1. Adagio
Ese día, la música hizo un agujero en mi corazón que nunca pude llenar. Pasé horas memorizando una partitura, pero era inservible, no había nacido para eso. Cuando me dieron a escoger entre clases extra curriculares pensé directamente en algo relacionado a la escritura, a final de cuentas era lo que se me daba mejor y de eso nadie dudaba, sin embargo todo estaba lleno. Periódico escolar, traducción, inglés, creación literaria, todos los cupos estaban ocupados y sólo quedaban dos: grupo de algoritmos matemáticos y música. Odiaba las matemáticas con todo mi ser, por lo que terminé escogiendo música, la cual para mí, en ese entonces, era inservible.
Pensé que aprender un instrumento sería sencillo, se veía muy fácil en los videos musicales, pero bastaba con verme practicar para darse cuenta de que no lo era. Las notas salían de mi cabeza tan pronto entraban y nivelarme era muy complicado. Cuando el presidente del grupo dijo que sólo éramos cuatro en la clase me sentí aliviada, de igual forma no los veía muy seguido. Uno de ellos estaba en la misma clase que yo, el presidente un año más arriba y otro estaba a punto de graduarse.
El sonido de pasos aproximándose a la habitación me sacó de mis pensamientos y rápidamente regresé mi vista a la partitura. "Está lista la comida", escuché decir desde el otro lado de la puerta. Ni siquiera contesté. Escuché cómo los pies se alejaban hasta que el ruido desapareció en la escalera.
Antes de levantarme, miré el piano desde mi cama, siempre cerrado y con cosas encima. Le tenía odio, pero de vez en cuando ese odio se convertía en ansias de tocarlo y luego esas ansias se convertían en frustración por no tener manos hábiles, y esa frustración hacía el odio más grande.
El presidente del club decía que era cuestión de práctica, que a todos les costó trabajo, pero paciencia era una cualidad con la que no había nacido. Por la misma razón me decía que debía prepararme por separado antes de entrar al club regularmente, sin embargo todos eran muy buenos y me sentía fuera de lugar, así que cuando no había nadie en la sala, entraba a tocar el piano de cola con la esperanza de que algo me motivara. Nada.
Saqué una bolsa de ropa sucia de la habitación, hice una parada en la cocina y salí mientras comía. Hacía frío y estaba nublado, era mi tipo de día favorito, el tipo de clima que todos odiaban pero que a mí me hacía sentir cómoda. Me coloqué los audífonos y puse la música a tope mientras caminaba a la lavandería, me enterraba más en mi suéter, siempre más grande de lo que debería, y miraba el cielo gris con nostalgia. Al llegar al sitio, me perdí en la armonía y en la espiral que formaba la ropa en las lavadoras.
El medio día estaba a punto de hacerse noche y el humo se deshacía en frente de mí. Tenía las manos frías y el pan se había acabado. Añoré el tiempo de silencio en mi cama y el sonido de las hojas golpear la ventana de mi habitación. El camino de regreso a casa se hizo más largo y frío de lo que acostumbraba, me había aclimatado al calor de las secadoras, porque el calor humano era difícil de sentir en ese tiempo.
Me había acostumbrado al hielo que despedían las palabras de la gente al hablar, al acero de sus gestos y al vacío de sus expresiones, tanto que ya no tenían mayor efecto en mí más que convertirme en eso que criticaba.
Conocía a poca gente en el lugar, por lo general comía sola, no me dirigían la palabra. Las cosas jamás cambiaron hasta que llegó el momento de escoger actividad extra. Esa música que tanto odiaba se convirtió en mi compañera en la soledad de mi habitación, de esas que nunca olvidas. La música fue la ayuda que nunca pedí y eso me sofocaba.
Una ventisca helada traspasó mi suéter. Por obra del destino o alguna fuerza desconocida, desviando la mirada del suelo, vi pasar a mi lado al chico del piano. Su piel blanca contrastaba con su cabello color azabache, sus ojos de un oscuro profundo velaban algo misterioso que yo nunca pude descifrar.
No me atreví a hablarle, solo lo miré de lejos, como muchas veces en las que, absorta en mis pensamientos, paraba frente a la sala de música escuchando el dulce y melancólico sonido del piano tocado por él.
–Min Yoongi...–escapó de mis labios.
Min Yoongi. El niño problema, el que escapaba de clases para ir a la sala de música, el que componía en sus ratos libres, el que escuchaba rap en el asiento de atrás, del que no esperaban mucho más que verlo sin comer en un futuro. Era difícil pensar en él como el mismo Min Yoongi compañero, preocupado, sensible ante la música, que tocaba con maestría y le dio voz, después de muchos años, al piano encerrado en las cuatro paredes del edificio destinadas a su resguardo. Esa era la persona que veía desde la puerta del salón, sin dirigirme una mirada, y yo como un fantasma que aparecía detrás. No hacía falta que dijera algo, por mucho que añorara ese momento. Sus blancas manos acariciando las teclas lo decían todo sin pronunciar una sola frase.
El chico volteó y me miró con expresión neutral antes de regresar su vista al pavimento y seguir caminando. Mi corazón dio un vuelco. En ese momento, con mi bolsa de ropa limpia, me detuve, viendo cómo caminaba lejos de mí, como siempre había sido y siempre habría de ser. Sin saludar, sin preguntar. Ni un gesto. Nada.
Él siguió su camino desapareciendo en una esquina. Tenía ganas de espiarlo y ver a dónde iba pero preferí aferrarme a la tela y correr hacia mi casa.
Me palpitaban las sienes y sentía el aire frío quemar mi nariz. Al llegar, mi hermana me recriminó por correr con la temperatura tan baja pero no le hice caso. Un deseo crecía dentro de mí y sabía por la costumbre que no se iba a detener. Subí con la bolsa de ropa limpia y la tiré en la cama. Abrí el piano.
Quedé en blanco de nuevo.
Gruñí y me acurruqué en mi cama, abrazando mi cuerpo cubierto de frustración y mantas. Era difícil, ya no quería seguir, después de todo nada tenía sentido. Me iba a morir ¿y luego qué? Bueno, exageraba, pero aún así. Nadie me recordaría, nadie recordaría que estaba estudiando tanto y esforzándome en forma desmedida por entender la música y terminar de estudiar, por entrar a una buena universidad, por ser una hija ideal y vivir medianamente bien en un mundo lleno de porquería, eso nadie lo entendía. Estaba sola.
Clavé mis uñas en mis brazos, buscando aliviar el dolor de mi corazón con algo real. Necesitaba un sueño, un propósito, vivir por vivir había dejado de sentirse bien, estaba sumida en una constante desesperación, en un deseo de seguir, de tener un camino, algo a lo cual volver para dar lo mejor de mí, pero no había nada. Detrás de mí no había nada, ni al lado, sólo en frente había algo, alguien por quien mi falta de compromiso me hacía sentir mal. Verlo se sentía como una reprimenda por rendirme tan fácil, como si algo en él me diera permiso de ver la música como compañía, como un escape. Pero él no se enteraba de nada, no sabía nada.
•
El camino era siempre largo porque no tenía con quién compartirlo. Mis compañeros no me molestaban, pero tampoco me veían como una persona con la cual pasar el rato y eso lo dejaban saber con sus miradas. Ese día en el receso necesitaba despejarme y en vez de ir al comedor, fui al salón del enorme piano decidida a darle una oportunidad, aunque sea intentando con una pequeña tonada de una canción francesa que rondaba por mi mente en esos días.
Me detuve en el umbral de la puerta tras darle un vistazo rápido al salón. Ahí estaba él; etéreo, sublime. Su suéter de color crema combinaba con sus pantalones de deporte y sus zapatos, algo gastados por el uso. Las manos de dedos largos y delgados se movían ágilmente por el piano saliendo del espacio que ocupaba su estrecha espalda y regresando. Sus hombros subían y bajaban a medida que tocaba, como marcando el tempo con su respiración suave y tranquila. Por cómo llevaba su cabeza hacia atrás podía decir que tenía los ojos cerrados.
Estaba maravillada, cada vez que veía a Min Yoongi tocar el piano algo se unía dentro de mí, como si las dudas que me aquejaban dejaran de existir y sus acordes tuvieran un poder mágico que alejaba los problemas de mi cabeza.
–¿Quieres sentarte?–dijo una voz grave que me sacó de mis pensamientos. La música se había detenido.
–¿Pe... perdón?–titubeé regresando a la tierra.
–Que si quieres sentarte–dio palmaditas en el asiento a su lado con expresión neutral.
–No... Igual... Ya me iba, adiós.
Cerré la puerta con rapidez y camine hacia la escalera, sentándome en el primer peldaño. Cubrí mi cara con ambas manos. Me habló, de verdad lo hizo y había sido una grosera. ¿Por qué no mejor me caía de la escalera? Una mano cálida me hizo alzar la vista hacia atrás.
–Presidente...
–Ya te he dicho que me llames por mi nombre, no me gustan los honoríficos–dijo sentándose a mi lado con una sonrisa–. ¿Qué haces aquí tan sola?–alzó una ceja con picardía.
–Siempre lo estoy.
–Eso es raro, siempre te veo arriba en el tablón de calificaciones, eres tranquila, casi nunca sales...
–No, no soy un ratón de biblioteca, gracias–dije con frustración luego de que se quedara contando en silencio.
–En ningún momento pensé eso. Sólo eres diferente, no está mal serlo. Si por mí fuera me quedaría durmiendo siempre en el salón de música...
–Eso no es algo que debería decir un presidente, me quitas los ánimos, Choi–le dediqué una mirada sombría que le hizo soltar una carcajada sonora mientras se rascaba la nuca con nerviosismo.
–Es diferente, a eso me refiero–dijo irónico. Mis ojos se posaron fulminantes en los suyos antes de regresar la vista a mis zapatos negros y brillantes–. Lo siento, no todos somos como él, ¿sabes? Después de todo no se suponía que yo fuera el presidente.
–¿De qué hablas?–la campana anunció el final del receso interrumpiendo nuestra conversación.
–Te lo diré después, es una historia larga, ¡nos vemos a la salida!–me desordenó el cabello y se levantó para bajar las escaleras, dejándome con una gran interrogante.
El presidente del club de música era Choi Baekhyun, alto y delgado que dormía en la sala de música cuando quería saltarse clases aprovechando que tenía las llaves de la sala. No era muy popular, pero todos le tenían un profundo aprecio y respeto. Venía de una familia acomodada, eso le disgustaba, sentía que este hecho le quitaba libertad artística. Era un bohemio harto del dinero y su poder, pero aún así, dependiente de él.
Me levanté y me giré sobre mis pies para caminar hacia el salón, tropezando con un pecho duro y pegándome en la nariz. Algunos papeles salieron regados por el suelo. Suspiré ante lo cliché de la situación y me agaché a recogerlos.
–Lo siento muchísimo–dije recogiendo lo que parecían ser partituras.
–Deberías tener más cuidado, estás en una escalera–su voz sonaba preocupada.
–Perdón, no quise...
Mi cerebro hizo "click". Partituras, voz grave, sala de música. Alcé la mirada y me encontré con el cabello negro de Min Yoongi muy cerca de mi cara. Recogí las hojas que me quedaban a gran velocidad, mientras mis mejillas calientes atentaban con ponerse coloradas. Se las entregué con ambas manos y una reverencia. Me vio con los ojos negros muy abiertos.
–Lo siento.
–Tranquila, no fue nada, en serio–tomó los papeles entre sus manos–, ¿no estabas hace un momento...?
–¡Señor Min y compañía, ya deberían estar en clases!–gritó el supervisor desde abajo, interrumpiendo al chico. Suspiré aliviada.
–¡Sí, señor!–se despidió de mí con una reverencia y bajó corriendo a gran velocidad. De reojo vi un papel al lado de mi zapato y lo tomé entre mis manos. Una hoja pentagramada con algunos acordes en ella.
–¡Min Yoongi!–grité.
Había desaparecido de nuevo.
El presidente de la clase me acompañaba de vez en cuando a mi casa, después de todo vivíamos cerca, pero rara vez conversábamos, preferíamos caminar en silencio viendo el cielo azul. "Está allá arriba", dijo una vez, "enorme, encima de nosotros y nadie le hace caso, piensa en eso, en cuántas veces vemos el cielo sin pedirle nada". Desde ese día siempre lo miramos en silencio, como rindiéndole honores y recordando lo pequeños que éramos ante su magnitud.
–¿No te inspira?
–¿Perdón?–dije despertando de mi ensimismamiento.
–El cielo, las nubes, los colores, las estrellas, todo es mágico–tenía una sonrisa marcada en el rostro y lo miré con extrañeza.
–¿Choi Baekhyun, te fumaste algo?–alcé una ceja y soltó una sonora carcajada.
–¿Qué estás diciendo? Claro que no, tonta. Tienes que buscar algo que te inspire y que te haga sentir cosas, si no lo haces ¿cómo pretendes dedicarte al arte?–touché.
–¿A qué quieres llegar?–pregunté, aunque ya lo sabía. Miré al suelo y pateé una piedra hacia adelante.
–Parte de mi tarea como presidente es que se desarrollen como artistas, todos tienen una motivación, Jungshin y Yoongi quieren llegar a la industria, yo he estado en este medio toda mi vida y probablemente termine estudiándolo profesionalmente. ¿Tú qué quieres hacer?–resoplé–. Vamos, sé que no te gusta este tema, pero créeme, una vez que estás dentro es difícil salir.
–De hecho, lo difícil es convencer a mi mamá de que esto no es lo mío.
–¡Pero si lo has hecho muy bien! Quiero decir, no todos aprenden así de rápido, y tienes una bonita voz, aprovéchala.
–¿Y eso qué? No sirve si no sé tocar un instrumento, hasta mi vecino toca el saxofón–bufé.
–¿Por qué no le pides ayuda?–sugirió mientras subía y bajaba sus cejas.
–No, Baekhyun, ya es suficiente.
Aceleré el paso y se colocó en frente de mí con los brazos muy abiertos para evitar que pasara. Tenía el ceño fruncido.
–Era una broma, dale tiempo–infló sus mejillas e hizo un puchero.
–¿Qué clase de presidente hace eso?–dije enfatizando la última palabra y dejando escapar una sonrisa mientras señalaba sus mejillas llenas de aire.
–Uno muy guapo y preocupado por sus miembros–suspiró con pesar–, si se sale uno más...
–Ya sé, ya sé, van a cerrar el club y no vas a tener dónde dormir en las tardes.
–No me refería exactamente a eso, pero sí, y también...–miró a ambos lados de la calle y dijo en un susurro–... destruirías los sueños de Min Yoongi–se me hizo un nudo en el estómago. Tragué en seco y miré hacia una planta en el suelo.
–¿De qué hablas?, ¿por qué me tendría que importar...?–pregunté ocultando mi nerviosismo para luego interrumpirme.
–Porque te he visto, uno. Dos, es lo que te decía temprano, yo no iba a ser el presidente
–¿A qué te refieres?–fruncí el ceño.
–Estaba en la sala cuando entraste y ni siquiera me viste, eso es muy obvio, ¿sabes?
–No me refería a eso, pero...–un leve sonrojo inundó mis mejillas al recordar los sucesos de la mañana–. Perdón.
–No te preocupes, no diré nada–sonrió–. Como te decía, el día en que la supervisora Kang nos llamó para escoger al líder todos sabíamos que iba a elegir a Min Yoongi, siempre está en la sala desde que se abrió el club, toca varios instrumentos y sabe muchísimo...–se detuvo a mirar una nube, dejándome con la intriga.
–¡¿Qué pasó entonces?!–pregunté luego de que la pausa se prolongará más de lo que preví.
–Pareces una niña, espera, no recuerdo un detalle importante...–se frotó la sien con los dedos índice y medio a la vez que entrecerraba los ojos. Chasqueó los dedos y casi gritó–. ¡BINGO! Quiero milkshake de fresa, vamos.
–Baekhyun, estábamos discutiendo algo serio–me llevé las manos a la cara.
–Podemos seguir mientras me tomo el milkshake, ¿te parece? Yo invito–solté un suspiro.
–Está bien, vamos... Pero voy a pedir uno enorme con crema batida por hacerme sufrir–me coloqué una mano a la frente en un gesto fatalista, él soltó una carcajada mientras colocaba sus manos en los bolsillos de su pantalón.
El viento sopló, sonando como un silbido suave entre las hojas. Mientras caminábamos vimos la figura de alguien en la lejanía. No nos preguntamos quién era, pero supe, con el tiempo, que también se iría.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top