La cacería y el laberinto


Media hora después había logrado colarme por un conducto de aire acondicionado de aquella vieja nave industrial, y reptaba a la deriva entre los amasijos de un sistema de ventilación oxidado y repleto de ratas e insectos, esa clase de bichos que los humanos tanto aborrecéis. Iluminaba a mi alrededor con una diminuta antorcha de brea que levitaba en el aire gracias a unhechizo. Y rezaba por encontrar alguna rejilla que me permitiese ver, exactamente, qué tenía debajo, y a cuánta altura.

Después de un rato y un largo recorrido, se obró el milagro. Aunque dada la altura a la que me encontraba, estaba lejos de serlo.

Más de cinco metros me separaban del suelo, y en él se levantaba un laberinto iluminado por antorchas y ambientado en lo que parecía ser una cripta funeraria.

Esas alimañas se lo habían currado, desde luego.

No tardé en escuchar el grito de un chico. Y no estaba lejos de mi posición así que, qué cuervos. Reventé la rejilla de una patada y me arrojé al vacío.

Lo reconozco. La ostia fue de campeonato. Pero en que me repuse eché a correr hacia la voz.

Desde el aire había logrado ubicarme. No muy lejos de allí estaba la puerta principal de la nave, abierta, así que sabía que si lográbamos llegar hasta allí estaríamos salvados. Solo quedaban unas cuantas hileras del laberinto, repletas de demonios. Un poco jodido, sí, pero podría remontarlo a mi favor.

Corrí hasta llegar a la esquina de un gran corredor. Y allí encontré a Luca Antelami.

En el preciso instante en que un demonio Kalek iba a arrojar su lengua contra su cabeza para sorber sus vísceras.

Arrojé un hacha y partí por la mitad el cráneo de aquel bicho. Después me acerqué con rapidez, y recogí el arma.

―Puedes abrir los ojos, Sicilia, tenemos que correr ―repuse reprimiendo la risa y observando a mi compañero con incredulidad.

Era igual de grande que yo, y, sin embargo, ahí estaba con los ojos cerrados y temblando como una hoja. Convencido de que correría la misma suerte que aquel chico del pueblo que por desgracia tuvo la misma idea que él sin conocerme.

― ¿Eliha? ―preguntó, o más bien chilló, con incredulidad para después mirar con sus ojos casi fuera de las órbitas el desaguisado que le había hecho a aquel bicho en la cabeza― ¿Qué cosa?, ¿Come...?

―Habrá tiempo de explicaciones en otro momento, genio, a menos que quieras que nos quedemos aquí y deje que nos maten. ¡Vamos, corre! ―apremié―. Te recuerdo que si no hubieras venido hasta aquí no tendría que haber venido a buscarte. Y no tengo ganas de convertirme en la cena de nadie.

Tras un momento de duda, obedeció y echamos a correr.

― ¿Sai a dónde vamos?

―He visto la salida ―admití mientras corríamos―. No está lejos, solo unas cuantas calles más.

Pero no acabó allí la cosa.

Frenamos en seco, topándonos a la vuelta de la siguiente esquina con una barrera de Oxhei.

No me gustan esos bichos, pueden ponerse a cuatro patas y correr. Y sus mandíbulas tienen dientes capaces de desgarrar cualquier cosa.

Siamo morto.

―Ni lo sueñes ―tercié, riéndome―. ¡Coge esto! ―añadí con entusiasmo, tendiéndole un par de machetes.

― ¡¿Qué...?!

― ¡Sólo úsalos! ―grité.

Después blandí mi espada y eché a correr hacia la barrera demoniaca gritando.

Hacía ya algún tiempo que no me enfrentaba a situaciones extremas, y debo reconocer que en ese momento les tenía muchas ganas. Echaba de menos la sensación de una lucha en la que realmente sintiese algún tipo de peligro. Llamadlo... o mejor no le pongáis nombre. Entiendo que añorar la sensación de matar no suena demasiado bien a vuestros oídos. Para los míos es otra cosa, yo soy un guerrero, antes que un hombre.

― ¡Algunos de estos...! ―dije mientras le rebanaba a uno la cabeza y me libraba de la mandíbula de otro, al tiempo que Sicilia blandía el machete contra un tercero― ¡Custodiaban la tumba de un famoso rey chino!, ¡Quizás te suene de algo, se llamaba Qin Shi Huang!

Cuando estudias criaturas demoniacas aprendes cosas inimaginables.

― ¡Vamos! ―contestó atónito. Había cumplido mi función: distraerle. Sabía que era una tumba hermosa y seguro que él conocería cada detalle artístico e histórico de la misma, al fin y al cabo, lo sabía todo sobre eso, ¿No? Cuanta más distracción, menos trauma. Psicología humana básica. Yo he llegado a bailar delante de una barrera de demonios y matarlos al ritmo de la música, cuando estaba acojonado porque iban a hacerme papilla de slader. Además, uno puede hacer cosas impresionantes cuando no está aterrado. O al menos eso es lo que creo― ¿La tumba de Qin Shi Huang?, ¿La de los Guerreros de Shian?

― ¡Esa misma! ―corroboré, ensartando por la espalda uno de los dos que quedaban en pie, para acto seguido arrojar un cuchillo directo al corazón del que, en ese preciso instante, amenazaba con devorar a Luca. Me reí al ver su cara. Y de nuevo tuvimos vía libre― Y ya van dos por hoy. Me tendrás que invitar a cerveza cuando salgamos de aquí.

Me observó. Más que desconcertado. Pero no dejamos de correr.

―Antes tendrás que explicarme cómo cojones haces todas estas cosas...

―No estás en condición de negociar ―Me reí de nuevo― ¡Vamos, corre! ―grité, sin detenerme.

****

― ¡Ahí está la puerta! ―chillé, casi eufórico, unos veinte minutos después― ¡Corre, ya estamos fuera!

― ¡No te debo una, te debo mis siete vidas, cabrón...! ―jadeó Sicilia extendiendo los brazos.

Pero no alcanzamos a continuar la conversación. Porque entonces la vi.

¿Cómo iba a ser tan fácil salir de allí?, ¿Cómo había podido ser tan estúpido?

Ahí estaba ella. La doncella blanca.

Brillaba. Cegadora de luz. Elevándose en el aire, justo ante la salida. Sus alas y tentáculos revoloteaban y se veía tan hermosa que Luca quedó en estado de Shock, e incluso yo frené en seco.

Es lo que tienen las bashees. Si alguna vez encuentras una será lo más hermoso que veas, y con toda probabilidad también se convierta en lo último.

Entonces el terror me invadió. Estábamos jodidos. Y eso era lo único que sabía.

―Dios ―declamó Sicilia― Es la cosa más hermosa que he...

― ¡CUIDADO! ―chillé. En ese momento la doncella desplegaba sus alas y abría sus oscuros ojos. Dirigía un tentáculo justo hacia Luca, y sabía lo que eso significaba. Le aparté con mucha fuerza y se dio contra una pared, seguro que se habría hecho daño, pero si la bashee le agarraba podía darlo por muerto.

En su lugar me agarró a mí.

Intenté luchar, pero sus dos tentáculos me aprisionaban más a medida que forcejeaba, y no valió de nada. Pronto me encontré aprisionado por sus alas de sus alas, replegadas sobre su cuerpo. No podía respirar y sabía que de un momento a otro sus mandíbulas triturarían mi cráneo para devorarme. Como no podía arrancarme la cabeza porque cráneo y columna en los sladers son irrompibles me inocularía un potente veneno que disolvería mis órganos vitales en escasos minutos, después me clavaría un aguijón, y sorbería lo que quedase de mí.

Podía dar ese instante por el final de mis días.

Y enfurecí. Enfurecí porque nunca iba a volver a casa, y porque Luca iba a morir también. Enfurecí por haber hecho el gilipollas, y por miles de cosas más. Porque no merecía morir así y, sin embargo, nunca había estado tan cerca del final como en ese momento. Y porque tan solo unos minutos atrás, realmente, me había divertido.

El corazón me empezó a latir deprisa. Tanto que apenas era capaz de respirar. La sangre en las sienes, palpitando como si fuera capaz de romper mis venas. Mi cuerpo comenzó a calentarse. Primero pensé que se trataba de una sensación subjetiva, fruto de la rabia y la cercanía de la muerte. Pero con forme los minutos pasaban empecé a advertir que a mi cuerpo le sucedía algo extraño. Era como si fuera capaz de somatizar mi rabia. Como si algo que había permanecido años dormido dentro de mí acabase de desperatar, y se adueñase de mi cabeza por completo.

No podía pensar. Solo sentía el fuego ardiendo en mi interior. Y pronto algo explotó. Algo que en realidad fui yo. Y no explotó, solo es que dejé de ser yo. Aquello que vivía dentro de mí estalló en llamas haciendo retroceder a la banshee, y pronto se lanzó contra ella, furioso. Sentí el crudo de su sangre en mi boca. Despedazándola. Volviéndola cenizas. Engullendo los restos de su carne y su sangre y esparciéndolos por todas partes. Hasta que no quedó nada más que un reguero de sangre putrefacta y ennegrecida.

Solo en ese momento de paz fui verdaderamente consciente de que aquella cosa no era yo. De que estaba parado en mitad del acceso de la nave, con una escena grotesca a mi alrededor. Y de que me dolía horrible el estómago.

Tan pronto miré hacia abajo para observar mis brazos me encontré con unas garras, que poco a poco, retornaban a su forma humana. Hasta que quedé tendido en el suelo, a cuatro patas, completamente desnudo.

Me levanté. Dando tumbos, hasta que pude apoyarme en una de las paredes exteriores de la nave. Era como si todo a mi alrededor fuera irreal. Estaba mareado y el mundo se veía extraño. Me apoyé con los brazos en el muro y vomité. Vomité hasta la última de mis entrañas. Aquel putrefacto fluido oscuro con trozos de carne de banshee.

No sabía qué cojones acababa de ocurrir. Mi corazón latía a mil y me esforzaba por respirar todavía. Y mi piel ardía como si tuviera fiebre. Y en ese momento recordé que, fuera lo que fuera lo que hubiese pasado en ese instante, había alguien más conmigo intentando abandonar esa nave y echar a correr.

Podía hacerme una idea de lo que acababa de suceder. Y no me tranquilizaba. Más bien todo lo contrario. Grité. Entre cabreado, desesperado y asustado.

Si mis cálculos no fallaban no solo acababa de liberar mi elemento, algo que muy pocos slader habían logrado antes... acababa de materializar mi alma animal. Y fuera lo que fuese lo que vivía dentro de mi había sido capaz de despedazar a una banshee. Uno de los seres más poderosos y oscuros de la dimensionalidad.

En ese instante el rostro de Arnold, ese viejo tarado que tantas cosas había dicho después de la noche que lo había jodido todo, ocupó todo en mi mente y sus palabras volvieron a mí. Pero luché contra ellas. Porque en ese momento recordé que todo lo que teníamos que hacer era correr. Ahora o nunca. Para alejarnos de allí todo lo posible.

― ¡Luca! ―chillé, tratando de restablecerme y acercándome al muro de la entrada hacia donde mi compañero había salido despedido. Todavía me tambaleaba porque mi cuerpo temblaba de pies a cabeza. El susodicho todavía estaba sentado contra una pared llevándose las manos a la cabeza, y casi en estado de shock. Me acerqué y le ayudé a ponerse de pie. Aunque no podía dar demasiadas lecciones de tranquilidad en ese momento― ¿Sigues entero? ―pregunté, asustado, y sin esforzarme por aparentar lo contrario.

Asintió mirándome de arriba abajo. Perplejo porque yo había quedado completamente desnudo.

―Tenemos que correr ―balbuceé, como ido. Pasando por alto todo lo demás.

― ¿Me explicarás cómo palle...? ―alcanzó a preguntar.

Se acabó, no podía hacer otra cosa que decir la verdad.

―Te refieres a eso último ―asumí mientras hacía un rápido hechizo de ilusionismo para que pareciese que llevaba algo puesto.

Asintió. Y me observó todavía más desconcertado. Alcancé a leer de sus labios un: "non è possibile. Avrò colpito la testa... e ora..."

―Ni siquiera yo lo sé, y necesitaré que me expliques un par de cosas ―admití, agarrándole y asegurándome de que ambos echábamos a correr―. Pero pase lo que pase ¡Nadie debe saberlo! ―Me apresuré a añadir.

El me imitó y empezó a correr como pudo. Asintió con efusividad.

― ¿Puedo fiarme de ti? ―pregunté desesperado, para cuando llegamos a la valla que separaba el polígono industrial de la calle.

Volvió a asentir, sin aliento.

―Si fuera un gato te debería seis de mis siete vidas ―jadeó―. Después de qesto un secreto no será mucho problema.

Los dos rompimos a reír. Movidos por una fuerza inexplicable. Aunque yo más por la histeria en la que vivía que por otra cosa.

Conjuré otro hechizo para abrir una puerta en la verja y poder salir de una vez.

Una vez estuve fuera me detuve en la esquina de la calle, y vomité otra vez.

Sicilia se colocó a mi lado, impresionado por todo lo que salía de mi estómago.

―Esto solo puede significar una cosa ―convino nada más vio salir toda esa materia oscura de mi boca―. Tú eras el bicho que se comió a la banshee.

Suspiré.

―Habrá tiempo para explicar esto, Sicilia ―le dije cuando acabé de vomitar, esta vez, y por suerte, de forma definitiva―. Ahora hay quien nos espera. Y deberíamos darnos prisa. No me gustaría quedarme por esta zona mucho más tiempo. Los ejes industriales siempre son dados a crear problemas.

Asintió una tercera vez. Esta vez más resignado que otra cosa.

Retomamos la carrera, esta vez por las calles de las afueras, en dirección al centro de Kurnell. Corrimos como dos almas libres en la carrera hacia la inmensidad. A través de un descampado y después adentrándonos en el casco urbano para cuando ya se encendían las farolas.

― ¡Nunca creí possibile que correr me haría sentir tan afortunado!

―Ni yo ―concedí, porque era verdad. Era lo más cerca de morir que había estado jamás, y el mero hecho de correr me recordaba que había escapado una vez más de la muerte. De aquel olor nauseabundo, y aquel color terrorífico que lo invade todo cuando Ella está cerca.

Al final, pese a todo lo que acababa de ocurrir y lo que significaba, si correr significaba seguir con vida... que no hiciese otra cosa que correr en el resto de mi vida.

****

―Tomad esto, os ayudará a apaciguar los nervios, y solo son hierbas ―Nos dijo Galius mientras servía dos tazas de una infusión humeante. Estábamos sentados en la trastienda y nos había ayudado con los rasguños que teníamos.

Luca me miró receloso, después de lo que había pasado aquella tarde imagino que no querría fiarse de nada más en su vida. Yo asentí, y di un sorbo a mi infusión. Solo entonces me imitó

―Voy a contar la caja, chicos, terminaos eso tranquilamente ―dispuso Galius, encaminándose hacia la tienda y dejándonos solos en la vieja biblioteca―. Luego deberíais volver a casa. Y tú Luca, descansa, no tienes más que algunas contusiones, pero mañana se harán notar.

Éste asintió con seriedad. Y dio un tímido: "gracias".

Después la silueta del viejo mago se perdió en la tienda, y pronto escuchamos el ruido de la caja. Empezaba a conocer a aquel hombre, y era probable que supiera que teníamos una conversación pendiente que ambos debíamos mantener en privado.

― ¿Qué eres, Eliha? ―Me preguntó Luca después de todo. Directo, como le gustaba ser.

Yo me reí. Más por resignación que porque tuviera ganas de reír.

― ¿He dicho algo gracioso?

―Para nada ―Me disculpé, recuperándome del shock―. Solo que no esperaba que fueses tan directo, nada más. Yo también tengo preguntas, pero no voy ahí soltando la bomba a la primera de cambio.

Suspiró.

Realmente sí lo hago, pero por entonces aún procuraba medir mi falta de filtros.

― ¿Y bien? ―inquirió.

―Puedes sentirte orgulloso Sicilia. Eres el primero en descubrir mi secreto ―anuncié―. He aguantado sesenta y dos días fingiendo ser humano. Todo un récord ―dije más para mí que por otra cosa― o, simplemente, más de lo que esperaba.

―Fingiendo ser humano... ―repitió confuso.

―No soy ilusionista Luca. Y no estoy en esta proyecto por ser ningún genio.

Arqueó las cejas.

― ¿Entonces por qué estás aquí? ―preguntó. Después pareció rectificar mentalmente―. No me malinterpretes, no estoy diciendo que no merezcas estar aquí, es más, creo que eres mejor que los otros...

Entendí por dónde iba.

―Soy slader ―admití con sencillez―. Pero no uno cualquiera. Uno de los mejores de mi generación. Uno que está llamado a convertirse en rastreador y unirse a los cuerpos especiales el día de mañana.

Para mi sorpresa esta vez fue él quien rompió a reír, aunque todavía con algo de recelo.

―Entonces estás diciendo que eres uno de esos que va por el mundo cazando bichos asquerosos, como los que hemos visto hoy, y dándoles palizas. Y de los que siempre mete sus narices en asuntos secretos dignos del Área 51, de los que los chiflados hablan, pero en los que poca gente cree ―resumió.

Esta vez me reí yo.

Estaba descubriendo a un Luca distinto y, no me preguntéis porqué, pero fue en ese momento cuando me di cuenta de que algún día llamaría a aquel chico amigo.

―Llámalo X, pero sí. Estoy aquí por ser una auténtica máquina de matar seres potencialmente peligrosos para la humanidad.

Me observó por un momento en silencio.

― Vamos, È incredible! ―exclamó bastante entusiasmado.

― ¿Bromeas? ―Me reí― ¿Qué parte exacta de soy una máquina de matar no has terminado de entender?

―Es simplemente genial ―continuó―. No solo me has salvado la vida, y te has comido a ese... ―le tapé la boca en ese preciso momento.

Me observó confuso. En su lugar yo también lo habría estado.

―Eso no es algo que nadie deba saber ―susurré, dejándole claro que era un tema peligroso sobre el que hablar―. Ni siquiera yo sé lo que ha pasado y necesitaré una explicación detallada por tu parte para terminar de acojonarme con lo que creo que ha pasado...

―Deduzco que no es algo que hagáis muy amenudo los slader ―comentó en un susurro, interesado en la cuestión―. Te convertiste en una especie de criatura, tío ―explicó, casi como ido―. Un lupo con garras, e cola de dragón, e con ojos de pájaro, e alas de plumas que parecían de fuego...

Cerré los ojos con fuerza.

Sabía que era cierto pero no quería creer que lo fuera. Y mucho menos que me arriesgase a que no fuera un secreto.

Maldije mi estupidez por no haber escuchado todo lo que Arnold tenía que decir. Quizás realmente quería advertirme de algo, y yo fui un necio. Un crío que estaba cabreado porque había perdido a su mejor amigo y odiaba la vida que vivía. La de un ignorante que no sabe valorar un miserable consejo de alguien por considerarlo un loco. Quizás yo había sido el loco.

Solo sabía que si Arnold tenía razón y yo tenía algo que ver con la leyenda de los náhares. Debía mantener la boca bien cerrada. Y leer mucho.

Suspiré, tras una idea fugaz que surcó mi cabeza en ese momento.

Me levanté y tomé un libro de la estantería más cercana, la de animalística. Sabía bien qué buscaba. Lo abrí por la página 301. Y ahí estaba aquella miniatura en la que el dibujo de un Dragón Huarko devolvía una fiera mirada, cumpliendo a la perfección la descripción que mi compañero había dado de su visión.

―¿Me parecía a esto? ―pregunté en un susurro, acercándole el libro y ocupando nuevamente mi asiento.

Me observó en silencio tras analizar el dibujo. Y asintió.

―No tengo ninguna duda ―convino.

Suspiré.

― ¿Y no te asusta? ―declamé, casi indignado― ¿Después de todo lo que has visto?, ¿Después de todo lo que me has visto hacer? ―pregunté, cerrando el libro y hundiendo mis labios en el último sorbo de mi infusión.

Me observó, casi más sorprendido por mi comentario que por toda la conversación anterior.

¿Sei troppo? ―Se quejó―. Confirmaste mi teoría de la parafernalia de monstruos y demonios. Y ahora sé que tenía razón. ¡Todo existe! ―declamó excitado, y sin poder reprimir el impulso de golpear la mesa con la palma de la mano, casi eufórico. Después se levantó y empezó a dar vueltas por la habitación― Yo vi uno de pequeño, y nadie me creyó, Dakks ―añadió emocionado, aunque todavía intentando digerir la noticia.

Le observé tratando de disimular lo sorprendido que estaba bajo mi empeño por no perder las riendas de la situación.

A aquel chico le importaba más que hubiese demostrado su teoría que el hecho ―según creo, importante― de haber estado a punto de morir apenas dos horas atrás, y haberse enterado que uno de sus compañeros era un slader, cosa que la mayoría de los humanos rechazan.

Aquello sí era un golpe de suerte, quizás el primero real que había tenido en aquellos sesenta y dos días. Aunque venía acompañado de algo muy traumático y muy terrorífico.

― ¿Nadie más lo sabe? ―preguntó, ahora sí, poniéndose más serio, y haciendo un esfuerzo por volver a sentarse.

Negué.

―Pero debe seguir así, como ya te dije antes. No pueden saberlo hasta que no sea el momento.

― ¿Puedo chiedere por qué?

―Se supone que el principal motivo por el que viviré con vosotros durante estos dos años no es el mismo que el vuestro.

―Eso estaba claro, perdona que puntualice ―apuntó, frunciendo el ceño.

―Claros aparte, la cosa es que para ser rastreador debes alcanzar un conocimiento profundo de la raza humana. Debes llegar a conocerlos tanto que puedas hacerte pasar sin problemas por uno de ellos, porque el día de mañana te tocará lidiar con humanos directamente. Así que la idea era que llegase a conoceros tanto que me mimetizase con vosotros, y me ganase vuestra confianza ―admití con sencillez―. Solo entonces podría revelar mi secreto. A su debido tiempo.

―Entonces esto tira un poco por tierra vuestro experimento, ¿No?

―Bueno... ―Me encogí de hombros. A esas alturas de la catástrofe me importaba más bien poco que hubiera caído mi farsa. Tenía problemas más importantes, como ocultarle a los ministerios y a cualquier persona más allá de Luca lo que había sucedido con esa banshee. No era tan idiota como para pensar que al gobierno le interesaría mantenerse al margen de conocer ese asunto. Y no tenía claras las intenciones de Ella, de tener algo que ver en todo aquello. ¡Ni siquiera quería creer que los náhares existían! Era demasiado peligroso aceptar todo aquello, y debía permanecer en silencio hasta dar con respuestas o con alguien en que pudiera confiar más allá de todo―. Tarde o temprano iba a pasar ―continué―. Pero me gustaría seguir adelante con los demás. Y la única forma de que pueda ser así, de que lleguen a confiar en mí antes de conocer mi secreto, y no lo juzguen cuando lo descubran, será que no lo sepan hasta que yo considere que es el momento.

―Y, por lo que veo, hoy no es el momento.

Negué con rotundidad.

―Bueno... ―suspiró―. Vamos a tener que inventar alguna excusa para explicar esto ―dijo señalándonos a ambos, que estábamos bastante magullados―. Y también para explicar por qué llevas una ropa que realmente no existe y no se parece en nada a la que normalmente usas, porque entiendo que el incidente animal es el gran tema tabú de los temas.

Asentí. Sorprendido.

― ¿Entonces me cubres?

―Me has salvado la vida, ¿No?

―Es mi trabajo, salvo a la gente en general ―Me reí―. No me debes nada por ello. No iba a dejar morir a uno de mis compañeros de proyecto en el segundo mes de aventura. No tendría lógica.

―Vaya, Dakks, pensaba que me apreciabas, qué lástima ―se burló.

―Piensas demasiado, Sicilia.

―Eso me dicen.

Después se hizo el silencio. Decidimos que era el momento de volver a casa y nos despedimos de Galius agradeciéndole su atención para emprender el camino de vuelta.

Una vez en la calle caminamos sin decir nada.

En realidad, ninguno sabía qué más añadir a esa conversación. O quizás nos invadió el temor que te asola cuando descubres de forma fortuita que la vida te acaba de unir a otra persona de la que aún desconoces muchas cosas, en un vínculo que está condenado a volverse profundo más tarde o más temprano, y sobre el que se dibuja un futuro incierto.

Pasando por alto, claro está, mi estado de confusión mental.

Por fortuna Luca no había olvidado las llaves, no como yo, que seguía sin acostumbrarme a la existencia de esos endiablados anclajes metálicos ―Os recuerdo que los geniecillos del hogar son más útiles para estas cosas―.

Era tarde. Eso era lo único que sabíamos.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top