7. LA VIDA QUE PERDÍ

https://youtu.be/hT_nvWreIhg

Creo que una de las grandes verdades de vivir es que unos lo hacen por más tiempo que otros. Unas personas tienen más que suficiente para marcharse y deciden poner fin a todo prematuramente, desesperados por no encontrar arreglo a situaciones que los atenazan, mientras que otras personas abandonan la vida deseando continuar en ella.

Sé muy bien de qué hablo, para mi desgracia. Pero antes de conocer a los humanos ignoraba que ellos pudieran comprender a qué me refería cuando decía que para los sladers la vida es injusta, y demasiado corta. Dudaba que pudieran entender que tenemos que vivir deprisa, y morir jóvenes. El final inesperado del primer periodo lectivo me había enseñado muchas cosas, y me había ayudado a aceptar que el drama de las personas que se marchan antes de tiempo no se reducía a nosotros, ni al salvaje Norte. Y fui yo quien comprendí. Por fin entendí que todos existimos para la muerte de forma injusta y aleatoria. Pero quiero creer que cuando esta broma pesada que parece ser la vida haya acabado, estaremos en condiciones de reunirnos y comenzar de nuevo.

Fue a finales de Julio. Allí cuando todavía tienen clase en Australia, y después de volver del segundo periodo de vacaciones. Había asistido a la siembra y a los cánticos del verano. Ese verano en Infierno Verde, en el que mis padres me repitieron una vez más que no me fiase de nadie en la capital y pude ver con mis propios ojos como la tensión, ya presente en la ciudad de las grandes torres y sus alrededores se hacía manifiesta en continuas protestas por una vida mejor. Y aterrorizado por cómo podía terminar aquella escalada de tensión, y por estar lejos y no poder hacer nada para ayudar a mis padres y mis hermanos a vivir con ella.

Había vuelto a Kurnell con la esperanza de poder seguir aprendiendo cosas que el día de mañana me ayudasen a cambiar algo, y con el corazón encogido porque la ausencia de Agnuk me volvía loco cada vez que regresaba al Salvaje Norte, y creaba en mi vida un vacío que nunca se llenaría. Esa segunda vez, casi sentí alivio al abandonar el lugar más hermoso del mundo.

Pero cuando regresé a mi pequeño paraíso humano jamás hubiera imaginado que el siguiente mes acabaría con el único resquicio de paz que creí haber hallado en el mundo.

No todas las reacciones humanas habían sido buenas tras descubrirse mi secreto. Mis compañeros se esforzaban cada día por entender mis múltiples costumbres, igual que yo por las suyas. Aunque no siempre terminaban de entender. Pero ellos no eran el problema. El problema era que en el instituto había una buena parte del alumnado que no llegaba a ver con buenos ojos que yo existiera. Y lo demostraban haciéndome el vacío y rompiendo el ambiente de convivencia sana que se había respirado durante el primer cuatrimestre. No importaba que les hubiera salvado la vida. La mitad de mis compañeros de clase ni me miraba.

Pero ese iba a ser, por el momento, el menor de mis problemas.

Ahora lo puedo decir. La paz no existe. Y aquel mes de agosto fue para mí como una canción triste. Así lo recordaré siempre. El tiempo en el que muere la esperanza y tienes que abrir los ojos a la realidad. Es como un nombre perdido que resuena en el viento. Como el paisaje salvaje visto desde la ventanilla de un tren. Un viaje fugaz, como la vida de aquella chica que había sido la primera en convertirse en algo parecido a una amiga para mí en lo que era para ambos una tierra extraña.

Y es que Anet era alguien como yo. Una slader cuyo secreto aún se mantenía intacto, pero que seguía estando condenada al mismo destino que nos perseguía a todos los sladers. Su único delito fue que descubrió una gran verdad. Una que me trajo muchas certezas, y por la que todavía sigo aquí.

Los acontecimientos con los que se saldó el mes solo logaron que constatara que los sladers también luchamos, y también morimos. Que, como vosotros, somos víctimas del destino y de las circunstancias, y también nos morimos en medio de la vida.

Todo empezó en una lección de ética como cualquier otra que, sin embargo, desencadenaría toda una suerte de descubrimientos inesperados.

****

―¿Qué palle se trae este hombre con la urna llena de papelitos? ―Me preguntó Luca en un susurro mientras estábamos en clase de ética. Habían cambiado los sitios y ahora nos sentábamos juntos en la tercera fila, por obra del azar, no me culpéis. Justo al lado de una de las ventanas por las que Luca observaba la realidad fuera del aula el noventa por ciento del tiempo, y el diez restante dibujaba lo que le resultaba interesante. Generalmente cosas horripilantes que yo era incapaz de ver cuando miraba desde mis ojos, y que nadie entendía de dónde se sacaba.

―Quién sabe ―comenté, intrigado―. Quizás sean títulos de documentales sobre fauna y flora terrestre. Con lo que le gustan los manatíes podría ser cualquier cosa.

―¡Callaros ya desgraciados! ―gritó Assen "El Superhombre" con voz cansina de "odio ser un puto profe"―. ¿No os quejáis ya de estudiar filosofía?

Todo el mundo guardó silencio. Algunos nos miramos entre nosotros, espantados, porque a saber qué locura se había ingeniado para ese periodo.

―No está tan mal, Assen ―dijo Jonno, más para consolarlo que porque no odiara sus clases.

Todos reímos. Todos menos Anet que lo atravesó con una mirada de esas inquisidoras y mordaces.

"Este tío se cree genial, pero es el mayor estúpido que haya conocido", dijo su voz en mi cabeza. A veces hablábamos así en clase. Yo me reí. Ella se giró desde la primera fila, en busca de apoyo. Yo me encogí de hombros.

"Quizás tenga una identidad secreta. Nunca se sabe con estos humanos, Anet" me reí.

Me dedicó una mirada fugaz de esas que dicen. No tienes remedio.

― ¿De qué te ríes? ―susurró Luca, confuso.

―Olvídalo ―dije―. Solo creo que este tío es un completo inútil.

Guardamos silencio porque Assen se disponía a responder a Jonno, y no podíamos perdérnoslo.

―No mientas ―contestó quedándose más ancho que Argnan tras el asedio de Samarna―. ¿No estáis ya tan hartos de mi asignatura como yo lo estoy de soportaros?

Se hizo un silencio sepulcral. No estábamos hartos de su asignatura, sino de él.

―Joder ―Nos miró desconcertado―. Pensaba que podríais un poco más de entusiasmo ―añadió exasperado―. Ya sabéis, algo como "Sí Assen, odiamos tu maldita asignatura" ―culminó animándonos con las manos como un cantante a un público cuando busca que cante.

"Sí Assen, todos odiamos tu maldita asignatura" repetimos todos sin poder contener la risa, y sin tener aún ni la más remota idea de qué se traía aquel hombre entre manos.

―Pues tengo buenas noticias para vosotros ―anunció―. Me he hartado de ver teoría y he decidido que vais a hacer un trabajo práctico por parejas.

Todo el mundo sonrió aliviado. Cuando se trataba de Assen nunca podías saber qué clase de locura tramaba. Mientras fuera un trabajo no parecía tan malo.

― ¿En clase? ―preguntó Luca entusiasmado con la idea, sin levantar la mano porque lo suyo no eran las normas― ¡Yo voy con Eliha!

Los dos rompimos a reír.

―Nada de en clase, ¿Quién os habéis creído que soy, La Madre Teresa de Calcuta? ―espetó, cabreado por la pregunta de forma inexplicable. Otro cambio de humor de esos imposibles de prever―. Lo haréis en casa, y seguiremos explicando teoría.

Yo me quedé preguntándome quién carajo podía ser la Madre Teresa de Calcuta. Todo el mundo parecía tener interiorizada la información así que debió ser una madre excelente. O a saber qué.

Luca debió leer mi rostro confuso.

―Fue una monja que destacó por su labor humanitaria y ganó el Premio Nobel de la Paz ―aclaró en un susurro. Todo cobró sentido.

Agradecí la información y asentí.

― ¿Pero no había dicho que...? ―replicó Miriam confusa.

Assen la ignoró.

―Vais a aprender para qué sirve la filosofía ―declamó Assen fingiendo entusiasmo―, pero vuestra casa. Aquí venís a escucharme a mí, y a callaros la maldita boca Luca Antelami, que podrías tener dentro cualquier cosa menos la lengua ―espetó mirándonos directamente.

Todo el mundo rompió a reír.

Pero acto seguido empezaron las quejas.

―Assen ya tenemos muchos deberes ―dijo Jonno―. Esto nos viene fatal ahora mismo.

Todos lo secundamos.

―Aprender lo que es la filosofía de verdad nunca viene mal ―replicó mi profesor.

Habitualmente sentíamos cierta lástima por él. Pero no me equivoco si admito que en ese momento todos mis compañeros le odiaron. Para mi odiar es una palabra muy fuerte, y la reservo para otras magnitudes de animadversión.

― ¿Al menos podemos elegir las parejas? ―preguntó Noko.

―De eso nada.

Cabreo general.

Aproveché para cruzar una mirada con Anet, que para ese momento, y con un carácter más explosivo que el mío en muchos aspectos, amenazaba con estallar.

"¿Por qué el setenta por ciento de los humanos tienen que ser siempre tan estúpidos?", resonó su voz en mi cabeza.

"Si no te pirases tantas clases estarías acostumbrada", me burlé.

"Nunca me acostumbraré, no lo acepto", contestó malhumorada.

"Pero el otro treinta por ciento se hace querer", añadí. Ella suspiró.

"De vez en cuando", admitió.

Fue el fin de la conversación. Para cuando regresé a la clase para tratar de enterarme de algo todos seguían discutiendo.

Ma ¿¡Qué dices!? ―saltó Luca gesticulando y con los ojos como platos, casi a punto de caerse de la silla porque se echaba hacia atrás, siempre en posturas imposibles.

―Ignoraré que eres un negado para los idiomas, Antelami ―Se burló Assen―. Ahora de uno en uno saldréis aquí ―Señaló el encerado―. Escogeréis un papel de esta urna. En ella están todos vuestros nombres. Si sale el vuestro lo volvéis a meter, no seáis anormales ―advirtió exasperado antes de que alguien lo preguntase―. Haréis el trabajo con ese compañero. Y me dará igual que os llevéis mal que bien, no hay segundas oportunidades, así que si sois creyentes rezad lo que podáis ―advirtió―. Después ese compañero saldrá aquí, meterá la mano en la otra urna ―explicó señalando una segunda, menos llena― y sacará otro papel. Ese es el tema sobre el que tenéis que hablarme en vuestro trabajo.

"¿Lo hacemos juntos?", Me dijo Anet. Yo me reí. Sin duda sería divertido aportar nuestro punto de vista paranormal sobre alguna cuestión filosófica humana.

"Conforme", acepté.

"¿Lo haces tú o yo?"

"Yo soy el ilusionista, señorita Blankard"

"Disculpa, me había olvidado de que aquí el señor Dakks controla ramas de la magia que al resto de los sladers se nos escapan", contestó riéndose.

Iba a ser fácil manipularlo.

― ¿Y en qué tiene que consistir exactamente el trabajo? ―preguntó Adamahy Kenneth con curiosidad.

―Puede ser lo que queráis. Una película, un intento mediocre de tesis doctoral, un trabajo de los de toda la vida con vuestros puntos de vista, una charla, una obra de teatro, un power point, un censo, una entrevista a gente, lo que os dé la gana ―vamos, que no aclaró nada en absoluto―. No me interesa el tema en sí mismo. Sino el punto de vista que tenéis de él cada uno de vosotros y porqué. Quiero razones, que hagáis algo original, y que penséis por vuestra cuenta pero poniendo opiniones en común. Si hay diferencias, quiero saberlas. ¿Lo habéis entendido?

― ¿Y en función de qué criterios se calificará? ―inquirió Miriam, bastante preocupada.

―Los criterios son cosa mía, vosotros haced lo que podáis ―respondió cortante, como solía ser con Miriam―. Por lista, tu empiezas.

De toda la clase fue a sacar el nombre de Luca. Y si me preguntáis si tuve algo que ver en ello... juraré no ser un magnífico ilusionista.

Oh merda! ―exclamó nada más leerlo― ¿De verdad puedo ser tan desgraciado?, ¿Acaso no è suficiente con vivere con ella? ―Se quejó Luca por lo bajo con cara de horror antes de levantarse y salir al encerado a por el segundo papel. Miriam también se llevó las manos a la cara, ocultando la composición facial que traslucía un característico, "¡Qué habré hecho yo para merecer esto!"

Poco a poco la gente fue descubriendo a sus parejas.

Yo fui el último en salir, después de haber mantenido mi magia durante toda la hora intentando que no cantara mucho. Al final mi pareja no era ninguna sorpresa.

Señorita Blankard. Hija del alcalde y gobernador de Mok. Slader como como yo y peleona como nadie. Había demostrado su lealtad y me había salvado la vida en varias ocasiones, a las que yo también había correspondido. A esas alturas era una de las pocas personas en el mundo, junto a los genios, a quien me veía capaz de llamar amiga. Y pasar tiempo juntos era algo que me conectaba con la persona que había sido. De alguna manera, me mantenía cuerdo.

Assen la hizo salir directamente al encerado a coger el tema. Y ella obedeció. Con esa seguridad aplastante que derrochamos los cazadores, sus múltiples tatuajes, sus botas de cuero y su pelo medio rapado. Pronto se irguió desafiante en el encerado. Su aspecto seguía despertando rechazo entre mis compañeros, que aún no conocían su secreto. Aunque siendo mentalista seguro que ella ya tenía una panorámica de todo lo demás, y bastante más exacta de lo que ellos llegarían a soñar.

Solo quedaba un tema.

―Eutanasia ―anunció decepcionada.

―Habéis tenido suerte. Un amplio tema para divagar ―contestó Assen.

― ¿No puede ser cualquier otro? ―preguntó, manteniendo siempre las formas. Era una lucha interminable entre su carácter explosivo y la diplomacia sureña―. Cualquiera, Assen, el que quieras, es que este....

―He dicho que no hay cambios ―contestó él, tajante― ¿A ti te parece bien, jodido psicópata?

Unos cuantos compañeros rompieron a reír. "No te atrevas", me suplicó Anet. Yo me reí. Iba a ser solo por joder.

―Yo estoy conforme ―dije, encogiéndome de hombros con esa media sonrisa de "cuánto me voy a divertir con esta mierda"―. Ya sabes, muy productivo.

―Pues adjudicado, Anet ―concluyó Assen― ¿Acaso le ves algún problema?

Suspiró, resignada.

―No ―farfulló, después se largó de clase sin mediar palabra y con la cabeza alta. No era la primera vez que hacía algo así. La diplomacia no siempre ganaba la lucha.

Luca me miró con cara de "¿Y ésta loca?" Yo me limité a seguir riéndome.

―Buena te ha tocado Dakks ―comentó Assen frotándose las manos―. Por fin podemos volver con Averroes.

Luca y yo dejamos caer las cabezas sobre la mesa.

****

Aproveché el descanso entre clases para localizar Anet, con la esperanza de poder ilustrarle sobre el centro. Quedamos en los baños en desuso del último piso, como siempre hacíamos.

La encontré mirando por los ventanales, que daban al patio interior del centro. Observaba volar los pájaros construyendo sus nidos, o al menos eso digo yo, porque si no era eso no tengo ni idea de qué miraba.

Rompí a reír en cuanto me dedicó aquella mirada taladradora.

― ¡Vamos, será divertido! ―Me defendí, todavía riéndome. Ella me encantó el agua de uno de los grifos para que me mojara toda la cara.

Me miró entre sonriente y decepcionada.

― ¿Qué pasa, señorita Blankard? ―pregunté, secándome la cara con la camiseta.

Suspiró.

―Todo lo que tiene de bonito y pintoresco este mundo lo tiene de represivo ―lamentó.

Me encogí de hombros.

―Así es humanilandia.

Se quedó en silencio.

―Siento haberme largado, pero no lo aguantaba más ―admitió.

― ¿Assen? ―reí―. Ya sabes que nadie le aguanta. ¿Y cuándo te he reprochado yo algo? ―suspiré observando detenidamente las arquerías, más por pasar el rato que otra cosa―. ¿Qué hice yo el primer día? ―Me reí―. No sería digno de dar lecciones a nadie.

Sonrió.

―El numerito de la tarántula fue fabuloso ―admitió―. Se te está pegando la diplomacia, Dakks ―terció observándome detenidamente, aunque todavía con la dulzura que la caracterizaba.

Me sorprendió su comentario.

―Sigo siendo un inconformista, no te engañes ―Me reí―. Solo es que necesito que mi familia siga recibiendo el dinero que me pagan por estar aquí. Las cosas cada vez son más difíciles en el norte ―suspiré―. Y tengo que comportarme. No todos nos limpiamos el culo con papel, ¿Sabes?

Enmudeció y su gesto se volvió triste. Ambos miramos hacia el cielo, todavía apoyados en la baranda.

―No quería incomodarte ―admitió.

Había sido muy brusco, generalmente soy así, aunque eso de tratar con humanos me ha ido volviendo blando.

―No es tu culpa haber nacido aquí, Anet ―añadí finalmente para romper el silencio―. No elegimos de dónde partimos, sino lo que llegamos a ser ―sonreí.

―...y a veces ni tan siquiera eso ―admitió.

―Bien lo sabemos ―concedí.

Sonó la sirena que marcaba el fin del recreo. Y comenzamos a recoger las mochilas.

― ¿Crees que lo entenderán alguna vez? ―preguntó abriendo la puerta y saliendo al pasillo que se llenaba de gente poco a poco.

― ¿Entender qué?

―Ya sabes, Dakks. Si entenderán lo que somos, y por qué lo somos.

Suspiré, sintiendo aquel viejo pesar latir en mi pecho.

―No lo harán. Jamás lo dudes ―admití. 

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