El nombre del amor

No mucho tiempo después nuestros cuerpos descansaban bajo las estrellas. Tendidos sobre la húmeda y gruesa hierba de los campos salvajes. Como si el mundo se hubiera detenido para nosotros. Solo había algo que seguía igual: nos besábamos. Capaces de olvidarlo todo. Tan de verdad que cuanto pudo pasar en nuestras vidas hasta ese instante, resultó mentira.

Sentía cómo el calor se adueñaba de mis entrañas por momentos. Y su cuerpo descansaba entre mis brazos. La trayectoria de sus labios viró hacia mi cuello, y después hacia mi pecho. El roce de su piel estremeció mis entrañas más allá de cualquier cosa que hubiera conocido. Nuestras manos se acariciaban mutuamente, ávidas de descubrir hasta el último centímetro del cuerpo del otro. Dándonos todo lo que dos manos se puedan dar.

Sabía hacia donde nos dirigíamos, y me moría de ganas. Pero ella era lo primero, y aunque así pareciera, quería cerciorarme de que eso era lo que quería.

―Aymss ―jadeé, todavía besando su cuello, sintiendo como se estremecía al tacto de mis labios sobre su cuerpo―. No tienes que hacer nada que no quieras... menos esta noche... dime que pare... y pararé...

―... para.

Frené en seco y me aparté.

Si ella decía para: para iba a ser. La miré y sonreí como un idiota, como jamás antes había sonreído. Porque estaba preciosa, y porque sentía el latido de su corazón tan fuerte como el mío, acompasados en un tempo que nos unía. Y con eso me iba a quedar, con eso me bastaba.

Pero entonces ella se lanzó y siguió besando mi cuello. Y comenzó a quitarse la camiseta, correspondiendo con una sonrisa como la mía. Mordió su labio inferior y me dedicó una mirada que nunca pensé recibir de aquellos ojos.

Todo lo que quedaba de mí se estremeció.

No entendía nada, pero fue como un regalo para mis sentidos. Que temblaban de miedo.

― ¿No querías que parase? ―reiteré, alejándome, confuso, pero todavía con el corazón a punto de estallarme―. Aymss, no vamos a hacer... nada que no quieras. Entiendo que la primera vez de una chica no es lo mismo que para....

―Te digo... que pares de hablar ―culminó, riéndose sorprendida.

Ambos rompimos a reír. Y estoy seguro de que si el amanecer nos hubiese alcanzado en ese preciso instante me habría visto más ruborizado que en cualquier otra situación que hubiera vivido. Me quise morir de la vergüenza, pero no pude evitar reírme. Y nos dejamos caer de nuevo sobre la hierba. Esta vez en una especie de stand by. Como parando el tiempo para contemplar lo que habíamos empezado. Solo dejando que nuestros ojos se encontrasen en una paz que yo nunca había sentido.

Ella sonrió, con sencillez.

―No es mi primera vez, Eliha ―admitió.

Rompí a reír.

― ¡Oh vamos!, ¿Tanta cara de virgen tengo? ―bromeó―. Ya lo he hecho otras veces. He tenidos novio antes, y antes de Joe.

Sonreí, guiñándole un ojo.

―Al que, no es por nada, pero estás...

―Cállate ―suspiró y sonrió un poco desconcertada―. Ya no sabía ni cómo terminar con él. Tenías razón, solo es otro gilipollas que me trata como si le perteneciera.

Esta chica, es una caja de sorpresas. Pero quiero conocerlas todas.

― ¿Ibas a cortar con él?

Suspiró.

―Ni siquiera he sido capaz de acostarme con él porque ―suspiró, como si ella misma se hubiera dado de bruces con la razón no hacía tanto tiempo―... no era quien me gustaba ―sonrió.

La pregunta, entonces, emergió como de la nada.

― ¿Y yo? ―pregunté sin poder contener mis palabras― ¿Yo te gusto?

Sonrió, y asintió con una convicción absoluta.

― ¿Y yo a ti?

Asentí. Tragándome toda la vergüenza y el miedo del mundo.

― ¿Puedo hacer otra pregunta?

―Dispara ―Me animó.

―Vivimos juntos ―empecé―. Habrá más ocasiones de poder hacer esto con más tranquilidad. En mejores condiciones y...

Rompió a reír.

―Lo primero, eso no es una pregunta ―dijo riéndose―. Y lo segundo, y no por ello menos importante, sea lo que sea lo que entiendas por "mejores condiciones": no quiero flores, Eliha Dakks.

Los dos nos miramos por un momento, entre avergonzados y radiantes. Y rompimos a reír.

―Y no quiero otro sitio, Dakks ―añadió―. Ni otro momento. Ni otro lugar ―sonrió, maravillada, observando el firmamento y el contexto que nos rodeaba―. Eres la persona con la que quiero estar. Alguien con quien he soñado por mucho tiempo sin atreverme a admitirlo ―Vaya, esto me suena de algo, nótese el sarcasmo―. Y quiero enseñarte lo que hay ―admitió, con naturalidad―. Quiero romper esa barrera esta noche porque la vida me ha demostrado que es corta y cruel, y que no hace falta esperar el momento perfecto. Porque la ocasión adecuada es cuando deseas algo con todo el corazón ―Me dijo, con una enorme sonrisa y mirándome a los ojos―. Los adornos cursis y la palabrería barata no son para mí. Ya tuve un novio al que le gustaban esas cosas ―suspiró―, al que le gustaba regalarme flores. Estudiarlo todo al detalle, y venderle a todo el mundo lo buen novio que era. Fíjate lo bueno que era, Dakks, que para él mi virginidad solo fue una apuesta, y cuando la ganó se hartó de humillarme hasta que le dejé. Para después venderle a todo el mundo lo mala persona que era.

La observé con tristeza.

¿De verdad existe gente así? Me dije.

Vale que yo soy un idiota, testarudo, un demente absoluto, adoro matar demonios y la sensación de batirme con Ella y salir victorioso. ¿Pero qué clase de idiota psicótico podría decir, o creer, que Adamahy Kenneth era una mala persona?

―Algún día me encargaré de esa sucia rata reventada ―anuncié, con convicción.

Rompimos a reír.

―Es un desgraciado, lo sé ―admitió―. Pero le debo el haberte encontrado. Si hubiera seguido con él nunca te habría conocido. Porque no habría tenido la necesidad de huir, ni de aceptar esta beca.

Se hizo un silencio.

―Tienes razón ―suspiré―. La vida es corta y cruel. Pero yo también me alegro de haberte conocido ―admití, sonriente, mucho más de lo que solía ser.

Después volvió a besarme, y yo volví a estremecerme. Más que antes. Al borde de una locura que desconocía y a la que me moría de ganas por entregarme.

Pero...

― ¿Pero por qué esta noche? ―pregunté sin poder contenerme. Sería más acertado admitir que el miedo habló por mí―. Entiendo lo de las flores y la parafernalia ―aclaré―. Yo también odio que las corten y digan que eso es romántico, pero...

Sonrió, entre paciente y divertida.

―No quiero que prometas nada antes de meterla, es solo eso ―expuso con sencillez―. Primero los dos descubrimos lo que hay. Después vemos si nos gusta. Si nos gusta podemos repetirlo, aunque sea sin ponerle nombre, o bajo el nombre que nos dé la gana. Y si no funciona podemos seguir siendo amigos.

Asentí, sorprendido.

Una humana de dieciséis años había demostrado ser mil veces más madura que yo. A parte de darme mil vueltas más intelectualmente. Era tan alucinante como maravilloso. Y aquella noche me hizo admirarla todavía más. Más de lo que nunca había admirado a nadie.

―No prometeré nada ―aclaré―. Ni antes, ni después. Pero sí intentaré estar a la altura.

Sonrió mientras volvíamos a besarnos, apasionadamente. Recorriendo mi cuello del otro con nuestros labios y fundidos en un interminable abrazo.

―Igual de simple... que bonito... ―sentenció entre jadeos―. Me gusta tu estilo, Dakks.

Nos reímos.

―Te gusta ahora que todavía no hemos hecho nada ―admití después de todo, algo avergonzado―. Igual desde ahora te parece un desastre...

Lo admito.

Yo, la jodida máquina de matar, acababa de dejar al descubierto que por mucho que quisiera lo que estaba a punto de pasar, no tenía ni la menor idea de cómo seguir. Y menos la convicción necesaria para creer que estaría a la altura de las circunstancias.

Me miró, asombrada.

―No... ―sonrió arqueando las cejas.

―Sí ―admití, visiblemente avergonzado.

Me observó desconcertada, tratando de no reírse, sosteniendo mi cara entre sus manos y acariciándome el pelo.

― ¿Eres virgen? ―Se burló.

―Eso ―La animé―. Tú grítalo a los cuatro vientos. Como uno no tiene que mantener su reputación...

No terminé la frase porque ambos rompimos a reír. Y ella enterró su cabeza en mi pecho, abrazándome aún más fuerte.

―Tiene fácil arreglo si así lo quieres ―sonrió con una ternura en los ojos que jamás había sentido antes brillar en ellos y que me arrebató el corazón―. Muy fácil, de hecho, sobre todo porque hoy había traído condones.

Los dos rompimos a reír. Habíamos dinamitado hasta el último de los clichés que existían en el romanticismo humano.

―Que no tema tu reputación ―añadió, volviendo a besarme―. Aquí está a salvo.

Después nos abandonamos a esa magia, única e inevitable, capaz de resquebrajar fronteras y dinamitar esquemas mentales. Esa que todo lo puede cuando es el corazón el que la impulsa.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top