Nada escapa de él

Murmullos.

Fue lo primero que escuché cuando mis sentidos comenzaron a reaccionar. Sentía mi corazón encogido, y mi cuerpo agarrotado. Mi espalda sobre el entarimado, y el olor a desván en mis fosas nasales.

― ¿Qué tiene? ―preguntó una voz, asustada.

Non è serio ―aclaró otra voz, más calmada―. Ha sido un ataque di pánico.

Sin duda, la segunda voz era de Luca.

― ¿Cómo puedes estar tan seguro? ―Miriam, no cabe duda― Merde, il est blanc.

―Tuve alguno de pequeño. È aparatoso, e incómodo, ma non è serio.

A sus palabras les siguió el silencio.

― ¿Por qué tenías ataques de pánico?

Non è de tua incumbencia.

―Creo que está despertando ―La voz de Noko se sumó a la situación.

―Alan llegará en diez minutos ―Anunció la voz de Amy, quien, parecía volver al desván subiendo las escaleras― ¿Cómo está?

―Se está despertando...

―Eliha, escúchame, concentrati en la mia voce, ¿Puedes oírme? ―preguntó Luca, con voz calmada. Tenía una compresa fría sobre la frente. Estaba, decididamente, ardiendo. Aunque con la situación quizás pudiera pasar desapercibido.

Pero entonces llegó lo peor.

Entonces, me acordé de todo.

Dos lágrimas resbalaron por mis mejillas. Recé para que nadie lo notara, pero, dada la situación, mi súplica era inútil.

―Sí, te oigo ―balbuceé, y abrí los ojos, como pude.

Tal y como supuse, estaba tendido en el suelo en mitad de la estancia, con una chaqueta bajo la cabeza y algo húmedo sobre la frente. Luca me ayudó a incorporarme y me sentó con la espalda apoyada en una de las columnas. Miriam se acercó y pasó con cuidado la compresa que llevaba en la frente por el resto de mi cara, enjugando mis lágrimas.

― ¿Qué ha pasado? ―preguntó Noko, visiblemente afectado― ¿Has visto algo que...?

Luca lo hizo callar con un gesto de la mano, y me miró directamente. Serio, pero tranquilo.

―Has tenido un ataque di pánico, Dakks ―Me dijo―. No es grave, e probabile no vuelva a ocurrir. Non so che cosa ha pasado, ma estamos aquí, Va benne?

Las lágrimas siguieron desbordando mis ojos. Y mi corazón encogido amenazaba con detenerse una vez más. Tantas cosas y solo podía contarles una de ellas. Tantas cosas...

―Está muerta, Luca ―balbuceé.

Pude ver el color abandonar su rostro. Sus ojos observándome atentamente.

― ¿Quién, Eliha?

―Anet está muerta.

***

― ¿Eliha? ―La voz de Alan resonó a mi espalda. Salió al porche, en donde yo debía llevar sentado por lo menos dos horas, y se sentó a mi lado. Después de haber mantenido una larga conversación con los demás que me había ahorrado la necesidad de tener que repetir la historia para ponerle al corriente de todo, solo se sentó ahí y puso su mano en mi hombro― ¿Estás bien?

No estaba ni cerca de estarlo.

Había pasado meses temiendo la posibilidad de encariñarme con alguien y que pasase lo que acababa de pasar, y de la manera en que había ocurrido acababa de destruirme. Me aterraba la posibilidad de hacer amigos y perderlos de nuevo. Y ahí estaba. Había llegado a considerar a Anet mi amiga, y ahora estaba muerta.

Seguramente dirían que fue un accidente. Y solo unos pocos sabríamos que mentían.

Había muerto porque había escuchado algo que no debía, y había decidido echar a correr y alejarse de allí para ponerme al corriente de ese algo que ahora me aterraba. Eso le había costado una pena insurreccional por traición al régimen, lo que me convertía en una amenaza para el orden político. Aunque estaba muy lejos de saber por qué.

El hombre más poderoso de la dimensionalidad quería verme muerto. Y pensar que podía tener que ver con lo que me advirtió el viejo Arnold me hacía sentir arrogante y egocéntrico, pero no se me ocurría ninguna otra explicación. Quizás había algo en mi interior. Algo que podía tener que ver con todas esas cosas de las que era capaz y que me negaba a admitir. Algo que Anet había tenido que descubrir de la peor manera, y que le había costado la vida.

Pero nadie sabía de esas cosas. Había sido lo suficientemente prudente para mantenerlas en secreto. El único que lo había sabido todo de mi había sido Agnuk. Y él también estaba muerto.

¿Cómo iba a estar bien?

Pensaba en volver. Pensaba en marcharme. En huir, llevarme a mi familia muy lejos y no regresar nunca. Pero ¿A dónde iría? Ningún lugar de la dimensionalidad en donde se pueda seguir vivo escapa a su control. Nada escapa de él.

Si Dimitrius Stair quería verme muerto, era cuestión de tiempo que así fuera. Y ella había dicho No es quien crees que es. Entonces... ¿Quién es Dimitrius Stair?

― ¿Eliha? ―preguntó de nuevo Alan, preocupado porque no contestaba.

―Sí ―mentí, apresurándome a secar las lágrimas que mojaban mis mejillas, y limpiándolas con el dorso de mis manos.

Se quedó sentado junto a mí, manteniendo su mano en mi hombro, como había hecho el día en que descubrió mi secreto.

―Era como tú, ¿Verdad? ―preguntó―. Ella también era slader.

No me había quedado más remedio que contárselo a los chicos. Y ahora él también lo sabía.

Asentí.

Aquella simple afirmación me hacía sentir más solo que nunca. Logré encontrar a alguien que me comprendía por completo. A un igual en quien confiar. Y la perdí.

Pero no solo la perdí.

Murió por mí. Murió por averiguar, por accidente, algo que quizás no tardase en llevarme junto a ella. Y murió por elegir contármelo. E intentar protegerme.

Pero Alan no podía saber nada de eso. Ni él, ni nadie. Desde ese momento una carga muy pesada se asentó sobre mi espalda, y era algo que iba a tener que manejar solo. Tenía la sensación de que todo aquel que supiera de ello automáticamente podría morir o matarme. Y, como se suele decir en el Norte, el silencio es el gran portador de secretos.

Pero no arregla los corazónes.

―Me he portado como un imbécil ―asumí, intentando pensar en qué quería decir, aunque ni siquiera yo lo sabía―, lo siento, Alan. Los sladers normalmente somos así, quiero decir, hacemos locuras, y vivimos al límite. La idea es vivir deprisa, y morir jóvenes ―Me esforcé por respirar de nuevo―. O, mejor dicho, no es una idea ni una elección, solo es lo que tenemos. Yo estaba acostumbrado a otra forma de existir, a hacer cosas que aquí son difíciles de hacer. Cosas que con ella volvían a ser posibles.

Suspiró, devolviéndome una sonrisa triste.

―Ella era lo más cercano a sentirte en casa que has experimentado a lo largo de estos meses ―asumió mostrándome su comprensión―. Y todos necesitamos sentirnos en casa, Eliha.

Dos lágrimas volvieron a resbalar por mi rostro, aunque, en seguida me esforcé por disimularlo.

No era que hubiera dicho nada especialmente emotivo. Solo que había dado en el clavo.

Había vuelto a sentirme en casa, aun estando muy lejos del lugar en donde nací. Había vuelto a sentir esa seguridad que nada me devolvía desde que Agnuk me dejó. Y ahora todo estaba roto. Hecho añicos. Y esa seguridad falsa se había diluido en una verdad que me aterraba. La de que no tardaría mucho en estar muerto.

Después se hizo el silencio.

―Estoy orgulloso de ti, Eliha Dakks ―dijo con seriedad―. No te haces a la idea de cuánto.

Aquello me desconcertó. No había hecho nada para que Alan dijese algo así.

―Pues no deberías, Alan ―balbuceé―. No he hecho nada más que liarla todo el tiempo en las últimas semanas. Me he escapado, me he emborrachado hasta límites que todo humano desconoce, y no he parado de hacer locuras para intentar recuperar la vida que tenía ―suspiré―. La vida que se fue. Solo me obsesionaba redescubrir una parte de mí que no quería perder y compartirla con alguien que fuera capaz de no juzgarla...

―Todos necesitamos a alguien que nos comprenda, Eliha ―asumió, comprensivo― No quiero imaginar lo difícil que tiene que estar siendo para ti estar aquí. Tan lejos de todo lo que conoces. Enfrentándote día a día a un mundo al que no perteneces y que, con frecuencia, te demuestra su incomprensión. Aún rodeado de gente, te has tenido que sentir muy solo. Y puedo imaginar ella fue la respuesta a ese sentimiento y a esa necesidad de recuperar a tu amigo, y todo lo que extrañabas de tu vida ―suspiró, devolviéndome una triste sonrisa―. Solo quiero que sepas que te entiendo, en la medida en que puedo. Quiero se sepas que tanto los chicos como yo queremos ser un apoyo para ti. Queremos convertirnos en algo que puedas conservar en el futuro, siempre y cuando así lo quieras. Y quiero que sepas que siento mucho, muchísimo que ella se haya ido ―culminó.

Después solo se quedó allí, escuchándome llorar en silencio, con su mano todavía en mi hombro.

―Gracias por todo...

―No me las des, Eliha. De verdad que siento mucho todo esto ―susurró, tratando de disimular que la voz le temblaba―. No es justo que una persona tan joven...

No pudo terminar. En su lugar lo hice yo.

―Para nosotros es así, Alan ―admití, observando las estrellas desde mi corazón encogido por la angustia y preguntándome demasiadas cosas, entre ellas si sería capaz de ver pronto una estrella fugaz―. Es lo que te decía. Nos ha tocado vivir deprisa, y morir jóvenes. Por eso existimos al límite, porque nos recuerda que todavía estamos vivos.

―Aun así no es justo, Eliha ―dijo con frustración―. No es justo que haya personas que se marchen tan pronto y no es justo que...

―Algún día seré yo, Alan ―Le corté. No pude evitarlo―. Es... es posible que algún día venga alguien del ministerio y llame a la puerta de esta misma casa para repetir las palabras que hoy ha escuchado el padre de Anet ―sería bastante diferente, ya que el propio padre de Anet tuvo que aceptar la decisión de Stair sobre su hija, y ahora mismo desconocía qué clase de suerte había corrido―. Es posible que tarde o temprano el viaje acabe para mí, y que nunca vuelva a entrar por esa puerta. Quizás no es justo, pero es lo que me queda. Y vivirlo lo mejor que sepa es lo único que puedo hacer ―concluí.

No podía contarle a nadie nada de lo que había pasado aquella noche. No podía contarles que el hombre más poderoso de la dimensionalidad quería matarme, y que no sabía cuándo podía pasar eso, ni por qué era así. Pero sí que podía prepararlos para cuando eso sucediera.

Después de un largo silencio, Alan pareció encontrar las palabras adecuadas para continuar una conversación que yo creía concluida.

―Si ese día llega, Eliha Dakks ―dijo, mirándome a los ojos directamente, con seriedad―. Solo confío en que sepas que ya has cambiado algo en todos nosotros.

Aquella respuesta era todo menos lo que habría cabido esperar. Me desconcertó y le faltó poco para dejarme sin habla.

―No soy nada especial, y ya te he metido en algún lío...

―No todo son los líos en los que te metas, Eliha ―sonrió―. Luego está todo lo demás. Están todas las cosas que aprendo y espero aprender de ti.

Después se levantó y se dirigió hacia la casa. Sabía que ninguno quería alargar más la conversación.

―Si necesitas cualquier cosa, me voy a quedar esta noche por aquí ―anunció, con calma―. Pero sería buena idea que intentaras descansar.

Asentí, tratando de respirar profundo, todavía incapaz de creer todo lo que había pasado.

https://youtu.be/o_l4Ab5FRwM

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