonno por un supuesto coma etílico. Pero iba a pasar tarde o temprano. Sino no vendas alcohol a menores en un antro ilegal. Se iban a emborrachar de todas formas, pero hazle un favor a su imaginación y que piensen.
― ¿Cómo va la noche, Jonno? ―pregunté, sentándome en una silla en la barra, justo al lado de mi compañero, y fingiendo estar de muy, muy buen humor.
En ese momento Amy subía a la tarima principal del garito para anunciar que empezaba el karaoke, y de paso para acaparar la atención. Después, mientras comenzaba a cantar la primera canción, me miró y cabeceó. Miriam me indicó con un gesto que seguía pendiente del botón que activaba la alarma antincendios. Por si acaso.
―Piérdete Dakks ―contestó Jonno, volviendo a agarrar su cabeza, y cerrando ligeramente los ojos. Le palpitaban, tenía las pupilas dilatadas, casi no se veían sus iris. Y no, no era el alcohol.
― ¿Quieres una copa? ―pregunté, omitiendo su mala educación― ¿Qué bebes?, ¿Ron cola?
― ¿Me vas a invitar a una copa? ―preguntó ceñudo, escudriñándome.
Fingí que su respuesta me sorprendía. No soy un gran actor, así que tuvo que quedar bastante exagerado.
― ¿Te sorprende? ―Me defendí.
―Claro que sí ―admitió―. Nos odiamos, ¿No?, creí que estaba claro. No tengo por costumbre beber con gente a la que odio.
―Ni yo ―admití―. Pero creo que nosotros no nos odiamos. Quizás no empezamos con buen pie ―argumenté―. Pero solo eso. Y estaría bien poder cambiarlo.
Suspiró, agarrándose de nuevo la cabeza.
―Whiskey-cola.
― ¿Cómo?
Se hizo un instante de silencio.
―Bebo Whiskey-Cola ―contestó al fin, aceptando mi propuesta. Rindiéndose. Anet había hecho bien su trabajo, solo faltaba comprobar hasta qué punto.
No pude evitar sonreír ante la certeza de que había cosas que no nos diferenciaban tanto de los humanos. Una copa por delante y todo puede cambiar para bien o para mal.
― ¡Dos Whiskey-Cola! ―Le grité al camarero, que asintió con rapidez. A ese también se le caería el pelo esa noche. Pero no podía hacer otra cosa.
Un par de minutos después ambos teníamos nuestras bebidas delante.
― Anet me dijo que te pondrías pesado con el tema de la mordedura, y de que la licantropía es una enfermedad ―atajó, dejándome de una pieza― ¿Ya no quieres curarme?
Tan directo como yo. ¿Y qué clase de estrategia había podido seguir Anet?
―No soy yo el que tiene que querer o no ―admití con sencillez―. Todo depende de ti.
―No creo que esto sea nada malo ―Se defendió―. Es más, es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. Gracias a esto podré destacar en cualquier deporte. En lo que quiera. Soy más fuerte que nadie que haya conocido. Puede que hasta más fuerte que tú, Dakks. Aunque te agradezco lo que hiciste esta mañana.
Arqueé las cejas, desconcertado.
―No debes agradecerlo, existo para esa clase de cosas. Aunque sea una mierda ―admití, bebiendo un largo trago de mi copa―. Y volviendo al otro tema, te informo de que la medicación no te privará de esa fortaleza ―anuncié―. Tu organismo ha cambiado Jonno. Lo quieras o no, nunca volverás a ser el de antes.
Me observó sorprendido, aunque después cerró levemente los ojos. Su cabeza comenzaba a no funcionar bien.
― ¿Entonces para qué necesito la medicación, Dakks? ―inquirió confuso.
Suspiré.
―Desde que has visto la luna en el cielo te martillea la cabeza. Sientes la sangre corriendo despacio en tus venas. Cada uno de tus músculos contrayéndose poco a poco, cada vez más, como si todo el cuerpo te doliera. Te sientes más fuerte que nunca. Invencible. Pero al mismo tiempo cada vez se hace más difícil pensar, ¿Cierto? ―aventuré.
Guardó silencio, bebiendo más tragos de los que debería de su copa. Una vez terminó se secó la boca con la manga del jersey.
―Es por el alcohol ―Se excusó―, he bebido demasiado. De hecho, esta va a ser la última ―añadió golpeando con el dedo el vaso de cubata medio vacío que apoyaba en la barra justo delante de él.
En ese momento las luces se volvieron caleidoscópicas, el karaoke terminó y la gente comenzó a bailar como poseída por ese espíritu extraño y desenfrenado que me llamó la atención en la casa en donde asistí a mi primera fiesta en pangea. La música electrónica parece transformar a la gente por la noche. Hace que cientos de personas puedan convertirse en una sola. Unifica las mentes. Anula el pensamiento. Y creo que por eso me aterroriza tanto.
―Sabes que no es por el alcohol ―Le dije―, pero es normal que te asuste lo que va a pasar casi de un momento a otro.
― ¿El qué?
―Te transformarás en licántropo, Jonno ―admití―. Y no es como en las pelis humanas de adolescentes, ya te lo advierto.
Pasaron un par de minutos en los que nos quedamos inmersos en aquella atmósfera electrónica.
―¿Cómo es? ―preguntó. En ese instante pude oler su miedo.
―¿Has visto a Hulk de los vengadores?
―No me gustan las pelis de frikis.
¡Maldita sea Amarna de dónde han sacado a este chico!
―Pero sabes quién es Hulk ―reiteré.
Asintió.
―Te convertirás en una bestia salvaje con un amplio potencial destructivo. Tu mente no recordará nada de tu transformación, porque tu persona no domina una vez son las doce del plenilunio a menos que te mediques ―apunté―. Podrías matar a tu familia y despertar a la mañana siguiente en medio de sus cadáveres.
Sentí cómo se estremecía.
―No puedes saber eso ―dijo algo molesto, aunque su expresión se contorsionaba por el dolor de las contracciones de los músculos. Completamente involuntarias. Que a escasos veinte minutos de las doce presagiaban lo inevitable.
Terminó su whisky.
Nos quedamos mirando a nuestros compañeros desde la barra, sin decir nada. Y mis ojos se perdieron en ella, que bailaba distraída en la esquina en donde estaba Miriam, ambas rodeadas de chicos muchos de los cuales eran completos desconocidos a mis ojos. Las conocía y sabía que solo les gustaba jugar con ellos y pasar un buen rato.
― Te gusta Amy, ¿cierto? ―comentó Jonno.
Me pilló de sorpresa.
―Es amiga mía ―repuse con sencillez.
No engañaba ni al más tonto de todos los tontos. Paradójicamente, seguía tratando de engañarme a mí mismo.
―Muchos quisieran ser amigos suyos.
― ¿Qué quieres decir? ―inquirí.
―Amy es una chica muy guapa. No pienses que eres el único que va tras ella ―Me advirtió―, yo de ti me daría prisa.
―Yo no...
―Puedes decir lo que quieras, Dakks ―Me cortó, mientras su rostro se contorsionaba de dolor―, pero hasta un tonto se daría cuenta de que te gusta.
Estuve a punto de atragantarme. Aunque lo disimulé con rapidez y decidí reconducir la situación.
― ¿A ti te gusta?
―Es una chica espectacular, pero no es mi tipo ―admitió torciendo el gesto.
Sigo diciendo que es alucinante lo que el alcohol puede hacer. No debería subestimarse.
―Es algo por lo que no vamos a discutir ―Me reí, aunque siguiese acojonado con la idea de que mi mitad fuese una humana, con lo que a mí me sacáis de quicio.
―Brindaría por ello, pero se ha acabado el alcohol ―dijo con sencillez, alzando su copa vacía.
Brindamos con las copas vacías.
―No te pido que te mediques porque crea que puedes hacerme competencia ―confesé, haciendo un esfuerzo por ponerme en su lugar.
―Entonces de verdad es cierto, voy a convertirme en un monstruo ―pude sentir su miedo y un ligero temblor en su voz―. ¿Esta misma noche?
Asentí.
―Anet y yo nos aseguramos de meter un potente somnífero en tu copa ―expuse para tranquilizarlo―. Tarda una hora en hacerte efecto, y no debería costarle mucho más de la media noche. Pero cuando den las doce te transformarás, y tenemos que asegurarnos de que estamos en un lugar en donde no puedas herir a nadie.
Guardamos silencio.
―¿Qué habéis pensado? ―preguntó, casi mostrándose desesperado.
―Los baños ―suspiré―. Anet y yo nos encerraremos contigo allí, para contenerte mientras estés transformado y aún no haga efecto el somnífero. Después, cuando te quedes dormido, te rociaremos con un filtro que te hará retornar a tu forma humana. Avisaremos a una ambulancia, y te trasladarán al hospital esta noche. A menos que prefieras armarla aquí delante de todo el mundo y provocar una carnicería ―concluí.
―No tengo mucho interés, la verdad ―Me pareció entrever una sonrisa en su rostro, aunque éste cada vez reflejaba más el dolor. Faltaban escasos minutos para las doce y pronto comenzaría a convulsionar―. Aunque presiento que tampoco lo permitirías.
Sonreí.
―Supongo que estás en lo cierto.
― ¿Nos vamos? ―preguntó, señalando los baños con la cabeza. Todo su cuerpo comenzaba a temblar.
Asentí.
―No temas, mañana habrá sido como un mal sueño ―expliqué mientras le ayudaba a andar hacia las escaleras que empezaban al lado de la barra y subían al pasillo de los servicios. Tenía que apoyarse en mí. Desde fuera parecía estar muy borracho. Pero la realidad es que era una bomba de relojería―. Te iré a ver al hospital temprano, y te explicaré lo que debes hacer para conseguir la medicación. Dónde debes ir. Y te ayudaré a reconstruir la noche.
Pronto logramos llegar a la entrada de los baños, en donde Noko y Luca esperaban, nerviosos. Para cuando nos vieron aparecer, al fondo del pasillo, faltaban escasos dos minutos para las doce y Jonno se desplomó y comenzó a convulsionar.
―¡Mierda, ayudadme! ―chillé, sosteniéndolo y tirando de él como pude. Se acercaron con rapidez. Luca me ayudó a cargarlo y Noko se apresuró a abrir de par en par la puerta de los servicios de hombres. En ese momento no había nadie. Era un cuarto amplio, con muchos obstáculos. Solo esperaba poder encerrarlo dentro con magia antes de que se transformase.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top