6. Ojos azul grisáceo
- Dime ―pronunció inclinándose ligeramente hacia Alice―, si así fuera, ¿me tendrías miedo?
Sus ojos azul grisáceo se clavaron como una lanza en las pupilas de ella, obligándola a mantener fija la mirada en él. Se detuvo en su rostro por unos instantes. Era un efecto que Sirius provocaba con frecuencia en su juventud, y se sorprendió al ver que aún permanecía activo después de tantos años. James siempre le había dicho que tenía un encanto natural, algo que le daba un poder de atracción sobre los demás, y aunque lo usó en numerosas ocasiones, nunca se había percatado de qué era hasta aquella noche.
- No lo sé, es demasiado pronto para decirlo. Apenas te conozco ―contestó al cabo de unos minutos, cuando por fin se hubo librado de su envoltura, haciendo un gran esfuerzo de concentración. Por algún motivo, la presencia de su salvador, la ponía muy nerviosa.
Él no dijo nada ante la respuesta de ella. Simplemente la dejó hacer, pero la seguía contemplando detenidamente mientras le curaba las heridas. Se notaba que intentaba hacerlo con delicadeza, para que él sufriera lo menos posible i la verdad es que lo consiguió. El dolor era casi imperceptible, y no porque ya no existiera, sino porque Canuto centraba su atención en otras cosas.
No sabía qué pensar de él mismo ni cómo actuar. Con el simple hecho de estar en esa casa, ponía a Alice en peligro y no quería eso bajo ningún concepto. Llevaba más de un mes siendo su confidente en la sombra, y a través de sus palabras, había podido llegar a su corazón, que le había hecho revivir emociones nuevas, sentimientos que creía enterrados bajo tierra. Por lo menos, empezaba a sentir un fuerte interés por la joven muggle que no podía explicar.
- Ya he terminado, Sirius, sólo me queda coser el corte que tienes encima del ombligo. Es profundo y sangra en demasía. Si te dejo así, quizá no llegues a mañana, aunque sigo pensando que deberías ver a un médico. Mis conocimientos en salud humana no son muy amplios.
- Serán suficientes ―insistió, a pesar de tener la certeza de un padecimiento cercano. Quería dejar que ella lo curara, para permanecer el mayor tiempo posible a su lado, incluso sabiendo que la hemorragia se podía detener fácilmente con un hechizo mágico. La curiosidad superaba los remordimientos.
- Es mucha responsabilidad, si lo hago mal, yo no me lo perdonaré... ―expresó, muy preocupada. No entendía la negativa a la medicina profesional de Canuto. Su terquedad en el asunto no hacía más que despertarle sospechas oscuras sobre él.
- El riesgo es mío, la responsabilidad también, pero pase lo que pase, no quiero ir a un hospital.
Por lo tanto, como el paciente no dejaba lugar a más posibilidades, Alice se puso manos a la obra. Primero limpió bien el contorno de la herida, y después le dio a beber unos tragos de alcohol a aquel hombre que la tenía completamente desconcertada, procedió a la operación. Ni en los primeros puntos, se oyó una queja. Era asombrosa esa frialdad con la que soportaba que travesaran su piel. No cabía duda de que estaba acostumbrado a ello, cosa que aún resultaba más extraña. ¿Cómo podía estar uno hecho a sufrir?
Nada de lo que veía en él era nuevo, tenía algo que le resultaba muy familiar. La expresión en su rostro, la dedicación con la que escuchaba todas y cada una de sus palabras, le hacían pensar que ya lo había conocido en otros tiempos, sólo que no se acordaba. Y lo cierto es que esta incertidumbre la volvía loca. Quería averiguar la verdad, pero no se atrevía. Tenía dudas sobre el tipo de relación que debía mantener con él, no sabía si era o no de fiar.
- Gracias ―dijo Sirius una vez ella hubo acabado de sanar su cuerpo.
- No me las des. Era algo que tenía que hacer.
- No, no era tu deber ayudarme hoy, Alice, ni tampoco lo más sensato. Lo has hecho porque has sido valiente, porque tienes un buen corazón. Es una decisión que no hubiese tomado todo el mundo. Hay bondad en ti.
- No sabes nada de mi corazón, ni yo del tuyo ―remarcó, intranquila―, y sinceramente, es un tema que me tiene muy preocupada.
- ¿No te fías de mí, piensas que te haré daño? ―demandó el animago dando un paso al frente, un tano irritado. Le daba coraje que lo juzgasen por algo que él no había elegido y que encima llevaba marcado en la piel para no olvidar su paso por Azkabán.
- Quisiera hacerlo, aunque no puedo ―confesó ella en un suspiro―. Al fin y al cabo, te debo la vida, pero todo lo que te rodea es muy misterioso. Es sospechoso que digas que no quieres ir a ver a un médico de una manera tan insistente. Da la sensación de que estés ocultando algo muy gordo, algo perseguido por la ley. Y los tatuajes... Bueno, no ayudan. Son dibujos prohibidos, costumbres muy antiguas que indican un mal augurio. Las leyendas cuentan que aquel que los lleve estará por siempre maldito, aunque debo reconocer que son tradiciones de otras épocas, que no se llevan a cabo desde hace cientos de años, así que es complicado averiguar cómo te los has podido hacer de un modo tan exacto, siguiendo las antiguas escrituras de los celtas. Los brujos de los poblados anotaban en sus libros el significado que tenía cada figura según la parte del cuerpo en la cual se encontrase ―explicó mientras acariciaba la piel de él con las yemas de sus dedos, examinando detenidamente cada uno de sus tatuajes. De pronto, se encontraban muy cerca el uno del otro, cuando ella antes estaba a una distancia de seguridad. Él la impulsaba a acercarse con su mirada, y ella lo hacía casi sin percatarse. Eso le daba miedo porque no se dominaba, no tenía el control sobre sus acciones. Además, su comportamiento no estaba siendo racional, ni mínimamente, y eso le podía acarrear problemas. Empezaba a gustarle la mirada de aquel hombre que tenía enfrente, la atraía enormemente y las cosas nunca habían ido tan rápido en ella. Le costaba mucho fijarse en las personas, sin embargo, él la había captivado desde el primer minuto con su mirada. No quería reconocerlo, no quería caer presa de sus encantos.
- Apuesto lo que sea a que tienes alguna teoría que solucione el enigma de mis tatuajes ―opinó él, regalándole una sonrisa melancólica. Necesitaba, sin ser plenamente consciente, que alguien lo tratara como a un igual, como si no fuera un criminal.
- Tengo un par ―respondió Alice, quien paró de recorrer el pecho de Sirius con sus manos, al darse cuenta de lo que estaba haciendo―. Se me ha ocurrido que seas un vampiro, un licántropo, un espíritu, que tengas el don de la inmortalidad o bien, que seas un alquimista poseedor de la piedra filosofal...
Canuto se río, de nuevo, gracioso ante las ocurrencias de la chica. No bromearía tanto si supiera que aquello que acababa nombrar era tan real como la vida misma. Bastaba con visitar el Bosque Prohibido para encontrar tales seres.
- Me temo que destruyeron la piedra unos años atrás, pero hubiese sido una buena opción.
- ¿Entonces eres un arqueólogo en busca de respuestas, que ama tanto su trabajo como para llevarlo siempre consigo? Es una opción algo más realista ―preguntó sonriente.
- Busco respuestas, pero me temo que nunca se me ha dado bien la historia. En la escuela, mi compañero Remus me chivaba las respuestas. Sin él, no habría aprobado.
Alice Bennett, de pronto, se volvió completamente pálida. Se atrevió a preguntar lo que llevaba toda la noche pensando, aquella idea horrible que no dejaba de dar vueltas en su cabeza.
- Sirius, ¿qué tipo de respuestas buscas? —se detuvo un momento— ¿Eres un asesino? ―pronunció temblando.
- ¿Eso crees? ―exclamó a modo de respuesta, decepcionado de que la chica creyera eso de él.
- Llevas una cifra, entre los tatuajes, que no es uno de los símbolos de los que hemos estado hablando. Es un número de identificación que ya casi no se usa, solamente en países de origen oriental. Lo llevan los presos que han cometido los delitos más graves. Por eso lo decía, ¿eres un asesino?
- ¿Un asesino te habría salvado de aquellos malhechores? ―preguntó acercándose aún más, y cogiéndola fuerte por el brazo. Estuvieron un rato sin moverse y ella no emitió sonido alguno, así que Sirius supuso que evidentemente lo creía un asesino, y decidió marcharse. En cuatro pasos alcanzó la puerta. Puso la mano en el pomo y la abrió. Entonces Alice corrió tras de él y gritó su nombre. Canuto, que se hallaba de espaldas a ella, se giró y la miró con ojos caídos.
- Por favor, no te vayas. Confiaré en ti ―le prometió mientras le tendía la mano para que volviese a entrar en el salón. Sirius la aceptó y juntos caminaron hacia su posición anterior.
- He estado en el infierno, Alice, pero no soy un asesino.
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Os confieso, como le decía a una de vosotr@s, que a mí tampoco me gusta la friendzone. ¿Qué creéis que pasará después de esto? ¿Os gusta la nueva portada?
Muaaaks! <3
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