Eres imposible, Dakks

― ¡Lo que suponía! ―escuché a Miriam decir mientras asomaba la cabeza al interior de nuestra habitación.

Yo estaba fuera.

Mordí distraido una ciruela en lo alto de las escaleras contemplando la escena, con cierta diversión. Miriam asomó la cabeza de nuevo al pasillo y le gritó a Amy, que salía del baño de las chicas frotando con delicadeza su pelo húmedo con una toalla

―Aún están en pijama ―Le dijo riéndose. Acto seguido volvió a meter la cabeza a la habitación―. ¡Creo que alguien va a hacer tarde! ―añadió, canturreando con alegría. Se dirigía a Noko y a Luca, aún en la habitación. Se les habrían pegado las sábanas.

Amy rompió a reír.

― ¡Y el que no esté en la puerta a las ocho menos cuarto se va a la Escuela en bus! ―añadió Adamahy Kenneth secundando a Miriam―. ¡Ya oísteis a Alan, chicos! ―suspiró― ¡Daos prisa!

Miriam cerró la puerta y las dos me vieron en las escaleras, perfectamente vestido, y atareado con mi desayuno.

― ¿Ves? ―le dijo Miriam a Amy, sonriendo mientras me señalaba―. Así da gusto, a Eliha nadie le tiene que decir lo que tiene que hacer.

―Me las apaño solo ―Admití, dándome cuenta de que había acabado con la ciruela.

Como no me apetecía ir en busca del cubo de basura, que todavía no había logrado encontrar, hice desaparecer el hueso en el aire delante de las chicas después de fingir un juego de manos.

Me miraron asombradas. Miriam rompió a reír con cara de, no tiene remedio, y entró a su habitación.

―Algún día me tendrás que explicar cómo haces eso... ―terció Amy, entre sonriente e impresionada.

Me encogí de hombros y le devolví la sonrisa.

―Un mago nunca desvela sus secretos ―reiteré.

Rompió a reír mientras se adentraba en la habitación. Asomó la cabeza, ya dentro, todavía con el pelo húmedo y despeinado pendiendo en el aire. Solo para sacarme la lengua.

―Eres imposible, Dakks.

Fingí una reverencia conteniendo la risa. Y me dispuse a bajar las escaleras para esperarlos a todos en el porche. Me gusta el olor de la hierba y la madera húmeda al punto de la mañana, y me gusta mucho más que estar encerrado. Era una de las pocas cosas que me recordaban a casa, a parte de los webberns que recibía todos los miércoles por la noche en el viejo desván, a altas horas de la madrugada, y que me traían noticias de mi familia.

Apenas me senté en el porche, Alan entraba por la puerta principal, cruzando el jardín a grandes zancadas.

Siempre me había tratado bien, y también adoraba mis trucos de magia, pero desde el principio algo en mí asumió que Alan era un genio no por nada especial, sino porque había aprendido en la universidad de la vida, y era difícil colarle las cosas. Por eso, además de por su don de gentes y de que era un gran conocedor de su país, era la persona ideal para supervisar las vivencias y desatinos de cinco chavales tan peculiares. El único capaz de ayudarles a conjugar una vida normal con dar rienda suelta a sus actividades. Es cierto que desde el minuto uno pude percibir que veía algo en mí que no le casaba con mi perfil. Pero, pese a todo, me trató como a uno más. No obstante, sabía que mientras pudiera, lo mantendría alejado de mi secreto. Aunque fuera solo por si acaso.

― ¿Y estos vagos dónde están? ―Me preguntó. Su voz denotaba energía― ¿No han terminado de vestirse?

Negué, riéndome.

Sonrió y se adentró un momento en el salón. Le escuché gritar que el que no estuviese en la puerta en los cuatro minutos siguientes se iría hasta Sídney en bici.

Salió y se dirigió de nuevo al coche, volviendo a cruzar el jardín a grandes zancadas.

―Merecerías un premio a la puntualidad, Dakks ―admitió mientras se alejaba, entre satisfecho y sorprendido―. Confío en que se les pegue algo a los demás.

Reí para mis adentros y dejé escapar una media sonrisa. Hice un gesto que había aprendido viendo algunas películas y series de Pangea. Lo entiendo como un ademán de camaradería. Extendí mi mano con la palma hacia afuera y junté índice y corazón, y por otro lado anular y meñique. Tengo entendido que es una fórmula de ¿paz?

Alan se marchó riendo. Yo confié en no haber hecho demasiado el ridículo.

Cuatro minutos después, y más por los designios de los Inmortales que por otra cosa, estábamos todos en el coche.

Imité lo que hacían todos, y me senté ocupando el sitio que quedaba libre en la parte de atrás, junto a uno de los cristales. Se colocaron lo que llamaban "cinturones de seguridad", y yo correspondí con el mismo gesto. Había visto coches muchas veces en mis incursiones en el mundo humano. Pero jamás había subido a uno. Y resultaba tan aterrador como tedioso. No me malinterpretéis. Lo que temía no era la velocidad ni nada parecido, sino lo mal que conducen los humanos, y lo precario de esos trastos. Con lo fácil que sería desmaterializarse, tomar un conducto impulsor, o pilotar una nave... ¡El coche es el medio de transporte más inseguro que haya inventado alguien en la Historia de Todo Bajo el Cielo!

Quizás mis nervios se debieran más al contexto. O no tenga sentido nada de esto. Pero os aseguro que yo no era el único nervioso aquella mañana.

―Necesito que me echéis un cable, chicos ―suspiró Adamahy Kenneth. Su pulso aumentaba con forme nos acercábamos a la ciudad―. Ya sabéis que no se me da demasiado bien la gente y... ―suspiró―. Por favor, no me dejéis hacer el ridículo, ¿Vale? ―casi imploró, tratando de sonar más divertida que nerviosa. Cosa que no terminó de funcionar.

―No te preocupes Amy, el primer día solo hacen el ridículo los profesores ―dijo Luca, riéndose―. In verita, solo el tutor nuestro. Y depende qué tipo de instituto sea, la directora.

― Y quizás el jefe de estudios ―añadió Noko, distraído, mirando pasar el paisaje por la ventanilla, y todavía provisto de la paciencia que le acompañaba. Por suerte mayor que la mía.

El coche frenó en seco en un cruce mientras Alan le gritaba de todo a un peatón que cruzaba un semáforo cuando no tocaba. El código de colores tampoco era lo mío. Sabiendo pilotar naves con tecnología mucho más avanzada resulta tedioso viajar en un coche.

Respiré hondo. Por mal que condujesen los humanos, e incómodos que fuesen esos trastos, debía mantener la calma. En caso de accidente morirían todos menos yo. Los slader no morimos por hemorragias internas salvo que sean producto de heridas incisas. Pero los golpes no dañan nuestros órganos internos al punto de matarnos.

É certo ―admitió Luca. A este tío se le escapaba el italiano por la nariz.

―¿Vamos no hay manera de que dejes de decir cosas en italiano? ―preguntó, Miriam, desde el asiento del copiloto, bastante irritada.

Como si me hubiera leído el pensamiento. Aunque al final te acostumbras.

―No todos hablamos inglés como tú, Miriam ―contestó el aludido―. Disculpa mi nivel C1 de inglés, señorita "tengo un C2 pero se me escapa un Oh, lala o un merde cada dos por tres" ―espetó.

―Aprende francés y después dile merde a alguien, inútil ―Se defendió.

Sabíamos que acababa de empezar la debacle de nuevo.

― ¿Y qué más te da si haces el ridículo? ―añadí yo con tranquilidad, continuando la conversación en la que estábamos antes, esforzándome por distraer mi atención de la carretera y no escuchar a mis compañeros.

Adamahy me observó con cierta inquietud porque no sabía bien hacia donde dirigía la conversación. Arqueó una ceja, gesto que interpreté acertadamente. Y opté por explicarme de otra forma.

―Quiero decir, eres tú. Nosotros te aceptamos así. Tú te gustas así. Si a alguien no le gusta, se tendrá que aguantar ―suspiré―. Cuando alguien no te valora es mejor mantenerlo lejos.

Sonrió, observando distraídamente por el cristal delantero.

―Supongo ―admitió razonándolo―. Aunque tampoco quiero empezar con mal pie, si puedo evitarlo.

Noko se metió en la conversación. Tampoco aguantaba más a nuestros compañeros, y a Alan gritándoles que hicieran el favor de soportarse por media hora para que los demás pudiéramos empezar el curso sin dolor de cabeza.

―Mira Amy, Eliha tiene razón ―concedió Noko―. Si pasa cualquier cosa estamos nosotros, y el resto se tendrá que callar―Me secundó con decisión.

Justo en ese momento se había hecho por fin el ansiado silencio. Y al silencio le siguió un apoyo generalizado porque lo último sí que lo escucharon todos.

―De todas formas. Piensa que muy espantoso tendría que ser el ridículo que hicieses para que la gente lo recordase ―añadió Luca retomando su tranquilidad inicial, esto es, la que solía tener cuando no quería matar a Miriam― ...y las cagadas durante el resto del curso nadie las recuerda más de dos o tres días ―culminó Luca quitándole importancia―. No la habré liado io veces. En un par de días se habla de otra cosa..

Amy respiró de nuevo, aliviada.

―Vale chicos, gracias por la sesión de Coaching.

Todos rompieron a reír. Excepto yo. Que me preguntaba seriamente qué carajo podía ser aquello. Iba para la lista de cosas sobre las que recabar información, o en su defecto, sobre la que interrogar a mis compañeros cuando descubrieran mi secreto.

― ¿Qué creéis que harán cuando lleguemos? ―pregunté, más por cambiar de tema que por otra cosa―. Se supone que es primer día para todos el centro, ¿No?

Luca se encogió de hombros y me observó con cara de estar sin respuestas.

―Imagino que iremos a algún tipo de salón de actos o por ahí, y se dividirán las clases. Cada uno se irá con su tutor, y éste nos explicará los mínimos del curso, cuál es su asignatura... ―Se adelantó Miriam.

Sicuramente allora nos molestarán con que no debemos arrasar con el mobiliario, y esa clase de cosas a las que nadie hace caso nunca.

―Tú no les harás caso. Pero que tú nunca hagas caso a nada no implica que los demás hagan lo mismo que tú ―saltó Miriam, recriminando el comentario de Luca― ¡Increible! ―bufó, enfadada.

―No es que no escuchen, sino que Che pizza! ―insistió él, a su bola, como siempre.

Todos le observamos sin entender. Él se encogió de hombros.

―¡Qué aburrido! ―aclaró―. Ya sabéis ―concluyó gesticulando.

―Ojo Sicilia, escucha a Miriam, no quiero que nadie me llame del instituto diciendo que haces el gilipollas ―le advirtió Alan con cierta seriedad camuflada en su gesto sonriente. Después se dirigió a todos―. No será necesario que lo repita, ¿verdad?

Silencio sepulcral.

―Y va por todos ―añadió―. Chicos, recordad que sois genios. Ni dementes, ni pirómanos, ni nada que se le parezca, ¿Debería repetirlo? ―preguntó al ver que nadie contestaba y todas las miradas se perdían por las ventanillas.

El paisaje se había transformado por completo. Desde hacía algún rato nos movíamos por distintos lugares de Sídney. Inmersos en el tráfico de la gran ciudad. Entre miles de personas corriendo por las aceras de un lado a otro, afanándose en no llegar tarde. Colegiales con sus uniformes. Edificios altos, parques y aceras. Una ciudad humana, que no se parecía en nada a Mok, y mucho menos a Áyax.

Sentí que había conocido demasiadas cosas nuevas en poco tiempo, y fue un tanto escalofriante. Pese a todo me uní a la risa de mis compañeros tan pronto me di cuenta de que la pregunta de Alan había tenido su reacción.

El coche se detuvo y me pilló por sorpresa.

Mis compañeros contestaron algo así como un: "No, por supuesto" y comenzaron a bajarse del coche. Yo los imité, tratando de no reflejar lo asustado que estaba en ese momento.

―Que lo paséis bien el primer día. Dentro de dos horas, después de la presentación, pasaré a por vosotros ―aclaró Alan desde su asiento del conductor.

Hubo un asentimiento general entusiasta desde la acera, al que no me uní porque estaba demasiado ocupado mirando a mi alrededor.

Luego nos despedimos.

― ¿Dos horas? ―preguntó Amy confusa, tan pronto el coche de Alan se hubo alejado.

―Sí, el primer día es solo la presentación. La directora dará una charla, y luego se presentarán los tutores ―explicó Miriam con entusiasmo, comenzando a andar por la acera hacia donde parecía que se dirigían el resto de los estudiantes―. Luego somos oficialmente libres.

Estábamos en un gran cruce de calles, con cuatro pasos de cebra gigantescos que regulaban el fluir de los peatones y los coches en las aceras y calzadas. Frente al chaflán de nuestra esquina se encontraba una enorme iglesia, con un gran rosetón, toda erecta en piedra y rodeada de un pequeño parque. Luca explicó que era la catedral de St. Andrews.

No tardamos en llegar a las puertas de un viejo edificio de cinco plantas. Tanto él como la catedral se veían pequeños en comparación con las construcciones, mucho más altas, fornidas y nuevas que ocupaban los otros chaflanes del cruce y las calles aledañas. Luca explicó rápidamente algo relacionado con un estilo que llamaban racionalismo, y la arquitectura de los rascacielos. Reparé en unas aves que volaban bajo en ese momento, hacia donde estaba la costa ―sigo creyendo que eran gaviotas, hasta que alguno de éstos venga y me saque de mi ignorancia―.

La zona parecía absolutamente repleta de vida y comercios, tiendas de todo tipo, gente y más gente. Una boca de metro a lo lejos. Y en general un ritmo de vida frenético que me ponía de los nervios.

―Lo que se suele hacer ahora es entrar y mirar las listas, ¿No? ―comentó Noko, pensando en voz alta.

―¡Sí, andiamo! ―Luca tomó la iniciativa y comenzamos a avanzar, subiendo las escaleras de entrada al edificio― ¡Hoy va a ser un gran día! ―terció Luca con completa seguridad, sacando acto seguido su cuaderno de apuntes y un lápiz, con el que rápidamente empezó a medir las alturas de los edificios mientras caminaba.

―Deja ya de decir sandeces, guarda ese lápiz, y vamos a mirar nuestras listas ―Lo cortó Miriam con una sonrisa.

Amy comenzó a caminar más lento.

― Joder... olvidé que podíamos estar en clases distintas ―repuso con cierta inquietud, al verse rodeada de hordas de estudiantes con mochilas que no paraban de gritarse unos a otros.

Ella estaba perdida, sí. Pero no podía hacerse ni la más mínima idea de lo lejos que estaba mi mente de allí. Me sentía como un extraterrestre. Un alien de esos que aparecen en las películas humanas, que llegan del espacio, y se encuentran de súbito en mitad de un mundo que no entienden, y no les entiende.

Eché mucho de menos los ministerios de Áyax, cuando dábamos clase. Allí todo era un caos, no distaba tanto en ese aspecto. Pero era un caos organizado. Todo el mundo sabía lo que tenía que hacer. Había una obediencia estricta y una camaradería entre todos que aquí, desde luego, no se respiraba.

Escuchaba latir el corazón de Adamahy Kenneth en el interior de su pecho, muy fuerte. Y conté la quinta vez que frotaba las palmas de sus manos en los vaqueros. Aquí o en Áyax, estaba de los nervios.

―De verdad... yo... me voy a mi casa ―concluyó con seriedad, frenando en seco, y dispuesta a darse la vuelta para salir de allí.

Los demás siguieron avanzando entre la multitud sin percatarse de nada. Yo fui el único que la escuchó decir eso, y el que la agarró del antebrazo antes de que se diera la vuelta y echase a correr.

―Ah, no. ―atajé―. Ni de broma te vas y me dejas aquí con estos iluminados ―tercié sin poder contener mi sarcasmo un minuto más―. ¿Te crees que esto se parece a... España? ―Me reí arqueando una ceja y mirándola directamente. Había rectificado a tiempo. Suerte.

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