Capítulo 34
(Bien, ahora que le devolví a sus hermanos a Choso, debería calmarse...) —pensé mientras observaba la reunión entre Kechizu, Eso y Choso.
Los tres hermanos estaban sumergidos en su propio mundo, abrazándose con una mezcla de alegría y alivio. Por mi parte, mientras los veía, activé Search, enfocándome en las posiciones de los demás hechiceros y maldiciones. Mi atención volvía una y otra vez a los tres, especialmente a Choso, que aún irradiaba una mezcla de hostilidad y gratitud.
Deberían irse de aquí. Si los hechiceros los ven, probablemente los ataquen —dije, rompiendo el momento con tono tranquilo pero directo.
Choso me lanzó una mirada penetrante, frunciendo ligeramente el ceño antes de responder:
—Aunque hayas devuelto a mis hermanos, debo luchar contigo para recuperar el Gokumonkyo.
A pesar de sus palabras, su voz delataba un leve rastro de gratitud que no podía ocultar. Mientras hablaba, su sangre comenzó a emerger de su cuerpo como un río carmesí, moviéndose con fluidez y precisión, como si tuviera vida propia.
Agradezco mucho que hayas traído a mis hermanos sanos y salvos —continuó mientras manipulaba su sangre, comprimiéndola en sus manos hasta formar una esfera pequeña pero vibrante—. Pero por órdenes de Geto, tengo que enfrentarte.
Rodé los ojos y suspiré, algo fastidiado. Bueno, al menos parece que devolverle a sus hermanos calmó un poco su sed de venganza; probablemente pensaba que estaban muertos o algo peor.
Sonreí con indiferencia. Esto no era algo que me preocupara demasiado. Solo tenía que derrotarlo de nuevo y se retiraría. Miré brevemente a Kechizu y Eso; ambos ya sabían que no tenían posibilidad alguna contra mí, así que lo más probable era que se mantuvieran al margen.
¡Sangre Perforante! —gritó Choso mientras disparaba un chorro de sangre desde las yemas de sus dedos.
La técnica salió disparada con una velocidad impresionante, rompiendo el aire a su paso. Sin embargo, simplemente incliné la cabeza hacia un lado, esquivando el ataque con una calma casi insultante.
Choso abrió los ojos en un gesto de sorpresa y confusión. La Sangre Perforante era una de sus técnicas más veloces y letales, capaz de superar la velocidad del sonido al ser liberada. Sin embargo, no había sido suficiente para tocarme.
(¿Esquivó mi Sangre Perforante... con tanta facilidad?) —pensó mientras sus manos temblaban ligeramente. —(Este chico... será más difícil de lo que había creído. No soy un especialista en combate cuerpo a cuerpo. Si se acerca, estoy acabado...)
Recuerdo cómo me enfrenté a él antes, durante el caos de la captura de Gojo. A Choso no le fue nada bien entonces, y claramente lo recordaba también.
—No tengo tiempo para esto. Tengo trabajo que hacer.
En un borrón de velocidad, me coloqué entre los tres hermanos antes de que siquiera pudieran reaccionar. Choso apenas levantaba su brazo cuando le lancé un puñetazo directo al rostro, lo suficientemente fuerte como para enviarlo volando contra una pared. El impacto agrietó la estructura, y el eco del golpe resonó en el lugar.
Sin perder el ritmo, giré hacia Kechizu y Eso, tomándolos a ambos por el cuello y lanzándolos en dirección a su hermano mayor.
Fue entonces cuando algo cambió. Un escalofrío recorrió mi columna, como si el aire mismo hubiera cambiado de densidad. Un instinto primal me alertó de que algo estaba a punto de desatarse. Mis ojos se dirigieron automáticamente hacia la dirección donde deberían estar Maki, Naobito y Nanami.
(Esto no es bueno...) —pensé, mientras sentía una energía ominosa surgiendo desde aquella dirección.
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Jogo, que momentos antes había estado lleno de confianza mientras intentaba acabar con Megumi, dio un paso atrás, su rostro mostrando una mezcla de sorpresa y alarma.
Frente a él se alzaba un Shikigami imponente, una criatura humanoide que superaba con creces la estatura de una persona promedio. Su figura irradiaba una presencia que parecía doblar el espacio a su alrededor.
La criatura tenía una forma grotesca pero majestuosa. En lugar de ojos, poseía dos enormes alas que se extendían desde los lados de su rostro. Una cola larga y serpenteante emergía de la parte trasera de su cabeza, moviéndose lentamente con una energía amenazante.
Por encima de su cráneo, flotaba una rueda con ocho empuñaduras, girando lentamente, como si cada movimiento fuera un presagio de destrucción. De su pecho colgaban cadenas gruesas que tintineaban con cada movimiento, y su brazo izquierdo se extendía en una espada fusionada directamente con su carne, irradiando un aura de puro poder.
La presencia del Shikigami era tan abrumadora que incluso Jogo, un espíritu maldito de alto nivel, sintió un nudo en el estómago. Retrocedió un paso más, una sensación que rara vez experimentaba recorriendo su cuerpo.
(¿Qué clase de monstruosidad es esta?) —pensó mientras el Shikigami lo observaba en completo silencio, su forma iluminada apenas por los destellos rojizos de las llamas que aún ardían en el lugar.
Megumi sonrió con burla mientras se enderezaba lentamente, el imponente General Divino de las Ocho Hojas Divergentes del Sila: Demonio Mahoraga se alzaba detrás de él, emanando un aura de puro peligro y destrucción. Aunque Megumi sabía perfectamente lo que había hecho al invocar a esta criatura y comprendía el destino que le esperaba, su sonrisa permaneció intacta.
Oye, pobre imbécil, espero que te diviertas. Yo tengo que irme —dijo con sarcasmo antes de que un golpe devastador de Mahoraga lo interrumpiera.
La criatura no mostró piedad, su enorme brazo balanceándose con una fuerza aterradora que envió a Megumi volando como si fuera una simple muñeca de trapo. Su cuerpo chocó contra una pared, dejando grietas profundas antes de caer al suelo sin moverse.
Jogo, que había estado observando la escena, dio un paso atrás instintivamente. Sus sentidos como espíritu maldito le gritaban que lo que tenía frente a él era algo que no debía enfrentar. El aura de Mahoraga lo envolvía como un manto de muerte ineludible.
Mahoraga, por su parte, comenzó a caminar lentamente hacia Jogo, cada paso resonando en el silencio que se había apoderado del lugar. La criatura no tenía dudas en su propósito: eliminar al enemigo frente a él.
(Si me enfrento a ese Shikigami... moriré.) —El pensamiento atravesó la mente de Jogo mientras retrocedía, sus movimientos tensos y su mirada fija en la figura colosal que se acercaba.
En un parpadeo, Mahoraga desapareció de su vista. Antes de que Jogo pudiera reaccionar, la criatura ya estaba frente a él, su Espada del Exterminio desenvainada y descendiendo hacia su objetivo con velocidad letal. Por un suspiro de suerte, Jogo logró moverse lo suficiente para que la espada apenas rozara su ropa, cortándola pero sin alcanzarlo.
Aprovechando el breve momento, Jogo tomó distancia rápidamente. Con un gesto de su mano, invocó una serie de volcanes alrededor de Mahoraga, que comenzaron a disparar potentes chorros de llamas hacia la criatura. Las llamas eran lo suficientemente intensas como para derretir el concreto y reducir cualquier cosa en su camino a cenizas.
El ataque golpeó de lleno a Mahoraga, cubriéndolo por completo en un infierno abrasador. Por un momento, Jogo pensó que quizá había conseguido herirlo de gravedad. Sin embargo, de entre las llamas surgió la figura de Mahoraga, caminando como si nada, su cuerpo cubierto de quemaduras graves.
Entonces, la rueda sobre su cabeza comenzó a moverse. Giró lentamente, emitiendo un sonido profundo y resonante. En cuestión de segundos, las quemaduras que cubrían su cuerpo desaparecieron, dejando a Mahoraga completamente regenerado, como si el ataque nunca hubiera ocurrido.
Sin darle tiempo a Jogo para procesar lo que acababa de suceder, Mahoraga se lanzó al ataque. En un estallido de velocidad, apareció frente a Jogo, sujetándolo del rostro con una mano gigantesca. Antes de que el espíritu maldito pudiera resistirse, Mahoraga lo lanzó con una fuerza monstruosa, atravesando el edificio por completo. Los escombros volaron mientras el cuerpo de Jogo era arrojado a gran distancia.
Mahoraga no perdió el tiempo. Con pasos firmes y decididos, comenzó a dirigirse hacia donde había lanzado a Jogo, ignorando todo lo demás.
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Al llegar al lugar, una sensación extraña me invadió. Frente a mí estaba la devastación absoluta: las paredes estaban destruidas, los cuerpos de Naobito, Maki y Nanami yacían en el suelo. Naobito estaba irreconocible, completamente calcinado, mientras que Maki y Nanami todavía respiraban, aunque apenas.
Mis ojos se movieron rápidamente hasta detenerse en Megumi, que estaba recostado contra una pared, su sangre manchando las grietas a su alrededor. Pero lo que realmente me hizo detenerme fue la figura que se alzaba en el centro de la escena: Mahoraga.
Mi corazón latió más rápido. Este no era un oponente común.
Mis manos comenzaron a temblar ligeramente, no de miedo, sino de pura adrenalina. Frente a mí estaba un enemigo que superaba con creces a cualquier cosa que hubiera enfrentado desde que llegué aquí.
Sonreí.
No temblaba de miedo. Lo hacía por la emoción. Esta sería una verdadera batalla, una que me pondría al límite y me obligaría a sacar todo lo que tenía. Una lucha en la que podría morir, sí, pero eso era lo que la hacía emocionante.
Sabía que había dos opciones: salir vivo o caer. Pero esa incertidumbre, esa sensación de caminar al filo de la navaja, era lo que hacía que mi sangre ardiera con anticipación.
(Esto será interesante...) —pensé mientras daba un paso adelante, mis ojos fijos en la figura del implacable Shikigami.
Antes de involucrarme en la batalla, corrí hacia donde yacía Nanami. Era evidente que él necesitaba atención inmediata: el lado derecho de su cuerpo estaba completamente quemado, irreconocible. Apreté mis manos juntas y las froté suavemente hasta que una luz dorada comenzó a brillar tenuemente entre ellas. Cuando el brillo alcanzó su punto máximo, extendí mis manos hacia Nanami.
Concentrándome, canalicé mi chi para iniciar la sanación. Mi energía fluyó hacia las heridas de Nanami, envolviéndolas con un calor calmante mientras trabajaba en reparar el daño severo. El tiempo era crucial. Si Megumi había invocado a Mahoraga, eso solo significaba que las cosas se habían salido de control. Además, tenía mis propios planes para Jogo, y no podía dejar que pereciera todavía.
Nanami comenzó a recuperar la conciencia lentamente. Su respiración, aunque débil, se estabilizó, y el lado derecho de su cuerpo, aunque no completamente curado, estaba en mucho mejor estado.
No podía permitirme descansar. Me dirigí rápidamente hacia Maki, repitiendo el proceso. Sus heridas, aunque graves, no eran tan extensas como las de Nanami. El brillo dorado del chi cubrió su cuerpo, cerrando las heridas más profundas y estabilizando su condición.
Mientras terminaba, una voz ronca y familiar se alzó detrás de mí.
Tú... ¿Eres Tenko Shimura, el cazador de hechiceros? —preguntó Nanami mientras se incorporaba lentamente, observándome con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
Sí, ese soy yo. Pero no hay tiempo para charlas —respondí, levantándome rápidamente y mirando a Nanami con seriedad—. Tienes que sacar a Megumi y Maki de aquí. Ese idiota invocó a un Shikigami demasiado poderoso y peligroso... y no lo tiene purificado.
Nanami asintió, aunque su expresión permanecía tensa.
¿Dónde está el espíritu maldito? El que tiene un volcán en la cabeza —preguntó, mirando a su alrededor en busca de señales de Jogo.
Solté un suspiro antes de responder:
—Megumi probablemente lo metió en el ritual de purificación de un Shikigami muy poderoso y peligroso. Ahora mismo, ese espíritu debe estar enfrentándose al Shikigami.
Dicho esto, me preparé para ir al lugar donde el caos se desarrollaba. Nanami parecía preocupado, pero no protestó. Sabía que como hechicero de grado especial, tenía la capacidad de manejar esta situación, al menos por ahora.
Con un destello de velocidad, desaparecí del lugar, dirigiéndome hacia el epicentro de la destrucción. Podía sentir el impacto de la batalla entre Mahoraga y Jogo a lo lejos, y tenía claro que este último probablemente estaba recibiendo una paliza.
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Mientras tanto, Kenjaku, también conocido como Geto Suguru, se encontraba en otro lugar de la estación de trenes. Frente a él, el cuerpo inconsciente de Itadori Yuji yacía en el suelo. A pesar de las advertencias de la conciencia residual de Mechamaru, Itadori había enfrentado a Kenjaku y había perdido.
Kenjaku miró al joven con una sonrisa tranquila, sacando los diez dedos de Sukuna que había guardado meticulosamente.
No eres tan fuerte como Tenko —comentó con una leve sonrisa mientras observaba a Itadori—. Tú y él están en niveles completamente diferentes.
Desde que perdieron el Gokumonkyo, Kenjaku ya no tenía razones para permanecer en la estación. Por precaución y siempre meticuloso, decidió que él mismo entregaría los dedos de Sukuna a Itadori.
Bien... es hora de despertar, Sukuna —dijo con una sonrisa astuta mientras comenzaba a insertar los dedos uno por uno en la boca del inconsciente Itadori.
Con cada dedo, los tatuajes característicos de Sukuna comenzaron a extenderse por el cuerpo de Itadori. Sin embargo, incluso después del noveno dedo, Itadori aún no había perdido el control. Kenjaku sonrió, sabiendo que era cuestión de tiempo.
Finalmente, insertó el décimo dedo. Retrocedió unos pasos, dejando a Itadori en el suelo.
Unos segundos pasaron en silencio, pero pronto una energía maldita abrumadora se desató en el lugar. Era como si una maldad insondable hubiera despertado. Kenjaku no necesitó confirmarlo: Sukuna había regresado.
Itadori, o mejor dicho Sukuna, se levantó lentamente. Sus tatuajes resplandecían, y una sonrisa de superioridad se dibujó en su rostro.
Oh... eres tú —dijo Sukuna, con su característico tono arrogante mientras miraba a Kenjaku.
Kenjaku mantuvo la calma, su sonrisa nunca abandonando su rostro.
—Cuánto tiempo, ¿eh, Sukuna? Es bueno volver a verte. Tal vez tengamos algo de qué hablar.
La tensión en el aire era palpable. Ambos eran fuerzas incomparables, y aunque Kenjaku mantenía su compostura, sabía que estaba frente a una entidad que podía destruir todo sin pestañear.
Fin del capítulo
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