4. ALIENTO DE REBELDÍA ✔

Al día siguiente empezaban las clases en el instituto, y ese día sí que me acosté temprano.

Necesitaba pensar y poner en orden toda la información que había recabado acerca de demasiadas cosas.

Esa escasa semana y media me había dado, entre otras muchas cosas, para catalogar los hábitos de sueño de mis compañeros.

Pensaréis, vaya estupidez, pero realmente no lo es. Aprovechas cuándo duermen para hacer tus tareas como cazador porque sabes seguro que nadie te molestará y no hay muchas posibilidades de que alguien te pille. Es una de las cosas más importantes cuando vives con gente a la que ocultas secretos. Identificar patrones de conducta.

Noko era bastante aleatorio con el sueño, podías esperar cualquier cosa de él, incluso sufría de sonambulismo, por lo que había que andar con cierto cuidado aun cuando todas las luces de la casa se apagaban; Luca, como se diría en español y haciendo gala a mi nueva identidad falsa, era una auténtica marmota por lo que no necesitaba preocuparme por él por las noches; y las chicas eran bastante cumplidoras con los horarios el despertador, se iban a dormir a su hora, y nunca había que llamarlas de más por la mañana.

En lo que a mí respecta me daba igual dormir que no, aunque siempre necesitas algunas horas para recuperarte, eso está claro. Por el momento había optado por aprovechar el tiempo, y no dormir más que un par de horas o tres al día. Tenía que patrullar la zona varias veces por semana, y nunca viene mal. Además de ensayar los nuevos movimientos de lucha que me enseñaban en los ministerios, y seguir disimulando que apenas sabía leer ni escribir. Lo admito, en el Norte la cultura tradicional es hablada, la mayoría de las personas no hemos visto un libro en nuestra vida. Y pocos en el Sur tienen eso en consideración. Tenía que ponerme las pilas por mi cuenta, y lo tenía que hacer ya si quería aprobar algo de todo lo que tendría que enfrentar ese año y poder seguir en aquel embrollo. A esas alturas, apenas unos días después de mi llegada, ya estaba desesperado.

Me levantaba dos horas antes que las chicas y Noko, y tres antes que el chico cuyo ego alcanza el tamaño de una casa ―Sí, una de las múltiples denominaciones que mi cabeza le daba por el momento. Es lo que tiene ir de guay por la vida. Aunque no era tan distinto a mí, yo conocía la humildad. Él... bueno, quizás la conocería en alguna otra vida―. Y me acostaba dos más tarde que los demás, aunque no llegaban a saberlo, ya que dejaba una proyección astral durmiendo en mi cama y yo la abandonaba para acuartelarme en el desván o para salir de patrulla.

Temprano por la mañana. Mis ojos se abrían una hora antes de que amaneciese. Me levantaba rápido y sigilosamente. Al fin y al cabo, eso es lo mío. Me vestía en la oscuridad sin dejar el más mínimo rastro de existencia. Salía al pasillo y me esforzaba por bajar las escaleras, y por usar las puertas. Como si fuera uno más. Evitando desmaterializarme y llegar puntual a todas partes sin un mísero esfuerzo, como habría sido mi primer impulso. Después salía al oscuro jardín, y echaba a correr.

Cada día había corrido hacia algún lugar diferente, para ir conociendo los alrededores. Las afueras de Kurnell en todas direcciones, el perímetro de la costa, incluso los senderos más ocultos de Kamay Botany Bay. Había llegado hasta Point Potter. Y la verdad es que, no era mi casa, pero aquel lugar era hermoso.

También había iniciado las salidas de control al cementerio de la zona, requisito indispensable para los miembros de las Juventudes. Teníamos que cubrir la seguridad en la zona humana en donde viviéramos, que eran lugares en donde apenas había sladers. Había probado mi nuevo material, escondido en un viejo baúl del polvoriento desván al que, por el momento, nadie prestaba especial atención. El resto del tiempo lo había destinado a tratar de conocer a mis nuevos compañeros, y desentrañar un poco sus costumbres para no parecer un completo extraterrestre. Aunque a efectos prácticos lo fuera.

Me había planteado llevar un diario sobre mis descubrimientos, pero, al tercer día y después de observar a Luca montar el sofá borracho como si fuera un caballo, comprendí que no valía la pena.

¿Qué había logrado averiguar hasta la fecha?

En lo que respecta a mis compañeros Miriam no supuso una gran sorpresa. Era tal y como Nagny me la describió en su informe Se había llevado bien con todos en seguida... excluyendo del todos al rey de la casa. El idiota de Luca Antelami, con quien los informes tampoco habían errado. Hay personas difíciles de aguantar y, sin duda, él es uno de esos humanos a los que darías un guantazo cada media con la esperanza de dejarlo inconsciente tres horas más. Pese a todo, he de admitir que convivir con una persona tan inaguantable podía tener su parte positiva.

¿Qué de genial hay en aguantar veinticuatro horas a alguien tan engreído e inútil pese a ser un genio?, y más aún ¿Qué de genial hay en saber que será así por los próximos dos años?

Me formulé la pregunta durante las dos primeras noches. En las que no pude dormir porque el señor Antelami tuvo que descubrir por sus propios medios que el insecticida no es limpiacristales, y convertir la habitación que los chicos compartíamos en una cámara de gas. Con ese percal encima, Noko se pidió el sofá, y el demente y yo dormimos en el pasillo.

Admito que me planteé matarlo.

Es, supongo, la reacción natural de alguien que lo soluciona todo matando. Imaginé cientos, quizás miles de formas diferentes en las que podría acabar con aquel individuo y hacerle un favor a la humanidad. Llegué a visualizar su cara de idiota desfigurada contra el asfalto, con la cabeza cortada, o retorciéndose en un charco de sangre, despellejado y cubierto de sal mientras chillaba como un oso de las cavernas moribundo durante la matanza ―Asumidlo. No sois los únicos con tradición de caza. En algunos países matáis cerdos para hacer de todo con ellos, y se come de su carne por muchos meses. En Áyax cazamos un par de esos osos gigantescos que habitan el corazón de la selva, cuando despiertan de la hibernación allá por febrero y son un peligro para los barrios más pobres de la ciudad, como el mío, el zirquo. Marca el final del invierno, el momento en el que sabemos que hemos sobrevivido. Y nada tiene que envidiar al cerdo, por cierto.

Tuve que recordarme varias veces que era un humano. Que yo protejo humanos, y no los sacrifico para comerlos. Pero a la tercera noche, y tras escuchar a todos mis compañeros quejarse de la inutilidad de aquel muchacho que se las había arreglado para ponerse a toda la casa en contra en un lapso tan insignificante como tres días, me sumé con discreción a las protestas de mis compañeros. Y me percaté de lo positivo del asunto.

Mientras él acaparase gran parte de la atención, yo tenía tiempo para entablar lazos con los demás, y, además, Noko y Miriam no me criticarían. Sobre todo, Miriam había encontrado a una persona ideal con quien discutir. Los demás supimos desde un principio, y sin mucho margen de error, que aquello se convertiría en el pan nuestro de cada día.

Pero en ese preciso momento, sumido en la oscuridad antes de dormir, ya, por fortuna, en mi cama. Me asaltaba el interrogante de si cuando mi paso por aquel lugar hubiera terminado, y hubiésemos agotado todos los momentos que nos darían dos años juntos, llegaría a extrañar aquel olor a madera, aquellos muros, y, sobre todo, la presencia en mi vida de aquellas personas. La duda de si podría llegar a echarles de menos tanto como en aquel momento añoraba mi casa, mi ciudad, y mi vida.

Tuve que reprimir una carcajada, y después me esforcé por apartar de mi mente el recuerdo de casa, e, involuntariamente, traté de desviar mis pensamientos hacia algo que en los últimos días había rondado mi mente. Algo que estaba bastante más cercano que mi hogar en ese momento. Ese algo, cuyo nombre me provocaba escalofríos, se llamaba curiosidad. Y era un sentimiento que me ataba directamente a ella.

Todos la llamábamos Amy. Y dos semanas me habían dado para descubrir que a veces las fotografías parecen captar lo que la gente esconde, y no lo que verdaderamente se ve desde fuera.

Era respetuosa, probablemente la persona más respetuosa de aquella casa. Observaba con detenimiento cosas que para la mayoría pasaban inadvertidas, y con ello elaboraba su composición del mundo y sus opiniones, que tenían un prisma muy peculiar.

A esas alturas había tenido varias conversaciones con ella, dado que también acostumbraba a madrugar. Un día la encontré en la playa mirando amanecer con los auriculares de un mp3 del año vete a saber cuál. Se veía inexplicablemente feliz. Me senté a su lado y la asusté. Rompió a reír y charlamos un rato. Era una persona reservada, pero no tanto como yo. Tanto a ella como a Miriam les maravillaba el ilusionismo.

Y de repente, esa noche me había encontrado sonriendo pensativo en mi cama. Justo la noche antes de que iniciaran las clases en el instituto.

Esa era otra de las cosas que removía mi curiosidad. Ya conocía lo que era entrenar en los ministerios. Entrenaba y daba clases particulares. Comenzaba a intentar no llevarme mal con mis compañeros, aunque eran tan diferentes a mí que a veces era difícil. Y no parecían de las personas que te ofrecen tu confianza de un día para otro. Tampoco tengo problema con eso. No creo que nada que merezca la pena surja de un día para otro. Las cosas buenas llevan su tiempo. Y yo tampoco estaba preparado para tener amigos y volver a perderlos.

Era todo bastante impersonal pese a que en los ministerios tenían tanta gente contratada que podían permitirse el lujo de ofrecer preparación individual a sus alumnos más aventajados, y un sueldo más que digno a sus profesores por jornadas laborales escasas. Además, contaban con unas instalaciones y medios con los que uno ni siquiera podía soñar. Todo aquel despliegue apabullaba los sentidos y te hacía sentir pequeño. Pero desde el principio tuve claro que haría lo que fuera para estar la altura y no defraudar a mi familia.

Esperaba aprender muchas cosas a lo largo de esos meses, cosas que realmente pudieran servirme el día de mañana. Que pudiera utilizar cuando me enfrentase todos los desafíos que el futuro prepara a un rastreador. Cuando la responsabilidad que imprime el tener en tus manos la vida de muchas personas hiciese mella en mí. Y el más diminuto de mis errores se convirtiese en la sentencia de alguien. Algo que valiera la pena saber cuándo me tocase asumir que a veces salvar el mundo tiene un precio que puede ser tu vida.

Aparté aquel pensamiento aterrador de mi mente de un plumazo, aunque no pude dejar de pensar por un buen rato. Aunque no lo creáis, los sladers sentimos un mínimo aprecio por nuestra vida, no somos masocas, ni nos gusta morir gratuitamente por cualquier cosa.

En lugar de continuar con el bucle pensé en algo muy diferente.

En el olor de la magia.

Había logrado detectar su rastro, y me conducía hacia una extraña casa perdida en la parte más antigua de Kurnell. Un lugar que parecía una herboristería, pero escondía algo que me moría de ganas de desenterrar. Y que quizás podría ayudarme con lo que tenía entre manos.

Pensé y pensé, y al final me dormí. Sumiendo mi ser en el constante duermevela que caracterizaba mis noches.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top