Capítulo 15. Jack
No me despierto, pues no he podido siquiera dormir pensando en lo que me espera hoy. Me dieron la mañana libre para pasarla con mis amigos, pero he preferido acortar el momento lo máximo posible. Me pasaré a ver a algunas personas para despedirlos hasta que vuelva, si es que lo hago, pero no quiero una larga despedida en la que solo vamos a estar sufriendo durante más rato. Mejor pasar página cuanto antes.
A Denisse ya le dije adiós, por lo que decido no volver a su habitación. Me duele tener que dejarla atrás, pero respiro hondo y continuo pensando que quizás nos volvamos a ver de nuevo.
No quiero ser tan negativo, incluso Matt me ha asegurado que la gran mayoría de veces todo sale bien y los ángeles pueden volver al cielo sanos y salvos. Pero sigue habiendo una minoría que queda atrapada en la Tierra, para siempre, sin oportunidad de volver ni de vivir como un humano. Simplemente, existen en un "limbo" para toda la eternidad, en una profunda soledad. Sin poder hablar a nadie más que al portador de su otra mitad y sin poder tocarlos ni sentirlos. Existen sin poder vivir.
Tras haberme despedido de Iraida—la cual apenas podía dejar de llorar y no quería soltarme—Marc y de mis compañeros de trabajo, voy directo al despacho de Matt. La ceremonia, o cómo sea que lo quieran llamar, se supone que empezará pronto, y todavía tenemos que ir hasta allí. Sigo sin asimilar la idea de que voy a ver a un Trono, el tercer tipo de Gobernador. Los Tronos son los ángeles de la voluntad y la justicia, son así como los jueces del Cielo y la Tierra, pues ellos toman las decisiones que conciernen vidas humanas y almas angelicales. El mandar a los ángeles a la Tierra es una de esas decisiones y, además, son ellos quienes llevan acabo el "ritual" que los transporta de vuelta al planeta azul.
Sin embargo, apenas son visibles, como todo el resto de Gobernantes. Casi nadie sabe quiénes son, cómo son y dónde habitan. Es por eso que Matt debe llevarme, pues no puedo saber cómo llegar hasta allí. Hasta hace poco pensaba que podrían ser una leyenda, que en realidad los mas poderosos eran las Dominaciones, así como lo es Matt, pero ahora veo que estaba equivocado. Sigo sin entender cómo pueden cambiar las cosas tan rápido; casi sin darnos cuenta algo que creíamos verdadero puede no serlo en un abrir y cerrar de ojos. Podemos creer ciegamente en algo, aferrarnos a teorías y pensamientos como si fuesémos a perderlos de vista si los dejamos de lado, pero todo aquello que defendemos puede facilmente verse destruido por la verdad. Así como mi teoría de que los Gobernadores eran una farsa. Tan solo me queda esperar que no sepan leer las mentes, pues entonces descubrirán enseguida mis pensamientos acerca de ellos y creo que eso no les va a agradar mucho.
Para el viaje hasta allá, Mattt me duerme de forma que no pueda saber a dónde nos dirigimos. Por lo tanto, el viaje se me hace corto. Al despertar me siento como si hubiesen transcurrido meros minutos, aunque en verdad no sé cuánto hemos tardado en llegar. Al abrir los ojos, veo una figura imponente pero pura. Es un Trono, lo sé por su apariencia. Sus alas son tremendas, tan grandes que me imagino lo incómodo que debe de ser volar con ellas.
―Bienvenido, Jack ―dice la figura; todavía estoy algo confuso por haber estado dormido, pero pronto empiezo a ver algo más que una silueta.
―Ho-Hola ―balbuceo, tratando de no mirarle.
―No tengas miedo ―responde, cerciorándose de que estoy evitando mirarle.
―¿Quién eres? ―pregunto, esperando poder conocer a esta persona mejor.
Al fin y al cabo, él también fue un humano como yo en algún momento. Él también vivió en la Tierra, también falleció en el momento equivocado y también fue un mero ángel sin rango en algún momento.
―Soy Ivan, un Trono. Encantado de conocerte, Jack. ―Extiende su mano, y algo dentro de mí dice que tengo que odiarle, pero esa voz tan irónicamente angelical que tiene me lo impide.
―Igualmente ―digo, estrechándole la mano.
—Si lo deseas, podemos comenzar ahora.
—Sí, claro. En algún momento habrá que hacerlo —susurro esto último, aunque sé de seguro que lo han escuchado.
—No te preocupes, Jack, estás en buenas manos —dice Ivan, tratando de reconfortarme.
—¿Puedo preguntarte alguna cosa antes de que me vaya?
—Por supuesto. Pero no podrás contárselo a nadie, todo aquello que te cuento estará sellado con un hechizo, lo cual hace que solo tú puedas saberlo y nadie más.
—Entiendo —asiento, recordando que nadie sabe nada sobre ellos o, al menos, nadie ha podido decir nada—. ¿Cómo llegaste a ser un Trono? Quiero decir... No es algo para lo que se pueda estudiar.
—No, no es un puesto para el que se pueda estudiar. He sido un Trono durante mucho tiempo, Jack. Los Gobernadores somos algo así como inmortales. El resto de ángeles continúan creciendo según vayan encontrando la paz en su interior. Aunque no lo notes, aunque no te des cuenta, hay cosas que te dan esa paz necesaria para crecer como un angel. Sin embargo, los Gobernadores somos un pequeño grupo que no encuentra la paz en nada. Quizás suene egoísta o frío, pero en realidad busco el bien común. No deseo morir hasta ver que el universo puede estar en paz, al fin. Es por eso que nos quedamos igual siempre y llegamos a ser Gobernadores. Los que crearon este mundo en el que vivimos son los que nos eligen, no sé decirte cómo lo hacen. Ellos son los más altos en la jerarquía de los Gobernadores, aunque la creencia popular es que existe otro ser que creó todo esto y que nosotros servimos a ese ser. Pero no es así. Nosotros servimos a los Serafines, ellos son los que crearon este lugar.
—Entonces, ¿jamás encontráis la paz? —pregunto tras pasar un rato procesando la información.
—Hay casos de Gobernadores que encuentran la paz. Verás, Jack, en el fondo todos fuimos humanos y esos sentimientos mortales, por más que lo intentemos, no podemos borrarlos. Es por ello que todavía tenemos alguna oportunidad de encontrar algo que los lleve a la paz, pero todos somos diferentes. Algunos sucumben a ciertas cosas con más facilidad que otros, algunos acaban perdiendo la fe o, incluso, la cordura, al ver que es imposible traer paz al universo. No los culpo, ciertamente. Los humanos están destrozando su planeta sin el más mínimo escrúpulo. E incluso se destruyen a ellos mismos. Es difícil mantener la misma idea tras ver las barbaridades que son capaces de hacer.
—¿Crees que será posible que en algún momento estén en paz?
—Eso es lo que estamos intentando conseguir. Por eso existimos, Jack. Nos encargamos principalmente de evitar catástrofes en la Tierra, a pesar de que nos ocupemos de otros planetas también. En este sistema solar no existen más formas de vida, al menos no tan desarrolladas como los humanos. Quiero pensar que algún día conseguiremos que los humanos entren en razón y dejen de destruir el mundo en el que viven, pero puede que eso lleve años.
—No te lo niego, los humanos pueden ser muy cabezones —asiento, aun pensando en todo lo que me acaba de contar.
—¿Algo más que quieras saber? —Oigo su voz tras un rato de silencio en el que he estado reflexionando todo lo que me acaba de decir.
—Sí, pero no es sobre los Gobernadores. —Pauso, pensando en si es una buena idea soltar todas estas preguntas que se han estado cociendo en mi interior desde que Matt me dijo que iba a tener que bajar a la Tierra—. ¿Cómo va a ser ahí abajo? ¿Dónde voy a estar? ¿Puedo interaccionar con la gente?
—Jack, va a ser casi como si volvieses a ser humano de nuevo. Solo algunas pocas cambiarán. En esencia, sigues siendo un ángel, por lo que no necesitas realizar actividades cotidianas así como dormir o comer.
—Pero eso ya lo hago aquí —respondo, aunque sé que nunca tengo la necesidad de hacerlo, desde el principio me acostumbré a hacerlo porque era lo que necesitaba en la Tierra.
—Ya sabes que no es necesario —dice, como leyendo mis pensamientos—. En fin, otra cosa que seguirás teniendo es tu magia, solo que en una menor cantidad como ya te habrá explicado Matt. Lo único, no podrás utilizar tus alas, debido a que necesitan una gran cantidad de enrgía para funcionar que la Tierra no posee. Y, bueno, porque volar tampoco es muy normal allá. —Sonríe, haciendo que me ría yo también—. Te estarás quedando en un hotel, al que te teletransportaremos. Bueno, más bien, aparecerás tras el lugar y tendrás que llevar los papeles de tu reserva, la cual ya hemos realizado.
—¿Cómo? —pregunto, interesado.
—Tenemos algún otro envíado que lo ha hecho por nosotros. Él te guiará. Te dará ciertas cosas que necesitarás para sobrevivir allá, te estará esperando en tu habitación. Antes de que se me olvide —recuerda de repente, alejándose a un ángel que parece una Potestad, es decir, un ángel guerrero, que le entrega algo—, debes llevar este amuleto. Habrás oído hablar sobre ellos durante tus estudios. Ayudan a canalizar la magia para que esta tenga más potencia y también ayudan con la comunicación entre los dos mundos. Lo necesitarás allí abajo para exprimir toda la magia que puedas, aunque, como ya te habrán dicho, no podrás utilizarla muy a menudo ya que necesitarás algo para contactarnos de vez en cuando. De todas formas, nosotros te estaremos monitorizando desde aquí arriba todo el tiempo. Intentaremos mantenerte a salvo en todo momento, pero debes tener cuidado, Jack. Solo podemos intervenir si sabemos de antemano que alguien planea hacerte algo, pero recuerda que hay otros seres sobrenaturales allí abajo. Y a ellos no podemos controlarlos.
—Te refieres a los exiliados, ¿no?
—No, Jack. Hay otros seres viviendo en la Tierra a parte de los ángeles exiliados y los humanos —confiesa, haciendo que retroceda por la sorpresa.
—¿Qué quieres decir? —cuestiono, cada vez más asustado por este viaje que tengo que hacer.
—Es mejor que no lo sepas todavía, Jack. Lo más probable es que no te encuentres con ellos, pero te aviso de todas formas para que tengas cuidado. Ellos te pueden detectar. Ya no responderé más preguntas, es hora de marcharse. —Al decir esas palabras, su rostro se muestra sombrío, como si estuviese recordando algo relacionado con los seres aquellos de los que habla.
—Pero... —comienzo a decir, pero no me salen más palabras.
—Es hora de irse —repite, sin añadir nada más.
Trato de asimilar los últimos detalles del lugar. No me había fijado mucho en ello antes, pero nos encontramos al aire libre, en un lugar aparentemente desierto. No se parece nada a la sección donde vivo. Es como si de verdad estuviesemos en el cielo; todo está cubierto de nubes, menos el suelo, el cual parece estar hecho de mármol blanco. Debe de ser un lugar aislado, quizás otra dimensión dentro de la nuestra, para realizar cosas de este tipo sin las miradas curiosas de los habitantes.
—Señores, por favor, dejadnos a solas —pide Ivan a los dos Potestades que han estado ahí todo este tiempo y a Matt.
—Jack, recuerda que estaré siempre observando desde aquí arriba, ¿sí? Estaré disponible en todo momento si necesitas mi ayuda. Cuídate, por favor. No hagas ninguna locura y trata de mantenerte alejado de personas que despiden energía negativa —me dice Matt, el cual ha estado en silencio todo este tiempo; esas palabras me dan la sensación de que tengo un padre de verdad, pero solo dura un segundo.
—Tendré cuidado, Matt. No querría dejarte aquí solo —bromeo, tratando de hacer la situación algo menos triste—. Cuida de Denisse por mí mientras no estoy, por favor.
—Por supuesto.
Nos damos un abrazo y, con una sonrisa, desaparece del lugar en un abrir y cerrar de ojos. No puedo evitar sentir una tristeza en mi interior, no solo porque no les voy a ver a ninguno en mucho tiempo, pero porque por un instante he sentido como si Matt se comportase como el padre que nunca llegué a tener, ya que el mío fue un monstruo. Pero esa sensación no es verdadera, él es solo mi amigo.
—Ponte el amuleto y cierra los ojos, Jack. El viaje será corto, no te preocupes por eso, pero cuando llegues vas a estar exhausto. Hablarás con el ángel que estará esperando en tu habitación, y os pondréis en contacto con nosotros inmediatamente después. No podremos captar tu imagen en el momento, así que necesitamos que nos confirméis que has llegado sano y salvo.
—Entendido —asiento, colocándome el amuleto que pende de una cadena al rededor del cuello.
Cierro los ojos e Ivan comienza a murmurar algunas palabras que no alcanzo a escuchar. Siento un inmenso dolor, como si me estuviesen arrancando cada trozo de mi cuerpo lentamente. No había sentido dolor en mucho tiempo, pues los ángeles somos incapaces de sentirlo. La última vez que lo había sentido fue aquella noche, ese pensamiento solo hace que la angustia palpite con más fuerza por mis venas. Quiero gritar, quiero abrir los ojos y detenerlo, pero me veo incapaz, es como si hubiese perdido el control de mi cuerpo. La sensación es parecida a la de aquel momento, por lo que por un momento temo que vaya a morir en este intento de hechizo, pero de repente el dolor cesa.
Sin abrir todavía los ojos, inhalo todo el aire fresco que puedo. Pensaba que había olvidado el olor de la lluvia mojando las calles y el olor de las tímidas flores que apenas comienzan a aparecer, pero puedo reconocerlo como si hubiese sido ayer que estuve en el lugar. Sonrío y quiero gritar de la alegría, pues por fin he vuelto a la Tierra. Aquí está mi hogar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top