Capítulo 9. Arika
Me apeo del coche al haber aparcado en frente de la casa de mi madre. No he venido aquí desde el día que me fui, a pesar de haber hablado con ella incontables veces desde entonces. Puedo captar la familiaridad del lugar pero, al mismo tiempo, me siento una desconocida que ha venido a este sitio por primera vez. Ha cambiado mucho desde que me fui; las paredes exteriores las han reparado y repintado, pues antes tenían grietas por todos lados y el color beige había pasado a ser un color sucio y polvoriento.
Además, ahora cuentan con un camino de piedras que lleva hasta la puerta principal, cuando antes eran simples baldosas carcomidas en su gran mayoría por el crecimiento de la hierba. Eso también ha cambiado; el jardín, tanto trasero como delantero, están perfectamente cuidados. La hierba está recién cortada, el aroma persiste todavía en el aire, mezclándose con el buen olor de las flores que ahora crecen a los lados de la casa.
Tras observar detalladamente el edificio, asimilando todos aquellos cambios, ando hasta la puerta principal por el camino. Llamo al timbre y, tras esperar unos segundos, oigo el cerrojo; pronto se abre la puerta de par en par, revelando el rostro sonriente de mi madre.
—¡Hola! —exclama ella, abrazándome tan fuerte que pienso que me va ahogar.
—¿Qué tal? —saludo, abrazándola de vuelta.
—Bien. Pasa, pasa. Estaba preparando la comida, pero estoy contigo en un segundo, ¿sí? —comenta ella, dirigiéndose a la cocina.
—Por supuesto —contesto, yendo hacia el salón.
Miro a mis alrededores; tampoco se han cortado un pelo cambiando el interior. Es como si estuviese en una casa totalmente diferente; los colores de las paredes han cambiado, así como los muebles y el sitio en el que solían estar colocados.
Me siento en el sofá de cuero, mientras estudio cada milímetro de la sala. No me siento bienvenida, pero trato de reprimir los sentimientos. Me fijo en una de las fotos que está encima de la chimenea, se trata de una foto antigua, en la que sale mamá de joven, con más o menos mi edad, y con un hombre cogiéndole de la cintura. No es alguien que haya visto antes pero entonces se me enciende la bombilla: debe de ser el hombre que falleció.
Me acerco a observarla, curiosa. Ella sigue en la cocina, así que no creo que me vea; no es que me importe, pero no sé cómo volver a sacar el tema de Joshua. La cojo y observo con dulzura; se están mirando ambos, perdidos en sus miradas. Se nota que están enamorados, por lo que no entiendo qué ocurrió para que lo dejasen.
—Ese era Josh —oigo una voz detrás mía.
—Parece que estabais muy enamorados... —contesto, girándome para mirarla a la cara.
—Así es, cariño —confiesa ella apenada.
—¿Qué ocurrió? —pregunto, aunque me da miedo la respuesta.
—Es una larga historia. ¿Qué tal si te quedas a comer? Zac hoy está con sus compañeros, por lo que no me vendría mal un poco de compañía —sugiere.
Su mirada es dulce pero puedo captar la tristeza en sus ojos. Asiento, consiguiendo que se le pinte una sonrisa. Ella vuelve a la cocina, dejándome sola con las fotos en el salón. Coloco el marco en su sitio y observo las de su al rededor; la mayoría son mías, algunas en las que salgo sola y otras en las que salgo con alguna que otra persona. Además, hay un par de ella y Zac. Parecen muy felices.
Tras unos minutos sale de la cocina sin el delantal puesto, lo que significa que ha terminado de cocinar, lo cual agradezco. Me estaba empezando a sentir rara al no tener algo con lo que distraerme.
—¿Te puedo traer algo? —pregunta al entrar a la sala
—No, estoy bien —sonrío.
—Bien —dice, sentándose a mi lado—. ¿Qué tal estás?
—Yo bien... ¿tú qué tal? —La miro con cautela.
—Bueno, he estado mejor —suspira.
—¿Quieres hablar de ello?
—Sí... deberíamos hablar sobre ello, hija.
—Bien, pues, cuando quieras —animo.
Me comienza a contar cómo conoció a Josh; era un día de invierno, cuando ella tenía veintiún años y estaba en la universidad estudiando. Se encontraban en un bar, al que ella había ido con sus amigas para tomar unas copas cuando lo vio. Estaba solo en una esquina del bar, no sabía si esperaba a alguien o estaba allí solo, pero sí que pudo ver en su cara que estaba triste y enfadado, y ella no podía dejar eso pasar. Con la excusa de ir al baño, se separó de sus amigas y se dirigió a la mesa del chico que acababa de ver. Él era mayor que ella, pero no por muchos años, cosa que de lejos no había percibido. No le importó, continuó su camino hasta llegar a él.
Ella se sentó junto a él y, aunque al principio él trató de echarla, advirtiéndole de que era una mala idea entrar a su vida, acabó por aceptar su presencia. Vio a sus amigas de lejos, gritándoles y riéndose, cosa que hizo que él se ofendiese, pues pensaba que se burlaban de él—y no estaba equivocado—pero ella consiguió quitarle la mente de ello. Él le contó que se sentía solo; había acabado la universidad hacía un par de años y ahora estaba trabajando en una constructora, aunque a él le habría gustado poder ser arquitecto. Se dedicó a mover máquinas durante mucho tiempo. Tampoco tenía amigos allí, porque todos eran mayores y tenían sus propias vidas. Se sentía solo, excluido, y él sabía la razón de ello, pero nunca terminó por contársela.
Ella le animó, le dijo que ya no estaba solo, que la tenía a ella y así fue. Esa noche hablaron hasta que el bar los echó a la calle. Sus amigas se habían ido hacía horas aunque no se había dado cuenta porque se habían rendido cuando éstos no respondieron a sus risas histéricas; ellos no lo habían encontrado gracioso. Él la acompañó a casa, agradeciéndole una y mil veces el haberse quedado con él, cosa a la que ella respondió con un simple beso. Josh lo aceptó, agradecido.
Cuando la vio entrar a casa, se fue, con una gran sonrisa pintada en la cara. Hacía mucho tiempo que no se sentía así, y había llegado a pensar que no iba a volver a sentirlo nunca más. Pero allí estaba, Lilianne, su ángel de la guarda, cómo él la solía llamar.
No se veían mucho, pero cuando lo hacían se sentían las personas más afortunadas del mundo entero. Ella tenía que ir a la universidad y tenía que estudiar cuando no estaba en clase; pero, por lo menos, se había mudado a un piso con sus amigas y ya no tenía a su padre encima de ella a cada minuto, el cual no le permitía ni salir entre semana, a pesar de la edad que tenía.
Me cuenta cómo cada día se fue enamorando más de aquel hombre, había sido la mitad que le faltó por tanto tiempo y que la llenó de amor y de esperanza. A esa edad, ella todavía era virgen, y había jurado solemnemente ante su padre, ante la virgen y ante Dios que lo seguiría siendo hasta el matrimonio, igual que su madre e igual que sus abuelas. Pero él le producía unos sentimientos en su interior tan hermosos que valía la pena traicionar su promesa. Y así lo hizo.
Un día de verano, días antes de la Navidad, ella fue a su casa para celebrar una nochebuena adelantada con él, pues sabía que no iba a poder invitarle a su casa. Cocinaron los dos juntos entre risas y besos, hasta que una cosa llevó a la otra y se vieron enredados entre las sábanas de la cama, empapados de sudor pero llenos de amor y alegría. Ella disfrutó sin pensar en su juramento hasta que estuvieron acurrucados el uno junto al otro compartiendo su calor; entonces, se alarmó. Había creído que podría controlarse y no preocuparse si lo hacía, pues sabía que él era el hombre de su vida y, a pesar de que no hubiesen esperado a casarse, pensaba que no importaría ya que pronto ella querría casarse con él.
Sin embargo, no compartió sus preocupaciones con su novio. Pasaron la noche en vela, hablando sobre la vida y el amor... Su amor. Ella habló de una boda, de formar una familia, pero él le paró los pies. No estaba preparado para ello y, aunque ella tampoco lo estaba, no podría ocultar durante mucho tiempo lo que había hecho. Skyfall todavía era un pueblo pequeño, por aquel entonces, donde todo el mundo se enteraba de todo, incluso si no contabas nada a nadie.
Tras esa noche de amor y locura, perdieron el contacto poco a poco. Al principio, él aceptó la propuesta de casarse en un futuro no muy lejano, pero debía conocer primero a su familia. Ella rechazó; no podía permitir que su padre lo conociese, pues sabía que iba a difamarlo y ridiculizarlo para que no se casara con ella. Al final, quería que ella se casase con alguien adinerado, de buena familia, para poder mantenerla estable a ella y a sus futuros hijos. Él entendió inmediatamente, a su novia le daba vergüenza salir con un muchacho como él. Y no le culpaba, pero no se permitió sufrir por ello, razón por la cual se marchó.
Esa tarde el bochorno era insoportable, pero en el corazón de Lilianne acechaba una tormenta gélida, llena de desolación, soledad y amargura. Él la había dejado, pero ella tenía la vista tan nublada que no fue capaz de averiguar el por qué. Pensó que la había engañado, que nada más había sido un sucio truco para que ella se abriese de piernas y, aunque en el fondo algo le decía que no era así, necesitaba una buena razón por la cual odiarle.
Hablaron pocas veces desde aquel momento. Él no le guardaba rencor, por lo que, de vez en cuando, le mandaba una carta o dos contándole sus hazañas. Se había ido lejos, a Estados Unidos, donde residía su familia, y allí conoció a la que sería su futura esposa, Kira. Esa fue la última carta que ella recibió de él, a pesar de que ella continuaba mandando hojas y hojas escritas de su puño y letra, con palabras exprimidas de la última pizca de amor que quedaba en su corazón. Ella seguía escribiendo, incluso después de haberse casado con el que sería mi padre, Caleb Jones.
—Todavía le echo de menos —susurra ella tras terminar de contarme su historia.
—Lo entiendo, mamá —contesto, secándole las lágrimas que recorren sus mejillas.
—¡Oh! Quisiera no haberlo dejado nunca. Fui una estúpida, nunca debí dejarle ir —solloza, apoyándose en mi hombro.
No digo nada más, simplemente la agarro y le dejo llorar, susurrándole palabras tranquilizadoras al oído. Hacía mucho que no tenía un momento tan íntimo con ella y, aunque la había odiado durante la mayor parte de ese tiempo, una parte de mi lo echaba de menos.
—No entiendo quién podría hacerle algo así... —suelta, de repente.
—Yo tampoco. Pero, piensa que ahora está en un lugar mejor —contesto, tratando de animarla.
—Igual ya era feliz cuando estaba aquí... y se lo arrebataron —argumenta ella.
—Dudo que lo fuese, mamá. No tenía una vida muy buena aquí —confieso.
Ella me mira sin poder creer mis palabras; mi mirada me delata, está claro que sé algo que ella no sabe y ahora no es el momento para ocultárselo. Por fin, podré contarle a alguien mis descubrimientos sobre Josh, aunque no tengo ni idea de cómo le va a afectar esta información.
—¿Cómo lo sabes? —pregunta, enfadada.
—Lo leí por Internet. No sabía que estabais relacionados cuando lo busqué.
—¿Y qué encontraste? —La ira en su rostro es reemplazada por curiosidad e impaciencia.
—¿Estás segura de que quieres saberlo? Es un poco fuerte... —comento preocupada; no quiero causarle más dolor.
—Sí, quiero saberlo. —Me mira con determinación; se muestra serena y segura.
—Él... tuvo dos hijos con Kira. El más pequeño tiene ahora dieciséis, casi diecisiete. Pero, el mayor... —vacilo—. El mayor murió hace dieciocho años, teniendo casi siete. Bueno, en realidad desapareció y, tras un año de búsquedas sin fruto, cerraron el caso alegando que estaba muerto, a pesar de no haber encontrado el cuerpo.
—Oh, Dios mío... —susurra ella, horrorizada.
—Lo sé. También he leído —pauso, pesando si debería romper esa imagen tan cristalina que tiene de él—. Bueno, es igual.
—No, quiero saberlo —suplica con los ojos llenos de lágrimas.
—No creo que sea verdad, mamá, pero hay gente que, bueno, tienen teorías... —La miro a los ojos; veo cómo está pendiente de cada palabra que sale de mi boca—. Hay mucha gente que cree que fueron ellos, los padres, los que mataron al crío —suelto, desviando la mirada.
—¿Qué? —Me suelta la mano, la cual había estado apretando con fuerza—. No puede ser, él... Él no haría algo así.
—Ya te he dicho que no sé si es verdad, mamá —contesto, buscando su mirada.
Pero su mirada está perdida en el horizonte, cómo si tratase de averiguar qué estaba pasando en este lugar. Suspiro, comprendiendo por qué se siente de tal manera. Sin decir nada más, se levanta de su sitio y se dispone a preparar la mesa para que comamos. Puedo percibir algo en su expresión, pero no sé qué es. Siento como si me ocultase algo, pero prefiero no preguntar.
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