Amaría la muerte
El fin de semana fue atareado. Cada uno se encomendó a sus locuras y a hacer las cosas que solíamos hacer, como quemar la cena ――factoría de Luca Antelami y los sándwiches de piña――; ver pelis de Marvel y trailers de pelis de miedo construyendo drones a la vez ―como Noko―; salir de patrulla y recibir unos cuantos golpes ――cosecha propia――; o evitar hacer los deberes hasta el último momento ―algo común a todos de lo que excluyo ―a Miriam porque no he conocido a nadie más en mi vida que pueda llevar sus asuntos al día――. Nada interesante, en resumen.
Llegó el lunes después de las clases. Tuve que quedarme a comer en la cafetería y después ir en metro al barrio pijo para buscar el piso compartido en donde vivía Anet junto a sus compañeros humanos ―con los que tenía una relación estupenda, aunque con altibajos, como la mía con los genios―, y tratar de desentrañar qué podíamos hacer con el trabajo.
――Invoca al lupo! ――Me dijo Luca cuando nos despedíamos―.
Algo así como desearme buena suerte. Mis compañeros no sentían mucha simpatía por Anet. Unos la veían un poco rara. Y otros demasiado antisistema. ¿Qué yo era igual? Pues a quien vamos a engañar. Pero yo era yo, y vivían conmigo. Habían podido conocerme más en profundidad.
Miriam me revolvió el pelo, riéndose. Tomó uno de los libros de lectura obligatoria de su mochila y se sentó en el sofá a leer con un refresco.
Al tiempo, sonó el teléfono y una Amy veloz y apresurada bajó las escaleras al grito de "Es para mí", con cierto rubor satinando sus mejillas.
No tenía mucho tiempo para pararme a pensar qué acababa de pasar, así que, por mi parte, me limité a hacer un gesto con mis puños de boxeo, para disimular la necesidad de enfrentar mi pelea con "la rarita" para hacer el trabajo. No podían saber que la conocía. Salvo para Jonno, ella todavía tenía un secreto que guardar. Después me despedí cruzando los dedos, y decidí no dar importancia a aquella súbita sensación extraña que dejó el olor de Amy tras su carrera.
****
Algún rato después Anet me recibía en su casa de buena manera. Estaba sola, sus compañeros estaban embarcados en sus actividades, y aquella tarde nosotros no teníamos clase, así que ella tenía libertad y la casa para sí sola.
― ¿Quieres algo de beber? ―ofreció mientras se acercaba a la nevera y sacaba para ella un botellín de agua.
― ¿Agua? ―Me reí. Sabía que sus compañeros no bebían otra cosa que no fuera agua y refrescos de esos para deportistas― ¿Eso es lo que bebéis en Mok? ―me burlé―. En Áyax a esas horas de la tarde, y con un trabajo infumable por delante, ya andaríamos por la segunda botella de Whisky.
Dejó ir una media sonrisa. Su dulzura contrastaba con sus aires de dura.
―No me tientes, intento parecer normal y a esta gente no le gusta mucho beber ―contestó exasperada―, así que no hay alcohol en la nevera.
Me reí.
―A ninguno de ellos les gusta de primeras ―admití―. Al menos no como a nosotros. Pero si tiras del hilo seguro que son unos borrachos. No son tan distintos de nosotros ―me reí, recordando la primera mierda que me pillé con los chicos. Mucho "yo no bebo que soy un genio", y al final a Noko lo llevamos a rastras a su cama.
Arqueó una ceja, curiosa.
― ¿Emborrachas a tus compañeros de piso? ―se burló―. No conocía esa faceta tuya. Aunque pensándolo bien, y dado que cada vez que tenemos exámenes bebes como un maniaco... podría habérmelo imaginado.
―Técnicamente solo les insto a hacer locuras de vez en cuando, y ellos ponen el resto ―resumí―. Y, todo sea dicho, no se les da nada mal. Aunque su tolerancia al alcohol...
Rompió a reír.
―Es una puta mierda ―confirmó― Primero de fisiología humana, Dakks. Y no somos tan idiotas.
Abrió la nevera y sacó zumo de naranja. Después dos vasos de cristal, que colocó sobre la encimera.
― ¿No estás aquí por ser la hija del gobernador? ―sarcasmo, vuela libre.
Una nueva carcajada escapó de sus labios y sonrió.
―Créeme, si fuera por mi padre nunca habría llegado hasta aquí ―concluyó arqueando las cejas―. Él quería otra cosa para mí, ya te lo dije.
―Ya sabes que no es lo que quiera él ―suspiré―. El oráculo es el que juega con nosotros.
Se dejó caer sobre una de las banquetas de su cocina. Yo me instalé en la de enfrente.
― Nunca te lo he preguntado ―Dijo de súbito, mostrando curiosidad― ¿Qué oráculo tienes, Dakks?
―Dragón, ¿Tú?
Dejó al descubierto su antebrazo en donde se podía leer un símbolo muy característico.
― ¿Ánade? ―Me reí.
―Nunca lo habrías adivinado, ¿Cierto?
Vale. Quizás sea el momento de matizar algunas cosas.
Ya sabéis que ninguno de nosotros escoge su destino. Todos los seres mágicos del universo estamos en manos del Oráculo. Hay uno en cada dimensión, delegación del Gran Oráculo, que se emplaza en algún lugar de la dimensionalidad y al que conocemos como El Palacio Fortificado del Jardín Feliz. Es el hogar de las hadas vestales, que se comunican con los designios de los inmortales, y controlan todo bajo el cielo.
Existen cuatro suboráculos, aunque solemos llamarlos oráculos. Y cada ser mágico sin distinción nace y muere vinculado a uno. Ánade, Dragón, Lobo y Tortuga. Cada uno corresponde a un tipo diferente de persona, y eres escogido por uno la primera vez que visitas la Nebulosa ―el Oráculo de cada dimensión―, a los catorce años.
Las vestales leen tu corazón y tu espíritu. Ellas te vinculan a un oráculo, y éste decide si debes seguir estudiando o no, y hacia dónde debes enfocarte, aunque no dicta un vaticinio definitivo hasta la tercera vez que eres conducido al templo, a los 18 años. En el caso de los sladers todos acudiremos una segunda vez a la Nebulosa ―donde se emplaza el oráculo― antes de la tercera, y en ella se nos encomendará una prueba que deberemos enfrentar para conseguir el arma legendaria que custodia nuestra tercera alma y así convertirnos en adultos. De lo contrario, nunca habrá una tercera visita.
―No, no lo habría adivinado ―admití― Libertad, adaptabilidad, honestidad y sensibilidad... eso era, ¿No?
Asintió.
―Coraje, corazón, fortaleza y nobleza ―sonrió―, ¿Eres un buen dragón, Dakks? ―preguntó tras un gesto curioso.
Sonreí con sencillez.
―El tiempo lo dirá.
― Tampoco me has contado nunca cuál es el don de tu clan ―Me dijo―. Realmente no sabemos tanto el uno del otro.
― ¿Eres consciente de lo curiosa que eres? ―Me reí.
Correspondió con una sonrisa.
―Mi padre me lo dice mucho ―admitió sin reservas―, pero eso no contesta a mi pregunta, y yo pregunté primero.
¿Para qué explicar algo si puedes mostrarlo?
Chasqueé mis dedos y dejé que mi índice se incendiara mostrándole la llama arder en mi mano.
―Dije don, no elemento ―Se quejó.
―Maldita perra... ―Me reí.
―También me lo dicen mucho ―culminó con una sonrisa pícara.
Los dos rompimos a reír.
Suspiré.
―Intuición ―concluí―. Se supone que es el don del clan de sombras al que pertenecemos. Aunque yo soy híbrido lo he desarrollado.
Me observó con extrañeza.
―Es muy inusual ―admitió, maravillada.
Me encogí de hombros.
―Y yo nunca te he preguntado si has leído todo lo que hay dentro de sus mentes ―contesté. Sentía curiosidad.
Ella sonrió.
―Oh sí, y en sus corazones ―añadió―. Unos cuantos son bellas personas, aunque a la mayoría tu presencia les incomoda. Y tienes cierta capacidad para atraer al sector femenino que aún no he logrado descifrar.
―No te las des de lista, yo no...
―No hablaba de eso, ya sé que hay alguien en tu corazón, y también sé quién es, aunque aún no quieras ni pensarlo.
― ¿Cómo?, ¿No dijiste que no podías leer mi mente? ―pregunté, inquieto.
Sonrió.
―No puedo leer tu mente, pero tu corazón es como un libro abierto ―admitió.
―Pero no puedes saber...
―No olvides que yo ya tengo a alguien, Dakks ―atajó―. Y ya sabes cómo funcionan las cosas.
Suspiré.
― ¿Crees que realmente es cierto? ―inquirí, con cierta inquietud―. Quiero decir, es cierto que he tenido una visión, y muchas cosas más... pero cómo se puede saber que es así. Nadie me puede dar una certeza, no sé si ella conseguirá amarme algún día. ¿Y si muero antes? ―bufé―. El amor es una puta mierda, Anet.
― ¿Te refieres a que amaremos para siempre a esa persona, y cuando se haya ido, o nosotros hayamos desaparecido, el amor nos será vedado a ambos?
Solo de escucharlo me encogía el corazón, pero ya lo sabía. Esa es la verdadera maldición de los sladers. Amar con todo el corazón a una única persona a la que no puedes elegir y con la que estás destinado a cruzarte, hasta el fin de tus días o sus días, y después... nada. Para ninguna de las partes.
―Claro que es cierto, Dakks ―admitió con pesar.
Por primera vez desde mi llegada respetamos el silencio por unos instantes.
― ¿Y no tienes miedo?
No pude evitar preguntarlo. No lo pude evitar porque yo lo sentía.
Para mi sorpresa sonrió.
―Un regalo hermoso y efímero, Eliha.
― ¿Cómo?
―Eso es el amor. Y así es cómo hay que vivirlo ―repuso con sencillez― ¿Por qué evitar darle tu corazón a la persona que amas por miedo a perderla, cuando sabes que tarde o temprano la vida te quitará la oportunidad de hacerlo? ―dijo―. La vida es corta y cruel para nosotros, pero está en nuestras manos vivirla y quedarnos en nuestro corazón tantos momentos hermosos de ella como podamos atesorar a lo largo de este efímero viaje salvaje, que es nuestra existencia.
Ahora quien sonrió fui yo. Y no solo por su cuidada retórica, que también.
―No eres consciente de esto, pero ¿Te acuerdas de que el otro día me preguntaste qué haríamos con el trabajo de esta asignatura? ―Me reí, tratando de apartar de mi mente todo lo que pudiera de aquel "algo" que había despertado y que no estaba preparado para ver.
Asintió, confusa.
―Creo que esto es filosofía, o algo que se parece a lo que quiere Assen para nuestro trabajo.
― ¿Qué hablemos del amor? ―Se burló.
Me reí.
―No solo hablábamos de amor ―dije―. Hablábamos del miedo, de la frustración, de la crueldad de la vida, de aprovechar las oportunidades... todo eso de lo que hablábamos es la filosofía que quiere Assen intenta descubrirnos. Aunque sea un estúpido.
Frunció el ceño, frustrada.
―Ese tarado no quiere más que una disertación formal sobre la Eutanasia, y, teniendo en cuenta que se trata de algo a lo que no veo el más mínimo sentido, no resultará tan fácil como esto.
Se hizo el silencio.
―No le ves sentido, porque la temes ―aventuré al fin.
Suspiró. Y me miró. Directamente a los ojos, unos ojos que formulaban el perfecto espejo de los míos.
―Todos la tememos ―culminó con gravedad―. Al fin y al cabo, le pertenecemos, y algún día nos reclamará.
― ¿Y si te dijera que creo que hay algo que los humanos temen más que la muerte y de lo que deberíamos aprender un poco?
Me observó detenidamente y con incredulidad, animándome a hablar.
―Nosotros somos prisioneros del destino, Anet ―resolví―. Lo somos porque la muerte nos encuentra siempre en medio de la vida, y nos arrebata una y otra vez lo que más amamos... pero ellos también lo son. Son prisioneros de la existencia y del destino, y además son esclavos de sus cuerpos.
―No sé a dónde pretendes llegar. Sabes que me pones nerviosa cuando te pones así tan críptico. Me gustan las cosas claras.
―Parece mentira que seas una niña sureña.
Me escupió. Me lo había ganado. Los dos reímos.
―Imagina que un día tuvieras un accidente y tu cuerpo quedara inservible ―traté de centrarme―. A nosotros no nos puede pasar, pero a ellos sí. Imagina que tuvieras que vivir una vida entera siendo prisionera de tu propio ser, lejos de todos los sueños que tuviste y que te convirtieron en quien eras, y saber que nunca cambiará ―suspiré― ¿Elegirías vivir una vida así?, ¿Serías capaz de llamarla vida?
Me sorprendió advertir una lágrima resbalar su mejilla. Nunca la había visto llorar.
―Amaría la muerte ―admitió.
Cualquiera lo haría, pensé.
―Bueno, tenemos un principio.
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