Devoradora
¡Por fin me pude comprar la casa que tanto quería! Ahorré muchos años, hice sacrificios enormes para poder adquirirla. Desde que la vi en venta por esa página de internet, tuve el irrefrenable impulso de querer tenerla a como dé lugar… No quería otra: quería esa… solo esa.
¡Si la viesen! Es como la de los cuentos: paredes externas amarillo sol, tejas rojo manzana; puertas y ventanas blancas. La perfección hecha hogar… hasta ese día.
La mañana siguiente de firmar el contrato y de la entrega de las llaves, decidí ingresar a la que sería, por siempre y para siempre, mi “hogar feliz” (eso creí hasta último momento). Sentía el arrojo convulsivo de estar, permanecer, quedar allí… de que la casa me devorase, metafóricamente, en alusión a permanecer eternamente en ese lugar, pues ya era mío.
Llegué. La ansiedad la sentía en todo mi ser: tenía un aroma dulce y almizclero a la vez, como el del miedo mezclado con la excitación… casi obsceno. Me quedé extasiada mirándola cuán magnífica era… no sé si por haber fijado tanto la vista o por estar demasiado exaltada, sentí como un aire que me arrastraba hacia el frente: como si la casa hubiese inhalado, como olfateando algún tipo de olor. En ese instante pensé que todas mis emociones estaban tan agolpadas y arremolinadas que me hacían imaginar cosas… si tan solo hubiese sido eso.
Decidí entrar, pues había ido con el objetivo de comenzar a ventilar los espacios y a limpiar de a poco para poder llevar finalmente los muebles y concretar, al fin, el fabuloso deseo de ser dueña de mi propio espacio. Puse la llave en la cerradura y le di vueltas al seguro… sentí el chasquido que invitaba a abrir la puerta y, al abrirla, me sorprendió un ruido escalofriante y raro a la vez: como si miles de voces gritaran algo que era inentendible. - ¡Ay! ¡Qué boba! ¿Cómo la casa va a gritar? Estoy tan emocionada que ya imagino de todo – dije en voz alta para luego largar una carcajada, como riéndome de mi propia estupidez… aunque después, la que se iba a reír de mi destino no era yo.
Seguí adentrándome a la casa: el vestíbulo era el único espacio que se veía iluminado. Sus paredes eran de un rojo intenso. La alfombra que cubría el piso era casi del mismo color que las paredes. Era mullida y estaba algo húmeda. -¡Lo único que me faltaba! -, pensé enojada -¡Que haya una filtración de agua y el de la inmobiliaria no me haya advertido de esto! ¡Me lo tendrá que descontar del precio! – dije ufanada por mi decisión. Continué observando el lugar y me llamaron la atención unos apliques que pendían del techo: eran de color marfil. - ¡Que gente más excéntrica debe haber habitado aquí! – pensé extrañada. Hice unos pasos hacia atrás y me topé con los mismos apliques, pero que estaban en el piso… ¿habrán sido asientos? ¿O solo adornos? La gente de antes era estrafalaria… ¡bueno! Sobre gustos no hay nada escrito.
Después de mirar un rato, salí de nuevo para buscar los artículos de limpieza para comenzar con mi tarea. Nuevamente dentro de la casa, comencé a buscar la puerta que diese al patio del fondo. Quería comenzar a barrer desde ahí hacia la puerta del frente, pues una amiga supersticiosa me había aconsejado asear de esa manera para “que las energías negativas de los antiguos dueños se fuesen por adelante y no queden dentro del predio”… esta vez quería hacerle caso porque ansiaba comenzar una nueva vida llena de positivismo. Al encontrar la puerta trasera, la abrí y me encontré con un tremendo cráter… otra vez fue en aumento mi descontento y me oí diciendo otra vez que el casero lo iba a tener que descontar. Calmada mi rabia, me dispuse a mi tarea de limpieza. Y he aquí cuando las cosas comenzaron a trastocarse de manera real: a medida que me acercaba a lo que yo creía era la puerta del frente, todo comenzaba a dar vueltas y terminaba llevando la basura y los escombros al mega agujero del fondo. Me traté de convencer de que estaba cansada: había pasado casi toda la jornada allí. En ese momento decidí irme y regresar al otro día… pero todo volvía a dar vueltas y me llevaba al vestíbulo cada vez que quería salir - ¿Qué pasa aquí? – grité con fuerza y desesperación… lo que pasó a continuación me dejó en claro por qué a esta casa nunca la habían vendido: en el instante en que mi desesperación cobró verdadera importancia, comencé a escuchar quejidos y lamentos que venían de todas partes. Desesperada, traté de escapar por cualquier abertura… pero la casa no me dejaba. Alcancé a ver que había una escalera que me llevaría al piso de arriba; quizás allí las ventanas estarían destrabadas y, aunque sea, saltaría por una de ellas para poder huir. Logré llegar. Comencé a subir, más algo aterrador me paralizó asqueándome en el acto: la baranda, que la había sentido suave y luego mojada eran brazos y manos humanas. Miré hacia los peldaños y creí desfallecer: no eran escalones… eran rostros apiñados gritando, quejándose y chillando. Tuve un traspié y empecé a rodar escalera abajo… solo atiné a ver que me hundía en un hueco oscuro y húmedo… húmedo de una saliva espesa y nauseabunda. Sentí que mi cuerpo era inmovilizado por algo que apretaba, que no me dejaba escapar pero que seguía engulléndome. La casa tenía vida propia… Nadie me había advertido de la maldición gitana que le echaron. Si tan solo hubiese usado el buscador del celular para ingresar en el traductor la frase extraña que estaba escrita en el cartel de hierro que pendía del techo en la entrada: “NO JUEGUES CONMIGO… NO TE ENCARIÑES CON LOS OBJETOS… PUES ESTA MORADA TE DEVORARÁ SIN REPARO NI REMORDIMIENTO”. Si me hubiese percatado que mi aroma a autosuficiencia y vanidad habían despertado al monstruo, que pensaba, iba a ser mi hogar… y tampoco que el vestíbulo si era ese espacio: pero el de la boca de este ente demoníaco.
Y, heme aquí: inevitablemente ahora soy parte de esta casa. Algunas veces siento que puedo moverme y escapar… pero solo es el movimiento que hace la casa engulléndose a una víctima más.
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