El Espíritu Linterna
Una bandada de murciélagos sobrevoló violentamente nuestras cabezas y tuvimos que cubrirnos. Para cuando recuperamos la compostura advertí que las armaduras despertaban por momentos, abandonando sus pedestales y aferrando con firmeza sus espadas, dispuestas a sembrar el caos. Y las arañas descendían de sus telas avanzando por todas partes mientras la gente trataba, desesperadamente, de librarse de ellas.
Todo se movía. Las paredes y el suelo temblaban. ¿Temblaban? ¡Pero qué mierda es esto!, ¿¡Quién hace temblar la tierra y cobrar vida a un ejército de cosas inanimadas!? Y, ¡Lo más importante y terrorífico de todo! ¿¡Por qué estoy aquí y no me quedé en mi casa!?
En ese momento estallé.
― ¡CERRAD ESA MALDITA PUERTA! ―grité, levantándome de un salto para cerrarla yo mismo, y dándole con la madera en las narices al primer zombie que amenazaba con abandonar el aula.
Pero pronto necesité ayuda. Esas puertas no tenían pestillo y los estúpidos zombies hacían fuerza, ya que eran muchos apelotonados empujando para salir.
― ¡Como no me ayudéis a poner algo que pese lo suficiente como para evitar que se abra van a salir de todas formas! ―estallé, indignado, al ver cómo la gente corría en todas direcciones y ellos estaban ahí parados, demasiado aterrorizados para mover un músculo.
Lo reconozco, me ponía negro por momentos. Al ver mi cara, y, por fortuna, Luca reaccionó.
― ¡Noko ayúdame a mover la banca! ―gritó―, ¡Servirá per taponar la porta!
Noko obedeció, blanco como la cera.
Entre los tres colocamos el pesado banco contra la puerta que ya no hizo ademán de abrirse.
¡Punto positivo! Zombies controlados.
El problema ahora serían el resto de las aulas. Y las armaduras que se dedicaban a ensartar gente a su paso.
No tenía ni puta idea de qué iba a hacer, pero había algo que si tenía claro. Tenía que sacar a todos los que pudiera de allí. Y tenía que ser ya.
― ¡Salid de aquí cuanto antes! ―apremié, mirándolos alarmado mientras avanzábamos por el pasillo.
Con forme andábamos esquivábamos murciélagos y arañas, y tuve que neutralizar a una armadura convirtiendo su espada en un globo alargado, evitando así que una chica de la clase de al lado viera rodar su cabeza. Para cuando llegamos a las escaleras ya habíamos tropezado con varios cadáveres.
Eran compañeros con los que hasta aquel día nos habíamos cruzado por los pasillos tan tranquilamente. Me quedé paralizado por un instante, deteniendo mi mirada en un chico de mi clase. Tendido en el suelo y envuelto en un charco de sangre. Le habían cortado el cuello. Y se me encogió el corazón pensando en que sus padres le habrían dejado salir aquella noche como cualquier otra, y en que ya nadie se lo iba a devolver. Por un momento su rostro se transformó en el rostro de Anet. Y sentí su voz resonar en mi cabeza. "Elegí morir por ti, y no merecías la pena". Cerré los ojos y traté de ignorar aquella voz que se repetía. De respirar, y de volver a centrarme en lo que me rodeaba.
No es real, grité.
Todos me observaron sin dar crédito, pero a esas alturas mi cordura ya había quedado un poco a la altura del barro así que tampoco me importó. Los animé a seguir avanzando, algunos compañeros se nos unieron, entre ellos Jonno y Kayla, que ahora era su novia. Y obedecieron.
Tenía que actuar rápido si no quería que más gente muriese.
Encanté a un murciélago para que mandase a Han un mensaje, y éste pudiera avisar a los ministerios de una emergencia paranormal. Confiaba en que pronto se plantasen allí efectivos del cuerpo de rastreadores, aunque fuera por cubrir expediente, y en que fueran capaces de sofocar toda aquella barbarie.
Pero estábamos en el mayor lío en el que me hubiera visto hasta la fecha. Y por el momento lo único que tenían mis compañeros era a mí.
― ¡Necesito que comprobéis si la puerta principal está abierta! ―supliqué cuando llegamos a las escaleras, escondidos tras la esquina de un corredor por donde avanzaban varias armaduras― ¡Si es el caso, bajad, aseguraos de que la gente sale, y alejaros del instituto tanto como podáis! ―añadí― ¡Volved a casa y no penséis más que en hacerlo cuánto antes! ―casi supliqué.
Mis compañeros también se habían quedado paralizados observando el cuerpo inerte de aquel joven, que quedaba como a mitad del pasillo.
― ¡No le miréis! ―zarandeé a Luca para que reaccionara―, ¡Marcharos de aquí y evitad que más personas corran su suerte!, ¡No podéis hacer nada más por él!
Amy se esforzó por respirar y apartó sus ojos del cuerpo. Luca fue incapaz de dejar de mirar en su dirección, completamente ido.
― ¿Y si las criaturas en las demás clases han despertado y también y están por ahí, Dakks? ―preguntó Amy tratando de mantener la calma― ¿Qué hacemos?
Era una buena pregunta.
―Si encontráis a Nosferatu y no podéis huir, romped cualquier objeto de madera, como la pata de un banco, y clavádselo en el corazón ―arreglé mientras me libraba de una armadura que se había acercado desde la esquina―. Si fueran fantasmas, evitad mirarlos directamente para que no reparen en vuestra presencia más de la cuenta y seguid adelante lo más deprisa posible y ―El resto era la verdadera jodienda, para qué engañarnos, y no tenía ni idea de qué clase de criaturas podían andar por ahí dada la desbordante imaginación que tienen los humanos con las historias de terror. Me centré en lo que conocía―. Si os encontráis con el hombre lobo, Aníbal Lester, Jack el destripador o El tío de la matanza de Texas... ― ¿Qué cojones se hace contra el tío de la matanza de Texas, Dakks?, me preguntó mi cerebro. Y, no os engañaré, sigo sin respuesta―. Corred lo más rápido que podáis para alejaros de aquí, cuanto antes, y marcharos a casa en cuanto sea posible.
Me miraron, para nada conformes con el plan, pero igualmente aterrados.
― ¿Y tú? ―me preguntó Adamahy Kenneth.
La gente nos empujaba, y las armaduras se acercaban por el pasillo más rápido de lo que hubiera deseado. Las habría en todos los pisos. Maldita sea Amarna.
Los murciélagos volaban por todas partes, mordiendo y arañando todo a su paso. Las calabazas, flotando encendidas con velas en su interior, habían cobrado vida y cantaban todas al mismo compás una extraña canción que no recordaba haber escuchado jamás. Y el mundo se teñía una vez más del color de la muerte, mientras su olor, de nuevo, me asfixiaba.
Pero aquella canción era mucho más que una melodía siniestra. Era la lengua de los muertos. Aquellas voces llamaban a algo que, creedme, ninguno querréis ver jamás en vuestra vida porque es más de lo que una persona pueda ver sin tener pesadillas por el resto de su vida.
Aquellas voces invocaban a Jack O'Lantern, el viejo espíritu linterna, y uno de los siete señores Ajawa. El único condenado a vagar por las tinieblas durante toda la eternidad, y a quien no se pudo confinar a ningún infierno.
Cantaban aquella antigua leyenda que en Aztlán les cuentan a los niños otros niños, y por la que ninguno ha vuelto a dormir tranquilo en la noche de difuntos. Esa que habla de un hombre que consiguió ser más malvado que el creador de la magia oscura, y se convirtió en el único capaz de engañar al guardián de los demonios para que a su muerte no lo reclamara en en ningún infierno. Ese que fue tan malvado que a su muerte no logró llegar al Bello Oeste y, habiendo pactado que nunca podría ser confinado en ningún Infierno, fue expulsado y condenado a vagar por toda la eternidad con una calabaza tallada con fuego dentro como única luz que le iluminase el camino.
Todos los espíritus cruzan nuestro mundo en la noche de Sahaim. Vuelven a nosotros, en la nuestra y en las demás dimensiones naturales. Eso en mi mundo es una realidad, aunque no podamos verlos. Si tememos Sahaim no es solo porque sea festín de las bestias, y tampoco es una noche especialmente mágica por casualidad. Lo es porque la frontera que separa a los vivos de los no vivos se hace mucho más delgada. Y las almas que vuelven al mundo en esas horas son las que tienen asuntos pendientes que no lograron solucionar antes de que la muerte las sorprendiera. Almas atormentadas, que aún no descansan.
Si el alma de Jack O'Lantern había escuchado la llamada de aquellas viejas voces, y, dado que solo un alma con semejante poder sería capaz de hacer algo semejante a dar vida a todo aquello. Podía afirmar que estábamos en el peor lío en el que me hubiera visto.
Pero otra cosa estaba clara. Fuera quien fuera aquella criatura que había poseído a Farduk, había logrado hacer posible ese lío. Y no era casual.
Apenas unos minutos más tarde, y sin opción a responder a Amy, había perdido a mis amigos, a los que la multitud había empujado escaleras abajo y que habían tenido que seguir ese flujo humano para no morir aplastados.
Las pocas personas que quedaban ahí dentro seguían corriendo, y no les culpo. Yo había neutralizado todas las armaduras posibles, varias hordas de arañas y de murciélagos, y a un par de criaturas, entre ellas una suerte de alien que amenazaba con parasitar a un chico.
No sé para qué carajo los humanos inventaréis esas cosas. Ya hay bastantes horrores en la dimensionalidad como para que os arriesguéis a crear más. Pero no hay quien pueda con vuestra gilipollez.
Tenía que establecer un orden de prioridades, como lo que les acababa de decir a ellos antes de perderlos entre la multitud. Me planteaba cuál podía ser ese orden cuando alcancé a escuchar una motosierra en el piso de abajo.
Fantástico. El tipo de la matanza de Texas.
Eso eran palabras mayores.
Bajé las escaleras, mientras varios compañeros huían entre llantos y cadáveres. Y me crucé con mi profesora de biología, que trataba de proteger a un par de alumnos de otra armadura, armada con una madera que parecía a punto de romperse. Neutralicé a la armadura. Ella indicó a los alumnos que corrieran hacia las escaleras de emergencia, cercanas a nuestra ubicación.
―Eliha, ¿Qué está pasando? ―preguntó, traumatizada, buscando con la mirada cómo podía indicar a algunos alumnos rezagados para que se alejasen de allí.
―No estoy seguro ―admití esquivando a una manada de murciélagos que volaba feroz hacia el piso superior―. Solo espero equivocarme.
Me observó asustada.
― ¿Puedes hacer algo contra... todo esto?
Se acercaba un ejército de arañas, a las que transformé en palomas que volaron perdiéndose a través de los cristales rotos de las arquerías que daban al patio interno del edificio. Jane las observó aliviada y después me miró sin dar crédito. Estaba seguro de que jamás había visto hacer magia a nadie antes.
― Contra algunos sí, pero no tengo el don de la ubicuidad, Jane ―dije―. Corred y alejaros de aquí lo más que podáis ―Le pedí deprisa, mientras veía como el tipo con la máscara y la motosierra se acercaba, seguido por una especie de séquito de fantasmas malignos, conglomerado de diversas pelis― ¡He pedido refuerzos a los ministerios, pero no sé cuánto pueden tardar en responder!
Y demasiado cerca de aquel tipo.
― ¡CORRA, JANE! ―Le grité a la profesora, al tiempo que, desesperado, agarraba mi katana y la desenvainaba, encarnado desafiante todo lo que se avecinaba escaleras abajo. Y tratando de mantener la calma.
En que ella echó a correr hacia las escaleras de incendios lo tuve encima.
Esquivé un golpe de motosierra que acabó con por lo menos una hilera de baldosas del siglo pasado de una tacada.
Piensa, Eliha, me dije. Un hechizo que detenga una motosierra, o que estropee un aparato eléctrico que funciona con magia.
Probé algunos, mientras trataba de asestarle algún golpe mortal con mi katana, y transformaba varias criaturas estremecedoras, entre ellas una joven perturbadora y con el pelo extremadamente largo, en ratas.
Mi concentración, por si no salta a la vista, distaba un rato de ser la apropiada para conjurar magia alguna, y ninguno de los encantamientos funcionaba adecuadamente. Como resultado, la motosierra se aceleró y al tipo prácticamente le era imposible manejarla.
No es humano, Eliha, recuerda que solo era una maqueta antes de que cobrara vida. Dijo mi voz interior.
Asentí.
Entonces no importa que muera, me dije.
Tan pronto la motosierra descontrolada se fue de sus manos aproveché su instante de indefensión para rebanarle la cabeza.
La motosierra seguía en marcha y manchándolo de sangre todo a su paso, y, ahora sí, sin aquel psicópata aferrándola, aproveché aquel momento de paz para reunir la concentración necesaria e inmovilizarla.
Por el camino neutralicé dos armaduras más.
Solo quedaban muchos problemas más a los que tenía que dar respuesta simultánea sin ser inmortal ni omnipresente, ni contar con ayuda porque los inútiles de los ministerios no aparecían.
Maldito sea todo bajo el cielo. Farfullé.
Pero mi cabeza no pudo seguir jurando porque, de súbito, tan pronto llegaba al pasillo del segundo piso, habiendo bajado un planta por las escaleras, y sumido en la penumbra, una nueva realidad me sobrecogió. Una para la que no estaba preparado.
Como si el invierno hubiera llegado de repente, el corredor desierto en que me encontraba comenzó a congelarse.
Diminutos cristales de hielo cubrieron las paredes, engalanaron las vidrieras, y se deslizaron sepultando el suelo bajo blanca capa de escarcha.
El vaho comenzó a salir de mi boca con forme la temperatura descendía.
No existía en el universo fantasma capaz de hacer eso. Fuera quien fuera el artífice de aquel desastre, era algo... o alguien con un poder que escapaba a todo mi control.
Recuerdo que enfrenté el desierto corredor, con mi katana desenvainada y aferrada con firmeza en mi mano, blandiéndola y jugueteando con ella como una defensa para decirle a Ella que no la temía. Casi como esperando que en cualquier momento apareciera, dispuesta a asestarme el golpe de gracia que me enviase exactamente al lugar en donde Stair quería verme. Una pira de cenizas en llamas en el linde de las cataratas de Amarna, que es donde terminan los cuerpos de los sladers muertos allí de donde yo vengo.
Pero fue algo que se alejaba de cualquier cosa que hubiese visto o imaginado lo que, emergiendo del otro extremo del corredor, me paralizó de pies a cabeza.
Era una nube de humo negro. Espeso y denso, como el corazón de las tinieblas. Y dobló la esquina del corredor, dirigiéndose hacia donde yo me encontraba.
¿Cómo se supone que te enfrentas a una nube de humo? Bramó la que se suponía que era mi parte racional.
Apenas la pregunta se formuló en mí aquella niebla negra se concretó en un rostro fantasmagórico, más allá de todo cuanto había visto y recordaba.
Y juro que, si el diablo alguna vez se ha paseado por este mundo, se encontraba en ese corredor aquella noche.
¿Qué podía ser más malvado que el mismo diablo?
Ni de broma. Ese fue mi yo irracional.
Y en aquel instante se confirmaron mis peores temores.
Solo él, el rostro del mismísimo Jack O'Lantern, podía encarnar aquel espectro que avanzaba hacia mí.
Recuerdo que hice la luz en mi mano, como si se tratase de una antorcha, en un desesperado intento de que alejase de mi las tinieblas que lo engullían todo a mi paso. Pero fue inútil.
Quizás, después de todo, Stair había encontrado la forma de matarme.
Escuché su risa en mi cabeza.
Y cuando el espectro oscuro me alcanzó, todo rastro del fuego que había logrado encender se extinguió de mi mano, y una fuerza que nunca podré explicar me arrojó con furia hacia la pared de arquerías que daban al patio interior de aquel edificio de tipología palaciega.
Rompí la cristalera y dos pisos al vacío.
Tan solo me dio para cubrir mi cabeza a fin de no quedar inconsciente con la caída, porque era lo último que todos necesitaban, y rogar porque ningún cristal se me clavara.
Para cuando llegué abajo el peso de mi cuerpo partió una gran mesa de madera por la mitad, entre la muchedumbre que todavía gritaba aterrada. Salían a la calle por la puerta del piso de abajo, que los rastreadores que acababan de llegar habían conseguido abrir, pero que se cerraba y abría a antojo de los fantasmas que se divertían al escuchar a toda aquella gente chillar de desesperación.
Sobra aclarar que los fantasmas normales no suelen ser así, pero como en las pelis de miedo eso gusta mucho y aquellos eran de las pelis humanas... pues fantástico, podéis imaginar, y cuanto más griten mejor.
Si ellos podían salir a la calle, también las bestias habrían escapado. Pero ese fue mi último pensamiento.
traté levantarme entre los escombros, pero pese a mi empeño por protegerme el golpe fue muy fuerte y lo último que alcancé a ver fue cómo aquel humo negro se abría paso entre la multitud, sembrando a su paso el significado del caos.
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