11.

— Y también necesitarás tu guitarra —dijo poniéndola en su estuche delicadamente.

— ¿De verdad debo ir? —preguntó Brian mirando hacia el suelo, mientras Roger seguía empacando algunas de sus cosas.

— Sí, mi amor, será lo mejor para ti —respondió.

— Pero no quiero ir —repuso el mayor—. Si voy me alejarán de ti, y...

— Hey, yo estaré siempre para apoyarte —dijo—. Te esperaré y cuando vuelvas, podremos estar como antes.

— Eso espero —suspiró el de rizos.

— No será tanto tiempo, ¿sí?

— Eso depende de mi estado —dijo el mayor—. Si no subo... quizás hasta cuándo me dejen ahí, y quizás me terminen internando por obesidad, ¿quién sabe?

— Dudo que te internen por obesidad, Bri...

— Roger, dejé de comer porque cada vez que lo hacía podía ver como la papilla que terminaba siendo lo masticado se acumulaba en mi estómago. Terminaré siendo un obeso.

— No... no mi amor... no... no pienses eso —dijo y se dirigió a abrazarlo—. Te recuperarás, estarás bien y podremos estar juntos, ¿sí?

El mayor asintió, siempre dudoso de aquello.

— Te aseguro que volverás —siguió—. Te lo aseguro.

(...)

El camino al hospital estuvo lleno de conversaciones que el rubio se esforzó por mantener.

Hablaba de lo que fuese con tal de distraerse y aprovechar aquellos últimos momentos con el rizado. Sabía que debía aprovecharlos al máximo.

— Rog —pidió en un momento—. ¿Qué hora es?

— Hm... las ocho respondió el rubio.

— ¿Podrías detener el auto? En... en el mirador de allá —pidió.

Roger lo miró y sonrió. Era temprano, debía ser internado en dos horas más y por lo visto el trayecto había sido más corto de lo planeado.

Roger dirigió el auto hacia el mirador y lo estacionó allí. Brian bajó el auto y caminó hacia una parte del lugar. Luego se sentó y le hizo un gesto al rubio que también lo hiciera.
 
Obedeció. Se sentó a su lado y apoyó la cabeza en su esquelético hombro. Estaba duro al tacto directo con el hueso. Recordó cuando recién comenzaban a ser novios. La sensación era distinta, el hombro de Brian tenía más carne en aquel tiempo. Suspiró. 

— Lamento que tenga que pasar esto por mí —musitó el mayor mirando al suelo.

Roger lo miró con intensidad y amor en sus ojos azules y acarició su mejilla.   

— No es tu culpa, Brimi —le dijo—. Debí darme cuenta antes. No estarías cómo estás ahora. 

— No, Roggie, no pienses eso —lo abrazó y lo acurrucó con su pecho a medida que se acostaba sobre el suelo junto a él—. Yo fui el que dejó de comer y que pese a tus esfuerzos no subí nunca ¿no? Yo soy el gordo que todos quieren ayudar aunque no lo merezca.

— No eres gordo —musitó a tiempo que una pequeña lágrima caía de su ojo—. Y tampoco es tu culpa. Eres... eres lo mejor que me ha pasado, Bri. No te miento y jamás lo haré respecto a ello.

— Tú también eres lo mejor que me ha pasado —respondió Brian comenzando a sentarse. Se miraron a los ojos mientras el rizado acariciaba la suave mejilla del contrario—. Voy a volver —prometió.

— Lo sé —sonrió Roger tristemente—. Yo estaré esperándote. 

Brian acercó los labios a los de su novio y se besaron con profundidad, tristeza y dulzura. Extrañarían tal tacto. Estaban seguros de ello.

— Además —dijo con dificultad—. Tengo que volver, cuando lo haga debo hacer algo muy importante.

— ¿Qué cosa? —preguntó Roger.

— Poner esto en práctica —dijo sacando una pequeña caja negra, la abrió y Roger vio con asombro como dentro había un anillo—. Roggie, ¿te casarías conmigo?

Las lágrimas que corrían del rostro de Roger ahora eran felicidad. Asintió sin que estas dejaran de caer y se las limpió con frenesí para luego abrazarlo fuertemente.

— Sí, me casaré contigo —dijo en el abrazo.

Fueron unos besos y unos abrazos más allí hasta que decidieron que era hora de seguir en viaje.

— Será estupendo cuando vuelvas —comenzó a hablar el rubio mucho más contento y emocionado que antes. Brian pudo notar el brillo de su azul mirada, como cuando comenzaban a salir. Aquello lo hizo sonreír llenando su corazón de nostalgia—. Podríamos casarnos en una iglesia y hacer la fiesta en la playa, sería muy lindo, ¿no crees?

— Sería perfecto, bebé —respondió él.

Finalmente llegaron a su destino y la realidad los tomó de golpe.

— Mi amor —dijo Brian acercándose a él y tomándolo por la cintura—. Quiero que sepas que... te amo más que a nadie —dijo—. Créeme que sí. 
 
— Yo te amo más —respondió abrazándolo por el cuello y aferrándose a su pecho mientras luchaba internamente por no llorar. Era lo mejor para Brian, estaría bien, estaría en buenas manos y pronto volvería y se casarían. Sí, aquello quería pensar.

— Voy a volver —besó su cabeza repetidas veces y luego hizo que lo mirara a los ojos—. Voy a volver por mi ángel. Te lo prometo, te lo juro.

— Y yo te esperaré —respondió—. Lo que sea necesario.

Mirar sus ojos y sus facciones para mantenerlas siempre en sus mentes, sin olvidarlos. Aquello hacían con ímpetu.. La vista desde los ojos hacia la nariz, y de estos hacia los labios.

Se besaron por una última vez con amor y pasión. Sabiendo que no probarían de aquellos labios hasta mucho tiempo después. Sintiendo como su corazón se rompía al pensar en ello. Sintiendo como les gustaría que nada de aquello hubiese pasado y que podrían estar juntos el tiempo que quisieran

Pero no era así.

— Señor May, ya deberíamos proseguir a intentarlo —interrumpió la voz de un enfermero.

— Por supuesto —suspiró con pesar y volvió a dirigirse a Roger—. Te amo, bonito.

— Yo te amo más —dio un beso en su mejilla y vio como tras terminar de despedirse, su novio era llevado por unos enfermeros hacía una sala, donde ya no pudo verlo más.

Limpió sus ojos con frenesí y miró el anillo que se encontraba ahora en su dedo.

— Vas a volver —musitó—. Y cuando lo hagas, yo estaré aquí para casarme contigo.

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