8. EN NOMBRE DEL AMOR
Yo lo llamo Sahaim. Vosotros lo llamáis Halloween. Y es una de las noches más inquietantes del año. Viene colmada de diversión en el mundo humano, en donde os disfrazáis de criaturas de mi mundo sin tener ni la menor idea de lo que hacen, ni ser conscientes del peligro que corréis. Cosas de seguir negando nuestra existencia pese a todas las señales que os mandamos cada día.
Por fortuna, aún hay países en Pangea en los que esa noche se celebra muy poco. Los sladers que se encargan de protegerlos tienen una gran suerte en esta eterna batalla contra la estupidez humana, por la que pasamos toda la noche de Halloween de aquí para allá intentando que muera el menor número de personas posible.
En países como Estados Unidos, Inglaterra o Australia, todo cambia.
No me voy a poner a culparos solo a vosotros. Se celebra en muchas dimensiones humanas del universo. Y tiene un significado especial en el paganismo. Pero para los slader tiene otro significado especial.
Cuidado con este. Sospechoso. ¡Mira ese otro!, ¡Esos cuernos son de verdad! ¡Y huele como la peste! ¡Sí!, ¡Ese seguro que es de verdad, intenta comerse el brazo del camarero!
Ese es el bucle de pensamiento que nos induce la noche de Sahaim a los sladers. Un bucle que para algunos terminará esa misma noche. Es la noche del año que más sladers mueren en todas las dimensiones.
No obstante, y durante las semanas previas a la fatídica y temida noche Sahaim, me había empleado a fondo para mejorar mis dotes de guerrero. Mis movimientos, mi manejo de armas, mi magia, incluso había aprendido a hacer hechizos que nadie sabía que podía hacer. Y así debía seguir.
Debo admitir que la principal motivación de este sobreesfuerzo no fue sobrevivir a la noche de ánimas. Y os considero lo suficientemente agudos como adivinar la razón subyacente que me impulsaba a tomar esas precauciones a una velocidad mayor de la que correspondía a mi aprendizaje.
En efecto.
El hecho de que el hombre más poderoso de la dimensionalidad quisiera verme muerto y fuera incapaz de saber por qué, ni en qué momento decidiría matarme tenía mucho que ver.
Pero, ya de paso, y puesto que esa noche Ella hace su agosto, Galius me había encargado permanecer atento en todo momento y no separarme de los chicos.
¿El motivo?
Celebraban una fiesta temática en el instituto que, convertido en una casa del terror gigantesca, sería un gran portador de desgracias. Desgracias que yo tendría que evitar. Y Galius me había rogado que fuera porque ¿Y si pasa algo Eliha?, ¿Y si pasa algo y no estás ahí?... Los humanos esta noche son muy vulnerables.
No pretendo ofender a nadie, pero empiezo a sospechar que una parte de mí jamás será capaz de dejar de odiaros.
Para hacerlo todo más dramático solo debo añadir que era una noche de tormenta ―no me estoy quedando con vosotros, de verdad lo era―. Y una lluvia pesada, con rayos y truenos, bañaba el paisaje de la playa.
En ese momento y yo observaba distraído por la ventana del autobús que acabábamos de coger en la parada del pueblo para ir a la ciudad.
Era viernes por la tarde. Y las chicas querían ir a comprar algún disfraz a una tienda de segunda mano para ir a la fiesta de esa noche. Nosotros decidimos acompañarlas.
Todos teníamos disfraz ya, pero tampoco había nada mejor que hacer. Luca y Noko se vestirían de piratas. Y yo sería yo, en toda mi esencia, lo que ya es bastante ―con mi ropa de caza, mis botas de cordones y una catana parezco sacado de una peli de acción así que, podía valer, y llevaba un arma encima lo que en esa noche tan especial nunca está sobrevalorado―. Pero las chicas querían algo más elaborado. Y hasta habían ahorrado para esa noche.
A mí me daba igual. Si estamos siendo honestos, yo estaba muy lejos.
Había pasado apenas un mes desde la muerte de Anet, y, para mí, nada había vuelto a ser igual.
La psicóloga seguía viniendo a clase a darnos charlas y todo ese rollo, horas interminables en las que no decía nada útil. Tan solo eran palabras ambiguas de una persona que no había conocido a Anet, ni a ningún slader en su vida.
Las cosas estaban recientes, y yo llevaba un tiempo muy empanado. La mitad de mis compañeros de clase seguía ignorándome, y comenzaba a extender rumores sobre mi persona. Me había negado a escuchar ninguno de ellos porque podía imaginar de qué se trataban.
En casa todos se esforzaban por volver a la normalidad, y yo lo apreciaba. Pero para mí todo seguía siendo muy difícil después de aquel extraño mes en el que había creído volver a sentirme en casa y había terminado reviviendo mis peores temores en el funeral de una amiga, y con la certeza de que pronto correría su misma suerte.
Tenía pesadillas todas las noches. Con aquellos estúpidos ojos verdes. Los malditos ojos del Desertor de Parnassos, que me visitaron en el jardín el día de mi cumpleaños. Dado todo lo que sabía, quizás aquellos ojos verdes habían cumplido órdenes de Stair cuando abrieron el maldito portal la noche en que las Naves Negras sembraron el caos en Áyax. Tal vez, llegado el momento, el mismísimo Desertor de Parnassos sería el encargado de matarme. No era una hipótesis muy difícil de creer. Probablemente ya lo había intentado aquella noche en la que Ella me lo quitó todo.
También las pesadillas que me atormentaban desde niño habían regresado. Más fuertes que nunca. Y ahora, por primera vez, cobraban sentido. Aquella visión en el tren en que el rostro desfigurado de Dimitrius Stair se clavaba en mí como un puñal. La intuición de mi clan llevaba toda mi vida alertándome de cosas que todavía no estaba listo para saber. Quería hablar con mis padres. Quería decirles que se marcharan lejos. Pero tenía que dar demasiadas explicaciones. Y la información parecía haberse vuelto una sentencia de muerte bajo el Cielo.
― ¡Eliha! ―la voz de Amy me sobresaltó― ¿Te estás enterando de algo de lo que estamos hablando?
Estábamos en medio de aquel autobús semi vacío, sentados en los asientos de atrás. Y se mantenía una acalorada discusión. Al menos eso deduje, porque mis compañeros gritaban. Aunque yo no había escuchado una miserable palabra articulada por sus labios.
― ¿Tal vez algo de Halloween?
Todos rompieron a reír.
―No, Dakks. Me había fijado en que tus gallumbos son blancos, no te fastidia ―Se burló sonriendo, pero sin poder disimular cierto estupor―. Claro que estamos hablando de Halloween ―suspiró―. Sólo te he preguntado si me quedaría mejor un disfraz de vampiresa o de hada.
Arqueé las cejas. En ese momento era el menor de mis problemas.
― Las hadas son menos peligrosas, y más poderosas. Si te disfrazas bien a lo mejor te confunden con una y pasan de atacarte.
Sonrió, con cierta ternura.
―Pero tendrás que pintarte un tatuaje de alas en la espalda, de lo contrario dudo que funcione. O podrías... no, las vestales siempre llevan la espalda descubierta.
Todos se rieron. A mi no me hizo ni maldita gracia.
― ¿Pero por qué te preocupas tanto, tío? ―preguntó Noko, riéndose―. Es un puñetero baile, solo eso. Con disfraces y tal, pero nadie va a ir a matar a nadie. Que vayamos disfrazados de criaturas de tu mundo no significa que lo seamos ni que las vaya a haber por todas partes.
Ahora fui yo quien se burló.
―No sabéis lo que Sahaim es para toda la tropa de criaturas que se alimentan de humanos ―Me quejé― ¿Tenéis idea de cuántos rituales de magia negra se hacen esta noche?, ¿O de que mueren más slader hoy que durante resto del año? ―exploté―. Ya podéis llevar cuidado esta noche y...
― "Si veis algo sospechoso, me buscáis" ―terminó Noko, riéndose― ¿Cuántas veces lo ha dicho ya? ―Miró a Luca en busca de aprobación― ¿1000, 2000?
―Intervalo infinito ―Le corrigió Miriam, riéndose con cariño. Pero riéndose después de todo.
Luca frunció el ceño y reprendió a Noko con una mirada. Parte de mi pensó que había logrado recabar algún apoyo en toda mi cruzada paranormal.
―No hagas bromas sulla matematica fuera dall'instituto. Sai che no las entiendo.
Noko puso los ojos en blanco de desesperación. Pero el que realmente se desesperó fui yo.
Seguí mirando por la ventana. La lluvia caía como una tempestad. El cielo era oscuro y gris, y, cada pocos minutos un rayo iluminaba la carretera. Le seguía un murmullo y después un gran trueno que hacía temblar hasta la última de mis entrañas.
Y aquí va otro de mis secretos inconfesables, aunque tal vez ya lo hayáis adivinado con leer todo lo anterior. Sí, yo, Eliha Dakks, odio la noche de Sahaim.
De haber nacido humano seguro que me habría paseado por ahí la massuria de feliz con un disfraz de pirata. Pero la realidad era otra, y mi amplia en materia me decía que Sahaim era la noche del año en que podía ocurrir puede pasar absolutamente de todo. Y por norma nada bueno.
Así que solo me quedaba esperar.
Cuando llegamos a la ciudad abrimos los paraguas y corrimos calle abajo, la zona comercial del centro no estaba lejos del instituto, solo unas cuantas calles más abajo de la parada, y la tienda quedaba en un pequeño pasaje comercial. No tardamos más de quince minutos en llegar hasta allí.
Cuando entramos, allí estaba por lo menos la mitad del instituto.
Pero algo me detuvo justo en la puerta. Fue como si en mi cabeza cada una de aquellas decoraciones de Halloween cobraran vida. Como si los murciélagos comenzaran a volar y atacar a todas las personas a su alcance. Las armaduras de plástico se volvieran de metal y esgrimieran sus grandes espadas para segar las vidas de todo cuanto encontraran en su camino. Como si las arañas se arrastrasen por el suelo desatando el caos a mi alrededor.
Entonces a mi pituitaria la embriagó un rastro de magia que jamás antes había catado. Y uno que ninguno slader desearía oler.
Era el olor de la magia corrompida. Ese intenso olor a azufre que hace saltar las lágrimas de tus ojos si ostenta gran intensidad. Que te corta la respiración y paraliza tus músculos, haciendo temblar hasta el último de tus huesos.
Cuando la mano de Luca me agarró el hombro regresé a la realidad. Los murciélagos dejaron de volar. Las armaduras volvieron a ser de plástico. Las arañas decorativas solo pendían de sus telas. Pero aquel olor ya no se fue.
―¿Tutto benne? ―preguntó mi amigo, preocupado.
Me había quedado en mitad del umbral de la puerta de entrada, bloqueando el flujo de salida y acceso de los demás clientes. Y la gente me observaba irritada.
Asentí y no tardé en apartarme de la puerta.
De qué iba a servir decirles que algo malo estaba por suceder. Ya lo había hecho. Y a nadie le importaba.
Le seguí. Después de todo nos abrimos paso entre los compañeros de instituto que abarrotaban la tienda. Todos miraban dulces, disfraces, decoración, caretas y máscaras. Allí había toda clase de cosas.
Era una tienda enorme, que vendía toda clase de extravagantes artículos y productos para Halloween, algunos de los cuales parecían bastante logrados.
Nos encontramos a la profesora de biología, que salía de allí con una gran caja de cartón llena de toda esa clase de cosas que tanto os gusta ver en la decoración de Halloween. Las mismas que m interior había visto adueñándose de todo. Arañas, candelabros, telarañas de pega, murciélagos, sapos, serpientes, calderos que ni siquiera servirían para preparar un coctail, y, en fin, esa clase de cosas.
―Hola Jane ―saludaron mis compañeros entre todo el barullo, las chicas estaban al lado de un armario ropero repleto de extraños disfraces. Y nosotros curioseábamos cerca. Entre un aparador con dulces y con artículos de broma.
―Hola chicos ―respondió radiante de felicidad, llevaba puesto un sombrero de bruja, por lo visto hasta los profesores iban a ir disfrazados―. ¿Venís a comprar el disfraz para Halloween?
―Ellas sí ―Se burló Luca―. Nosotros hemos sido más previsores, aunque tampoco teníamos nada mejor que hacer.
Jane sonrió.
―Me alegra que muchos de vosotros estéis viniendo aquí a comprar los artículos. Esta tienda da cada año una subvención para un instituto público, y le presta todo el material para que prepare una gran fiesta por Halloween, a cambio de que haga publicidad y los alumnos compren allí sus disfraces ―explicó. Seguramente era información que todos los compañeros ya tenían de antemano, nosotros no éramos de la zona así que lo ignorábamos. Jonno había mencionado algo cuando lo anunciaron, pero tampoco le habíamos entendido muy bien―. Este año hemos sido los afortunados. Además, no estaba claro del todo si se haría porque el antiguo propietario de la tienda falleció el mes pasado ―anunció con tristeza. Una sensación incómoda me atravesó el estómago―. Por fortuna, su nuevo dueño ha tenido a bien continuar con la tradición de su predecesor, y es una oportunidad única. La última vez que el instituto albergó la gran fiesta de Halloween fue allá por los años setenta. Hay muchos institutos en Sídney.
Todos rieron.
Después los ojos de mi profesora se clavaron en los míos.
―Estás bastante pálido, Eliha ―dijo mostrando preocupación―, ¿Te encuentras bien?
Todos me miraron desconcertados.
Asentí.
―De maravilla, Jane ―suspiré―. No se preocupe.
No terminé de convencerla.
―No le gusta nada Halloween ―confesó Miriam sonriendo con amabilidad, para quitarle hierro al asunto. Se lo agradecí. Aunque no quería dar explicaciones.
Mi profesora suspiró, pero dejó ir una sonrisa.
―Cada uno tiene su manera de ver el mundo ―Me sonrió―. Eso no es necesariamente malo, chicos.
Me gustó su respuesta.
Después se despidió y terminamos volviendo a lo que nos ocupaba.
Las chicas pasaron cerca de una hora eligiendo sus disfraces.
Miriam quería haberse disfrazado de hechicera, pero una chica del instituto ya se había llevado el único disfraz de modo que, algo malhumorada, tuvo que improvisar un plan B, y, escogió un disfraz de elfa. Le daba un aspecto peculiar, pero iba a estar muy guapa esa noche. Adamahy Kenneth, por su parte, se decidió por un disfraz de hada. Eran dos de los disfraces más baratos y escondidos de la tienda. Cuando tienes que trabajar para financiar tus gastos, los grandes lujos quedan excluidos de tu economía.
Para cuando llegó el momento de pagar y nos dirigimos a la caja, estaba en una antigua trastienda. El rastro perturbador de aquella magia se intensificó con forme nos adentrábamos y acercábamos al mostrador. Y esa sensación inexplicable retornó todas aquellas imágenes aterradoras, que se conjuraron ante mis ojos tan pronto mi mirada reparó en quién ocupaba el asiento tras el mostrador de madera.
Había sido un gran mago. Un gran alquimista. Y yo le había conocido.
Era Faruk. Aquel chiflado al que Anet y yo le compramos ingredientes en Mok. Aquel que se despidió de Anet antes de que muriera, porque seguramente sabía que no iba a volver a verla más. Pero ya no era Faruk. Desprendía aquel extraño olor, y hablaba sin el acento que le había sido característico. Tampoco me reconoció cuando llegó el turno de las chicas.
Llamadme loco, pero fue como si una sombra oscura se cerniese sobre aquel lugar y aquel instante. Era un cuerpo que conocía. Pero que no podía ocultar el olor a una magia que delataba putrefacción. Su interior albergaba lo más oscuro a lo que jamás antes me hubiera enfrentado.
Algo terrible iba a pasar aquella noche. Solo pensé en que a esas alturas todo el instituto estaría ya engalanado con aquellos objetos tan inquietantes y tétricos. Y en que aquel hombre no era Faruk. No hablaba como él. No olía como él. Y no iba a actuar como él.
¿Pero qué podía hacer yo? Los humanos nunca se creen nada hasta que no lo ven con sus propios ojos. O, bueno, casi nunca, las religiones son la excepción universal a la regla, pero cada uno elige lo que cree. Nunca me meteré con eso.
Me limité a tomar aliento. A no olvidarme de respirar, por mucho que me muriera de miedo y el frío en aquella trastienda se volviese aterrador. Aunque supiese que aquella noche iba a enfrentarme a algo para lo que no estaba preparado. Solo traté de ralentizar los latidos de mi corazón, que amenazaban con hacerlo estallar dentro de mi pecho.
En el momento en que las chicas se despedían, llevando consigo sus disfraces y todos nos disponíamos a abandonar la tienda. Lo que quiera que fuera aquel ser y yo cruzamos la mirada. Fue un instante insignificante, pero fue lo suficiente como para que yo pudiera percibir con más claridad aquella sombra. Algo vivía en su interior, algo malvado, una pupila rasgada, evaluándome, observándome desde algún lugar, oculto en sus viejos iris azules. Escondiéndose de mí y buscándome sin darse cuenta.
Yo sabía que él tenía algo raro, y él sabía que yo lo sabía. Solo me dedicó una gélida y cínica sonrisa. A la que yo correspondí con mi gesto imperturbable.
Un escalofrío me recorrió toda la columna vertebral erizándome el vello de la nuca.
No era casualidad que el viejo propietario hubiera muerto. Probablemente Faruk también había desaparecido. Y todo a escasas semanas de la noche de Sahaim. Tampoco era fruto del azar que aquel hombre, si es que lo era, hubiera ocupado su lugar y se hubiese adueñado del cuerpo de Faruk. Y mucho menos que ese año el instituto escogido para esta donación fuese, precisamente, el mío.
En ese momento hubiera llamado a Anet. Le hubiera dicho que todo aquello iba a salir mal. Le hubiera preguntado si sabía algo de posesiones o de magia negra. Y habríamos tenido una larga conversación en la que hubiéramos acordado cómo desmantelar aquella fiesta.
Pero Anet me faltaba y a mi no me quedaban fuerzas para tratar de explicarles a mis compañeros por enésima vez que había algo oscuro en todo ese asunto. Y mucho menos que esa vez, de verdad, estaba muerto de miedo. No podía explicarles que el hombre más importante de la dimensionalidad quería matarme, ni por qué quería hacerlo. Ni tampoco que por el camino muchas personas podrían pagar las consecuencias.
Fue precisamente Adamahy Kenneth quien, mientras todos los demás salíamos de la trastienda, me agarró del antebrazo y rompió el contacto que mi mirada todavía mantenía con aquellos ojos. Hundidos en un gran pozo de oscuridad.
Redirigió mi rostro agarrándolo con su mano, para que la observase, mientras los siguientes clientes de la cola eran atendidos por fin.
― ¿Va todo bien, Eliha? ―preguntó preocupada.
Suspiré, pero no respondí.
Echamos a andar, y ya fuera de la tienda, en el pasaje comercial, nos encontramos con los demás. Que bromearon sobre que me había quedado completamente traspuesto.
Para cuando salimos a la calle todo estaba aún más oscuro. Aún más nublado. La lluvia caía pesada desde unas gruesas nubes.
Yo adoraba la lluvia, pero aquella noche solo era presagio de desgracias. Una debacle de desgracias que acabaría por darme respuestas en no mucho tiempo, y que concluiría con la peor de todas las adversidades.
― Eliha, ¿Qué te pasa? ―Me volvió a preguntar Adamahy Kenneth cuando íbamos de vuelta en el autobús.
Estábamos sentados en los dos últimos asientos por la cola. Los demás se habían sentado donde habían podido, no quedaban demasiados huecos libres.
De nuevo la situación se repetía.
―Nada ―balbuceé mirando por la ventana.
― Parece que hayas visto un fantasma ―espetó.
―Adamahy Kenneth ―empecé, ahora sí, perdiéndome en sus ojos azules―. No espero que confíes en mí. Ni siquiera que me creas. Pero yo conocía a ese hombre ―confesé―, y fuera quien fuese, ya no es quien dice ser.
― ¿El de los disfraces? ―preguntó, confusa―. No me dio muy buena espina ―admitió―. Pero solo es un vendedor, Eliha ―Se encogió de hombros con sencillez―. Y no va a estar en la fiesta. No creo que debas preocuparte por él...
―Hay algo en su interior, Aymms ―admití―. Lo he visto. Lo he sentido. Y es algo muy malo.
Suspiró.
― ¿Y qué podemos hacer? ―preguntó después de todo.
Su rostro se mostró triste. Sabía cuánta ilusión tenía puesta en esa noche. Era su primer baile de tipo instituto. O al menos el primero en el que tenía la más mínima expectativa de pasar un buen rato. Incluso de compartir un momento romántico con su novio, que seguía siendo un imbécil, pero era su novio.
Si hubiera sido Anet la habría convencido para encontrar la alarma de incendios y accionarla, para intentar acabar con todo de raíz. Incluso de provocar un incendio controlado cuando todo el mundo estuviese fuera del edificio.
Pero no podía contar con Amy para algo así. Y era compresible. En ese momento varias personas se levantaron de los asientos de delante y los demás pudieron ocuparlos así que volvimos a estar todos juntos.
― ¿Ya estamos otra vez con la paranoia? ―aventuró Noko después de ver nuestras caras―. No dejes que te compre, Aymms. Vale que mis esquemas han cambiado mucho estos meses Eliha, pero no puede haber complots paranormales por todas partes. Es estadísticamente imposible. Y hasta tú lo sabes.
Con la ciencia hemos topado.
―Te lo digo muy en serio, tío ―añadió―. Deja el lado salvaje de la vida y no fumes más crack, a menos que quieras continuar la estela de las estrellas del rock, que parece que mueren todas a los veintisiete.
Todos se rieron.
Yo guardé silencio durante todo el trayecto.
Cuando no tienes nada bueno que decir, nada hay mejor que el silencio. Portador de secretos.
https://youtu.be/pFq1eT9tMJ4
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top