El olor de la magia

Era la tarde del miércoles. Cuando todos mis compañeros estaban en sus programas formativos y mis clases en los ministerios habían terminado me dispuse a regresar a casa, y el autobús que tomaba en las afueras de Sidney, en donde estaba el portal interdimensional más cercano a los ministerios de Mok, me dejó en Kurnell a media tarde.

Me dirigía hacia la vieja casa, como había venido haciendo durante toda la semana, observando todo a mi alrededor, cuando aquel olor se intensificó. Era puro, y su rastro era hermoso. No se trataba de un tipo de magia que debiera temer. Nada tenía que ver con la oscuridad, o la demonología. Y su pureza me atraía como el olor a casa. Eso fue. Me recordó tanto a casa.

El día anterior había enviado un webbern a mi familia y quedó aquel olor a miel, a sándalo y a madera quemada que deja le rastro de la magia corriente. La que nada busca del universo salvo facilitar la vida a las personas que recurren a ella. Poner en contacto a unos con otros. Darnos una facilidad en un mundo difícil. Una magia cuyo nombre es la esperanza. Y a eso olía mi hogar.

A veces nos hace falta estar lejos para apreciar las cosas que nos han convertido en lo que somos. Lo que pasaba todos los días y veíamos como algo cotidiano que nos hartaba y nos aburría. Lo que nos hacía sentir seguros. Lejos de casa se convierte en una luz entre el camino oscuro que recorres cuando tienes que abrir ante ti una senda que nunca ha existido.

Me encontré recorriendo las calles de Kurnell, alejándome de la costa, y de la calle Captain Cook en donde estaba mi casa, y perdiéndome en el centro del pueblo. Persiguiendo aquel olor a magia. Aquel olor que tenía algo de mi casa, y que me pertenecía.

Hasta que me encontré de bruces con aquella vieja herboristería. La fachada estaba pintada de alegres colores, los cristales dejaban entrever un antiguo mostrador de madera y decenas de estanterías repletas de frascos con toda clase de elementos naturales a granel. Flores, frutos, hierbas medicinales, y estaba seguro de que la mitad de ellos no eran tal, sino elementos mágicos cuya fachada enmascaraba el ilusionismo. En la entrada, pintada de azul celeste, colgaba un cartel de cerrado.

Fue un impulso. Pero me pasé aquel cartel por el forro de los siete infiernos, e hice girar con mi mano el pomo de mi puerta. Para mi sorpresa, la puerta se abrió y sonó el canto de un pájaro. A los ojos de un humano parecía un sonido artificial emitido por un artefacto tecnológico para avisar de la entrada de los clientes a la tienda. Pero yo sabía distinguir el canto de un geniecillo. Era un gorrión.

Aquel olor me invadió y lo inhalé hasta que mis entrañas se emborracharon de casa, adentrándome, sin darme cuenta, en aquella estancia recubierta en su totalidad por madera, de doble altura, con una galería superior repleta de más estanterías. Un segundo mostrador separaba el espacio de la tienda de una trastienda, de la que apenas se veía nada pues la tapaba un cristal traslúcido de color ámbar. No era tintado. Seguramente sería una fina lámina de ámbar emplomada en un enrejado. Las lámparas sí eran vidriadas, en cristales tintados de diferentes colores, y con armazones de hierro. Y varios atrapasueños pendían de los diferentes puntos cardinales. El mago o la bruja que regentase aquel local debía venir del Viejo Este, de las lejanas tierras de Nubia.

―Creí que en la puerta figuraba el cartel de "Cerrado", joven ―me reprendió una voz amable, emergiendo de súbito desde alguna parte de la trastienda, y haciendo que me estremeciera por su presencia. Me había pillado observando un atrapasueños que pendía sobre el mostrador. Era uno de los más grandes que hubiera visto.

―Lo lamento yo...―genial, Dakks, estás en un buen lío.

Aquellos ojos grises me escudriñaron. Los ojos grises de un anciano que había colgado la túnica por una vestimenta humana de otra época. Un pelo blanco y largo recogido en una trenza a su espalda, y una barba bastante poblada volvían su semblante amable. Me observó con curiosidad.

―El olor de la magia es poderoso ―sentenció, sacando una pipa de su bolsillo y llevándosela a la boca. Después sonrió.

Suspiré.

―Yo... ―balbuceé―. Lo extrañaba. Es solo eso ―concluí, dispuesto a marcharme y enfilando mis pasos hacia la entrada.

―No eres de por aquí, ¿Me equivoco? ―Su voz me sorprendió a mi espalda. Pero me sorprendió más que usase la lengua común, abandonando definitivamente el inglés.

Me giré y me quedé plantado justo ante la puerta, observándole, y perdiendo mis ojos en la penumbra de aquella extraña estancia velada por el ámbar.

Después de todo negué.

―No ―admití, cambiando yo también mi lengua.

―Eres un hijo del Norte ―sonrió―. Tu acento te delata.

Me rasqué la nuca, algo avergonzado.

―La lengua común no es mi fuerte ―concedí.

― ¿Y qué te trae por aquí? ―inquirió.

Suspiré.

―¿Por la tienda?

Sonrió.

―No, por el Sur. Por Kurnell.

Me encogí de hombros,

―Los ministerios son caprichosos ―Me quejé―. Les gusta sacar a gente de su sitio y convertirla en cosas que no son.

Arqueó las cejas.

―¿Eres de las Juventudes de Rastreadores? ―Me observó sorprendido.

Me reí.

―Lo intento, aunque no creo que dure mucho tiempo ―admití después de todo.

―¿Por qué dices eso? ―preguntó―. Tienes que haber demostrado ser muy bueno para haber llegado hasta aquí.

Negué.

―Lo mío es matar ―confesé―. No hay nada más que yo sepa hacer. Pueden pedirme que soporte a los humanos, y lo intento. Pueden pedirme que saque la mejor nota en los exámenes borracho, y lo haré. Juro que lo haré ―Me defendí―. Pero vengo del Norte, nuestra cultura es oral. No pueden pedirme que apruebe todos los exámenes humanos y teóricos por escrito cuando en extramuros apenas sabemos leer y escribir lo más básico. Quieren darme las mismas oportunidades ―suspiré―. Pero realmente sigo sin tener las mismas oportunidades.

Me observó con seriedad, por un par de minutos. Hasta que el silencio se volvió incómodo.

Decidí que era el momento de marcharme. No era prudente tener conversaciones de ese tipo con desconocidos. Y siempre dejo ir el pez por la boca.

Maldije mi estupidez.

―Tiene un negocio muy interesante, señor ―concedí, mientras me daba la vuelta y abría la puerta de entrada con intención de abandonar el local de forma definitiva. Y con esa extraña sensación de que has encontrado lo que buscabas, pero tal vez no era lo que buscabas.

―Espera, chico ―escuché a mi espalda―. Quizás pueda ayudarte. Vuelve el viernes por la tarde. Puede que tenga algo que ofrecerte.

***

Colocó cerca de una docena de libros cuya edad podría alcanzar sin apuros los 2000 años si sumabas los años que tenía cada uno de ellos. Casi de un golpe, sobresaltándome mientras observaba absorto las dimensiones de su biblioteca.

Le observé reprimiendo por un lado mis instintos asesinos y por otro lado tratando de recuperar el aliento que me faltaba después del susto que acababa de darme.

Maldito mago chalado.

¿Qué me habría pasado por la cabeza para aceptar un trabajo a horas en la herboristería, y asumir que ese viejo podría enseñarme cosas que ni siquiera sabía si me convenía aprender?

Lo que me atrajo fue el olor de la magia. Aquella sensación de mierda que me creaba la necesidad de sentirme de nuevo en casa. Entre los olores y las señas de identidad de lo que me era conocido, y no me hacía sentir un extraño.

La realidad era que hacía apenas dos días, tras visitarle, me había adjudicado un problema más. Uno más allá de sobrevivir en los ministerios y en un mundo humano que no me comprendía en absoluto, en el que apenas llevaba un par de semanas de clase, y del que estaba ansioso por escapar.

Su larga cabellera de hippie recogida en una trenza a su espalda completaba su extraña imagen. Vaqueros rotos, sandalias y un grueso poncho. Su piel, completamente marcada por el vitíligo, propio de los seres mágicos cuando alcanzan cierta edad. A juzgar por la extensión de la pigmentación a manchas de su piel aquel individuo que se hacía llamar Galius rondaría los 250 años.

No podía haber esperado otra cosa. El Este, de donde provenía aquel individuo, parecía ser la cuna de los magos más pintorescos y poderosos que había dado jamás mi dimensión.

Pero ¿Qué carajo pintará un mago accediendo a enseñar a un slader que debería asumir que tiene claras limitaciones para con la magia por definición de su raza?

Era un tipo raro. Y por el momento dejaría ahí mi reflexión.

Detente cerebro Dakks, los esquemas mentales no te convienen, me dije, parándome, ahora sí, a mirar toda aquella pila de libros que mi nuevo maestro extraoficial se disponía a extender sobre la mesa.

― ¿Es algún tipo de lectura orientativa? ―No pude reprimir más el sarcasmo― Ya le digo que no quiero más que algunas nociones de magia, y de otras materias que puedan serme útiles y no se ven en los ministerios. Tampoco es que quiera volverme un erudito ni nada.

En ese momento el viejo suspiró y tomó asiento frente a mí, al otro lado de la mesa de roble en la vieja biblioteca de su trastienda, en donde el polvo y el olor a viejo de los libros se convertían en señas de identidad.

―No se trata de erudición, Eliha ―asumió―. Se trata de enseñarte lo necesario para estar a la altura del puesto al que aspiras y de los retos que tienes que afrontar por el camino. Y, lo más importante, enseñarte todo lo que sea necesario para que sobrevivas dentro de dos años al rito iniciático. Ningún conocimiento está de más ante esas circunstancias. Y has aceptado que te enseñe, habrá de ser bajo mi propia perspectiva. De lo contrario no seguiré con esta iniciativa.

Suspiré.

―De acuerdo ―asumí― ¿Y esa perspectiva es...?

Sonrío, complacido.

―Tenemos dos años para que hayas podido leer cerca de un 90% de esta biblioteca ―vaticinó con seriedad.

En ese instante creí que me moría.

― ¿Cómo? ―Me dio para balbucear tras casi perder la respiración. Mis ojos, abiertos como platos, se clavaron en los suyos sin dar crédito a lo que acababan de escuchar.

―De aquí a dos años, cuando te enfrentes al rito iniciático, rezarás para que aquello a lo que tengas que enfrentar no se encuentre entre el 10% de esta biblioteca que hemos optado por eludir por razones obvias de falta de tiempo.

―Galius, no pretendo ofenderle, pero... ―aventuré― esto es una locura.

Negó con la cabeza.

―Me lo agradecerás. Y no te lo pediría si no lo creyera posible.

Clavé mi mirada en el techo luchando contra mi incredulidad.

―Además, la mayoría de estos libros son de magia... ―argumenté, tratando de focalizar mi atención en lo que por de pronto teníamos encima de la mesa y que parecía ser mi lectura de principio de curso.

Ni en mis mejores sueños alguien como yo, que sabía leer y escribir de chiripa y para nada bien, y que apenas había tenido dinero para comprar un libro en su vida iba a terminar de estudiar en un tiempo razonable.

―No sé si alguna vez te han contado cómo se las gastan en el Norte con lo de leer y escribir, pero ya te lo dije el otro día. No es mi fuerte ...

―Lo sé ―admitió―. Primer productor atzlánés de papel y también el continente más pobre de todos. Os limitáis a escuchar y contar historias que otros ponen por escrito con vuestro esfuerzo y trabajo. Es lamentable, y te coloca en desventaja respecto a muchos de tus compañeros rastreadores, pero para tu suerte podemos solucionarlo. La ignorancia se cura. Y también te ayudará a sacar adelante la experiencia humana que tienes que vivir ―sus ojos me observaron con aquella fuerza honesta que me atraía misteriosamente y me impulsaba, sin ser consciente de por qué era así, a confiar en lo que me decía, aunque lo creyera imposible.

De cualquier manera, no iba a dejar de expresar mi punto de vista.

― ¿Qué piensas Eliha Dakks? ―inquirió arqueando las cejas y echándose hacia atrás en su silla.

―Creo que está chalado o sobrestima mis capacidades. O quizás ambas cosas al mismo tiempo.

Me levanté y comencé a dar vueltas por el lugar.

―No sé cómo puede pretender que una persona que apenas sabe lo justo de leer y escribir llegue a... ―Con un gesto desesperado me limité a señalarlo todo a mi alrededor, mientras agitaba los brazos y le miraba suplicante, más intentando que comprendiera mi punto de vista que expresarme yo mismo.

La desesperación me invadía.

Para mi sorpresa sonrió.

Fue la primera vez que vi aquellos labios curvarse y fue como si la calidez de una hoguera ardiendo frente a mí en una larga noche de invierno alumbrara mi corazón.

Suspiré sin apartar mis ojos de su mirada.

―Por eso vamos a empezar por este libro ―acercó a mi posición un viejo incunable encuadernado en lo que parecía ser vitela y cuidadosamente cerrado con dos lazos de cintas de cuero en cuya portada se podía leer escrito a mano con cuidadosas letras miniadas "Manual de magia práctica para el estudio".

― ¿Qué puedo hacer con esto? ―inquirí.

―Te lo llevarás a casa el primero. Quiero que lo leas en cosa de una semana, sé que es un reto para alguien que proviene de las aldeas más humildes del Norte, pero también confío en tu testarudez y en tu voluntad de llegar al final de esto. No estás aquí por ser un cualquiera. Eres el único de tus compañeros, futuros rastreadores, que si el Oráculo lo quiere, llegará a su cargo por ser el mejor de su generación. Eres alguien destinado a hacer cosas con las que muchas personas no podrán ni soñar. Y sé que lucharás con todas tus fuerzas por estar a la altura. Por todos los que nunca tendrán una oportunidad como ésta.

Me dejé caer en la silla, resignado, y aparté el resto de los libros que Galius apiló cuidadosamente con un hechizo uno sobre otro en un extremo de la mesa. Formaban una pila tan grande que sobrepasaba un par de veces mi altura sentado. Y, lo advierto, yo no soy bajito. Deshice las dos lazadas con cuidado y lo abrí, casi temiendo la posibilidad de quedarme con un pedazo de tanto esmero en las manos, escuchando el crujir de sus páginas entre mis dedos mientras ojeaba su contenido. Nunca había sostenido algo tan delicado. Y mis manos, curtidas por las cicatrices y los cayos que te da el manejo de las armas desde una edad temprana, no parecían estar a la altura de tanta sabiduría.

―Estarás a la altura, créeme.

― ¿Qué esperas que aprenda de él? ―inquirí, preocupado.

―Hechizos. Sencillos y prácticos tanto para el estudio como para situaciones cotidianas.

―Se supone que los slader no somos muy diestros en la magia, Galius.

―Así es normalmente ―Me observó sin perder su sonrisa, aunque su mirada se tornó más dura que antes, como si todas sus expectativas se proyectaran de repente en algo de mí que yo todavía era incapaz de intuir, pero él, como profesor, parecía ver con gran claridad―. Pero yo soy mago, nunca lo olvides, Eliha, y mi vida es la magia. Puedo sentirla, olerla, rastrearla... y sé que a veces hace cosas que son inexplicables hasta para las criaturas más puras del universo ―suspiró―. Creo que la magia vive en ti, y que eso es por alguna razón.

No desvió la mirada un instante, sino todo lo contrario, me observó con más decisión de la que yo hubiera visto en unos ojos antes. Y aquello me aterró, pero también me fascinó.

― ¿Qué le lleva a pensar eso? ―pregunté, con seriedad, temiendo que su respuesta no distase tanto de lo que yo ya sabía. De todo lo que el viejo Arnold intentó decirme la maldita noche en la que Agnuk me dejó para siempre y en la que yo no estaba preparado para escuchar.

Sonrió con la misma calidez que parecía caracterizar su sonrisa.

―La siento en tu corazón, latiendo fuerte. Ansiosa por enseñarte todo aquello de lo que eres capaz ―expresó con sencillez―. No soy el mejor mago del mundo, Eliha, pero sí la comprendo lo suficientemente bien como para leerla en los corazones. Y la que vive en tu interior es una de las más poderosas que haya sentido latir jamás.

―No sé por qué yo...

―Creo que tienes muchos dones, Eliha Dakks. Sospecho que más de los que imaginamos. Pero para explotarlos debes confiar en mí y estudiar.

―No sé cómo voy a leer todos estos libros, ni siquiera sé si seré capaz de terminar este maldito libro en una semana. ¡Será el primer libro que haya leído fuera de un aula en toda mi vida!

Para mi sorpresa rompió a reír.

Tomó su báculo, una pequeña maquila en madera tallada con la cabeza de una tortuga, de seguro ese era su tótem. La sabiduría. Para mis sorpresa el libro se abrió de súbito por una página en concreto, la 366.

"Lectura rápida y memorización".

Era el inicio de un capítulo.

―Son dos hechizos muy sencillos, pero harán que todo lo demás resulte fácil.

Le observé arqueando las cejas, con cierta incredulidad.

― ¿Qué se supone que haré con esto?

―Lee este capítulo, después pon en práctica estos dos conjuros, y empieza desde el principio. Me devolverás el libro antes de lo que crees.

― ¿Son para leer a gran velocidad y memorizar de una pasada todo lo que lees?

―Así es, si logras aprenderlos. Por ende, esta es tu tarea para esta semana.

Después se levantó y se dispuso a salir a la tienda, toda ordenada con minuciosidad, con cientos de productos de herboristería, infusiones y medicinas apiladas en los estantes con suma delicadeza.

Yo le seguí, dejándolo todo atrás y sin terminar de entender nada de lo que estaba haciendo.

―La clase ha terminado ―anunció, acomodándose en una butaca tras el mostrador, disponiéndose a hacer la caja de la jornada.

Me quedé ahí parado mirándolo sin salir de mi asombro.

― ¿Y la lucha? ―pregunté sin dar crédito― Ni siquiera me ha visto luchar y...

―No hemos de potenciar aquello en lo que ya somos virtuosos por naturaleza, o al menos no hasta que tengamos algo nuevo con lo que practicarlo. Primero nos centraremos en subsanar tu ignorancia, hasta que no sepas lo suficiente sobre el universo como para entender cómo lo puedes poner en práctica―concluyó con decisión.

Cualquiera le llevaba la contraria a ese hombre.

―De todas formas, eso será tarea tuya.

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