¡Nunca me escuchas!

Al poco de terminar mi conversación con Luca, éste se marchó al embarcadero con los demás y yo me quedé hablando con Anet, que acababa de llamarme por teléfono.

― ¿No decías que hablaríamos mañana?

Bufó.

― ¡No podía esperar a mañana, Dakks! ―exclamó, exaltada― ¡Si no te cuento lo que he descubierto quizás estés muerto mañana!

Muy alentador todo.

― ¿De qué hablas, Anet?

Suspiró.

―No es un paria más, Dakks ―empezó―. ¿Recuerdas el viento de anoche?

― ¿Cómo no recordarlo?

―Bien ―siguió―. Cuando empezó yo estaba en Point Potter con mis compañeros, mirando las olas ―expuso―. Habíamos ido de excursión con nuestra monitora y después de una salida de orientación estábamos por allí. Pero ese no es el caso...

― ¿Y el caso es?

―Ese viento inició cerca de donde estábamos, en territorio aborigen ―contestó―. Y probablemente tú no pudiste olerlo, porque no estabas tan cerca como yo del origen de lo que pudo ser eso... pero yo sí lo olí.

No podía ser.

― ¿Magia? ―pregunté, atónito, frenando en seco en el salón.

―Pero no cualquier magia. El rastro... ―balbuceó―. Era lo más oscuro que haya podido oler jamás en mi vida, Dakks ―admitió―. He leído sobre ello en la biblioteca de los ministerios, esta tarde. Y he encontrado el olor que buscaba. Es un conjuro del que nunca había oído hablar. Lo que vaga por los bosques de Botany no es un paria normal. Probablemente lo era antes del conjuro, pero alguien le hizo algo...

Estaba empezando a ponerme nervioso.

― ¿Qué le hizo Anet? ―pregunté, expectante por su silencio.

―Con toda probabilidad ahora un espíritu vengador vive en su interior, Dakks ―respondió con gravedad―. Y no uno cualquiera, sino el espíritu vengador de un licántropo que según una vieja leyenda sueca viajó a Australia, se estableció en Kurnell y se suicidó durante la primera luna. Lo convirtieron en el viejo continente, y como en aquel momento no había un mecanismo para controlarlos...

Mierda.

―Mató a su amada, que estaba embarazada, y que trató de huir en un caballo a través del bosque... ―aventuré.

Se quedó en silencio por un instante.

― ¿Has oído hablar de esa leyenda? ―preguntó, confusa―. Tiene una canción...

―Que acaba diciendo "Pero mi doncella se fue y mi caballo ha muerto. Ella portaba el fruto del amor" ―canturreé―. Lo sé, he soñado con ella.

Se hizo el silencio de nuevo.

―Eres un tipo extraño, Dakks ―concluyó Anet, mostrándose desconcertada―. Sí, era un pobre desgraciado. Pero si su espíritu vengador ha sido convocado, ya sabes lo que significa eso.

Significa que estamos bien jodidos, pensé.

―Es un espectro furioso con forma de paria. Capaz de transmitir la infección si muerde, pero en busca de otra cosa...

―El corazón de toda criatura que encuentre a su paso ―concluyó Anet―, para hacer a otros lo que le hicieron a él. Desde que empiece a comer corazones humanos absorberá su energía vital, y si logra devorar los suficientes antes que termine del plenilunio ya sabes lo que será de él.

―Un espectro inmortal, vagando eternamente por la reserva en busca de alimento. Imparable e indestructible.

El silencio por respuesta.

―Pero no puedo matarlo, Anet ―concluí, desesperado―. No tengo armas para enfrentar a un espíritu vengador en el cuerpo de un licántropo.

―Piensa, Dakks ―Me animó―. No las tienes en el sentido físico, pero si el espíritu está unido a la carne, hay dos opciones. Matando la carne y arrancando su corazón para apresarlo podrías encerrarlo por siempre. Y si no logras acabar con él, recuerda que la carne queda atrapada si logras apresar el espíritu ―expuso―. ¿Y cómo se apresa un espíritu en un lugar terrenal hasta encontrar un receptáculo capaz de contener su esencia?

Claro. Todo tenía sentido.

―Radera...

No podía verla, pero estoy seguro de que en ese momento Anet sonreía en algún lugar, desde donde quiera que me llamase.

―No solo sirve para transportarse o abrir portales. Puede crear microdimensiones en donde contener espíritus ―corroboró―. La situación ideal sería matarlo, arrancarle el corazón, y convocar una microdimensión en donde confinarlo antes de que deje de latir. Pero eso va a ser difícil así que en su lugar podrías cavar una o varias zanjas, hacerlo caer, y sellarlas con radera y un conjuro contenedor, ¿Sabes cómo formularlo?

Sonreí.

―No lo dudes ―suspiré―. Gracias, Anet.

―Procura que no te mate, Dakks ―contestó riéndose―. Y recuerda que alguien ha conjurado a ese espíritu. No sé de quién se trata, pero sea quien sea, es peligroso y te ronda ―advirtió.

***

Una hora después me encontraba en algún lugar de los campos más allá de la zona industrial, en el linde de la reserva, cavando zanjas con magia para asegurarme de que cuando encontrase al paria espectral pudiera seguirme y caer en cualquiera de ellas. Con mis bolsillos y mi mochila repletos hasta los topes de rádera que le había pedido a Galius a la desesperada. E intentando con todas mis fuerzas no olvidar el conjuro de contención de espíritus que planeaba utilizar.

Había puesto en aviso a Luca de la nueva situación y de mis planes. Y le había encargado proteger a los demás genios, evitando que volvieran a casa mucho más tarde, y que lo hicieran por alguna calle poco concurrida. Seguramente estarían volviendo del embarcadero para entonces, y a mi solo me quedaba ya una zanja. Después el plan era rastrear el olor de la magia e intentar localizar a esa criatura antes de que causara daños mayores o pudiera volverse más fuerte de lo que ya era. Nadie quería un espíritu vengador corpóreo bajo la forma de un paria rondando en Pangea.

Pero en ese momento, en medio de la oscuridad, y con una de las zanjas todavía por cavar, mis planes se fueron por completo al traste.

Recibí una llamada de la persona más inoportuna que haya conocido en los días de mi vida.

― ¿Qué mierda quieres, Luca? ―contesté en un susurro apenas media hora después de nuestro último contacto, momento tras el que yo agarré mi bolsa y eché a correr hacia los campos― ¡Estoy en el linde de la reserva!, ¡Esa bestia puede estar por aquí ahora mismo, tío! ―Me quejé.

Mi dispiace, Eliha... ma...―balbuceó. Siempre que hay demasiado italiano en una frase se avecina algo malo―.

― ¿Es qué?, ¿Qué, Luca? ―pregunté, inquieto―. Sabes que odio cuando hablas demasiado italiano, significa que estás nervioso y que no pasa nada bueno.

Escuché un suspiro al otro lado.

―Amy se ha ido hace algún rato a la clínica veterinaria, è non podido impedirlo. Ha llamado a il suo capo porque quería ir a la clínica a comprobar una cosa, e no está con noi. He llevado a casa a los demás, ma no he podido contattala otra vez.

Y la cosa mejora por momentos, Dakks. Por momentos.

―Recibido ―contesté en un susurro, tratando de mantener una calma que por momentos me abandonaba―. "Grazie, Luca, has sido de mucha ayuda" ―terminé, incapaz de reprimir un segundo más el sarcasmo que me bullía en las tripas.

Colgué el teléfono. Lo tiré dentro de mi mochila y eché a correr como alma que lleva Ella, entre los campos, hacia la refinería, cerca de la que estaba la clínica. Tratando de ser lo más sigiloso posible y no caer en ninguna de mis trampas.

Hubo suerte. Quince minutos después.

Allí la encontré, saliendo a la calle y cerrando la puerta con llave. Gracias a Dios no parecía haberle pasado nada.

Pero la noche había caído hacía rato, la luna llena asomaba en el cielo, y era un auténtico peligro estar allí.

―Adamahy Kenneth ―tercié, visiblemente agobiado―. Nos vamos a casa. Ahora.

Tendría que acompañarla, y volver a irme lo antes posible.

― ¡Maldita sea, otra vez...! ―chilló enfadada. No pudo acabar porque le tapé la boca con la mano, mirando, sobresaltado, a mi alrededor

―No hables alto ―Le pedí en tono de alerta, mirando suplicante a sus ojos―. No es seguro estar aquí, Amy, por favor, vámonos a casa.

Me miró sorprendida. Nunca me había visto así.

― ¿Qué pasa, Eliha? ―preguntó.

―Mira.

Señalé la luna llena que, intacta e inmaculada, brillaba en su soledad sobre el cielo. Por un instante sentí como su corazón se aceleraba, y llegó la certeza de que parte de ella me creía.

Pese a todo no cambió de opinión.

― ¿Sigues con esa tontería del hombre lobo? ―comentó exasperada mientras comenzaba a andar con tranquilidad, hacia el caserío que se adentraba en el pueblo. Estábamos a las afueras, y dejamos el complejo industrial a la derecha.

―Lo que quieras ―dije, revolviéndome el pelo con una mano para aplacar mi desesperación―. Pero date prisa. Hay que estar en casa lo antes posible.

La agarré del brazo sin apretar, pero con contundencia, y comencé a andar más rápido.

― ¿Ahora me vas a decir hasta a qué ritmo tengo que caminar? ―Me bufó, frenando en seco― ¡No me gusta Eliha!, ¡No me gusta una mierda!, ¡No creía que fueras de esos chicos pirados que necesitan controlar todo lo que una mujer hace!, ¡¿Por qué cojones siempre me equivoco tanto con la gente?! ―preguntó indignada, más para ella que para mí.

Yo me quedé de piedra.

No solo porque hubiera dicho cojones, que también, sino por lo que implicaba que me hubiese llamado machista entre líneas. ¿Yo?, ¿Machista?, vamos, lo siguiente ya es pegarme fuego. Eso sí es arreglar las cosas con alguien. Viva, Eliha Dakks, haciendo amigos. Te superas cada día, pensé.

―Corre ―repetí, intentando no perder los nervios. Y siguiendo en mis trece, hasta que alcanzamos el caserío y nos adentramos por la primera de las calles.

―No ―dijo con cierta chulería. Y se paró de forma definitiva en medio de la calle.

Iba a replicar, pero todos mis temores se conjuraron ante mí. Acababa de divisar una sombra inequívoca, justo al final de la calle por la que entrabamos. Y estaba en el pueblo. Había cruzado todo el maldito bosque alrededor, y había logrado llegar al caserío sin que yo pudiera hacer nada.

Maldita sea mi suerte.

― ...Por todos los designios malditos de los inmortales ―susurré mirando en esa dirección, asustado, mientras la sombra se hacía más grande al final de la calle, lo que quería decir que estaba a punto de aparecer por el otro extremo.

Solo entonces reaccioné.

Nos metí rápidamente tras la valla de madera de la primera de las casas de la calle, que quedaba frente a la carretera que lleva a las afueras y a los campos que preceden a la reserva.

― ¡Maldita sea, suelt...! ―Le tapé la boca con una mano.

―Está ahí ―susurré―. No podemos volver a casa ahora, con él rondando tan cerca. Son rápidos, y listos. Y este es más rápido, y más listo todavía que uno normal. Amy, no es cualquier demonio. Yo no duraría ni dos minutos peleando contra él.

Ella asomó levemente la cabeza sin deshacerse de la incredulidad.

Dado que rápidamente regresó a su posición original, y su rostro había perdido todo el color que había ganado enfadándose conmigo, supe que ya no había réplica posible.

―No tengo ni idea de cómo es esto posible ―susurró mientras me miraba entre asustada y desconcertada―. Pero, por lo que se ve, tú eres el experto ―suspiró― ¿Qué hacemos ahora? ―contestó en voz tan baja que casi me costó escucharla.

―Suplicar porque Ella se mantenga de nuestra parte, y porque no haya captado nuestro rastro ―contesté―. De lo contrario nos perseguirá.

― No sé quién carajo es Ella, pero... ¿Y si lo ha hecho? ―preguntó agobiada― ¿Y si tiene nuestro rastro?

Guardé silencio por un instante, tratando de improvisar un plan.

―Entonces habrá que correr más. Más de lo que hayamos corrido nunca ―expliqué, tratando de aparentar tranquilidad―. En dirección hacia la reserva, porque allí tengo las trampas que le he tendido. Estas calles son un laberinto, y allí será más fácil despistarlo.

―Es una locura correr a la reserva ―dijo sin poder disimular que estaba un punto más allá que asustada―, Eliha.

―Escúchame, Amy ―supliqué, tratando de tranquilizarla―. Sé que esto es complicado, y que estás asustada. Pero quiero evitar que dañe a alguien, y como slader es lo que tengo que hacer. Así que debemos alejarlo del pueblo lo máximo posible ―afirmé con rotundidad, pero, si he de ser honesto, también asustado―. Además, cuenta con que en el bosque hay muchos más olores. Será más fácil que pierda nuestro rastro, y se entretenga con otra cosa. Aparte están las trampas que he puesto por los campos, y en el linde de la reserva. Tal vez funcionen y consiga encerrarlo para siempre.

― ¿Y si algo sale mal?

Entonces aquella linda chica de ojos azules y cabello claro, ondulado al viento, que estaba congelada porque había caído la noche y no llevaba más que una chaqueta de punto con unos pantalones vaqueros y sandalias, me miró realmente asustada, pero con determinación. Directa al corazón.

―Llegaremos al bosque ―afirmé con convicción―. Y si algo sale mal, no sé cómo voy a hacerlo, pero juro que te sacaré de este lío ―prometí, con más determinación de la que nunca había sentido―. Aunque se convierta en lo último que haga ―añadí sin apartar mi mirada de sus ojos― ¿Confías en mí, Adamahy Kenneth?

Ella asintió, tratando de verse firme. Asustada, pero demostrando lo valiente que era.

Nos quedamos en silencio después. Pasaron los minutos, agazapados tras la vieja vaya de madera de la última casa del pueblo. A nuestro alrededor no se escuchaba nada más allá que los ruidos característicos de la noche. El murmullo del mar a lo lejos. El ulular de una lechuza, o el trinar de los grillos.

― ¿Crees que se habrá ido? ―preguntó esperanzada ante el repentino silencio.

―No lo sé ―admití, visiblemente intrigado. Como creo que ya os he dicho alguna vez, el silencio es el peor indicio para un cazador, pero nunca se sabe―. Voy a inspeccionar. Quédate muy quieta.

Avancé un par de pasos, hacia el borde de la callejuela, y, de soslayo, logré echar un leve vistazo a la calle por la que antes se acercaba la sombra.

No quedaba ni rastro de ella.

―Sí ―concluí, aliviado―. Creo que se ha ido.

Tan solo un segundo después los tablones de la vaya comenzaron a saltar en pedazos, justo detrás de nosotros. Y un rugido espantoso me permitió ver la cosa más atroz que jamás había visto. Bajo la forma de un hombre lobo, un espíritu de ojos rojos, garras emponzoñadas y un tamaño bastante superior al esperado, profirió en un rugido que hizo temblar la tierra.

― ¡CORRE! ―chillé, más desesperado que otra cosa.

Recuerdo que, en ese instante, y casi de forma instintiva, nos agarramos la mano, muy fuerte, y echamos a correr hacia los caminos que conducían al linde de la reserva, para pasar por delante de la clínica y dejar a un lado las industrias.

Corrimos como jamás lo habíamos hecho antes. Sabiéndonos perseguidos por la sombra de la muerte, y a punto de iniciar la que quizás fuera nuestra última travesía. Hacia la oscuridad más absoluta.

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