"Nunca volvió a casa"

https://youtu.be/s8_EakCFRP4

Aquella tarde Alan nos llevó a lo que conocía como "su lugar secreto". North Era Ground. Un inmenso campo en donde había instalaciones para acampar. A apenas un kilómetro quedaban varias hectáreas de bosques, y frente a la llanura una gran cala que conducía a una hermosa playa. Un lugar poco concurrido en aquellas fechas del año. Y desde donde según Alan se podía disfrutar de una vista privilegiada de las estrellas.

Era nuestra última noche allí antes de volver por vacaciones a casa, y las emociones se mezclaban y estallaban en mi interior. A flor de piel. No podía creerme que fuese a ver a mi familia de nuevo.

Cuanto les había extrañado durante aquel tiempo me daba para escribir una novela tan larga como el Quijote, en cuyo lugar queda esta valiente bazofia que tan solo es una transcripción de lo que hoy se cuenta en las hogueras a los niños. No es muy alentador, pero es la realidad de la que solo queda el recuerdo.

Esa noche tocaba celebrar mi cumpleaños, y también nuestras brillantes calificaciones, publicadas esa misma mañana en el campus virtual del instituto. Además de mis aprobados en humanilandia, cuestión que podía considerarse un triunfo. Se le añadió la euforia que me invadió cuando Anet me llamó para felicitarme y me comunicó que ya se habían publicado las calificaciones y había obtenido, de nuevo, la nota más alta en cada una de las materias, a excepción de historia dimensional en donde podía conformarme con un notable. No sé a quién engañé con María Antonieta, pero eso ya daba igual.

La verdadera celebración era haber llegado a cumplir diecisiete años.

Alan agarró la vieja caravana, nos hizo coger los sacos de dormir, y se nos llevó aquel parador. Era un enclave predilecto para toda mente que viajase en busca de belleza.

Era uno de los lugares más alucinantes que había visto de Pangea. ―No diré que nada comparable con el Salvaje Norte, porque las cosas bellas no se comparan. Y ahora callaré porque parezco un pedanteo quizás lo sea, pero es culpa de vivir rodeado de genios―.

Agradecí estar allí.

Cada cumpleaños es especial para nosotros. Para los sladers. Es especial, porque no sabes si realmente será el último. Es especial porque nunca volverás a estar tan lejos del momento en el que todo termine. Nunca serás tan joven, ni valiente, ni idealista. Porque cada pérdida y cada batalla te rompen. Te alejan de lo que eres, y de lo que buscas ser. Te transforman en algo que no buscabas, y que al mismo tiempo te hace sentirte orgulloso. Pero tienes miedo. Y en ese día tan especial es como si el miedo pesase un poco menos. La alegría lo invade todo cuando piensas que has vivido un año más de lo que creías posible. Que has sobrevivido a todas las personas que ya no viven, pero todavía viven en ti. Porque os puedo asegurar que he visto partir a muchas personas que amaba, y a cada segundo late en mi corazón la responsabilidad de vivir por todo lo que ellos ya nunca vivirán.

En todo eso pensaba cuando aquella tarde, antes del anochecer, Alan me pidió intercambiar unas palabras.

Accedí, por descontado. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Caminamos hasta la playa, y nos sentamos allí, cada uno sobre la toalla. Vestidos. Estábamos solos, no había nadie más en aquel lugar. Solo las fuerzas de la naturaleza en estado salvaje y el astro rey amenazando con adentrarse, como cada día, en los dominios de la noche.

Las aguas cristalinas bañaban la costa, esculpiéndola. Nunca había visto nada igual. Yo no conozco el Bello Oeste, más allá de lo que Galius me contó de él. Pero seguro que aquello se le podía parecer. No me cabía duda. El sol adentrándose en el firmamento es uno de los espectáculos más estremecedores que haya visto. Recordé cómo, día tras día, corría por los bosques hasta llegar a las viejas montañas Grises que limitan el Salvaje Norte con el desierto de Arenas. Escalaba por la pared vertical, en verano, y, una vez en la cima, allí donde el frío viento tiñe de invierno las gélidas corrientes de aire, por entonces caliente, me erguía erecto como las montañas para contemplar el sol abandonar el mundo, y las estrellas deleitarse al poblar su reino. Todo era hermoso allí. Y guardaba momentos impagables en mi memoria. Pero no era mi hogar. Y nunca lo sería.

Suspiré, recordando que mañana podría volver a las Montañas Grises. Pero también que me sentiría más solo que nunca.

― ¿Por qué nunca me lo contaste, Eliha? ――preguntó Alan después de todo.

En ese momento regresé a la realidad.

――No sabía si me entenderías ――admití―.― Y desde los ministerios me pidieron que de primeras ocultase mi identidad. Ya sabes cómo están las cosas con los sladers en Pangea. Son muy pocos los que reconocen nuestra existencia, y de entre ellos contamos con muchos detractores.

―Soy consciente, y me produce vergüenza ―admitió para mi sorpresa―. Sin embargo, Amy y Luca lo sabían, ¿Me equivoco? ――respondió confuso.

――Lo descubrieron ―confesé con honestidad―. Solo se lo dije cuando me quedé sin opciones. Ambas fueron situaciones límite, y para ayudarles a salir de ellas tuve que descubrirme.

Sentí cómo se estremecía. Sabía que podía imaginar a qué clase de situaciones límite me refería, y también que sentía impotencia porque todo había pasado delante de sus narices.

Después de un tenue y meditabundo silencio Alan colocó una mano sobre mi hombro. Aquel contacto humano me estremeció. No me esperaba un gesto de comprensión después de haberle mentido durante tanto tiempo.

――Siempre fui bastante reticente a la comunidad slader, e ignoro por qué has llegado hasta aquí ――admitió―. Pero tú para mí no eres un slader ―resumió con sencillez―. Eres Eliha, el chico al que debo que los chavales a mi cargo sigan vivos, y una persona de la que creo que puedo aprender muchas cosas.

Por un momento me quedé callado.

――Yo ―empecé―, muchas veces no sé cómo explicarme y...

――Que no entendamos algo, Eliha, no quiere decir que no sea valioso ――Se adelantó―.― El tiempo nos da muchas respuestas. Y es tiempo, para mí, de hacer autocrítica ――suspiró―, mirando al cielo por un momento―. A lo que voy, amigo, es a que quiero entenderte. Quiero entenderos. Pero...

――Pero si ni siquiera sabes por qué estoy aquí, no eres capaz de entender nada. Tienes la voluntad, solo te hacen falta mis explicaciones ――concluí resuelto, estaba seguro de lo que me pedía, y, al fin y al cabo, se lo debía.

Para mi sorpresa rompió a reír, sorprendido.

――Te adelantas rápido a las cosas. Ya te lo dije una vez, Eliha, me gusta cómo piensas. Y me gustará escuchar esas explicaciones cuando lo consideres oportuno.

――Ahora me parece oportuno ――comenté con sencillez―.― En tu lugar yo también las querría, y es lógico que así sea. Pero quizás lo harías más fácil preguntándome tú, qué quieres saber de mí, o de nosotros.

Asintió, pensativo.

―― ¿Qué te ha traído hasta nosotros, hasta este proyecto, Eliha?

Sin rodeos. Como me gusta. Un más uno para Alan.

――Lo primero es aclarar que no es un "te ha traído" ―suspiré―. Yo no he venido aquí por gusto, he venido obligado.

Me observó sorprendido. Se hizo un silencio.

―Continúa por favor ―Me pidió.

―Estoy aquí porque fui elegido el mejor slader de mi generación en el Salvaje Norte, y el mejor slader de una región puede ser escogido para formarse como rastreador, esto es, para convertirse en uno de los pocos sladers entrenados en muchas más cosas que uno al uso. Uno de los pocos destinados a solucionar los grandes conflictos dimensionales. A pelear contra las mayores amenazas a las que la humanidad se enfrente en su existencia en el universo. Y un slader al que pagarán por su trabajo, no como a los demás ――admití apesadumbrado.

― ―¿Y te obligaron a aceptar convertirte en rastreador?

Suspiré.

――En la vida siempre hay elección, otra cosa es que las opciones que nos deja nos permitan elegir convencidos de lo que hacemos ――expuse―. Allí de donde yo vengo la ley se llama miseria, Alan. La mayoría de las familias han perdido a alguien que ha muerto de hambre, mientras en otros lugares se limpian el culo el sudor de nuestra frente ―tercié enfadado―. Mi familia no tenía opción. Tengo dos hermanos menores, así que necesitábamos el dinero para sobrevivir al invierno. Y no creo que cualquiera que pueda comprar un futuro para su familia se niegue a aceptar una oportunidad como la que se me presentó. Si no hubiera sido yo, otra persona habría ocupado mi lugar. Solo preferí que esa familia que ya no pasaría más hambre fuera la mía.

Asintió, impresionado.

――Entiendo ――Se mostró más cercano que antes, y volvió a colocar su mano sobre mi hombro―― Y, exactamente, ¿Qué te encargaron hacer aquí? ―suspiró―. Entiende que tengo que preguntártelo, Eliha.

Asentí.

――Conoceros ――Me encogí de hombros―.― Debo comprender a los humanos lo mejor que pueda, para saber cómo protegeros si el día de mañana sigo vivo y el oráculo decide convertirme en rastreador.

Por un momento pensé que aquello lo había dejado catatónico. Llamadlo shock post traumático, llamadlo X. Después, y por fortuna, reaccionó, aunque incapaz de disimular su estupefacción.

―¿Si sigues vivo? ―preguntó desconcertado.

―Si bueno ―estaba empezando a complicar demasiado las cosas. En esos momentos maldije no saber concretar―. Al final del segundo año tendré que enfrentarme al rito iniciático, y si no lo supero moriré. Y, suponiendo que todo salga bien y sobreviva a la prueba me tendré que presentar ante el Oráculo, que dicta los designios de los inmortales para cada individuo no humano en la dimensionalidad, y se me comunicará si es mi destino unirme al cuerpo de rastreadores o, en su defecto, a qué actividad debo dedicar mi vida ―suspiré―. Al final ser humano tiene sus ventajas ―Me reí.

Arqueó las cejas, de una pieza.

―Y que lo digas ―admitió―. No entiendo por qué te hacen pasar por todo esto si luego ni siquiera saben si el Oráculo dará el visto bueno... ―comentó confuso.

―Se supone que hay señales que demuestran que un slader puede ser apto para ser rastreador. O que el oráculo puede considerarlo así ―concluí―. No sé cuáles son. No sabría decírtelo. Pero desde los ministerios se estudian, y se analizan los diferentes perfiles de cada slader.

―― ¿Realmente todo lo que hacéis es para protegernos? ――preguntó con cierta desconfianza―― No hay ninguna clase de conspiración para dominar el mundo o esa sarta de cosas que a los republicanos le gusta vender y que los americanos creen... ¿Qué me dices de eso?

Sonreí mientras negaba con la cabeza, intentando esconder mi indignación.

――A los americanos, y en especial a su "señor presidente", les chiflan las conspiraciones ―arranqué. Ese era un tema predilecto de mis conversaciones con los otros rastreadores. Lo habíamos debatido mucho aquellos meses―. Alienígenas, zombis, islamistas, masones, comunistas... sladers. Todos en el mismo saco. La idea de la sobrerreacción llevada al límite. ¿Qué interés podríamos tener en dominar vuestra mierda de mundo teniendo el nuestro? ―Me reí sin poder evitarlo―. Lo mismo pasa en todas las dimensiones, y los humanos siempre igual de desconfiados ――suspiré frustrado―.― Maldita sea Amarna. He visto morir a muchas personas a las que amaba por defender la vida de otros. Para evitar que amenazas temibles pudiesen acceder a vuestro estúpido y fanático reducto de dimensionalidad. Para salvar vuestras miserables vidas. Tan miserables y valiosas como las nuestras. Sin embargo, continuamos muriendo por vosotros ―expuse―. Lo hacemos porque sabemos que ha de ser así. Porque nos enseñan que nuestras vidas no valen nada. Que somos guardianes de la frontera, y que para que el equilibrio dimensional continúe todas las razas deben existir. Y mientras tanto vosotros os empeñáis en autodestruiros inventando estupideces potencialmente peligrosas para vuestra supervivencia, evolucionando tan lentamente que todavía no tenéis poder o mutación alguna que os defienda del entorno.

Guardé silencio por un momento. Alan me observó, entre intrigado y consternado por lo que acababa de escuchar.

―No hace falta que sigas si no te sientes cómodo, Eliha...

―Nosotros somos los guardianes del equilibrio en el universo, Alan ―continué, mirándole, ahora sí, con el corazón latiendo fuerte en el pecho y toda la honestidad que guardaban mis entrañas reflejada en mis ojos―. No tenemos ninguna estúpida fijación con vosotros ni con vuestro mundo. No existe nada de eso. Solo fuimos creados para protegeros. Y cumplimos con nuestro deber. Lo mejor que podemos ――culminé―, asumiendo vuestro desprecio e ingratitud. Sin escuchar un miserable: "gracias, vuestros muertos no se sacrificaron por nada". Odiándoos en silencio. Sintiéndonos esclavos inútiles, vidas inservibles. Vasallos que todavía cumplen con un deber que cada día entienden menos ――admití después de todo, sin haber podido evitar descubrir abiertamente lo que pensaba―.― Y eso es lo que pasa, Alan. Esa es vuestra estúpida conspiración ―escupí sin poder contener mi desprecio hacia la humanidad.

No pude evitar acordarme de Agnuk.

Su nombre todavía resonaba en mi interior cada vez que pensaba en volver a casa. Parte de mí seguía creyendo que lo primero que haría en cuanto pusiese un pie en extramuros sería correr a buscarle para contárselo todo. Pero de repente las imágenes retornaban a mí como ecos extintos de un pasado que quería olvidar. Pero no puedes olvidar el pasado. Y los muertos nunca vuelven. Entonces sentí mi corazón encogerse y mis ojos se vieron anegados en lágrimas.

Por primera vez desde que había dejado mi hogar no anhelaba volver, porque regresar significaría encontrarme de bruces con aquello que más temía. Asumir que me faltaba la parte de mí que durante muchos años más dijo sobre quién era. Y aceptar que el tiempo pasaría, pero nunca podría olvidarme de él, ni volver a ser ese chico.

La culpa me golpeó en ese instante como un hacha partiendo en dos mi pecho. Y las imágenes de su muerte regresaron en bucle. Tan reales como si una vez más mi amigo yaciera entre mis brazos, exhalando su último aliento, con la sorpresa grabada en su rostro, porque cuando ella te encuentra, llega sin prevenirte, sin avisarte, y el tiempo se detiene sin remedio, porque te mueres en medio de la vida.

Una mano en mi hombro me devolvió a la realidad. A aquella hermosa bahía de aguas claras y al rastro del sol que acababa de desaparecer en el firmamento. Sentí mi respiración agitada y me di cuenta de que las lágrimas resbalaban por mis mejillas. Rápidamente hice lo que pude para ocultarlas, pero fue un poco tarde.

――Lo siento mucho, Eliha ――terció Alan, visiblemente afectado por el rumbo que había tomado la conversación―.― No sé quién... ―suspiró―. No sé quién se fue, pero de verdad que lo siento. No solo en general. Quiero que sepas que lo siento en nombre de todos los humanos que conozco, y que no conozco. En nombre de los que entienden y los que todavía no entienden. Y en nombre de las personas como yo, que no entendían y hoy entienden. Te agradezco todo lo que hacéis, y lo que seguro que esa persona hizo por nosotros. Ojalá algún día... ojalá...

Suspiré. Traté de calmarme. No me lo había planteado, pero era la primera vez que mencionaba, directa o indirectamente la muerte de Agnuk en una conversación.

――No tenéis la culpa ―Me enjugué las lágrimas―. No tenéis la culpa de existir, ni de que las cosas sean así. Ni de ser humanos y no sladers. Lamento si mis palabras te han podido herir, o han podido herir a alguien alguna vez ――asumí, con el corazón en la mano―.― No lo he pretendido, y si alguna vez lo he pretendido, fue un error.

――No tienes nada de qué disculparte ―suspiró―. La muerte tiene muchos nombres, y muchos rostros, Eliha. Y a todos, más tarde o temprano, nos arrebata a las personas que amamos. Es natural el odio que sentís hacia nosotros. Lo asombroso es que sigáis adelante, cada día, luchando y muriendo para protegernos. Eso es lo admirable. Y ojalá algún día tenga fin. Ojalá algún día seáis libres y...

――Nunca seremos libres, Alan ―asumí―. Mientras que el mundo exista, los sladers existiremos para protegeros. Si algún día desaparecéis o desaparecemos... el mundo estará acabado.

No pudo disimular su tristeza.

――Entonces ――repuso con convicción, reformulando su argumento――, ojalá llegue un día en que cualquier humano sea consciente de vuestro sacrificio. Ojalá llegue un día en que podamos demostraros que ninguno de vuestros muertos se sacrificó por nada...

Me esforcé por contener el aliento y las lágrimas. Conteniendo un enorme nudo en mi pecho mientras la luz decrecía y la noche se abría paso a nuestro alrededor. En ese momento era yo el sorprendido. Y me sentí sobrepasado por el rumbo que había tomado la conversación.

――Perdona mi dureza, Alan ―Le dije―. No la merecías. Es solo qué... ――aventuré intentando no perder el norte, y no volver a llorar, esforzándome por apartar de mi mente su rostro― ―es duro tener que seguir adelante cuando has visto... ―perdí el rumbo definitivamente y aquel nudo que creía y crecía se apoderó de mí―. Yo...

No fui capaz de continuar. Yo. El hombre de hielo. La persona más dura que conocía. Acababa de estancarme en el recuerdo de una de las personas a las que más había amado.

― ―...perdí a mi mejor amigo ――pude balbucear al fin, esforzándome por respirar y sin saber por qué hablaba, ni cuándo había reunido el valor para hacerlo―. Murió en un ataque interdimensional y yo, yo estaba...

Dos lágrimas resbalaron por mis mejillas. Doblé mis piernas hasta que las rodillas quedaron a la altura de mi cuello y oculté entre ellas mi rostro.

――Tranquilo, Eliha ――repuso Alan, palmeando mi espalda, y con voz calmada, aunque visiblemente impactada por lo que estaba escuchando――. No tienes por qué seguir, no tienes por qué compartir esto si no quieres...

Negué. Negué porque necesitaba decirlo en voz alta. Aunque ni siquiera sabía por qué.

Tomé aliento, saqué la cabeza de entre mis piernas y continué, aferrando todavía mis rodillas con fuerza entre mis brazos. Nunca me había sentido tan pequeño.

――Yo estaba demasiado ocupado reventando una puñetera y estrellándome con ese maldito kappa en una explosión ―confesé―, sacando toda la rabia que aún ardía en mí y no había dejado ir―― ¡Maldita sea Amarna!, ¡Yo me estrellé aquella noche!, ¡Yo debí morir, y no él! ―exclamé, temblando de pies a cabeza―. Lo dejé solo, luchando en aquel bosque que era una ratonera ――admití sumergiéndome en un llanto silencioso que me arrancaba las entrañas――. No merecía morir, mierda. No lo merecía ――balbuceé. Sintiendo como Alan pasaba su brazo por mis hombros y me revolvía el pelo. No dejaba de susurrar que estuviera tranquilo, que todo estaba bien, que yo no tenía la culpa. Pero la realidad era que yo estaba allí, y Agnuk ya no existía. Que yo iba a volver a casa, y él nunca regresó. 

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