11. LA HORA MÁS OSCURA
Si unas horas atrás hubiera sabido lo que me esperaba habría echado a correr. Habría puesto rumbo a Áyax, y nunca habría vuelto. Habría rezado todo lo que recordaba. Y habría buscado la manera de sacarlos de allí. La forma de alejarlos de todo aquello. De protegerlos. Habría encontrado la forma de salvar mi vida, salvándoles a ellos.
Pero la vida es corta y el destino cruel. Y nosotros un grano de arena en el desierto, aguardando a la tempestad para viajar lejos sin hallar retorno posible. Porque, al final, siempre estamos solos.
Aquella noche soñé con ellos. Durante horas.
A mi mente regresaron los viejos días de verano. Esos momentos en los que mis padres nos enseñaron a Onan, a Sarila y a mí todo cuanto debíamos saber de la vida. Los viejos días en los que que aprendí a amar el Norte. En los que adquirí una identidad. Y me forjé mi propio nombre. Las cenas en casa de Agnuk, con mis hermanos, con su padre y con mis padres. Las aventuras en el desván en donde el azar decidió legarnos un viejo libro de conjuros que las veces armaban serias barbaridades que luego teníamos que arreglar entre Onan, Agnuk y yo, mientras Sarila corría a chivarse a mis padres y ellos nos recordaban, una y otra vez, que la magia era una gran responsabilidad.
Fue un sueño hermoso. Pero mi sensación al despertar no fue hermosa. Recuerdo sentir cómo aquel viejo olor me ahogaba. Y esforzarme por seguir respirando. Por calmar mi corazón, agitado en mi pecho, que todavía ignoraba qué mierda pasaba muy lejos. Exactamente, en casa.
Cuando desperté todavía era de noche. Y estábamos de excursión. Dormíamos en tiendas de campaña en medio de ese hermoso camping desierto al que Alan nos había llevado en varias ocasiones. Vacío salvo por tres o cuatro tiendas más. Habíamos estado surfeando en una buena rompiente que Alan había prometido enseñarnos hacía tiempo y había sido un día increíble. Alan había invitado también a Galius, a quien no hacía mucho que conocía ―y con quien mantenía una buena relación comercial con vistas a mejorar sus experimentos con nuevas parafinas para tablas de surf― para que pudiera recoger algunos ingredientes que se podían encontrar en esos bosques.
Así que aquella sensación de angustia, y su presencia, me cogieron de sorpresa. Tan de sorpresa que todo lo que pude hacer fue despertarme gritando, y acabé por alertar a todos los demás.
En ese momento algo brilló afuera. Entre la oscuridad total de la penumbra nocturna. Testigos mudos, las estrellas.
En seguida supe lo que era.
― ¿Sabes lo que es eso? ―preguntó Alan, visiblemente alterado, mientras señalaba fuera de la tienda que compartíamos todos. Los genios me observaron expectantes, aunque todavía luchando contra el sueño.
Recuerdo que salí de la tienda a toda prisa, y los demás tras de mi. Como si con ello la vida se me escapara, y no tardé en encontrarme frente a él. Era un webern. Y guardaba un mensaje que habría de ser de mi hermano Onan porque frente a mí volaba una enorme rapaz poseída por la magia. Era su sello de identidad. Las aves le gustaban más que nada y cuando un webern llegaba bajo esa forma siempre sabía que se trataba de un mensaje suyo. Alcé el brazo derecho para que la rapaz se posase sobre mi brazo.
Galius me observó, tan consternado como yo, porque entendía muy bien que un webern a esas horas nunca es portador de buenas nuevas.
Tan pronto como la rapaz reconoció mi presencia un holograma de mi hermana se apareció frente a mí. Y frente a la sorpresa de todos los demás que, movidos por la curiosidad, se acercaron y nos observaban sin dar crédito a lo que veían.
De seguro Sarila conocía aquella costumbre que Onan y yo manteníamos, la de mandarnos mensajes a través de animales poseídos por conjuros. Y había aprendido a imitarlo. Era jodidamente lista para tener 10 años.
Estaba pálida y apenas le salía la voz. Sentí su corazón latir muy rápido y agitado, y el miedo bombear fuerte en cada gota de su sangre. Sabía lo que podía estar oliendo en ese instante.
―Eliha ―susurró, a punto de romper a llorar―. Nos van a matar, van a matarnos a todos.... ―sollozó―. La Guardia de Mok está aquí, y han cercado Zirquo. Anoche convocaron una redada en extramuros. Se negaron a entregar las cosechas Eliha, y ahora todos somos insurrectos ―balbuceó, incapaz de contener más su angustia―. Por favor tienes que hacer algo ―suplicó, rompiendo a llorar―. No quiero morir, por favor, habla con los ministerios. Tú eres rastreador, a ti te escucharán. Por favor, para esto...
Todo lo que pude ver después fue cómo Sarila, que había heredado el porte de mi madre y estaba destinada a ser una mujer muy fuerte, se desmoronaba por completo delante de mis ojos. Se abandonó al llanto y no cesaba en repetir: "No quiero morir", hasta que la transmisión terminó con Onan lanzándose sobre ella y un grito desgarrador.
Mi corazón se murió en ese instante. Y no fui capaz de pensar más allá de que, fuera como fuese, tenía que llegar hasta allí. Tan pronto como fuera posible y sin importar las consecuencias. No iba a dejar que murieran.
Durante años, y más ahora que nunca, nos habían asfixiado. Teníamos que entregar casi todas nuestras cosechas a los ministerios cuando apenas nos quedaba nada para nosotros. Para sobrevivir, o para usar en el trueque. Y muchas personas morían de hambre cada invierno por esa mierda. Tenía que llegar el momento en que mi pueblo no aguantase más, y se negara a seguir sirviendo a cambio de una vida sin posibilidades que vende los sueños y comercia con las personas convirtiéndolas en la propia mercancía. Éramos el principal productor de producto agrícola, madera, y papel de Aztlán. Y, sin embargo, estábamos condenados a vivir el resto de nuestras vidas con el hambre hincado en nuestras entrañas. Poniendo precio a nuestro futuro. Y condenándonos a vivir con la cabeza agachada y el miedo en el corazón.
Mis padres me lo advirtieron. Sabían que aquello pasaría.
Igual que Galius sabía perfectamente lo que me pasaba por la cabeza en aquel momento tan miserable.
―Eliha ―Me miró, compungido―. No puedes ir allí, Eliha ―suplicó―. Es imposible... no puedes salvarles ―balbuceó, sin poder evitar que dos lágrimas abandonasen sus ojos.
Pero yo no me resigné.
Le devolví una mirada cargada de determinación.
―Sabes que siempre te he hecho caso, Galius ―admití, tratando de contener mi angustia mientras me cambiaba con un hechizo, vistiéndome mi uniforme de las juventudes, muy similar a los ropajes de un rastreador―. Pero has escuchado tan bien como yo. Y sabes lo que está a punto de pasar ―aventuré―. No sé si puedo ayudarles... pero te aseguro que no me quedaré aquí a ver cómo mueren.
Recogí una rama cercana del suelo y la transformé en una hermosa espada. La envainé y me la colgué de la espalda.
Sabía cómo iba a llegar hasta allí y, a esas alturas, me importaba un cuerno que pudieran ver la parte de mí que todavía era un secreto para casi todo el mundo. No entendían, ni iban a entender nada. Pero ya daba igual.
―Eliha, no puedes salvarles... ―suplicó Galius, en un último intento por hacerme entrar en razón.
Pero todo rastro de raciocinio había desaparecido de mi interior. Solo quedaban mis entrañas. Ruinas, y odio.
―Entonces al menos moriré junto a ellos ―concluí, sintiendo que cada una de mis palabras me acercaba más a una realidad que me ensartaba el corazón.
Después eché a correr, sin mirar atrás e ignorando toda palabra o toda súplica de las que me rodearon un instante antes. Sintiendo latir la ira tan fuerte dentro de mí que el martilleo de aquella fuerza en mis entrañas transformó mi ser en el monstruo dragón que encarnaba mi alma animal, y estaba destinado a formar parte de mí.
Y volé.
Volé hacia el último y más anhelado deseo de mi corazón. Ese con el que todavía sueño y que, después de todo, termina por desdibujarse.
La posibilidad de salvar a mi familia.
https://youtu.be/vVezbVxp2Pw
Aviso que vienen momentos difíciles... No me odieis, please.
Buena semana. Quedan 10 actualizaciones para el final de Cazadores.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top