Afrontar la realidad
Lo primero que vi cuando desperté fue el símbolo de una serpiente enroscada en un cetro mágico, ambos emergiendo de un caldero.
Estaba echado en una cama. Solo en una habitación pequeña, con un gran ventanal circular abierto en una pared que me permitía ver el cielo estrellado. Todavía era de noche y, por lo menos, allí no había nadie.
Habían sido muchos descubrimientos en una sola noche, y mi memoria no fallaba. Aunque las últimas horas habían sido más confusas de toda mi vida. Y todavía no había decidido si me aterraba más saber la verdad, o haber seguido existiendo entre la ignorancia y el miedo.
Ahora sabía que tendría que matarle. Y también por qué se esperaba de mí que lo hiciera. Por fin entendía lo que estaba en juego, y podía deducir que el precio de una derrota sería el más caro a pagar en ninguna lucha que hubiera jugado. No sabía si alguna vez llegaría a estar preparado para ello. Ni cómo o cuando llegaría ese momento. Pero tenía la certeza de que él seguiría intentando matarme por el camino. Y de que, en algún momento, me volvería a encontrar con el Desertor de Parnasos. Aquel hombre al que había deseado matar con todas mis fuerzas, y al que, contra todo pronóstico, ahora debía la vida. Pero eso nadie podía saberlo.
Tenía que mantener al margen a todo aquel a quien quisiera proteger. Tenía que mentir a todo el mundo sobre cómo había llegado hasta allí. Sobre qué había pasado. Sobre por qué un demonio en teoría pacífico había intentado matarme. Y, no es un secreto, no sé mentir.
Solo en aquel momento empecé a darme verdadera cuenta de la realidad.
Contra todo pronóstico, seguía vivo. Y, en ese momento, habría bastante gente dándome por desaparecido o por muerto. O quizás, ambas cosas. Incluida mi familia. La real. No solo la familia de humanos gilipollas con la que había ido a topar, pero que, de alguna manera, consideraba parte de mi familia.
Intenté incorporarme, pero el dolor no me dejó. Agaché levemente la cabeza para comprobar que tenía un gran apósito sobre el pecho, y que el enorme filo que me había atravesado ya no estaba allí. Un par de goteros inyectaban en mi torrente sanguíneo filtros que, de seguro, reconstruían poco a poco mis estructuras vitales, evitaban que me desangrase, y me protegían de cualquier infección que hubiera podido contraer. Respirar todavía era doloroso, y tenía el esternón hecho añicos. No me cupo duda de ello cuando intenté moverme. Se recomponía poco a poco, pero no todo lo rápido que mi desesperación hubiera querido. Me dolía la cabeza muchísimo, y temblaba de frío pese a estar bastante tapado y seguro de que en aquella estancia hacía calor. El haber estado a punto de desangrarme tendría algo que ver en ello, estaba claro. Pero no ahogarme en mi propia sangre era todo un alivio. Si no lo habéis probado, no lo intentéis.
De repente la puerta se abrió. Y yo me sobresalté.
Apareció al otro lado un paramédico que sonrió al verme despierto.
―Veo que has despertado ―comentó, resuelto―. Tienes frío, ¿Verdad?
Asentí, tratando de no penar demasiado.
Él se acercó a una estantería y tomó un frasco que tenía en la tapa una llama que ardía, vertió un poco de líquido verdoso en un vaso de cristal y me lo tendió. Sabía bien lo que era. Galius me había enseñado muchas cosas sobre medicina.
― ¿Sabia de sauce de fuego? ―pregunté, confuso. Mi voz estaba bastante ronca―, ¿Esto no es un tranquilizante?
Arqueó las cejas mientras yo tomaba el vaso.
― ¿Qué años tienes? ―preguntó sorprendido.
―Diecisiete ―tercié, todavía más confuso, haciendo una mueca mientras bebía el líquido. Era lo más amargo que os podáis imaginar.
Sonrió, visiblemente complacido.
―No sé quién te enseña ―admitió, dedicándome una cálida sonrisa―, pero lo hace muy bien. Eso no lo aprendí hasta primero de carrera. Como imagino que tienes curiosidad, sí que tiene un efecto sedante. Pero también es muy útil contra la hipotermia ―explicó, complacido por mi interés.
Mi interés me sorprendió hasta a mí, para qué engañaros. Puedo hacer cosas muy raras en circunstancias extremas.
―Sabes dónde estás, ¿Verdad? ―preguntó, a modo de interrogatorio rutinario.
―Un hospital...
―Detravia, Mok ―asintió―. En efecto, un hospital.
― ¿Cuándo podré irme?
Releyó el informe que había a los pies de mi cama escaneado el código rúnico con una linterna y lo desplegó en el aire cuidadosamente. A mi las letras me quedaban al revés, así que solo él podía leer aquellas líneas azules que se proyectaban sobre el aire en una pantalla traslúcida.
―Yo te daría unos dos días por aquí, como mucho tres ―admitió―. No está mal para el desastre que traías ―añadió. Slader, ¿Cierto?
Asentí.
―Intentaré que sean dos días ―cedió con amabilidad―. Conozco de vuestra animadversión por los hospitales. Pero mientras tanto deberías llamar a alguien. Seguro que hay personas preocupadas por tu paradero en este momento.
― ¿Qué hora es? ―pregunté.
―Las diez de la noche ―contestó, observándome con curiosidad―. ¿Por qué medio quieres comunicarte? ―preguntó―. Y estate quieto, haz el favor. No te conviene moverte ―advirtió alarmado al ver que intentaba incorporarme.
Ahora el sorprendido fui yo, pero no iba a reírme en su cara. Ya habían intentado matarme y prometía que seguirían en ello hasta que lo consiguieran o yo me convirtiera en un asesino, al menos más de lo que ya era. Dada la situación no necesitaba más enemigos.
―Teléfono, por favor.
Asintió, sorprendido. Ya os he dicho que no es lo común que por estos lares usemos teléfonos.
Lo hizo aparecer y me lo tendió, después se marchó, no sin antes comprobar que cada uno de los goteros que había estaba en regla y rogarme, una vez más, que no me moviera.
Por si no tenía bastante con estar donde estaba, ahora tendría que llamar a la casa e inventar muchas cosas. Eso, y rogar que avisasen a mis padres para que no siguieran creyéndome muerto. Por si alguien ya les había puesto al corriente de los acontecimientos del bosque. Y os recuerdo que, de esa casa y en ese momento, Adamahy Kenneth era la única persona con la que habría querido hablar. Con el resto seguía demasiado enfadado.
Me hicieron falta unos minutos para calmarme y pensar en quién se pondría al teléfono. La tensión que había acumulado en las últimas semanas era demasiada como para que se liberase así sin más. Ahora había que terminar de añadirle todo el rollo de una lucha mortal contra el Primero de los Siete Guardianes de los Infiernos. La inminencia de tener que mentir mucho y a mucha gente. El aceptar que yo era el único náhar que existía en ese momento en el universo y que el ser más peligroso de la dimensionalidad haría lo que fuera por verme muerto. El hecho de que había personas a las que quería, y quería proteger, pero no sabía cómo. Y demasiadas cosas más, como la impotencia que me producía saber que los humanos que había llegado a considerar algo parecido a mis amigos no confiaban en mí lo suficiente como para creerme. Ya ni hablamos de respaldarme. Con la que iba a caer en los próximos meses en Pangea contra los sladers.
Resulta que todo el mundo dice que no sé mentir, pero cuando les interesa soy un paranoico y un mentiroso. ¿Acaso soy el único estúpido aquí que no tiene una mente retorcida?
Suspiré. Dolió. Y decidí no hacerlo más.
Observé el teléfono con nerviosismo. Porque a todo lo anterior se le sumaba la vergüenza que sentía por toda esa situación. Estaba por devolver el teléfono y decir que no estaban o cualquier chorrada. Solo por evitarme que llegasen a verme en esas condiciones. Pero no podía dejar que mi familia me diera por muerto con el sufrimiento que ello envuelve.
Eres una maldita máquina de matar, Dakks. No una máquina de hacer sufrir a la gente. O al menos, no directamente ―Eso fue lo que mi cerebro me dijo―. ¡Afronta tus estúpidos problemas y deja de ser un cobarde! ―remató mi yo racional.
No sabía qué parte de mi cerebro era, pero como no tenía demasiada fuerza de voluntad en aquel momento, y además no hubo respuesta de mi yo irracional para establecer una lucha mental, como suele suceder, pues acabé por hacerle caso. Marqué el número de casa que, por suerte, y aun a esas alturas del curso, era el único que me sabía porque Alan me lo había repetido de forma incansable después del incidente del día sesenta y dos. Varios tonos después, la voz de Miriam respondió tras descolgar el teléfono con una torpeza que habría sido asombrosa hasta para Noko.
― ¿Sí? ―respondió nerviosa.
Me quedé callado, por un instante. No por fastidiar. Sino porque estaba asustado.
― ¿Hola? ―repitió la voz, entre confusa y angustiada―, ¿Hay alguien ahí?
Tomé aliento como pude.
―Hola ―contesté al fin, con un nudo en el estómago y una voz fría.
― ¡¿Eliha?! ―chilló, histérica, casi a punto de romper a llorar― ¿Eliha eres tú? ―preguntó, como si no hubiera quedado lo suficientemente claro― ¿Qué le ha pasado a tu voz?, ¿Dónde estás?, ¿Estás bien?
Antes de que siguiera haciendo preguntas me lancé a hablar.
―Si, soy yo. Y... estoy bien... ―balbuceé―. Estoy en el hospital de Mok, pero estoy bien y lo...
― ¡Oh Merde! ―dijo histérica― Pero estás bien, ¿Verdad? ―inquirió― ¡No te preocupes, ahora mismo vamos para allá! Merde. Sobre todo, tu tranquilo, ¿D'accord? Todo va a estar bien, tu tranquilo...
Era la primera vez desde que la conocía que se le escapaba algo más que un merde en francés. Solo podía significar que estaba nerviosa a un nivel inusitado. Impropio de ella, que hablaba inglés a un nivel nativo, sin acento francés.
―Miriam... antes de que me cuelgues... por favor ―La corté―. Dile a Alan que avise... a mis padres, de que estoy bien.
―Tomo nota, no te preocupes. Ya vamos para allá. Estaremos en seguida, tú tranquilo...
Colgué el teléfono antes de que terminase.
Sí, yo tranquilo, ¡Por Ella!, ¡La histérica eres tú!
Creo que a veces los humanos dicen en voz alta cómo se sienten cuando intentan dar un consejo a otra persona. Ya sabéis. Un: "Tú tranquilo" en modo humano significa: "Soy yo el que está histérico, pero lo disfrazo como si fuera tu problema, y así parece que no es mi problema". En vuestro mundo de las apariencias todo es tan simple que a veces ni lo entiendes.
En lo que a mi respecta, seguía muy enfadado y ni siquiera se me había permitido demostrarlo.
****
Eran las doce y media de la noche para cuando terminé de hablar con Alan.
Como sabía que no iba a poder decir la verdad. Y aun ignorando cómo me dio para mentir. Me inventé una historia ridícula sobre un montón de demonios majaderos que buscaban un sacrificio para un ritual de apareamiento ―una verdad a medias es la mejor mentira para un mal mentiroso―. Le dije que los demonios atacaron al primer grupo que encontraron, y luego cuando me vieron aparecer fue la de: "¡Un slader, esto ya es la cosecha del siglo!".
Añadí la parte obvia. El hecho de que al final había logrado escapar. Sobre el cómo escapé ya era otra historia. Había logrado apañar mi versión oficial de los hechos al respecto. Y me inventé que un mago que vivía por la zona ―En mi cabeza El Desertor de Parnasos, que no era un mago, pero podría pasar por tal si se lo propusiera―, me había ayudado a conjurar un portal y llegar hasta Mok. No sin añadir, a modo culmen, perfectamente imbricado en la trama, que no les había llamado antes porque ninguno teníamos móvil ya que los profesores nos los habían requisado para la actividad.
La parte positiva que tenía vivir en el s. XXI humano era que la mayoría de los humanos no sabían una maldita mierda de nada ―sin ánimo de ofensa, pero las cosas como son―. Lo que se traducía en que yo podía contaros cuatro o cinco majaderías. Y amigos, siento admitirlo, pero cuando se trataba de explicaciones paranormales ya transgredida la barrera de la ignorancia consciente, erais capaces de creéroslo todo. Barra: muy fáciles de manipular.
Os sentíais orgullosos de vivir en la era de la información, ¡Pues informaros tío!, ¡Haced algo útil en lugar de creeros lo primero que se os dice! Entenderíais mejor a las personas como yo ―incluso descubriríais o admitiríais nuestra existencia―. Nos consideraríais gente, y no maleantes. Interesantes las conversaciones que tiendo a mantener conmigo mismo.
Después de nuestra breve conversación Alan se quedó en el pasillo hablando con el paramédico. Tenía que hacer unas cuantas gestiones por mi ingreso, además de innumerables llamadas de teléfono, entre ellas una a mis padres, y con urgencia.
Pero esa noche aún me deparaba sorpresas, y en ese instante, el momento que más había temido en las últimas horas se presentó sin llamar a la puerta.
Luca, el único a quien, por lo visto, Alan había dejado venir entró de súbito por aquella puerta. Era, con toda probabilidad, la persona con la que menos ganas tenía de hablar en aquel momento. Y, además, entró tropezando de forma bastante inoportuna con una cortina mientras yo temía que alguien estuviera intentando matarme otra vez. Vamos, que me dio el susto de mi vida.
Después de advertir que había estado a punto de matarme del susto, puso, en un acto reflejo, las manos en alto para devolverme una auténtica cara de susto. Aunque ahora sospecho que mi estado físico pudo tener algo que ver en aquella mueca.
―Vale, Dakks ―empezó, solo entonces me percaté de que tenía un enorme moratón e la cara. Había olvidado que uno de los Sioux le había asestado un buen golpe porque había sido el único que había intentado defenderme―. Antes di che empieces a gritarme, solo quería decirte che lo siento ―añadió muy rápido―. Sí, mi sono comportato come un imbecille, e debería haberte creído e respaldado dadas todas las cosas que he visto. Si no me hubiera comportado como un cobarde nulla di questo habría pasado ―admitió frustrado―. E ora lo so che no sirve de nada, ma quiero che sepas che non sarò mai un cobarde. El resto di umano pueden decir lo que quieran, ma io no dudaré piu di te. E, ¿Sai cosa?, Que me parta un rayo si miento. Igual que si me comporto como lo he hecho delante de todos esos gilipollas que te ignoran e te desprecian ―terminó gesticulando muchísimo. Escuché su corazón latir muy fuerte― San Pietro negó a Cristo tre volte. Se equivocó, ma supo rectificar. E questo è lo que io pretendo.
Hice lo posible por terminar de subir el respaldo de mi cama apretando un botón que me habían dejado, y reprimiendo una mueca de dolor mientras Luca mantenía su cara de susto por bandera y las "manos arriba, esto es un atraco".
―Pues ten cuidado, amenaza tormenta ―Le corté.
―Andiamo, Eliha, io...
―No te molestes en disculparte, Luca ―dije―. Mi mejor amigo me enseñó que la única buena disculpa es la que no llegas a pronunciar.
Suspiró.
―Tiene razón ―admitió.
Me dolió tener que corregirle, pero estaba tan jodido en ese momento que no me daba para mentir más.
―La tenía.
Me miró, confuso.
― ¿Ya no lo piensa?
―Ya no piensa ―contesté, con sequedad―. Dentro de dos meses hará un año que murió.
En ese momento puedo jurar que se quedó blanco.
―Mi dispiace, Dakks ―articuló con tristeza―. No lo sabía.
No lo sabía, en efecto, porque no sabían nada de mí y aun así se habían permitido juzgarme sin tener ni puta idea de nada.
Por otra parte, no lo sabían porque yo no se lo había permitido, por lo que, tal vez y mal que me pesase, no era del todo culpa suya que no me entendieran y pasasen cosas como las de las últimas semanas.
Quizás si...
En fin.
Quizás era el momento de aclarar algunas cosas.
―No lo sabías porque no sabéis nada de mi vida, Luca ―Le dije―. Y eso es, en bastante parte, mi culpa.
En ese momento puedo jurar que Luca no salía de su asombro. Puedo jurarlo porque ni siquiera yo sabía qué tenía que hacer. Parte de mí quería gritar y llamarle gilipollas, y decirles a los genios, uno tras otro, que todo era su culpa. Pero otra parte de mí sabía que no era así y que desde la muerte de Agnuk me había negado a aceptar que durante el tiempo que me quedase en ese mundo podía hacer otros amigos. Porque no me había atrevido si quiera a plantearme la posibilidad de que alguien ocupase su lugar.
Pero ahora sabía que nadie, nunca, podría sustituirle. Él siempre sería mi mejor amigo. Y Alan me había ayudado a entenderlo. Y encontrar a Anet, me había hecho creerlo posible. Aprender a querer a otra persona sin tener control sobre por qué la quieres era, en realidad, lo más difícil que jamás hubiera hecho. Porque permitirte sentir no es tan fácil cuando te mueres de miedo y tienes que hacer parecer que no es así. Que todo está bien. Que no te importa vivir al límite, ni morir a cambio de nada.
Alan y Anet me habían ayudado a entender que podía querer a otros sin traicionar a las personas que quería y ya no estaban. Y Adamahy Kenneth era la prueba de que querer con todo mi corazón a alguien no me haría olvidar lo que se fue. Yo siempre querría a Agnuk. Siempre querría a mi mejor amigo. Pero, después de todo, había logrado asumir que merecía poder seguir queriendo. Y que, quizás, esas personas también merecían recibir una parte de mí que necesitaban y les podía hacer felices, aunque solo fuera por algún tiempo.
Sentía mi corazón a punto de estallar, pero tenía que decir lo que pensaba en ese momento.
Luca me había entregado muchas cosas aquellos meses y, en realidad, sin apenas conocerme, porque yo no le había dejado. Y sí. Estaba en mi derecho de montar en cólera y cabrearme con el mundo. En mi derecho de no confiar más en él, ni en ninguno de los genios. Pero pensar que solo ellos tenían la culpa por no confiar en mí era engañarme, porque no era así. Ellos, y en especial Sicilia, me habían dado mucho durante mucho tiempo, aunque me hubieran fallado. Y parte de la culpa de eso era mía, porque yo no les había dejado conocerme. Amy era la única que sabía bastantes cosas de mí, y aun así había tantas cosas que no me sentía capaz de contarle que era difícil para mí sentir que me conocía.
―Non è colpa tua, Eliha... no...
―Es bastante mi culpa, Luca ―asumí―. Y lo siento.
Me miró sin dar crédito.
―Mírate ―esgrimió señalándome, desconcertado―. El que venía a scusarmi, e en nombre de tutti, era io. De todas formas agradezco que no hayas gritado perché Alan no sabe che sono qui. E non quiero immaginare cosa hará si se entera ―admitió.
Aquello acabó de romper mis esquemas mentales.
― ¿Cómo cuervos has llegado aquí entonces? ―pregunté, evitando reírme.
Sonrió.
―Me agaché bajo las mantas dal asiento posteriore, e quasi evitando di respirare ―Se rio, rascándose la nuca―. Me faltó poco para quedarme encerrado en el coche. È una fortuna che Alan sempre guarde una copia de las llaves en la guantera. Después l'ho seguito hasta aquí. E a propósito este sitio...
―Mok...
―Sí, Mok, e ―abrió muchísimo los ojos y no encontraba palabras mientras gesticulaba describiéndome ficticiamente lo grande que era la ciudad―. Cazzo, è incredible.
―Es muy grande y lujosa. Por algo es la capital de Aztlán. Pero Áyax no tiene nada que envidiarle ―comenté, orgulloso.
― ¿Áyax es...?
―Es mi ciudad ―aclaré―. En realidad, la ciudad a la que se circunscribe el suburbio de Anadork, que es en donde vivo.
― ¿Questa e una delle cose che deberíamos saber e che hacen que no te conozcamos?
Sonreí. Era una parte de mí. Eso estaba claro.
―Una de ellas.
― ¿È bonito ese sitio?
―El lugar más hermoso que existe ―corroboré.
Arqueó las cejas.
― ¿E también sois ricco come parece che è esta ciudad entera?
―Ni de lejos ―sonreí―. Somos la región pobre. Y mi aldea es la más pobre de todas las periferias de Áyax. La mayoría de la gente allí trabaja el campo y la madera. Nos encargamos de recibir a las tribus de sombras cuando llegan a Infierno Verde para guarecerse al inicio de la Estación Blanca. Les cedemos parte de nuestras tierras para que asienten allí sus campamentos, y trabajamos juntos para no morir de hambre. Vivimos casi en el linde de la Selva de las Luces.
Sus ojos no terminaron de cerrarse y rompió a reír.
―Vale... questa è una grande quantita di informazioni ―admitió―. Tendrás que hacerme un mapa.
Asentí.
Después nos quedamos callados por unos minutos.
― Vero che no tienes que disculparte por nada, Eliha ―terció rompiendo el confortable silencio en el que poco me faltó para dormirme.
Me resigné y él se sentó con cuidado a los pies de la cama.
―Lo sé, pero prefiero hacerlo ―aclaré―. No excuso la parte en que el miedo os impidió apoyarme, porque eso es trabajo vuestro y tendréis que hacéroslo mirar. Pero parte de mí sabe que si no confiáis en mí es porque no os he contado las cosas ―acepté―. Jamás os he dicho, por ejemplo, que el único motivo por el que acepté venir hasta aquí, asumiendo que tendría que dejar una vida que amaba, fue que el dinero que recibo a cambio daría de comer a mi familia, y que esa era la única forma de que sobrevivieran al invierno ―confesé―. No os he contado que odiaba a los humanos antes de conoceros, porque muchas personas que yo quería habían muerto para proteger a gente como vosotros, sin escuchar de sus labios una miserable palabra de gratitud. Ni que, en realidad, y aunque ni yo mismo lo supiera, necesitaba alejarme de Áyax después de haber perdido a mi mejor amigo, Agnuk. Porque quedarme allí significaba enfrentar cada día que nada volvería a ser igual y que había perdido a la única persona que me conocía de verdad. Y tampoco que hasta que Anet se convirtió en mi amiga no asumí que tenía derecho a volver a querer, y a tener más amigos.
Suspiró, taciturno.
―Io pensó che tienes miedo, Eliha ―concluyó―. E nunca te juzgaré perché si yo me jugase mia la vita todos los días, viviría per sempre muerto de miedo ―culminó con tristeza.
¿Cómo?
―Penso che, aparte de tutte quelle cose che, desde luego, no sabía, e che explican molte chose sulla persona che, digas lo que digas, sé que conozco ―comentinuó―, lo que temes es el vacío que deje tulla assenza en los que te rodean quando te hayas ido. Lo temes como Anet lo temió, e nos explicaste molto bene. Penso che tienes miedo di amare perché has amato, y has extrañado a muchas personas que amaste e che ya no están. E precisamente per la tua capacidad de amare, temes afrontar la posibilità di che la tua perdita cause dolor a las personas que ti aman.
No tuve otra que guardar silencio porque me sorprendió tanto su reflexión que no sabía qué decirle. Tampoco dudé de que Sicilia había terminado como siempre. Dando en la diana.
―Tú eres el genio, supongo ―admití, después de todo.
―Eliha. No tienes que disculparte perche haya cosas de che non sapiamo ―dijo, abandonando la cama para ocupar un taburete cercano―. Todos tenemos secretos. Unos más que otros, ma forman parte de quienes somos. Que no conozca tus secretos non significa che no te conozca. Non che tu no seas mi amigo. También hay molte cose che non sabes de mí, ¿Y qué? Me conoces mejor che ningún stronzo che io llamara amico antes.
Asentí, sorprendido.
De normal Luca era el anti-genio. El que siempre hacía la gracia de todo y nunca se preocupaba de nada. Ese idiota que siempre la liaba. Pero luego las cosas se ponían mal de verdad, y siempre sabía qué hacer. En realidad, era el único que sabía qué hacer.
―A donde quiero llegar es a che io he venido aquí per disculparme, perche, come amico, te he fallado. Ma quiero che sepas che puedo volver a fallar, molte veces, perche io sono así. E Noko, e Miriam, incluso Amy puede llegar a serlo ―suspiró―. É lo que reside en ser humano. Ma lo intentaremos una y otra vez, e daremos lo que esté a nuestro alcance per hacerlo migliore. Perche eso è lo que hacen gli amici. E, si tú quieres, questo è lo que somos ―culminó, tendiéndome la mano.
Puedo asegurar que me sentí afortunado en ese momento. Porque supe que, viniese lo que viniese, había una parte de mí que todavía tenía cosas que entregar, y que quedaban personas en el mundo capaces de apreciarlas. El tiempo que nos quedara.
No estreché su mano sino su antebrazo.
―Así lo hacemos en el Norte ―aclaré.
Él asintió, correspondiendo mi gesto.
Después nos quedamos en silencio, aunque, una vez más, cuando estaba al borde de dormirme, el silencio se rompió.
―Eliha...
―Dime ―contesté, resignado a que tendría que esperar para entregarme a Morfeo.
― ¿Puedo hacerte una pregunta?
―Ya lo estás haciendo ―contesté, algo confuso.
― ¿Cosa pasó veramente en el bosque?, ¿Perché nos atacaron los demonios? ―preguntó, entre confuso y preocupado.
Suspiré. Había sido muy egoísta.
―Soy un idiota, ni siquiera te he preguntado ―Me excusé―. Aunque siempre te he dicho que no te metas cuando pasen esas cosas y...
―Sto bene, no te preocupes ―aclaró con rapidez―. Solo fue una buona ostia. Ma la mia cara se arreglará ―le quitó importancia―. Solo es que, vero, me gustaría saber... perché ―admitió―. Saber la verità.
Luca merecía más sinceridad de la que había podido tener con Alan, y de la que tendría sobre esa historia en general. Pero no podía complacer su curiosidad. Así que le expliqué la misma historia que acababa de contarle a Alan. Ya era bastante riesgo ser amigo mío. Y él, en el fondo, era valiente por asumir ese riesgo, no como el resto de la gente. Pero no sabía hasta qué punto conocer el secreto podría ser peligroso. Así que lo más correcto era guardármelo.
Cuando terminé asintió con seriedad.
―Questo è lo che le has contado a Alan, ¿No?
Me quedé bastante inquieto, y arqueé una ceja. Esa pregunta no era lo que esperaba.
―Es lo que pasó, Luca ―mentí―. ¿Por qué iba a contarte otra cosa?
Me miró con tranquilidad y luego sonrió, encogiéndose de hombros.
―L'intimità no nos hace daño, Eliha. Si quieres dime che sono cose che prefieres guardarte. Eres libre de decir lo que quieras, e quedarte lo demás. Ma mira ―suspiró―, il mio padre è della mafia. E io se distinguir cuando alguien me miente ―sonrió con sencillez―. E no te ofendas, amico, ma aparte de ser una jodida máquina de matar, tu sei el peggiore mentiroso che he conocido.
Guardé silencio. Tratando de pensar en qué hacer en ese momento. En cómo salir de ese entuerto. Me dije Piensa, cerebro, por Amarna, piensa. Pero el silencio siguió a mis súplicas y no me quedó más que maldecir a mi cerebro.
―Sin faltar ―bromeé para ganar algo de tiempo.
El rompió a reír.
― ¿Non dici sempre che no te hagamos la pelota per che nos cuentes cose paranormali? ―sonrió.
Nos reímos. Pero después se hizo de nuevo el silencio. Y los dos sabíamos que yo tenía que romperlo, pero, para ser honestos, no estaba para averiguar cómo. Así que él lo hizo.
―Perdonami per averti puesto en un compromiso, Eliha ―Se excusó―. No tienes por qué contarle a nadie nada que no quieras ―para mi sorpresa, él se había adelantado―. Solo necesitaba hacerte saber che quella storia non me encaja, perche soy así. Non me lo podía quedar dentro, ma no tienes ninguna obligación, e me dispiace haber...
Respiré hondo. Lo más que pude sin querer morir. Sabía bien por qué quería una explicación de verdad. La quería porque podía haber muerto en aquel bosque, igual que estuve a punto de hacer yo. Y la quería porque se cuestionaba las cosas. Luca Antelami quería saber por qué podría haber muerto.
―Han pasado cosas muy complicadas, Luca ―admití―. Cosas que no puedo permitir que nadie sepa ―dije con sencillez―, entre otras razones porque saber lo que yo sé ahora ya le ha costado la vida a alguien. Y no quiero pensar en la posibilidad de que alguno de vosotros pudiera verse involucrado en ello.
Me observó sin dar crédito. Entre sorprendido y asustado. Aunque sabía que su mente nunca descansaba y a esas alturas la conversación tendría que continuar porque necesitaba respuestas. Y Luca era de las personas que prefería tenerlas y asumir la posibilidad de que le salpicara la mierda, antes que vivir para siempre en la ignorancia, fingiendo que todo estaba bien.
―Non so di cosa se tratta, Eliha ―admitió, preocupado―. Ma si alguna vez quisieras contarme algo, aunque sea de un tiempo a esta parte, o necesitases di parlare con alguien puedes contar conmigo. Perche, aunque me muera de miedo, sempre elegiré saberlo. Sea lo que sea ―añadió con convicción―. Tú has guardado il mio segruto per tutto este tiempo ―concluyó―. E io ya te guardé un secreto una vez. Solo quiero que sepas que, si alguna vez decides di dirme qualcosa de esto, sabré volver a hacerlo.
Después asintió con convicción.
Sabía que no era lo correcto confiar en nadie. Pero también sabía que Luca era como el silencio, un buen portador de secretos. Seguramente guardaba más de los que ninguno llegaríamos a saber. Aunque no sabía lo cerca que me hallaba de descubrir uno de ellos.
Suspiré, pasando la mano derecha con cuidado por mi pelo desordenado, hasta que recordé que tenía un gotero puesto y opté por dejarla quieta. Estaba intentando poner mis asuntos en orden, y reunir el valor o la inconsciencia necesaria para hablar. Mi intuición decía que debía hacerlo. Y a ella le debo el seguir vivo.
―Si yo te cuento esto, se pongan las cosas como se pongan, no vas a poder decírselo a nadie. Ni siquiera a Amy, ¿Lo entiendes? ―asintió, visiblemente preocupado―. Si es necesario me tendrás que ayudar a mentir, y encubrir cosas que tenga que hacer que es posible que no te gusten y, sobre todo, ayudarme a que los demás se lo crean. Sea lo que sea ―culminé con gravedad―. Por difícil que resulte.
Asintió, tratando de no mostrar el miedo que sentía. Lo sé, porque lo sentí ahí, latiendo en su interior. Asumiendo el coraje necesario para formar parte de aquello, aunque le aterrase. Porque había decidido que el miedo no le controlaría más.
―No me da miedo mentire ―asintió con seriedad―. E, a veces, sobre todo cuando tienes un grande segreto, tener un cómplice se convierte en algo más necesario de lo que nos gustaría ―admitió, con un pesar que entonces no entendí, pero algún día entendería.
Nos quedamos unos instantes en silencio, cada uno preso de sus pensamientos. Pero sabía que tenía razón.
Aproveché la mierda de energía que me quedaba para hacer un hechizo a nuestro alrededor y cerciorarme de que nadie pudiera escuchar aquella conversación. Me quedé mil veces más agotado de lo que ya estaba. Pero sabía que era una precaución necesaria.
― ¿Era necessario? ―pregunto Luca, preocupado por verme en ese estado― Quiero decir, ¿Es tan peligroso come per tomar tantas precauciones?
Suspiré.
―Anet murió por saber esto, Luca ―confesé―. Y no fue la única. La información es un arma letal bajo el cielo, así que créeme, era necesario.
Se quedó blanco, y asintió. Pero sabía que no se echaría atrás. Los dos lo sabíamos.
―Nessuna objección, entonces.
***
Después de media hora de explicaciones simplificadas, pero reales, Luca estaba sentado de nuevo en mi cama con el corazón latiéndole a mil, pero decidido a ser valiente.
― ¿E allora? ―preguntó con cautela―. Allora che has vuelto, ¿Che se espera che hagas?, ¿Matarle?
Negué.
―Prepararme lo más que pueda hasta que llegue ese momento, que ni siquiera sé cuándo será ―respiré―. Y procurar sobrevivir si vuelve a intentar matarme.
Arqueó las cejas.
―Vaya plan di merda ―farfulló, casi indignado― ¿No hay manera alcuna da evitare ese enfrentamiento?
Sonreí, resignado.
―Luca, te estoy diciendo que soy el último de los Náhares ―recapitulé―. Stair intentará matarme por el mero hecho de existir. Porque soy el único ser bajo el cielo capaz de destruirle. Y ninguno lo ha logrado antes...
Se hizo un silencio tan profundo que creí que ninguno de los dos osaría pronunciar las palabras que lo rompiesen. Los dos sabíamos lo que significaba. Era más que probable que aquella se convirtiera en mi última lucha.
Y me sorprendió que Luca se atreviese a hablar en aquel momento.
―Entonces tienes que vivir, Dakks. Non se come vas a hacerlo. Ni come io puedo ayudarte. Ma sí sé que si tú no lo haces... nessuno lo farà. ―culminó con sencillez.
―No es tan fácil, Luca. Ha habido otros como yo antes. Y todos fracasaron.
―Tal vez ellos fracasaran ―admitió―. Ma io he visto le cose che tu haces. E sé che tú vencerás, e che después tendrás la vida che mereces. Una vida plena y entera. La che tú elijas, e junto a quien elijas.
Ojalá tengas razón, pensé. Y por un momento nos quedamos en silencio, aunque esta vez sabía que me quedaba algo que decir.
―Siento que te dieran esa ostia por mi culpa ―admití―. Son efectos colaterales de conocerme. Y es una buena razón para mantenerse alejado de gente como yo.
Rompió a reír, sorprendido. Aunque pude advertir cierta amargura en sus ojos, y no supe cómo interpretarla.
Me quedé algo confuso, en realidad.
―Non che fosse la prima vez che me funden a ostias... ―terció.
¿Perdón?
― ¿Cómo?
Suspiró.
―Todos tenemos secretos, Eliha ―asumió―. Tú me has contado uno molto grande esta noche, e saberlo me aiuta a entender perche he estado a punto di morire. Te sientes culpable allora perche me dieran una puñetera ostia en la cara quando estabas intentando salvarnos la vita ―comentó―. Ma no debes sentirte in colpa. Créeme quando io digo che sono igual de sicuro aquí de lo che habría estado nella mia casa ―admitió.
Ni en un millón de años habría podido imaginarlo. Pero me sentí estúpido por no haber sabido verlo antes.
― ¿Ese es tu secreto?
Se hizo el silencio. Uno de esos tan profundos que sentencian una verdad tan oscura como la noche.
― ¿Te ha pegado alguna vez tuo padre, Dakks?
Sus ojos me observaron, vacíos.
Estaban en esa habitación, pero su mente vivía en ese momento en algún lejano confín de sus recuerdos.
―Nunca ―admití, agradecido recordando la educación que mis padres me habían dado. Pero con el corazón encogido porque ahora más cosas tenían sentido―. Ni a mí ni a ninguno de mis dos hermanos.
Sonrió sin esforzarse por disimular su amargura.
―Créeme ―suspiró―. Soy más felice qui di quanto fui en Italia.
No sabía qué decir.
― Entonces era tu historia, ¿No?
Frunció el ceño.
― ¿Cuál? ―preguntó, confuso por mi respuesta.
―La historia que le contaste Alan el día de mi cumpleaños, frente a la hoguera. No era un anuncio de televisión, ¿Verdad? ―asumí, compartiendo una gran amargura por lo que acababa de descubrir.
Después de un silencio, y embriagado por la resignación, Luca asintió con una seriedad y una tristeza mucho más grande de la que jamás hubiese visto vivir en los ojos de un humano antes.
Puedo jurar que mi corazón se encogió.
―Y todos tus cuadros...
Tomó aliento y se pasó las manos por la cara, intentando pensar, seguramente, en qué me diría.
―Me piace pagar la confianza di un segreto, con un altro segreto. E pensó che allora te conozco, e me conoces migliore ―aceptó―. Ma, si no te importa, no quiero parlar de lo que significan.
Asentí.
― ¿Y cuándo todo esto termine?, ¿Dónde vas a ir?
Se encogió de hombros.
―Non lo so ―admitió con naturalidad―. Ma sé che non volveré.
No sabía si tenía derecho a formular aquella pregunta, pero necesitaba hacerlo.
― ¿Nunca se lo has contado a nadie? ―dije, por fin.
― ¿El qué no le has contado nunca a nadie, Luca? ―preguntó la voz de Alan desde la puerta.
Los dos nos sobresaltamos e intercambiamos una mirada de pánico.
―Ehh bueno io....
―Le he preguntado por sus cuadros ―mentí―. No me quiere decir qué significan todas esas figuras siniestras que le encanta pintar.
Para mi sorpresa acababa de inventar una maravillosa excusa. Ya sabéis que no soy muy pródigo en formulaciones teóricas, y menos cuando envuelven la improvisación. Por ello a mi súbita excusa le siguió una ovación mental dentro de mi mente. Auto-aplauso ante habilidad adquirida.
La cara de Sicilia en ese momento habría arruinado mi momento de lucidez, de no ser porque Alan acababa de pillarle ahí infraganti, e interpretó que su cara de perplejidad se debía a su súbita aparición y a que había sido descubierto.
―Vamos Luca, no te voy a juzgar. Pero no creas que soy tan idiota como para no haberme enterado de que viajabas bajo las mantas en el asiento de atrás ―dijo Alan, riéndose. Para nuestra sorpresa no había reproche en sus ojos.
Luca se rascó la cabeza, incómodo.
― ¿No vas a echarme la bronca?
Alan suspiró, resignado.
― ¿Serviría de algo?
Luca sonrió, aún con cierta tristeza en los ojos.
―Probablemente no ―admitió con sinceridad.
Alan asintió.
―Vámonos a casa, Luca ―concluyó―. Y tú, Eliha, descansa ―Me dijo, casi a modo de advertencia―. Ya te hemos dado bastante la brasa ―Miró a Luca directamente con cara de ya te vale―. Y, por cierto, he hablado con tus padres. Mañana a primera hora estarán aquí.
¿Mis padres?
Lógico, por otra parte, pero ¡Mis padres y Onan estarían aquí mañana! Me moría de ganas de verlos. Hacía casi dos meses de la última vez. Al final toda aquella locura me iba a traer algo positivo.
Aunque, por otra parte: ¿Qué cuervos iba a decirles?, ¿Se habrían creído lo que les contó Alan? ¡Joder!, ¡No podía contarles nada! O mierda, espera. Mi padre tenía que saberlo. Mis padres. Ellos tenían que saberlo. Si yo era un náhar ellos tenían que haber visitado el Hogar de los Inmortales y habrían... conocido a la muerte.
Lo que explicaría por qué mi madre se volvía loca cada vez que yo blasfemaba en su nombre.
¿Era eso posible?
― ¿Estás bien, Eliha? ―preguntó, Alan, preocupado.
Me esforcé por respirar.
―Sí... ―traté de disimular―. Lo siento, solo muy cansando ―mentí. No mentí, en realidad, pero qué otra cosa podía decirle.
Asintió. Aunque aún podía sentir la preocupación en sus ojos.
―Descansa ―Me señaló arqueando las cejas, también cansado―. Mañana estaremos por aquí.
Asentí.
Y, aunque en principio pensé que iba a descansar su madre, no tardé mucho en abandonarme a Morfeo.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top