5. Miedo
- Sirius, me llamo Sirius. Sirius Black.
Ella río en cuanto supo la respuesta de aquel desconocido malherido al que acompañaba, pero no pronunció palabra hasta que Canuto lo hizo primero.
- ¿Qué pasa? ¿Tengo un nombre gracioso? ―preguntó él en tono reprochador.
- No es eso, Sr. Black, es que creo que es bastante irónico que le pareciese ridículo el nombre de mi amigo peludo. Usted se llama casi igual. Su nombre tiene referencias muy similares.
- Yo no soy un perro ―dijo fulminándola con una mirada taladrante.
- Lo sé, aunque por lo que se ve, muerde como si lo fuese ―respondió ella con una gran sonrisa en la cara. No le gustaban los enfados y quería intentar mantener una buena relación con su salvador―. ¿Sabe que Sirius es la estrella más brillante de las que forman la constelación Canis Maior? Es la más bonita, muy por encima de la demás, y eso, teniendo en cuenta la belleza sublime que poseen todas, es algo maravilloso. Es como magia, ¿sabe? Mi padre siempre me decía que las estrellas no están en el cielo porque sí, que la astronomía es mucho más romántica de lo que la pintan los libros de texto. Según él, todo tiene una razón de ser mucho menos racional de lo que pensamos.
- ¿Ya estamos con los aires de superioridad, niña? ―comentó él todavía rencoroso por el inicio de la conversación mientras cruzaba la entrada principal de la casa. En su interior sabía que estaba siendo injusto, que la chica tan sólo quería ayudar, pero no era capaz de comportarse. Algo se lo impedía. Tenía muy mal humor cuando le sacaban según qué temas y después de los años pasados en Azkabán, ausente del mundo real, había perdido la habilidad de relacionarse con facilidad con extraños.
- Y usted vuelve a estar a la defensiva por lo que veo... Mire, todo lo que digo es para que no se sienta incómodo en mi presencia, porque, aunque no nos conocemos, me ha salvado de algo horrible, y por ello, le estaré agradecida toda la vida. Intento mostrar agradecimiento y usted no me deja. Está claro que le molesta mi actitud, así que tranquilo, yo ya me callo ―aclaró Alice al mismo tiempo que ayudaba a Sirius a recostarse en el sofá de su salón. Se le escapó un bufido; presintió que bregar con aquel hombre no iba a ser, ni mucho menos, fácil. Había procurado ser simpática y a cambio había tenido un mal recibimiento. Sirius estaba cerrado en banda y a ella se le escapaba el porqué.
Pese a todo, estaba decidida a prestarle sus servicios. El desánimo no minó en su proceder persistente, así que una vez asegurada de que Canuto estaba bien posicionado, sin riesgos de sufrir más lesiones, se dispuso a ir a su cuarto de baño para encontrar lo necesario para sanarle. No obstante, él la detuvo. Había reflexionado.
- No, por favor, no dejes de decir nada por mí―le pidió el animago a modo de disculpa. A parte de que ya estaba muy acostumbrado a escuchar las historias que contaba. Era algo que le gustaba enormemente y que no quería perder. Oírlas le relajaba la mente, la vaciaba de preocupaciones―. Además, creo que ya sé lo que quería decir tu padre. Es algo que tiene sentido. Se refería a que las cosas son más sencillas de lo que las queremos ver.
Alice, sorprendida ante el cambio de Sirius y su supuesta disculpa, se giró, quedando de cara hacia él.
- Nunca lo había pensado así, pero podría ser. De hecho, tiene todos los puntos.
- Seguro que era un gran hombre. Tienes suerte de conservar sus consejos.
- Lo era. Le echo mucho de menos ―sus ojos se llenaron nuevamente de melancolía.
- Si te sirve de consuelo, niña, los que nos aman nunca nos dejan ―afirmó para fortalecer a la chica, cuando se percató de que aquella habitación estaba repleta de fotos en las que aparecían el señor Bennett y su hija. En las que Alice se intuía más mayor, no debía alcanzar ni los diez años de edad, con lo que supuso que seguramente llevaba mucho tiempo siendo huérfana―. Y siempre los puedes encontrar...
- ¿Encontrar dónde?
- En el lado izquierdo del pecho, Alice. Viven en nuestro corazón ―le explicó pensando en Cornamenta y en el afecto que aún sentía por su amigo fallecido.
- ¿Has perdido a mucha gente? ―demandó ella antes de hacer una pausa para pensar― Es que... la manera en que hablas... da la sensación de que sepas de verdad lo que estás diciendo, de que lo hayas vivido tú en tus propias carnes...
Entonces, a Sirius, le pasaron por la cabeza todo tipo de pensamientos. Brotaron en él recuerdos muy lejanos, de cuando eran niños y entraron juntos al castillo Hogwarts de Magia y Hechizería. Enseguida se hizo amigo de Potter y Lupin. En ellos encontraba consuelo, apoyo y diversión, incluso, llegó a encontrar un hogar. Lo eran todo para él y desaparecieron en la nada. Un buen día, Voldemort se los arrebató y lo peor del caso, era que, a uno, ya no lo volvería a ver.
- Lo más grave es la calidad y no la cantidad de lo que perdí. De todas formas, preferiría no hablar de lo que pasó, si no te importa ―pidió con un ademán triste que la estudiante captó a la primera.
- No te preocupes, lo entiendo. Pero... ¿Cómo has sabido mi nombre?
- ¿Tu nombre? ―exclamó Sirius, quien no había caído en que ella no le había confesado como se llamaba en su aspecto humano, sino que se lo había dicho cuando estaba convertido en perro― Lo he leído en el buzón, en la entrada —mintió.
- No hay buzón en la entrada ―negó la chica mientras movía la cabeza hacia los costados.
- Entonces me lo habrás dicho tú, pero ahora no te acuerdas ―inventó, intentando zanjar el tema.
- Seguramente ―contestó sin darle más importancia al asunto―. Ahora quédate aquí que voy a buscar lo necesario para curarte. No tardo.
Sirius asintió, y se quedó pensando en lo que haría al salir de allí, si es que la joven se lo permitía. Inspeccionó el lugar, claramente, una residencia muggle. Había objetos que no había visto jamás en su vida y otros, de los cuales ni siquiera imaginaba la utilidad. A los pocos segundos, se dio cuenta de que cerca suyo había una chimenea, e ideó un plan. Después de las curas, la usaría para comunicarse con Remus y que lo fuera a buscar para aparecerse.
Alice volvió y le pidió que se quitara la camisa. Tenía que desinfectar los cortes y coserlos si hacía falta, así como limpiar las heridas pequeñas, aunque no revistieran de mayor gravedad.
- Te advierto de que no te va a gustar lo que veas. Mi cuerpo ha sufrido agresiones mucho peores que las de esta noche. Me temo que las marcas aún persisten, a pesar de los años.
- No importa. Estoy acostumbrada a ver sangre ―aseguró con firmeza.
- Aquí —anunció señalándose el pecho con la mano izquierda―, verás cicatrices. Cicatrices y algo más. ¿Seguro que no quieres que lo haga yo? Puedo manejármelas solo.
- Ni hablar, estás muy malherido. Son cosas que se tienen que mirar con cuidado y hacer con paciencia.
Y dicho esto, ordenó de nuevo al mago que se quitara la ropa. Éste, un poco inseguro de la manera en la cual iba a reaccionar ella, se deshizo de la parte superior de su atuendo con lentitud. Dejó su pecho al descubierto, y pudo notar el dolor que se hundía en sus huesos con más intensidad. Los cortes que tenía eran profundos y aparatosos, altamente desagradables.
- Dios mío, ¡es peor de lo que pensaba! Estás marcado por todas partes... ¿Quién te hizo esto? ―preguntó con el horror reflejado en el rostro mientras pasaba la yema de sus dedos por su piel.
Sirius no respondió. Se avergonzaba de mostrar aquella figura patética y repugnante a alguien tan joven y lleno de vida.
- Y estos grabados, estos tatuajes... ¿Qué significan? ¿Son una señal de algo? ¿Una marca de algo que hiciste?
- Son un recordatorio.
- ¿Un recordatorio de qué, Sirius? ―susurró ella claramente asustada― Son muy semejantes a los símbolos que antiguas tribus tatuaban en personas fugitivas, para indicar que estaban prohibidas.
- Dime ―pronunció inclinándose ligeramente hacia Alice―, si así fuera, ¿me tendrías miedo?
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Si os gusta, ¡votad y comentad! ¿Qué creéis que responderá Alice? ;)
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